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El calentamiento global como fenómeno cultural

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“El cambio climático destrozará cosechas, pondrá en peligro a las poblaciones costeras, destruirá ecosistemas y aumentará los conflictos por conseguir recursos. Esto no es ciencia-ficción. Son posibles escenarios basados en modelos científicos”. Corría 2006 y Kofi Annan, secretario general de la ONU, no encontró mejor argumento para movilizar a los asistentes a la Conferencia sobre Cambio Climático en Nairobi.

Seis años después, Ursula K. Le Guin dejaría las cosas claras: “Me atormenta que la gente me diga lo increíblemente previsora que era al hablar sobre el cambio climático y la desestabilización climática y la degradación del mundo natural en los años 60. ¡No lo era! Solo estaba escuchando a los científicos".

El eterno retorno

Hace unas semanas me ocupé de libros, narrativa y ensayo, que cuentan el cambio climático ahora, cuando sufrimos sus efectos. Pero hubo quien lo predijo, en un ejercicio de escucha atenta: las señales, quizá débiles, estaban ahí. Y dos de esos libros, escritos ambos por mujeres, coinciden en las librerías: El nombre del mundo es Bosque (1972), de Le Guin, y La parábola del sembrador (1993), de Octavia Butler, primero de una serie que su autora definió de este modo: “Eran lo que yo llamo cuentos de advertencia: si seguimos portándonos mal, ignorando lo que hemos estado ignorando, haciendo lo que le hemos estado haciendo al medio ambiente, por ejemplo, probable que terminemos así”.

El nombre del mundo es bosque

Dice Vicky Hidalgo, editora de Minotauro, que Le Guin tenía “una capacidad enorme para entender en profundidad al ser humano. De ahí que a veces parezca que pudiera predecir cosas, o que viera lo que nadie más veía, cosa probablemente cierta”. En parte, atribuye esa capacidad a su formación, ya que era hija de antropólogos y psicólogos y había convivido con nativos amerindios; esta relación con personas que están en el mundo de una manera distinta a la occidental le da esa capacidad de ponerse en el lugar del otro, algo que la ciencia ficción ya hace de forma habitual pero que ella consigue con sensibilidad de maestra. “Su literatura profundamente humana no podía dejar de lado un tema tan importante como el de la pérdida de los hábitats naturales de las tribus indígenas, que se trata en El nombre del mundo es Bosque, donde los humanos llegamos a nuevos planetas tan solo para explotar sus riquezas y esclavizar a sus habitantes naturales”.

En cuanto a Butler, percibió, y así lo explica la escritora y editora Mary Woodbury, que el cambio climático realmente no encaja ni en la realidad ni en la ficción por separado, “se cierne sobre la sociedad y es el resultado de muchos otros problemas fundamentales, como la codicia y el capitalismo”. Por eso, las novelas de Butler son un aviso: si continuamos así, entonces… “Si la sociedad ve un recurso natural con el que puede ganar dinero, el capitalismo proporciona un camino para eso. Eventualmente, con demasiados recursos tomados, no solo se altera el clima en sí, sino que el mismo tipo de codicia de raíz no desaparece, como en La parábola del sembrador, donde el agua es escasa y, por lo tanto, finalmente es controlada por el gobierno, y no está disponible para los que viven al otro lado del muro”.

La parábola del sembrador.

Son dos relevantes entre muchos posibles, ha habido más, antes y por supuesto después, como escribe Gisela Baños, “a medida que el cambio climático ha supuesto una amenaza cada vez más palpable para nuestra sociedad, ha crecido el número obras que se han aproximado a esta cuestión y, a partir de los años sesenta y hasta la actualidad, los ejemplos se multiplican casi de forma exponencial”.

La literatura del antropoceno

Así, nuestra época geológica, el Antropoceno, encuentra su género literario de referencia que sí, pergeña futuros posibles pero que, sobre todo, hace crítica de un presente que nos negamos a ver; la idea es de Kim Stanley Robinson, escritor y defensor del poder de la ciencia ficción.

En 2014, la Universidad de Copenhague patrocinó un estudio que analizaba hasta qué punto estas ficciones (escritas y filmadas) modelan nuestra percepción. “El calentamiento global es mucho más que datos científicos sobre cambios en la atmósfera; también es un fenómeno cultural cuyo mensaje está siendo forjado por los libros que leemos y las películas que vemos”, explicó Gregers Andersen. Años después, en 2020, Andersen “reincidió” con Climate Fiction and Cultural Analysis. No sabemos cómo afectará el calentamiento global antropogénico a lugares e individuos, por eso la ficción climática es un medio de reflexión emocionante. “De hecho, es precisamente esta incertidumbre la que convierte a la ficción climática en una fuente privilegiada de interpretaciones, no solo de los imaginarios dominantes que evoca el paradigma científico del calentamiento global antropogénico en la mente occidental, sino también de cómo el calentamiento global antropogénico puede cambiar los modos de actuar de los seres humanos”.

De ese interés se benefició el concurso convocado en 2017 por el colectivo Contra el diluvio, un certamen de microcuentos para imaginar la Navidad de 2050. “Fue bastante exitosa, más de lo que esperábamos. Recibimos 178 relatos, que no es poco, y la gente se implicó bastante.” Fue unos meses antes de que Greta Thunberg empezara con su huelga y de la explosión de textos sobre cambio climático. “La mayoría de los textos eran tristes y asumían un desastre total o casi total. Todo Nueva York inundado, ni gota de agua que beber, la nieve ya no existe en la Península Ibérica, solo el Moncayo sobresale del mar soriano... Son situaciones (excepto la del Moncayo) que se corresponden más con lo que podría ocurrir de aquí a doscientos, trescientos o quinientos años si no se hace nada, no a 2050. Es decir, son situaciones que tienen que ver con la ciencia, sí, y claramente las personas que plantearon esas historias (que, recordemos, son tremendamente breves, por lo que hay una tendencia a lo espectacular) conocen la ciencia climática. Pero el marco temporal está completamente desplazado”.

Agradezco a mi interlocutor, que prefiere ampararse en el nombre del grupo, su fe en la creación literaria, pero le menciono a Butler, Le Guin y a cuantos alertaron de lo que iba a ocurrir, sin éxito. “Uno de los principales problemas que plantea el cambio climático es que es relativamente lento. Siempre parece, o parecía, que queda lejos, y eso hace difícil tratarlo como emergencia. Además, el esfuerzo necesario para evitarlo es y ha sido siempre ingente: se trata de cambiar de abajo arriba las estructuras económicas y sociales o, como mínimo renunciar a algo que es una maravilla desde el punto de vista técnico, los combustibles fósiles. Con esto queremos decir que poco podían hacer los científicos o la literatura frente al leviatán del sistema económico mundial y las promesas de crecimiento perpetuo. Sin embargo, algo han hecho: la actual ola de ficción climática y literatura utópica bebe, en ocasiones de forma explícita, de estas obras”. Son semillas que de alguna forma han germinado.

La cosecha

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En 1993, cuando Octavia E. Butler publicó su primera parábola, vino al mundo María Bonete. “No he leído nada de Butler (muy mal, ya lo sé), y de Le Guin he leído solo (‘solo’) la trilogía de Terramar”. Pero no le cabe duda, junto a la de otros, ha recibido su influencia. “Son dos de las autoras más importantes de literatura de género, y además intelectuales cada vez más reconocidas: al final su obra te influye más o menos directamente las hayas leído o no. Son un poco como fantasmas, como todos los autores clásicos: su obra nos ‘ronda’”. Bonete ha publicado No hay tierra donde enterrarme, que nació como una carta de amor al gótico y a las historias de fantasmas. “La parte de ficción climática surgió después”, admite, aunque es un tema que (¡claramente!) le interesa mucho, “en lo que pienso de manera habitual y sobre lo que leo ficción y ensayo, y situar el internado en un futuro cercano fue algo que sucedió de manera natural”.

Le comento la idea, defendida por el autor indio Amitav Gosh, del descrédito de la ficción climática. ¿Qué tiene el cambio climático para que una obra que lo aborde sea desterrada de la ficción seria?, se preguntaba Gosh. ¿Y qué nos dice esto sobre la cultura en general y sus patrones de evasión? Pero ella no lo ve así. “El problema es (o era, creo que los últimos años han cambiado un poco las cosas) que a la mayoría de la gente le cuesta percibir el cambio climático como algo que está pasando ya, ahora, y lo exilia a un futuro más o menos lejano. Y claro: la literatura que lidia con estos futuros posibles ‘siempre’ ha sido la ciencia ficción, y ¿qué es la ciencia ficción sino naves espaciales, blásters y robots?”. Es, asegura, una mezcla de falta de imaginación y de desconocimiento: de considerar que “lo entretenido” no tiene nada interesante que decir, que la literatura de género es toda más o menos igual, y que el género fantástico (en el que incluye cifi, terror y demás) no puede ser honesto.

Puede, reflexiona Vicky Hidalgo, que el tema del cambio climático antes estuviera en el terreno de la ficción científica y, por especulativo, fuera de la ficción seria. “Es un aspecto inherente a la ficción especulativa en realidad, que tradicionalmente no se ha tenido en cuenta como literatura seria pero que irónicamente tiene como uno de sus ejes principales tratar temáticas que nos preocupan en el presente representándolas en el futuro. En cualquier caso, creo que esto ha cambiado ahora que tenemos una conciencia tan profunda del impacto que tienen nuestras acciones sobre nuestro alrededor y a fin de cuentas sobre nosotros mismos”. Necesitamos informarnos sobre lo que sucede a nuestro alrededor y de cómo está despertando nuevamente la conciencia ecológica de la gente, algo que por supuesto tampoco es nuevo. “La ciencia ficción es el vehículo perfecto para ello”.

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