Cesc Gay: “La mayor parte de los que estudian cine jamás harán una película”

Los primeros comentarios de Cesc Gay (Barcelona, 1967) le dibujan como un perro verde en la industria. "Esto que me está pasando ahora es lo peor. La promoción, estar expuesto… ¡a los periodistas como tú! No me mola nada", suelta. No sabe, dice, cómo sus actores aguantan las atenciones constantes por la calle, las menciones en redes sociales... cuando él mismo no tiene ni Facebook ni Twitter. No se percibe ni la sombra de un halo de misticismo cuando habla de su trabajo. Oyéndole, podría dedicarse a la ebanistería o la enseñanza, en lugar de ser el autor de Krámpack, En la ciudad, Una pistola en cada mano o Truman, ser presencia fija en los Goya y acabar de condecorarse, a través de sus actores, con una Concha de Plata ex aequo para Ricardo Darín y Javier Cámara en el Festival de San Sebastián

Quizás sea porque su carrera se parezca más a un "diésel, pum, pum, pum" (la imagen y el ruidito es suyo) que al ascenso interestelar de algunos de sus compañeros. Este año, desde luego, no se puede quejar. Primero, el estreno de Truman, en la que se atreve a abordar una enfermedad terminal sin perder su tono tragicómico. Ahora prepara una serie para Movistar+, aunque no lo dice muy alto porque "ellos luego hacen o no la cosa". Y entre tanto ha aceptado presidir el jurado del JamesonNotodofilmfest, festival de cortos en Internet antes conocido como Notodo. Acostumbrado a dar cursos de dirección aquí y allá, ve el certamen como la cantera en la que se ha convertido. Antes de meterse a hacer largos, por el festival pasaron Daniel Sánchez Arévalo, Nacho Vigalondo, Rodrigo Cortés, Raúl Arévalo, Manuela Moreno o Elías León Siminiani. En los últimos años, además, han concursado nombres más conocidos, como el guionista y realizador Juan Cavestany o el actor y director Eduardo Casanova. 

Pero tampoco se muerde la lengua en esto. "La mayor parte de la gente que estudia cine, no solo no podrá vivir de hacer cine, sino que no podrá hacer cine. Se me enfadan siempre que lo digo en las escuelas", admite. Repasando: en un año, en España, se estrenan unas 110 películas. "Repetimos... ¿Cuántos? ¿80, 90? ¿Óperas primas cuántas serán, 30? Cualquier cosa donde puedas meter la cabeza y destacar, aprovéchalo". Además, el 63% de las películas se harán con menos de 100.000 euros, según el Anuario del Cine Español. Gay asiente: "La imagen que tenemos de lo que es el cine viene dada mucho por Hollywood, el glamour, las alfombras rojas, que luego todos imitamos. La realidad es otra cosa". La realidad es que él, que ha conseguido tres millones de euros para levantar Truman vive "modestamente" del cine, lo que puede arrojar algo de luz sobre la situación de los demás autores. Al director esto no parece inquietarle: "Empecé haciendo cine pagándomelo yo. Pues lo volveré a hacer el día que no tenga productor".

Esa es la palabra clave para el realizador, su consejo más preciado para los principiantes (o no tanto) que pasen por manos del jurado en los próximos meses. "Para hacer cine, tienes que casarte". Cesc Gay cuenta las bendiciones del sagrado matrimonio entre director y productor, personaje habitualmente en la sombra que hace posible los sueños del creador. No le va tanto eso de "tener amantes e ir saltando de uno a otro". "La fidelidad y el hecho de saber, con Marta [Esteban], quiénes somos, qué podemos hacer, nos ha dado tranquilidad y felicidad", dice sobre la cabeza de Imposible Films, que acompaña a Gay desde Krámpack (2000). Acto seguido, insiste nombrando dos elementos indispensables que algunos de sus semejantes suelen ignorar cuando hablan de sus creaciones: la producción y "la pasta". "Los directores no somos nadie sin un productor". ¿Por qué? Porque "esto no es literatura, hacer cine cuesta mucho dinero". "Necesitarás a gente que ponga pasta, mucha pasta sobre la mesa. Aunque sean 100.000 euros. ¡Eso es una fortuna!", defiende. Misticismo, ninguno. 

La huella de las mujeres tras las cámaras del cine español

Ver más

En su actitud influye, cree, haberse formado en una pequeña escuela de Barcelona, lejos de la ahora prestigiosa Escuela Superior de Cine y Audiovisual de Cataluña, la ESCAC, y de la Escuela de Cine de Madrid. De sus compañeros, recuerda, ninguno hace cine, aunque "se han buscado la vida". A él, sin taquillazos absolutos ni legiones de fans, no le ha ido mal: "Una cosa es hacer una película, y otra es mantenerse. He hecho una peli cada tres años. Las escribo, tengo un proceso… vives normal". Normal significa pagar las facturas y poder dejar pasar tres años entre cinta y cinta sin ahogarse. 

Normal. Como el hecho de que las películas que no están hechas para triunfar en taquilla tengan pocos espectadores: "Tú tienes que saber qué estás haciendo y a dónde te lleva. 'Nadie va a verme al cine', pues oye, no pasa nada. Como mis amigos que hacen danza contemporánea". No sitúa a sus películas ni en lo "radicalmente alternativo" ni en las "comerciales con televisiones detrás", por mucho que Truman cuente con el apoyo de RTVE. "Hombre, estas últimas, tanto Una pistola en cada mano como esta, quizás tienen un humor que ha facilitado que llegue. Y hay actores conocidos. Aunque también estaba Javier Cámara en Ficció y me vieron cuatro o cincoFicció ", bromea. Para la inmensa mayoría de los directores, los que no tienen asegurada una promoción potente, otro consejo: "Tienes que atarte a un festival. Si no hubiéramos estado en San Sebastián, hubiera cambiado mucho la cosa". 

Como no le gusta llamar la atención, consecuentemente, trata de guardarse su opinión sobre ciertos temas. Dice estar "cansado" del proceso soberanista. Sobre el fraude en las ayudas al cine, que ha manchado a Enrique Cerezo, Garci e incluso a Enrique González Macho, ex presidente de la Academia de Cine, insiste en que es algo "minoritario" pero no ve el complot político contra el sector que han denunciado algunos: "Está bien sacado. Si se hacía mal, hay que arreglarlo. No se puede justificar". Y poco más, parece decir, encogiendo los hombros. Cuando se acabe la sesión de tortura promocional del día, se marchará a casa a escribir aquello de la serie, "a ver qué sale". ¿Y la próxima peli? Mínimo, en tres años. Y sobre algo que tenga cerca, dentro de su mundo, para no variar. Tira de nuevo el glamour por tierra: "Es que, ¿sabes? En el fondo creo que no tengo mucha imaginación". 

Los primeros comentarios de Cesc Gay (Barcelona, 1967) le dibujan como un perro verde en la industria. "Esto que me está pasando ahora es lo peor. La promoción, estar expuesto… ¡a los periodistas como tú! No me mola nada", suelta. No sabe, dice, cómo sus actores aguantan las atenciones constantes por la calle, las menciones en redes sociales... cuando él mismo no tiene ni Facebook ni Twitter. No se percibe ni la sombra de un halo de misticismo cuando habla de su trabajo. Oyéndole, podría dedicarse a la ebanistería o la enseñanza, en lugar de ser el autor de Krámpack, En la ciudad, Una pistola en cada mano o Truman, ser presencia fija en los Goya y acabar de condecorarse, a través de sus actores, con una Concha de Plata ex aequo para Ricardo Darín y Javier Cámara en el Festival de San Sebastián

Más sobre este tema
>