Benjamín Prado: "Con las mujeres, cualquier excusa es buena para borrarlas de la historia"

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Clara Morales

Margot Moles y Ernestina Maenza. Dos nombres olvidados por casi todos pero que abrieron el camino de muchas: en 1936 se convirtieron en las dos primeras españolas en competir en unos Juegos Olímpicos de Invierno. En Garmisch-Partenkirchen, Alemania, quedaron muy lejos de las medallas obtenidas por noruegos, alemanes y suecos, pero hicieron historia. Ese año, ninguna mujer competía por Francia o por Suecia, pero sí por España. El escritor Benjamín Prado (Madrid, 1961) las recuerda en Todo lo carga el diablo (Alfaguara), el quinto volumen de su serie protagonizada por el profesor-detective Juan Urbano, que visitó a los lectores por última vez en Los treinta apellidos (2018). En esta ocasión, Urbano tendrá que resolver un caso que lleva aparentemente cerrado décadas, la desaparición de (la ficticia) Caridad Santafé, que engarza con el destino colectivo de las mujeres en el traumático paso de la República a la dictadura franquista. Lo primero que aprenderá el investigador es que de caso cerrado, nada. 

Pregunta. ¿Por qué el interés en esos Juegos Olímpicos y en esas mujeres reales?

Respuesta. Siempre ando a la búsqueda de temas para Juan Urbano. Cuando uno tiene una serie como esta, y anuncia que van a ser 10 volúmenes, estás alerta de cosas. Al final, las obsesiones te encuentran. En este caso, me fascinaba la historia de Margot Moles, una historia increíble, una supercampeona española que de tener apoyo hubiera sido una campeona mundial, y que sin embargo, por su condición de republicana, la eliminaron de la historia. Con Ernestina Maenza también pasaba algo curioso. Un día vi un reportaje del periodista Javier Rioyo sobre el que fue su marido, Enrique Herreros, el dibujante de La Codorniz, y me di cuenta de que pasaba una cosa rara: no se decía ni una sola palabra de Ernestina Maenza. Entonces yo llamé a Rioyo y le pregunté: No, me dijo, es que en la familia está prohibido hablar de ella, parece que los abandonó y tal... Ernestina Maenza era de derechas, pero al querer divorciarse acabó haciendo algo que para la derecha no era permisible. Me temo que, con las mujeres, cualquier excusa es buena para borrarlas de la historia.

P. Ambos personajes han exigido una investigación previa.

R. El de Margot Moles es un personaje muy basado en la realidad, porque además sucede que casi todo lo que se cuenta de ella está documentado y bien documentado, hay bastante información. No pasa lo mismo con Ernestina Maenza, de la que se sabe muy poco. Yo he estado buscando hasta el infinito cualquier detalle que me acercara a ella, pero al final ha resultado ser un personaje real que me he tenido que inventar. Aunque a veces tan revelador es lo que se sabe de alguien como lo que nadie cuenta de esa persona. La comparación de ambas, que fueron buenas compañeras, me parecía una excusa muy buena para comparar lo que pasó con una mujer de derechas y de izquierdas con la Guerra Civil. También porque yo creo que mucha gente de derechas decente se arrepintió luego de haber apoyado el golpe de Estado, en cuanto vieron en qué empezaba a transformarse el país.

P. Junto a ellas, hay una tercera mujer ficticia, Caridad Santafé, que es quien pone en marcha la investigación de Juan Urbano. ¿Por qué la necesitaba?

R. Desconfío de las novelas que son fáciles de confundir con un ensayo. A mí me gusta que se note que la literatura es literatura, y creo que el trabajo real de un escritor es crear personajes de ficción. A Cervantes le recordamos por haber creado el Quijote y a Zorrilla por el don Juan, más allá de su capacidad para hacer el retrato de una época. Yo soy muy galdosiano, y he aprendido de él que cuando dejas caer un personaje de ficción en un mundo real lo tiñe todo, como una gota de tinta en un vaso de agua. Ernestina Maenza y Margot Moles, además de ser ellas mismas, son arquetipos de esas mujeres maravillosas que lucharon por tantas cosas: por que la mujer pudiera hacer deporte con libertad, o por que pudiera separarse de su pareja. Caridad Santafé, al ser ficticia, puede simbolizar el tratamiento que se dio a las mujeres durante la dictadura, cuando se les consideraba personajes al servicio del hombre, y contra las que se podía cometer cualquier tipo de abuso con total impunidad.

P. Hay otro personaje relevante en la trama, que es el hijo de Caridad Santafé, el primero que aparece buscando respuestas. ¿Representa a una generación que quiere hacer memoria?

R. Absolutamente. Aunque siempre dicen que las historias las cuentan los nietos, no los hijos. Los que tienen el conocimiento de primera mano quizás sean los hijos, pero quienes tienen la libertad son los nietos. Y eso explica mi fe en la investigación y en la libertad de poder contar las historias otra vez, contarlas de nuevo aunque ya se hayan contado: a veces se establecen verdades oficiales sobre las cosas y la gente no se hace preguntas. Pero por qué nos tenemos que conformar con lo poquito que sabemos de estas dos mujeres realmente extraordinarias, que participaron en los Juegos Olímpicos en una total desigualdad de oportunidades, que mientras que las otras dormían en hoteles ellas lo hacían en pensiones, o que se las ve en las fotos haciendo una prueba de esquí alpino con una chupa de cuero mientras que las otras tenían ya ropa más técnica. Es emocionante. Por qué conformarnos con la losa que se ha echado sobre ellas, no, la historia hay que contarla entera. Juan Urbano e Isabel Escandón no se conforman con aceptar a esos personajes tal y como se los han contado.

P. En los últimos meses, hemos visto varias novelas ambientadas en las primeras décadas de la dictadura en las que juegan un papel relevante los hospitales psiquiátricos, particulamente los femeninos: pasa en La madre de Frankenstein de Almudena Grandes, en El placer de matar a una madre, de Marta López-Luaces... ¿Por qué funciona tan bien la identificación entre la España franquista y el psiquiátrico?La madre de FrankensteinEl placer de matar a una madre

R. Ese espacio simboliza la mezquindad de la dictadura. No solo para las mujeres: hay libros estremecedores de cómo se usaba la psiquiatría para arrebatar tierras, por ejemplo. Si el general en jefe se dedica a expoliar Pazos de Meirás, qué no va a hacer el resto. Y como las mujeres estaban bajo la tutela legal de los maridos es mucho más fácil quitárselas del medio, porque uno tiene otra novia o porque quiere quedarse con sus bienes. En lo que he puesto cuidado ha sido en la creación del personaje del marido, que es el monstruo con rasgos humanos. Uno puede tener un sentido de la propiedad extremo sobre sus posesiones, y, al considerar que la mujer es también una propiedad, extenderlo sobre ella. No se sabe si es un marido o un secuestrador, o las dos cosas.

P. Y luego está el mundo del deporte olímpico, menos explorado.

R. Y deporte femenino, porque la España franquista es lo contrario de las mujeres, es enemiga de las mujeres. En el caso del deporte, se ve claramente cómo hay un retroceso, cómo la Institución Libre de Enseñanza fomentó la participación de la mujer o la creación de federaciones deportivas, y luego llega la dictadura e inmediatamente se considera el ejercicio algo indecente para la mujer, porque suponía la exhibición del cuerpo femenino, que es el pecado, el origen de todos los males del hombre. La Sección Femenina inmediatamente deja el deporte a un lado y dice que bailes regionales, y con pololos hasta los hombros. Deja de haber competiciones femeninas, deja de haber federaciones. Y así estamos en el siglo XXI, intentando que tire el fútbol femenino, en un país tan futbolero como este.

P. En la novela hay también una subtrama sobre una empresa que se enriquece vendiendo medicamentos milagrosos para prevenir las distintas epidemias de la época. ¿Se ha visto influido el libro por el espíritu de los tiempos?

Si el Congreso es un circo, será que algunos van allí a hacer el payaso

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R. Ha sido casualidad, porque yo empecé la novela hace dos años. Luego sí le di un repaso, porque cuando ves que tienes ya a dos personajes que se dedican a la industria farmacéutica y llega todo esto, te hace gracia. Era increíble, había linimentos que valían para todo: te curaban los ojos, los dolores musculares, los dolores de regla... Y quienes los hacían eran como vendedores del Oeste. Qué coincidencia que ahora viene esta pandemia y estamos que si con el remdesivir, que si con la industria farmacéutica, que es verdad que es la que nos salva, pero también hay que tener cuidado con ella, porque hay cosas muy preocupantes, e históricamente se ha visto.

P. Es el volumen número cinco de una serie sobre la que se prometieron diez. ¿Cómo va de ánimo para terminarla?

R. Esperando tener la salud suficiente como para conseguirlo. Yo tenía la ilusión de publicar una novela cada dos años, pero lo estoy consiguiendo cada cuatro. Las series tienen sus ventajas y sus inconvenientes. Entre las ventajas está que haya lectores fieles de la serie, y eso me pone muy contento, además de que tienes parte del personaje hecho. Y la parte que no tienes hecha es muy divertida: que se note el paso del tiempo en Juan Urbano, que se note el encuentro con Isabel Escandón y cómo le cambia... En cualquier caso, me suele pasar con las novelas, que siempre pienso que no lo voy a conseguir. Luego te vas animando. Ahora miro el libro y me parece que nunca voy a ser capaz de escribir otro. Espero equivocarme.

Margot Moles y Ernestina Maenza. Dos nombres olvidados por casi todos pero que abrieron el camino de muchas: en 1936 se convirtieron en las dos primeras españolas en competir en unos Juegos Olímpicos de Invierno. En Garmisch-Partenkirchen, Alemania, quedaron muy lejos de las medallas obtenidas por noruegos, alemanes y suecos, pero hicieron historia. Ese año, ninguna mujer competía por Francia o por Suecia, pero sí por España. El escritor Benjamín Prado (Madrid, 1961) las recuerda en Todo lo carga el diablo (Alfaguara), el quinto volumen de su serie protagonizada por el profesor-detective Juan Urbano, que visitó a los lectores por última vez en Los treinta apellidos (2018). En esta ocasión, Urbano tendrá que resolver un caso que lleva aparentemente cerrado décadas, la desaparición de (la ficticia) Caridad Santafé, que engarza con el destino colectivo de las mujeres en el traumático paso de la República a la dictadura franquista. Lo primero que aprenderá el investigador es que de caso cerrado, nada. 

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