'Emilia Pérez', el narcomusical trans que habría rodado Almodóvar y que huele a premio en Cannes

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Alberto Mira

Enviado a Cannes —

La competición por la Palma de Oro sigue dándonos alegrías, aunque si llegan al final comprobarán que la alegría nunca dura. Estos días en los corrillos el tema ha sido Emilia Pérez, el narco musical trans de Jacques Audiard que se estrenó el sábado. Las apuestas la sitúan entre las que optan a premio (aunque ya saben que en Cannes las opiniones son volubles, cual pluma al viento).

Audiard es un director siempre interesante, siempre realizando equilibrios entre el cine comercial de género y el cine de arte. Películas como Un héroe muy discreto (1996), De latir mi corazón se ha parado (2005) y Un profeta (2009), son ya clásicos. A lo largo de su carrera ha realizado variaciones sobre el cine negro, el western, el thriller y el melodrama, y ahora acomete un experimento con el musical.

Tengo que decirlo. Cannes tiende a seleccionar musicales concebidos para gente que odia los musicales de toda la vida. Recuerden Annette, de Leos Carax. Es como si la hostilidad no se dirigiera tanto hacia el género en sí como a aquellos despistados, totalmente fuera de onda, que lo amamos. Cómo nos atrevemos. Cierto, en general, el Festival es algo refractario al cine de género, y en cualquier caso todo espectador, o toda tribu de espectadores, de los frikis a los palomiteros, las modernas o las ratas de filmoteca, tiene sus preferencias y prejuicios, pero reconozcamos que el musical tal como lo entendió Hollywood se suele considerar la hermana fea para la concepción de la cinefilia que ha reinado en Cannes desde los cincuenta. 

No les extrañe entonces que uno tuviera sus reservas ante la propuesta de Audiard en la sección oficial. Claramente, la música de Emilia Pérez no es “de musical” y no resulta especialmente dramática: uno imagina que la cosa habría funcionado mejor si se reemplazase el sonido pop por el sonido de los boleros, o mariachis, músicas populares viejunas de México (¿por qué es tan difícil entender que un buen musical requiere una buena partitura, que la música pop convencional funciona en dinámicas distintas a la música que cuenta historias?). En cualquier caso, Audiard ha hecho un esfuerzo por abrazar el género con un resultado mucho más interesante y atrevido que, por ejemplo, el La La Land de Chazelle.

La trama la habrán leído ustedes ya, y tiene miga. Un narcotraficante decide renacer como la mujer que siempre sintió que era, para lo que solicita la ayuda de una abogada en crisis. Su nuevo físico le da la oportunidad de empezar de nuevo y pone en marcha una ONG para localizar a los desaparecidos a causa del narcotráfico, lo cual da pie a un proceso de santificación. Es el tipo de trama que habría acometido Almodóvar. En cualquier caso, mejor no darle muchas vueltas a las implicaciones éticas de la transformación o al tufillo esencialista que hace a las mujeres “maternales” mientras que los hombres son “criminales”. La película no resistiría este tipo de consideraciones que pueden acabar resultando centrales a su recepción, especialmente en México, donde el tratamiento un tanto ligero puede escocer, y con motivo (una periodista mexicana comentaba esta noche que la película “banalizaba” el tema, y no está exenta de razón).

Por otra parte, la película no invita a una reflexión en términos de realidades cotidianas. Desde la puesta en escena, y especialmente a partir de los números musicales: da la espalda a algunas de sus implicaciones y nos invita a entrar en otras, más artísticas, más cinematográficas. El público aquí ha entrado en el juego: la película es sorprendente, nos lleva por direcciones poco exploradas, está hecha con inteligencia y talento, pero es una apuesta arriesgada tanto en lo estético como en lo temático. Mientras que con Megalópolis uno no estaba seguro de hasta qué punto Coppola era consciente de desajustes tonales que sonaban camp, aquí Audiard sabe lo que está haciendo, y el resultado está perfectamente calculado entre lo emocional y lo trivial, como en aquellos melodramas desaforados de antaño.

La actriz española Karla Sofía Gascón (recuerden ese nombre: empieza a aparecer en las quinielas para el premio a la mejor actriz), está que se sale y domina la película, y Zoe Saldaña, en el papel de la abogada, llena su personaje de fuerza e intensidad. El papel de la esposa del narco lo interpreta Selena Gómez, que, como es habitual, no parece estar en lo que está (siempre da la impresión de que está pensando en la siguiente línea de diálogo). Pero en general las interpretaciones tienen el punto justo entre lo caricaturesco y lo real. Una pena que no se haya optado por una música que signifique algo.

Y ya que estamos en plan festivo, un par de comedias. El patio de butacas del Debussy o del Grand Theatre Lumière no suele ser lugar para la risa. El cine aquí está abierto al Arte y está abierto a la política, pero la risa es para los otros, para quienes no vienen a Cannes, para, horror, el multicine y las palomitas. De hecho, hoy en la rueda de prensa de Rumours una periodista comentaba que nunca había oído tantas risas en un público de Cannes. Puede que sea una exageración, pero da a uno que pensar: hacer reír no ocupa en la agenda de Frémaux un lugar tan privilegiado como “el futuro del cine”. El futuro del cine será, al parecer, una cosa muy seria. Pero las caras largas las dejamos para Cronenberg mañana; hoy les hablo, brevemente de Rumours, de Guy Maddin, Evan Johnson y Galen Johnson y de la interesante Le procés du chien (Un perro a juicio), primera película de la actriz Laetitia Dosch. Ambas son, significativamente, más que comedias puras sátiras.

Guy Maddin es uno de los grandes directores experimentales canadienses. Su cine siempre tiene algo de copia, collage, de exploración de lo ya hecho. Una de sus películas recientes, The Forbidden Room (2015) tomaba una serie de proyectos inacabados de directores más o menos conocidos y tendía puentes entre ellos. Que se disfruten o no sus películas suele depender del bagaje que el espectador aporte y el conocimiento de los modelos. Sus dos grandes trabajos, a mi juicio, son My Winnipeg (2007), un intento de hacer cine memorialístico y lirico y Brand Upon the Brain! (2006) un melodrama expresionista freudiano. Los Johnson han colaborado con Maddin en proyectos anteriores y son los creadores que han originado la película que nos ocupa.

Rumours nos presenta versiones ficcionadas de los presidentes de los países que componen el G7 al final de una cumbre, con el reto de preparar una declaración institucional en un castillo de la campiña alemana: algo “que suene bien pero que no nos haga pasar un mal trago”, de uno de ellos. Tras la cena, el servicio desaparece y los próceres inician una singladura por el bosque de regreso. La premisa tiene algo del Buñuel de El discreto encanto de la burguesía (algunos planos de los presidentes vagando por el bosque evocan a los burgueses en la carretera sin fin de aquella), pero con menos sofisticación y menos acidez. Ciertamente uno esperaba un poco más de ferocidad, pero los directores han defendido hoy su aproximación indicando que no están reñidos con algo más crítico, pero no en este proyecto. Iban hacia la bufonada, se trataba de una burla y de hacer reír a un público cómplice. Y eso lo han logrado.

Lo que Rumours sí ofrece es un ramillete de disfrutables interpretaciones y una serie de chistes sobre estereotipos nacionales. Cate Blanchett está fantástica como la presidenta, Chales Dance es el presidente estadounidense, Dennis Ménochet el presidente francés, Nikki Amuka-Bird la primera ministra británica, Takehiro Hira el primer ministro japonés, Roy Dupuis el mandatario candiense y Rolando Ravello es un presidente italiano continuamente ignorado por sus colegas. La crítica se centra la banalidad de las declaraciones institucionales del G7: en un momento dado los líderes del mundo libre cantan a coro fragmentos de diversos tratados. La perspectiva de los autores es que todo da un poco igual, que nos gobiernan incompetentes que reciclan un lenguaje hueco, que carecen de talento, ética o corazón. El problema es que los últimos años han dejado esta idea tan clara para tanta gente que no hay mucha novedad en lo que se cuenta.

La película tiene momentos delirantes e inventivos, abunda en toques surrealistas (un cerebro gigante aparece sin motivo aparente en un claro del bosque) y se muestra pesimista sobre a dónde conduce esto. Carece de cualquier tipo de simpatía por los líderes, pero uno se pregunta si este tipo de humor realmente sirve para cuestionar la realidad o simplemente nos recuerda nuestra impotencia frente a la misma.

Y en la sección Un certain regard se ha presentado la película suiza Le procés du chien. De nuevo, risas en la sala, pero aquí la sátira es más jugosa. El perro fiel de un hombre con discapacidad ha mordido a una joven portuguesa. El dueño pide a una abogada en crisis que evite que, siguiendo la ley, se mate al animal por considerarlo “peligroso”. La abogada (interpretada por la directora) acepta el caso y consigue que sea el perro quien se someta a juicio en lugar del dueño. Su oponente en el tribunal será una política populista que envolverá el caso con una retórica de “ley y orden” anti-inmigración. El tono está perfectamente logrado, los personajes son interesantes y, entre risas, se nos invita a pensar en el modo en que cualquier asunto queda polarizado sin que llegue a solucionarse nada o nos haga más humanos.

Uno se resiste a la idea de que pueda haber una película genuinamente mala en la Sección Oficial. Debería ser imposible que ciertas cosas pasen los filtros, las cosas no pueden estar tan mal, nos decimos, a no ser que alguien realmente crea en esto. De The Substance, película estadounidense de Coraline Fargeat se hablará. No necesariamente bien y probablemente no se dirá nada interesante sobre ella. Pero se hablará. Porque es una película hecha con el único fin de que se hable de ella, lo cual la hace, a su manera, muy “hoy”, rabiosamente moderna. Y por supuesto es tan increíblemente mala que sin duda generará fanáticos partidarios, porque cada opinión en estos tiempos genera su opuesta de igual intensidad, de lo cual se sigue que cuanto más mala sea la película, más gente estará a favor con vehemencia digna de mejor causa. Que se esté presentando como una “fábula feminista” es un gesto desesperado, más indignante que risible, una verdadera desfachatez: aquí no hay una perspectiva feminista porque, simplemente, no hay discurso. Pasan cosas. Le pasan a una mujer, sí, pero a una mujer que carece de interés o que nunca se posiciona dentro de una mitología feminista. Espero, por otra parte, por el bien de ustedes y por el mío, que no sea un ejemplo de lo que Frémaux llama “el futuro del cine”.

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La premisa era, al menos, curiosa. Imaginemos que una sustancia es capaz de crear un yo alternativo, más joven, y más guapo, “mejor”, se nos dice, que alterne con nuestro yo real cada siete días. Evidentemente, casi todos asentirían, en principio, a la idea. Pero como esto es una película y la protagoniza Demi Moore sabemos desde el principio que la cosa tiene mal final. El problema es que a ese final no se llega con una cadena de causas y efectos que tengan sentido. Elizabeth Sparkle, la actriz protagonista, parece tener como única ambición vital dar una clase de aerobic en un programa cutre. Pero a los cincuenta va a ser reemplazada, y decide someterse a “la sustancia”. Su doble, interpretado por Margaret Qualley, se llama Sue. Entre las dos harán exactamente lo que no deberían hacer, y esto resta cualquier tipo de suspense o sentido del desarrollo. Las consecuencias serán feas, truculentas y ruidosas. La obsesión por la belleza produce, lo sabemos, monstruos.

La película impacta por sus excesos, pero el problema es que no hace otra cosa que impactar. La última media hora es un continuo impacto. La imaginación visual que la articula hunde sus raíces en los anuncios de la teletienda, y el mundo que representa carece de todo interés para cualquier persona con intelecto y emociones. Pero este tipo de cosas han funcionado en el pasado y siempre pueden hacerlo, porque de lo que no cabe duda es que, si uno está dispuesto a aguantar las explosiones de vísceras, es una película fácil de ver que no requiere ni el esfuerzo mental de sumar dos y dos. Eso sí, un verdadero triunfo de la estética sobre el contenido, si de eso se trataba.

Y mañana Cronenberg, otro autor al que le van las monstruosidades. Y les tengo que recomendar la película holandesa Armand y hay un homenaje y Palma de Oro honoraria al Estudio Ghibli al que espero asistir. Seguimos en marcha, pero nos queda un buen trecho.

La competición por la Palma de Oro sigue dándonos alegrías, aunque si llegan al final comprobarán que la alegría nunca dura. Estos días en los corrillos el tema ha sido Emilia Pérez, el narco musical trans de Jacques Audiard que se estrenó el sábado. Las apuestas la sitúan entre las que optan a premio (aunque ya saben que en Cannes las opiniones son volubles, cual pluma al viento).

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