Galeano escogió Montevideo para nacer y para entender la espera. Nació en Uruguay en 1940, y allí publicó en 1963 su primer libro: Los días siguientes. Y desde entonces hasta su muerte se declaró un hombre de izquierdas, lo que le obligó al exilio en Argentina en 1973, y después en la costa catalana.
Escribió Galeano: “Según cuentan en Oaxaca, los mazatecos, Jesús fue crucificado porque hacía hablar a los pobres y a los árboles”. En América Latina, Galeano hizo hablar a los pobres, a los desfavorecidos, a los indígenas. Denunció una y otra vez la opresión ejercida por los Estados Unidos hacía el resto del continente latinoamericano. En las escuelas y universidades latinoamericanas era de lectura obligada Las venas abiertas de América Latina, que se convirtió en la Biblia latinoamericana de juventudes pasionales y revolucionarias. Un libro obligatorio para estudiantes de derecho, ciencia política, comunicación, filosofía y letras, economía o incluso ciencias empresariales. Un ensayo de economía política que denuncia los constantes saqueos de recursos naturales de la región por parte de los imperios coloniales. Crónicas y narraciones sobre una América Latina que va del siglo XVI al XX. Una obra que escribió en 1971, todavía en Montevideo, antes del exilio.
Eduardo Galeano les puso nombre a los anónimos. Describió los muchos mundos que el mundo contiene y esconde. Habló de los curiosos, condenados por preguntar. Escribió bien para hablar mal de los especuladores a través de su texto War Street: “Los especuladores deciden el valor de las cosas y de las naciones, fabrican millonarios y mendigos y son capaces de matar más gente que cualquier guerra, peste o sequía”.
Galeano a lo largo de su obra fue un desgenerado, mezcló y puso en diálogo a la narración con el ensayo, a la poesía con la crónica, a la prosa con el verso. Una escritura que le hizo popular porque contiene los sonidos de la calle y la sonoridad abrumadora de los silencios, de las voces acalladas. A los campesinos, a los obreros, a los judíos, a los gitanos, a las mujeres, a los negros, a los homosexuales, y hasta a El Che le dedicó palabras. Escribió: “¿Por qué será que El Che tiene esta peligrosa costumbre de seguir naciendo? Cuanto más lo manipulan, cuanto más lo traicionan, más nace. Él es el más nacedor de todos”. ¿No será porque El Che decía lo que pensaba y hacía lo que decía? ¿No será que por eso sigue siendo tan extraordinario, en un mundo donde las palabras y los hechos muy rara vez se encuentran, y cuando se encuentran no se saludan, porque no se reconocen?
Galeano tuvo memoria y le puso adjetivos a la realidad, una realidad que el miró desde un ojo rojo, socialista, de izquierdas. Además de escritor fue futboladicto, lo que no le impidió nunca hablar de las sombras de ese deporte: “El fútbol es una mercancía, se ha olvidado de que es una fiesta de las piernas que se juegan y de los ojos que lo miran; hoy en día es la industria más lucrativa del espectáculo, cuando el fútbol merece ser la única religión sin ateos”.
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En Galeano la voz fueron sus pasos, lo que dijo, hizo, y lo que hizo lo convirtió en uno de los escritores más populares de su tiempo. Alejando de los academicismos y la erudición, trabajó en una escritura difícil para una lectura fácil.
Y supo y dijo y reconoció: “El mejor de mis días es el que todavía no viví”. Pero antes de dejar de vivir, lo dejó claro: “Nuestra vida es más segura pero menos libre. Y no es que fuimos todo, tan sólo fuimos un proyecto de lo que podemos ser”.
Gustavo Mota Leyva es periodista mexicano, especializado en temas culturales.
Galeano escogió Montevideo para nacer y para entender la espera. Nació en Uruguay en 1940, y allí publicó en 1963 su primer libro: Los días siguientes. Y desde entonces hasta su muerte se declaró un hombre de izquierdas, lo que le obligó al exilio en Argentina en 1973, y después en la costa catalana.