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‘Quan no acaba la nit’, lo que la Ruta del Bakalao todavía nos puede enseñar

La Ruta del Bakalao ha vuelto. No es que los bafles del circuito discotequero levantino —si es que eso existe aún— expulsen otra vez los modos desquiciados de la música mákina ni las comarcales valencianas alberguen de nuevo eufóricos caminos de ida y a veces trágicos viajes de vuelta, pero algo pasa. Los espectros de aquella cultura de la comunión juvenil y el desfase se nos aparecen mucho últimamente. Quan no acaba la nit, que se estrena en cines esta semana, es el último ejemplo de la vigencia de este fantasma cultural tan difícil de exorcizar.

La historia, dirigida por Óscar Montón, empieza como suelen empezar estas historias: una pandilla de amigos resbala hacia la noche valenciana en algún punto de la década de los ochenta. A lo largo de la trama, los amigos son a su vez toda una generación de jóvenes que presenciaron y operaron de primera mano una conjunción insólita de transformaciones químicas, estéticas y políticas en la cultura de club en España.

A lo largo de la trama, también, la pandilla es la propia movida valenciana: con los años, el grupo muta, se oscurece y desgaja, cambia unas drogas y sonidos por otros y termina convertido en otra cosa; los afectos y las subculturas rebeldes son viajes que nunca terminan donde uno esperaba que lo hicieran cuando echó a andar.

Ese carácter indexal de Quan no acaba la nit suscita la duda más grave de todas las que emergen de la película: ¿no se pueden contar estas historias de otra forma? La cinta es ligera, correcta y, sobre todo, ha atinado a identificar esa querencia fantasmática de nuestro tiempo por lo que sea que pasara en los antros del Mediterráneo hace treinta o cuarenta años, que se está filtrando en aspectos muy variados de la cultura española contemporánea. Sin embargo, una vez identificada esa gotera simbólica, la película no tiene demasiado claro qué hacer con ella.

Desde el otro lado del falso binomio ficción-no ficción, Montón había realizado antes 72 horas… Y Valencia fue la ciudad (2008), un documental sobre la vanguardista movida valenciana y su degeneración en la llamada Ruta del Bakalao, que daba buena cuenta de los espacios, sonidos y rituales que integraron aquel momento irrepetible, repasando locales cruciales como Spook, ACTV, Puzzle, N.O.D., Barraca o Chocolate y figuras como Fran Lenaers o Carlos Simó.

Escrita por el guionista Tirso Calero, Quan no acaba la nit es la primera incursión de Montón en el cine de larga duración y también una suerte de adenda a aquel otro trabajo, para la que además cuenta con la colaboración de otro personaje esencial: Chimo Bayo. El dato enrarece aún un poco más el conjunto del largometraje, que se presenta como un acercamiento fundamentado al fenómeno pero sin la libertad narrativa de la no ficción ni la garra suficiente para trascender los tópicos de su drama juvenil ni ofrecer una lectura demasiado fresca del imaginario del Bakalao.

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En definitiva —y no es del todo su culpa—, Quan no acaba la nit luce menos por llegar a los espectadores bajo la larga sombra de algo tan reciente como La ruta, la serie creada por Roberto Martín Maiztegui y Borja Soler para Atresplayer. Por comparación, la homóloga por episodios del largometraje de Montón se revela como lo que siempre fue: un prodigio de arquitectura dramática y una demostración de extraordinaria sensibilidad hacia un momento vital de la cultura española del siglo XX.

Como han recuperado en los últimos años diversas fuentes, de las teleseries a los libros y los podcasts, el movimiento discotequero valenciano hizo de puente entre la España de los años ochenta y noventa. Aquella danzamanía moderna fue un pegamento entre mundos: entre los paisajes sonoros del synthpop y la matraca industrial, por ejemplo, pero también entre la alucinación comunal de las drogas empatógenas y la agresividad de la coca, tan propia del fin de siglo, o entre un imaginario del disfrute marcado por la desinhibición y la España de la Ley Corcuera.

Contada igualmente a lo largo de diferentes épocas, Quan no acaba la nit no es el mejor documento sobre la movida valenciana que se ha lanzado últimamente, pero sí un interesante punto de partida para seguir pensando qué tiene todavía por enseñarnos su explosión de libertad destructiva, que aparece cada vez más frecuentemente como referente de prestado. A veces lo hace con nostalgia, otras desde una distancia crítica, pero siempre invitándonos a dejar de fetichizar al fantasma para ocupar sus ojos huecos y hacernos la pregunta inversa: ¿qué es lo que la Ruta del Bakalao revela sobre nuestro tiempo?

La Ruta del Bakalao ha vuelto. No es que los bafles del circuito discotequero levantino —si es que eso existe aún— expulsen otra vez los modos desquiciados de la música mákina ni las comarcales valencianas alberguen de nuevo eufóricos caminos de ida y a veces trágicos viajes de vuelta, pero algo pasa. Los espectros de aquella cultura de la comunión juvenil y el desfase se nos aparecen mucho últimamente. Quan no acaba la nit, que se estrena en cines esta semana, es el último ejemplo de la vigencia de este fantasma cultural tan difícil de exorcizar.

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