La faja azul brillante que acompaña Gran Hotel Abismo, del periodista británico Stuart Jeffries (Wolverhampton, 1962), reza: "Yo establecí un modelo teórico de pensamiento. ¿Cómo podría haber sospechado que la gente lo pondría en práctica con cócteles molotov?". Son las palabras de un presumiblemente perplejo Theodor Adorno, enfrentado en 1969 a las críticas de los estudiantes sublevados, que criticaban su resistencia a la revolución y veían en su apego a la teoría un signo reaccionario, una falta de compromiso. La elección de la faja es todo un acierto de los editores de Turner: quizás en ese enfrentamiento entre acción y análisis se materialice todo el estudio que Jeffries realiza sobre la Escuela de Frankfurt, su contexto social y cultural, su propósito y sus logros y fracasos. Pero es también una frase con gancho, lejana a las oscuras argumentaciones que se asocian —no sin razón— a esta escuela filosófica. Aunque solo en oposición a las sesudas monografías académicas podría considerarse ligero un volumen de 447 páginas dedicado a Adorno y compañía, por divulgativo que sea.
Si Jeffries se acercó a estos filósofos alemanes —Adorno, Max Horkheimer, Walter Benjamin, Erich Fromm, Herbert Marcuse, Jürgen Habermas—, fue precisamente porque le aterrorizaban. Son sus propias palabras. "Son uno de esos agujeros negros conceptuales que nunca he investigado realmente", confesaba en una entrevista por la publicación del libro en Reino Unido, en 2016. No era el único apasionado por la teoría crítica que, sin embargo, tenía dificultades para desenmarañar sus enseñanzas. El resultado de su trabajo es una biografía coral que trata de esbozar la Alemania en la que estos pensadores alumbraron sus teorías y arrojar luz sobre los intereses de unos y otros en base a su historia personal, a la vez que trata de explicar de forma llana los puntos principales de sus obras. Los académicos pueden considerar el resultado superficial o falto de rigor (ya lo han hecho algunos), pero los legos verán en él una puerta a lo que parece un galimatías solo apto para eruditos.
El título del volumen es un regalo del filósofo György Lukács, que "acusaba a Adorno y a los demás miembros de la Escuela de Frankfurt de haberse hospedado en lo que él llamaba el Gran Hotel Abismo", cuenta Jeffries en el prólogo. El hotel, para el húngaro, estaba "equipado con toda clase de lujos, al borde de un abismo, de la vacuidad, del absurdo". Si podían permitirse mirar a la oscuridad de la moderna sociedad capitalista que analizaban, era precisamente porque podían observar "los sufrimientos del mundo desde una distancia prudencial", recoge el periodista. No solo tenían ricas comidas en sus platos y una cómoda cama, sino que el horror del mundo no hacía más que subrayar el valor de sus comodidades. No era únicamente una crítica a la contradicción entre las condiciones materiales de los autores y su objeto de estudio: Lukács veía en su encierro una "forma de embriaguez intelectual".
Jeffries no acepta del todo la enmienda a la totalidad que emprende el filósofo húngaro. No en vano, el periodista es un entusiasta de su análisis de "la cultura como herramienta del capitalismo", que marcó su labor en esa sección de The Guardian. A lo largo del libro, el autor se esfuerza en explicar la visión que la Escuela de Frankfurt tenía del pensamiento teórico como espacio supremo de libertad siempre desafiado. También defiende —esto es más difícil— la idea compartida por varios de sus miembros, sobre todo Adorno, de que la llamada a la acción a toda costa era un rastro de autoritarismo. Pese a eso, Jeffries se encuentra en su salsa cuando señala las contradicciones del grupo, que emanan a menudo del encontronazo entre sus ideales y su forma de vida, entre el trabajo que se proponían emprender y las complejas situaciones históricas ante las que se encontraron.
El periodista encuentra particularmente interesante el hecho de que la mayoría de estos grandes críticos del sistema capitalista fueran hijos de familias acomodadas, y emprende incluso una explicación psicoanalítica del rechazo que sentían hacia el universo que había aupado, finalmente, a sus progenitores. No eran ni los primeros ni los últimos niños ricos de izquierdas, y esto tampoco les libraría de sufrir, como judíos, los males del fascismo —Adorno se exiliaría para evitar los campos de concentración, como Horkheimer, gracias entre otras cosas a su capital, pero el tráfico final de Benjamin cuestiona la idea de que eran privilegiados sin nada que arriesgar—. Sin embargo, Jeffries encuentra particularmente fértil la historia de la creación del Instituto de Investigación Social en el que —o en torno al que— trabajarían.
La idea de crear la institución —que estuvo a punto de llamarse Institüt fur Marxismus (Instituto de Marxismo), nombre que fue descartado, dice Jeffries, por "demasiado provocador"— fue de Felix Weil, judío alemán, como los filósofos agraciados por su mecenazgo, e hijo del comerciante de cereales Hermann Weil. Las implicaciones de esto último quedaron perfectamente resumidas por el compositor Hanns Eisler, autor de un chascarrillo del que da cuenta Bertolt Brecht en sus diarios. Tras una comida en casa de Horkheimer, el primero dice al segundo: "Un viejo rico ["Weil, el especulador en trigo", precisa Jeffries] muere, consternado por la pobreza mundial. En su testamento, lega una gran suma para la fundación de un instituto que investigue la causa de la pobreza. La cual naturalmente es él mismo".
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Por si no fuera poco, el autor de Gran Hotel Abismo señala la autoría del edificio que albergó el Instituto, es decir, del Gran Hotel Abismo material. El arquitecto Franz Roeckle había iniciado su carrera construyendo una sinagoga en Frankfurt a principios de siglo, e idearía la sede de la organización izquierdista en 1924. Terminaría afiliado al partido nacionalsocialista y detenido por participar en los pogromos de 1933.
¿Resulta esto significativo en la maraña de líneas biográficas y los vastos campos de trabajo de los miembros de la Escuela? Solo en parte. Gillian Rose, estudiosa de la teoría crítica a la que cita Jeffries, señala: "En lugar de politizar la academia, [la corriente] academizó la política. Esta transposición devino la base de sus logros subsiguientes. Sin embargo, una y otra vez, la historia de la Escuela deja ver esta tensión: como institución, reafirmó y reforzó los mismos aspectos de la vida alemana que criticaba y pretendía cambiar, así como reafirmó y reforzó los mismos aspectos del universo intelectual que criticaba y pretendía cambiar". El logro de Jeffries es el de dar cuerpo, a través del detalle histórico y personal, estas contradicciones.
La faja azul brillante que acompaña Gran Hotel Abismo, del periodista británico Stuart Jeffries (Wolverhampton, 1962), reza: "Yo establecí un modelo teórico de pensamiento. ¿Cómo podría haber sospechado que la gente lo pondría en práctica con cócteles molotov?". Son las palabras de un presumiblemente perplejo Theodor Adorno, enfrentado en 1969 a las críticas de los estudiantes sublevados, que criticaban su resistencia a la revolución y veían en su apego a la teoría un signo reaccionario, una falta de compromiso. La elección de la faja es todo un acierto de los editores de Turner: quizás en ese enfrentamiento entre acción y análisis se materialice todo el estudio que Jeffries realiza sobre la Escuela de Frankfurt, su contexto social y cultural, su propósito y sus logros y fracasos. Pero es también una frase con gancho, lejana a las oscuras argumentaciones que se asocian —no sin razón— a esta escuela filosófica. Aunque solo en oposición a las sesudas monografías académicas podría considerarse ligero un volumen de 447 páginas dedicado a Adorno y compañía, por divulgativo que sea.