‘Creatura’, la urticaria de las convenciones sexuales a examen en una joya del cine español que triunfó en Cannes

Fotograma de 'Creature'.

Cuando Mila se muda con su pareja a la vieja casa de verano de su familia, su pérdida de deseo —que viene de lejos— comienza a manifestársele como una molesta urticaria. El sarpullido, que le brota desde la vulva, abre a su vez la puerta a transformaciones más profundas, dolorosas y renovadoras. Elena Martín Gimeno traduce a la pantalla ese poder desintegrador del sexo en su nueva película, Creatura, uno de los títulos españoles que mejor cuajó en el pasado Cannes y el estreno más interesante de la semana.

Martín es uno de los nodos más brillantes de una red de cineastas jóvenes españolas —y, en concreto, catalanas— que a menudo actúan, escriben, dirigen y montan unas para otras. En el caso de Creatura, el guion es un trabajo conjunto de la realizadora y Clara Roquet, y surge a su vez de más de cinco años de documentación sobre la diversidad del deseo, los cuerpos y las experiencias iniciáticas en lo sexual, con especial énfasis en la infancia.

Al igual que en Júlia ist, su película debut, Elena Martín se dirige a sí misma en Creatura como una Mila de treinta años, que retoma de golpe el contacto con esas raíces prestadas que son los pueblos de vacaciones de niñez mientras el vínculo sexoafectivo con su novio, Marcel (Oriol Pla), se resiente. Desde este presente urente, la cinta salta hacia atrás para mostrar las colisiones de otras dos Milas, de cinco y quince años, con la sexualidad y las problemáticas que la atraviesan.

A lo largo de casi dos horas de metraje, la película vibra en frecuencias que van desde el naturalismo común a los trabajos previos de Martín en cine y televisión —como su luminoso episodio para la serie confinada de HBO, En casa— a un cine físico casi emparentado con la nueva carne. La sombra de Cronenberg y sus malformaciones no asoma por la gravedad viscosa de las ronchas que recorren el cuerpo de la protagonista como marcas de un deseo individual insatisfecho, sino por el mundo de represiones complejo, oscuro e inefable que evocan.

Al mismo tiempo, se van transformando la vida de esa Mila adulta y las de los que la rodean, pues las convenciones del orden sexual que median entre los personajes se desmoronan enseguida ante las preguntas más esenciales. El examen es incluso retroactivo: el pasado, la forma en que la treintañera recuerda sus experiencias con cinco y quince años, muta también en cuanto se compone de recuerdos codificados en los términos de lo normativo. Si esos términos truecan su sentido, el ayer también.

La sinopsis oficial de Creatura, galardonada con el premio Europa Cinemas Label a la Mejor Película Europea en la Quincena de Cineastas del último Festival de Cannes, plantea que, tras la mudanza, Mila descubre que “su pérdida de deseo se encuentra en sí misma”. Es una afirmación de lo más extraña, pues la película pone de relieve precisamente cómo los factores que pervierten esa relación con la sexualidad y el cuerpo propios están, en enorme medida, fuera: en el machismo, en la monogamia, en el pueblo, en las relaciones de poder que integran los vínculos paternofiliales.

Las estrecheces del sistema patriarcal, por ejemplo, son cristalinas en el retrato que hace Martín de las primeras experiencias de Mila con la sexualidad: el deseo masculino se celebra, la libido femenina se censura y castra. La cineasta y su coguionista hacen de ese fondo freudiano anticuado un terreno fértil en el que depositar nuevas ideas sobre las violencias sigilosas y las disciplinas en la costumbre, que igualmente acaban circulando por los campos de los sueños, los complejos y los cuadros psicoanalíticos.

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La mirada que Creatura lanza a ese abismo de lo unheimliche —lo siniestro que se filtra por lo conocido, lo familiar colocado en medio de un inquietante tabú— se intensifica especialmente cuando Martín se atreve a explorar las zonas grises del contacto físico y la exploración del cuerpo de los niños. Ahí la película mira de cerca y de lejos, buscando explicaciones pero sin dar respuestas. Cuando la cinta más se acerca a imágenes traumáticas que podrían sugerir una idea de causalidad en el conflicto de la protagonista, la cineasta problematiza cuánto de esa causalidad percibida tiene que ver con las codificaciones de nuestra mirada y de la suya propia.

Esa misma cualidad espeluznante rebota luego en la Mila del futuro, que encuentra escollos al tratar de revisar con su pareja los términos sexuales de su relación. Es imposible preferir el gris ambiguo del primer tramo al resultado catastrófico de estos diálogos brillantes: la verbalización de las problemáticas que interesan aquí a Martín solo sirve como comprobación trágica de hasta dónde llega el lenguaje. De qué cosas se pueden explicar y qué otras no nos han preparado para entender. Unas inquietudes que, con solo mentarlas, irrumpen para enrarecerlo todo, sobrepasando el poder individual de la protagonista.

Así las cosas, tal vez fuera la propia Elena Martín quien escribió esa sinopsis, evocando toda una dimensión interior y más honda del problema que, por no saber descodificarla, se nos escapa. También puede que esa vis pública y ominosa del asunto la trascienda a ella y nos trascienda a todos los demás. O a lo mejor todo es más simple que eso y la frase la escribió alguien que no ha visto la película. Tú sí deberías.

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