El festival se acerca a su ecuador, y empiezan a perfilarse favoritos. Volveré sobre el tema quinielas mañana. De momento, les propongo una recomendación de la sección Un certain regard, la argentina Los delincuentes, de Rodrigo Moreno, y también les comento mi reacción a la película de la sección oficial que ha recibido las mejores críticas en lo que va de certamen: The Zone of Interest, de Jonathan Glazer.
Lo que me ha encantado de Los delincuentes es su capacidad de sorprenderme. Esto me pone en una extraña tesitura a la hora de escribir algo, porque asumo que a ustedes también les gusta que les sorprendan. Les diré que el punto de partida es el robo de la caja fuerte de un banco, que nos hace imaginar un determinado tipo de desarrollo. Y que cualquier expectativa que podamos tener acaba frustrada con una historia que acaba en lugares muy íntimos, tristes, o incluso luminosos, de nuestras propias almas. La película inicia un periplo por otras regiones, pasa de la ciudad al campo y quizá sugiere que tres años de cárcel no son un precio demasiado alto si se trata de lograr la libertad. La estructura y el tono tienen algo de L’argent, de Robert Bresson, pero con una cosa muy terrenal que la ancla en el momento actual argentino.
Todos decimos que preferimos nuestro arte “original” pero, como vengo sugiriendo en otras crónicas, la originalidad no lo es todo. En realidad, la originalidad en la narrativa puede ser un problema, haciendo el texto opaco, difícil, esquivo. Pero cuando, como en el caso que nos ocupa, entramos en el juego, no hay placer mayor en una película. Con sus giros de guion, sorpresas en el desarrollo, fallas en la lógica o ambivalencia en el sentido, Los delincuentes podría haber resultado una tortura a lo largo de sus tres horas de metraje. Pero dos cosas la hacen realmente fascinante.
La primera, la vividez que se refleja en los diálogos, en las interpretaciones, en los personajes. Esto unido a un estilo hiperrealista nos transmite vida. Hay alguno de estos personajes a los que queremos ver más, como el capo brasileño de la prisión o la cajera del banco. Ambos merecerían su película. Los dos protagonistas, Ramón y Román (los principales personajes tienen nombres-anagrama), interpretados por Javier Zoro y Esteban Bigliardi, que empiezan como simples funcionarios bancarios sin interés, ganan en riqueza y conflicto a medida que avanza la historia.
Y la segunda. Las películas que desafían la lógica narrativa lo hacen dejando vacíos. A veces los espectadores estamos dispuestos a llenar esos vacíos y el resultado, imbuido de nuestra imaginación, enriquece lo que vemos. Los delincuentes presenta cosas incongruentes o poco explicadas, pero lo suficientemente cercanas como para que queramos llenar ese hueco. Y encontré que hacerlo me llevaba a sonreír. Una película que contiene muchos textos, quedé prendado del uso de un clásico menor que no conocía pero en el que probablemente haya claves de sentido, el libro de Ricardo Zelarayán La obsesión del espacio.
No podría, tras un solo visionado, explicar con precisión los resortes narrativos que hacen que este film funcione donde tantos otros fracasan. Pero les diré que en el laberinto que se propone, no dejé de estar interesado ni un solo minuto, preguntándome a dónde conducía todo aquello. Si les soy brutalmente sincero, todavía no lo tengo muy claro. No sé si es una película con un centro o una clave en que converjan sus hebras. Pero es un objeto que me habla y espero que pronto pueda hablar a algunos de ustedes.
En la sección oficial, por otra parte, había gran expectación por The Zone of Interest, de Jonathan Glazer, una década después de que su película de ciencia ficción Under the Skin, se situase entre lo mejor del año para la crítica. Como en aquel caso, aquí hay una narrativa contenida, que estimula una mirada activa por parte del espectador. Es una película difícil. Es también cine de una gran originalidad. Y si uno se deja penetrar, es una película que se queda dentro y no te abandona.
Nominalmente se trata de una adaptación de una novela de Martin Amis, aunque Glazer se ha quedado con lo esencial: la “zona de interés” es el terreno que rodea al campo de concentración de Auschwitz en los primeros años cuarenta del siglo pasado, donde también se encuentra la casa familiar del comandante Rudolf Höss, que gestiona aquel lugar con un gran sentido de la eficiencia. La cámara, que tiende a mantener la distancia (los primeros planos, generalmente de flores, son escasísimos) sólo entra en el recinto del campo una vez, hacia el final, como un gesto para situarnos en el mundo del presente. La imágenes, por otra parte, muestran la plácida experiencia de los edificios colindantes. Las minucias de la vida familiar, las excursiones en barca, la luz de un verano idílico. Todo mientras, en el fondo del encuadre, la chimeneas dejan ir nubes de humo, aullidos de dolor cruzan los muros y el resplandor de los hornos ilumina de rojo los interiores burgueses. La extraordinaria banda sonora de Mica Levi, y el modo en el que el sonido evoca el sufrimiento sin literalizarlo conribuyen de manera decisiva al efecto del film.
Probablemente se haya escrito demasiado explicando lo que el cine sobre el Holocausto debe y no debe hacer. Frente a directores que nos enfrentan al horror, como Spielberg en Schindler’s List, otros, como Claude Lanzman, prefieren insinuar y evitan lo que podría excitar bajos instintos. Personalmente, creo que el cine sobre el Holocausto debe ser, ante todo, bueno, honesto, debe confrontar al lector con la enormidad de aquello, es mejor si es inteligente, pero lo importante es que nos ayude a tener presente lo que sucedió. El olvido es tóxico.
Algunos empiezan a preguntarse por qué volver con tanta insistencia a este particular holocausto. Sí, ha habido otros holocaustos: los españoles en América, los estadounidenses exterminando a la población nativa, los belgas en el Congo. La historia de la humanidad es una historia de horrores que debemos tener muy presentes porque no se trata de algo que hayamos dejado atrás: una y otra vez, la crueldad y la pasión por la aniquilación del otro, por odio, por miedo, para robarle lo que es suyo, se convierte en una realidad cercana. Lo que distinguió el holocausto del régimen nazi no era sólo que se producía en el corazón de Europa, sino que lo llevaron a cabo en nombre de ideas que se presentaban como nobles e irrebatibles, y sus sicarios no se conformaban a la caricatura de villanos despreciables de ciertas narrativas, sino hombres cultos, trajeados, con un plan. Es importante no olvidar, y es importante no contar siempre la misma historia, a riesgo de naturalizarlo. El cine, las artes visuales, como la literatura, no es una solución a nuestros problemas, pero puede buscar maneras de plantearlos, de hacerlos presentes.
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Se trata de una película de desarrollo sutil en cuyo centro está precisamente la idea de la banalidad del horror. La esposa de Höss (una figura real) se indigna cuando trasladan a su marido a otro lugar porque aquel es el lugar perfecto para educar a sus hijos. Unos representantes de una compañía explican al supervisor un nuevo tipo de horno de mayor eficiencia. Los hijos de la familia coleccionan dientes. Un oficial lava una bota que ha quedado manchada de sangre. Las cenizas se emplean como abono para las flores del jardín.
Con la excepción del momento en que Höss se prepara para tener sexo con una prisionera, no vemos a esta familia hacer nada “malo”. Höss tiene un trabajo de gestión de recursos, y en una carta se explica que es bueno realizándolo y un verdadero ejemplo para otros. Es posible que aquello fuera realmente así. La película, en definitiva, nos habla de nuestra capacidad para aislarnos del horror, de aferrarnos con frialdad a una normalidad cosmética que nos evita ver y saber. Por otra parte, la película renuncia a todo psicologismo o toda explicación. Visualmente, en la luz y el control del encuadre, recuerda al Hanecke más geómetra de Caché o Code inconnu. Ninguna de ellas explicaba las cosas. The Zone of Interest tampoco lo hace. Esto fue así y puede volver a serlo. Nada, ni la causalidad narrativa, ni el impulso melodramático ni la moralidad, redime a estos personajes. El efecto que la película pueda tener en usted dependerá de la actitud y su sensibilidad al tema. La película no hiere la piel, se mete dentro. A mí no me ha abandonado en todo el día.
Azares de los horarios han resultado en que no he logrado encajar propuestas tan estimables como Jeunesse, de Wang Bing, o la muy atractiva Les herbes sèches, de Nuri Bilge Ceylan. Les juro que no ha sido por falta de ganas. Pero como les comenté en mi primera crónica el festival venía cargado de cine interesante. Todd Haynes, Víctor Erice, Wim Wenders, Anh Hung Tran, Marco Bellocchio, Nanni Moretti, y Ken Loach, esperan. Y, seguro, alguna sorpresa. Hay quien se queja de la duración de algunas de las propuestas. Una película dura lo que tiene que durar. Eso sí, lo ideal sería que uno pudiera estar en dos sitios a la vez disfrutando de horas y horas de ventanas abiertas a varios mundos. Para bien o para mal, no lo he logrado.
El festival se acerca a su ecuador, y empiezan a perfilarse favoritos. Volveré sobre el tema quinielas mañana. De momento, les propongo una recomendación de la sección Un certain regard, la argentina Los delincuentes, de Rodrigo Moreno, y también les comento mi reacción a la película de la sección oficial que ha recibido las mejores críticas en lo que va de certamen: The Zone of Interest, de Jonathan Glazer.