"La Guerra Civil se prolongó dentro de muchas familias": Celia Rico lleva al cine 'La buena letra' de Chirbes

Hacer una tortilla de patatas sin patatas, poniendo en su lugar la piel de una naranja. De huevo ni hablar, claro, menuda utópica ocurrencia. Ese es el ingenio obligado, purita supervivencia, al que el franquismo abocó a millones de españoles durante la primera posguerra de la década de los cuarenta, cartillas de racionamiento mediante. Los años del hambre, en los que las mujeres tuvieron un papel esencial de puertas para adentro como pilar y sostén de tantas familias doloridas, traumatizadas, enfermas, destrozadas. Irreparables, seguramente.
Porque fueron ellas, nuestras abuelas y bisabuelas, las que sostuvieron a un país hecho añicos por la maldita guerra iniciada por Franco y sus secuaces. Con los hombres machacados física y mentalmente por la batalla, fueron las mujeres las que empezaron la reconstrucción de una sociedad rota desde lo más íntimo. Desde el silencio del insomnio de cada habitación donde la luz se apaga al llegar la noche, sin saber qué tocará enfrentar al llegar la mañana. La lucha por la subsistencia como única manera de amor posible.
"El conflicto externo se trasladó al interior de los hogares, repletos de anhelos y sueños frustrados, de palabras calladas", remarca a infoLibre la cineasta Celia Rico, directora de La buena letra, película basada en la novela homónima de Rafael Chirbes, que llega a los cines este próximo miércoles 30 de abril y que rinde homenaje a las mujeres invisibles que agarraron a sus familias durante una de las épocas más duras de la historia española reciente. Todas hicieron lo que se esperaba de ellas: sacrificio y cuidados diciendo lo justo, apenas nada, a menudo deviniendo en un sufrimiento inútil.
Hasta ese punto de lucha silenciosa y triste nos lleva la realizadora sevillana en su tercer film, ambientado en un pueblo valenciano en plena posguerra, en el que Ana (Loreto Mauleón) intenta salir adelante con su marido Tomás (Roger Casamajor) y su cuñado Antonio (Enric Auquer). Los tres se agarran a los días para sobrevivir, esperando que la vida les devuelva lo que la guerra les ha arrebatado, desde los alimentos más básicos a la posibilidad de quererse. La felicidad se esfuma como lo hace un mendrugo de pan o un puñado de monedas. Cuando Antonio se casa con Isabel (Ana Rujas) las relaciones se desequilibran y la aparente unidad se rompe.
"Mi obsesión era intentar retratar el alma humana, las contradicciones, los dilemas. A partir de ahí, entender cómo esos vínculos, ese amor al que uno se agarra en los peores momentos, estaba impregnado de la lucha por la supervivencia. También que en momentos así uno no sabe cómo va a reaccionar, si se va a poner del lado de la bondad, la solidaridad y el sacrificio, o va a pensar en sí mismo y se va a poner del lado del individualismo y del sálvese quien pueda", reflexiona Rico, para quien "ninguno estamos a salvo de atravesar esto que desde fuera podemos enjuiciar fácilmente como el bien o el mal".
Quería ponernos en la piel de todas esas personas anónimas. No centrarnos tanto en los grandes acontecimientos, sino en los pequeños gestos humanos
En esencia, La buena letra es, en palabras de la propia directora, "un retrato de la mujer en la posguerra y de cómo se las ingeniaron como pudieron para sostener a sus familias y curar las heridas". "Porque, cuando llegó la paz, la Guerra Civil se prolongó dentro de muchas familias", continúa, en un momento en el que "los lazos de solidaridad se truncaron, muchísima gente no entendía lo que estaba sucediendo y sentía, al mismo tiempo, una gran incertidumbre hacia el futuro". "A esto hay que sumar todos los desaparecidos que no se sabía dónde estaban. Por eso, yo me preguntaba qué les pasaría por la cabeza cuando se iban a dormir por las noches, y qué pensaban cuando se despertaban por la mañana y tenían que buscar motivos para levantarse y encontrar alimentos", explica, para acto seguido rematar: "Quería ponernos en la piel de todas esas personas anónimas. No centrarnos tanto en los grandes acontecimientos, sino en los pequeños gestos humanos".
Un homenaje a nuestras abuelas y bisabuelas también es La buena letra, unas mujeres a las que desde el presente "casi que las vemos en blanco y negro, pero no, estaban en color, eran jóvenes y tenían un futuro por delante que cambió de la noche a la mañana". Todo ello sin olvidar tampoco a toda esa "generación de hombres rotos que tienen ganas de llorar pero no saben cómo mostrar la fragilidad y el miedo que sentían, porque no es lo que se espera de ellos", hasta el punto de que "de repente las mujeres se convierten en la fuerza más bruta que les sacude y les tira de la mano, para que se levanten y que la derrota de una parte de la sociedad no acabe a su vez en una derrota individual y emocional".
Para conseguir esa revitalización en ocasiones basta con la presencia física de tener "alguien a quien mirar y un motivo para levantarte". Más allá de eso, ahí están los guisos, las recetas, manifestación palmaria de "los cuidados de las mujeres que cocinan" tirando de imaginación: "El franquismo lo controlaba todo con las cartillas de racionamiento y a muchos lugares, sobre todo a las ciudades, no llegaban alimentos. Se comía lo que había alrededor. En la zona de València, rica en naranjas, descubrí que una de las recetas que hacían estas mujeres era la tortilla de patatas sin huevos ni patatas, y la patata era sustituida por las cáscaras de la naranja, porque en lugar de tirarlas cuando se las comían las ponían a remojo para poder sacar comida de donde fuera".
Se hacía lo que había que hacer, lo que se podía, en silencio a poder ser, tratando de no quebrantar la paz triste de posguerra. "Cuando pensamos en el silencio de esa época y recordamos a nuestros abuelos, que casi no contaban nada, que eran tan parcos en palabras, yo siempre pensaba en el miedo, las represalias y las consecuencias. Por eso callaban, porque cualquier palabra les podía costar la vida. Haciendo esta película me he dado cuenta de que el silencio tiene muchos más matices, que hay una parte que tiene que ver con el trauma del dolor y del sufrimiento, y que muchas veces cuando uno relata un momento doloroso lo está reviviendo y eso vuelve a ser una herida que se abre", explica.
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Y todavía prosigue: "Entiendo también que el silencio pueda venir de no querer conectarse tanto con esos momentos de dolor y de no querer que las futuras generaciones convivan con eso. Por eso, creo que ahora que ya han pasado unas cuantas generaciones es importante que nos hagamos cargo de ese silencio y de ese dolor, que podamos hablar de ello, ponerlo en el lugar en el que tiene que estar y dignificar esas vidas calladas. Haciendo la película pensaba en cualquier cosa que me sucede en mi día a día, infinitamente menos doloroso de lo que pudo ser aquella época, pero que me quita el sueño, me hace sufrir y necesito compartirlo. Me imagino poniéndome en la piel de quien lo pasó y pienso en qué difícil es mantener cierto equilibrio, cierta calma ante tanta desolación".
La memoria emocional se hereda, Esas heridas y esos silencios nosotros los estamos todavía masticando
De ahí la importancia de la memoria, no ya la política e histórica, sino también la emocional, que "se hereda" y por ello "esas heridas y esos silencios nosotros los estamos también todavía masticando". "Hay mucha negación de la memoria, así que si la película sirve para recuperarla un poco durante un rato, ya me parece valioso", admite Rico, para quien el mensaje de La buena letra encaja a la perfección en este momento presente en el que nos rodea "una especie de política del miedo". "Al mismo tiempo, este modelo de sociedad tan neoliberal, con esta idea de libertad tan individualista donde solo importo yo y no el otro, solo nos puede llevar a un mal lugar", advierte, antes de sentenciar: "Nos falta empatía y solidaridad".
Termina la directora afirmando que "las consecuencias íntimas de las guerras son las más importantes, las que nos quitan el sueño y nos quitan la vida". Por eso, asegura, ha querido meterse un poco en la cabeza y en el corazón de personas que vivieron esa situación "tan traumática y dolorosa". "Quizás con ese acercamiento más íntimo, me atrevo a decir también más humano, podamos empatizar un poco y tender lazos de solidaridad y ternura, que nos hacen falta para que este presente no tenga esta deriva que está teniendo de odio, enjuiciamiento constante y violencia, y que así nos podamos parar a pensar y a repensar nuestra historia. Mi intención al poner el foco en esas noches más íntimas, en esas noches oscuras del alma, viene de ahí, de intentar mirar al otro desde el lugar más humano, que es algo que estamos perdiendo", concluye.