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"Josué, hijo de Nun, mandó en secreto dos espías desde Sitín, con este encargo: ‘Id y reconoced la región y la ciudad de Jericó’". Ellos fueron, claro, y en Jericó se hospedaron en casa de una prostituta llamada Rajab; su presencia fue descubierta, pero "Rajab había hecho subir a los espías a la azotea y los había escondido entre unos haces de lino que tenía apilados allí".
El fragmento corresponde al Libro de Josué (2, 1-11), sexto libro del Antiguo Testamento. Sí, narraciones protagonizadas por espías hay en todos los tiempos y culturas, agentes los ha habido siempre, y no dejará de haberlos.
Cosa distinta es la literatura de espías, para la que los expertos dan una fecha precisa de nacimiento: 1821, año de publicación de El espía, de James Fenimore Cooper. En 2021, por lo tanto, celebramos los 200 años de un género triunfador, "que permite muchas posibilidades: el suspense, la intriga, la aventura...". Así lo cree Jose Gil Romero, guionista y novelista. "Descubrir secretos es, en sí mismo, evocador a priori; este género posibilita que el espectador-lector participe de esa búsqueda. Y no hay que olvidar que el género de espías nos transporta a ambientes donde el contexto geopolítico resulta apasionante, porque casi siempre se trata de entornos en conflicto y que conllevan un peligro potencial para el protagonista". Su colega, Goretti Irisarri, con la que siempre escribe a cuatro manos, añade un elemento a la receta: "La fascinación por la mentira".
Gil Romero e Irisarri acaban de publicar La traductora¸ que transcurre en los días en los que Franco mantenía relaciones ferroviarias con Hitler. En ese año 1940, el espionaje moderno llevaba ya unos años de rodaje. "Nace en la I Guerra Mundial", explica Pedro G. Cuartango, periodista y apasionado del tema, y poco a poco se ha ido tecnificando y profesionalizando, el factor humano ha ido perdiendo un peso que ha ganado la tecnología. "Podríamos decir que el espía clásico ha muerto y que hoy los agentes se centran en los secretos económicos y tecnológicos. El espionaje no es más que un reflejo de la sociedad. Hoy las ideologías no mueven el mundo. El poder se juega en el campo de la economía y de la comunicación".
Cuartango, autor de Anatomía de la traición, asegura que hasta la caída del Muro de Berlín, el espionaje era un instrumento al servicio de los bloques de la Guerra Fría. "El mundo de los espías era una combinación de épica y glamur. Muchos de ellos actuaron por convicciones ideológicas y no por dinero". Era inevitable sentir atracción por agentes como Philby o Gordievski, que unos consideraban traidores y otros patriotas. "Las películas, las novelas y los periódicos contribuyeron a alimentar un mito en el que era imposible discernir lo verdadero de lo falso. Había algo de romántico en ese tipo de vida que suscitaba las emociones".
Espías españoles
A ver, lector: por el honor de acertar, nombres de espías españoles consagrados por la literatura. Un, dos, tres, responda otra vez.
Le imagino devanándose los sesos, para acabar citando a los únicos que han obtenido reconocimiento: Mortadelo y Filemón, agentes de la TIA, y Anacleto, agente secreto. Papelón. No, admite Cuartango, no hay una tradición literaria en España sobre el género, y los que llegan a ser conocidos, lo son más por sus chapuzas que por sus hazañas. "El prototipo es Villarejo, el rey de las cloacas, que espiaba por dinero y se vendía al mejor postor".
Pero no tiremos la toalla. Hay autores foráneos como Trevanian (en Shibumi), Daniel Silva (La otra mujer) o C.J. Sansom (Invierno en Madrid) que han instalado a sus espías y personajes aledaños en España; a veces, es cierto, no para trabajar sino para esconderse. Y no son pocos los autores españoles que han entrado en el juego: Pérez Reverte, Pérez Gellida, Alejandra Suárez Barcala, Guillermo Galván… Montero Glez noveló, en El carmín y la sangre, el paso por Gibraltar y el sur de España durante la Segunda Guerra Mundial de Ian Fleming, creador literario de James Bond)… Y, desde luego, Javier Marías. Espías había en su trilogía Tu rostro mañana; y espía es el marido de Berta Isla, que toma la palabra en y da título a su última obra, Tomás Nevinson.
"Como se dice en la novela, ‘todos tenemos nuestras tristezas secretas’ ―declaró Marías en una entrevista con motivo del lanzamiento de esta última―. No sólo secretos a secas, también tristezas, alegrías, arrepentimientos secretos, y hasta intenciones (la mayoría de las cuales no cumplimos). El mundo del espionaje cuenta todo eso con increíble nitidez". Quizá por ello es la máxima expresión de lo humano.
Y tiene tanta relación con lo literario. Marías recuerda que hace años escribió un artículo en el que señalaba las semejanzas entre el espía y el novelista. Su tesis: el escritor también averigua, desentraña la historia que escribe a medida que lo va haciendo. "Así es al menos en mi caso, el único del que puedo hablar con conocimiento".
Sucede que muchos indiscutibles del género, entre ellos, Graham Greene, W. Somerset Maugham o John Le Carré, antes que escritores fueron antes agentes. Cabe la posibilidad de que esa deriva explique la preponderancia de los varones en la nómina de autores del género, cuando otros, incluido la novela negra, son también transitados por muchas autoras. "Como escritora sí me atrae mucho el género de espías", me apunta Irisarri, a la que le resulta difícil entender que haya géneros literarios masculinos o femeninos. "Las razones podrían tener que ver con ciertos clichés del espía que resultan una caricatura de la masculinidad y en los que las mujeres quedan relegadas a un papel meramente funcional". Recuerda un ensayo de Umberto Eco (parte de Proceso a James Bond, obra colectiva) en el que enumeraba los nombres de las mujeres de Bond: Solitaire, Tiffany, Honeychile, Pussy, Domino... "Hasta sus nombres son los de un objeto. Por contra, mujeres espías ha habido muchas y muy potentes; y merecen que se cuente su papel en la historia."
Tampoco Cuartango tiene una respuesta, "tal vez porque encaja en el estereotipo del hombre de acción, que asume un riesgo que pone en juego su vida. Hay pocos sentimientos y mucha acción en esas novelas, aunque Le Carré era un gran retratista del alma humana".
Espía por necesidad
Le Carré había aprendido en la mejor de las escuelas, se lo explicó a John Banville en una entrevista. Hijo de un hombre que pasó por la cárcel, pasó su infancia en internados de alto nivel cuando no tenía ninguna de las "virtudes" de la clase dominante, es decir, se coló en el sanctasanctórum del establishment, la educación privada, como una especie de espía, alguien que tenía que ponerse el uniforme, afectar la voz y las actitudes, y dotarse de un trasfondo que no tenía.
Banville quiere saber si cuando Le Carré (en realidad, David Cornwell) trabajaba en los servicios secretos, sentía que estaba en el corazón del mundo real, ese que se nos escapa al común de los mortales. "Por favor ―le para el entrevistado―, recuerde que yo era un mero subalterno, tanto en el MI5 como en el MI6. Gran parte de lo que en mis novelas se supone que es conocimiento de primera mano es realmente imaginación". Eso sí, en las reuniones con peces gordos pudo entrever en qué lío se estaba metiendo, por lo que cuando salió de ese mundo, "con gran alivio", atesoraba un cofre lleno de "operaciones imaginarias, basadas en vislumbres de la realidad".
Por lo demás, que un agente se convierta en escritor quizá es una forma de autorreconocimiento encubierto, un homenaje que se dan aquellos que, mientras ejercen de espías, no pueden presumir. Gil Romero se los imagina llegando a casa un domingo por la tarde, en su casa, en pijama, sentados en la oscuridad junto a una botella de güisqui, amargados ante la imposibilidad de poder contar sus secretos. "¡Lo que se está perdiendo el mundo porque yo no puedo hablar!" Y, entonces, escriben.
Hasta ese momento, retomamos a Marías, se dedican a lo que se dedican, y es normal que digan y piensen lo que les toca decir y pensar. "Consideran que su tarea consiste en ‘evitar desgracias’ y que son incomprendidos. Hablan de sí mismos como de los ‘ángeles desagradables’ que velan el sueño de los demás, pero deben permanecer escondidos, y desde luego sin reconocimiento alguno".
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Y, desde luego, sin engañarse sobre su trabajo. "¿Qué crees que son los espías: sacerdotes, santos, mártires?", pregunta Leamas en El espía que surgió del frío. "Son una escuálida procesión de vanidosos tontos, traidores también, sí; pensamientos, sádicos y borrachos, gente que juega a indios y vaqueros para alegrar sus vidas podridas".
Gentes para las que el secreto es esencial, como lo son la traición y el engaño ("algo que, por lo demás, en grado muy menor practicamos casi todos", señala Marías), que viven en el lado oscuro. Aunque… "Richard Sorge fue fusilado por informar a Stalin de la fecha de la invasión alemana. Ha habido cientos de agentes que han actuado por motivos altruistas ―recuerda Pedro G. Cuartango―. También hay otros como Aldrich Ames que traicionó a la CIA por dinero. La psicología del espía es compleja y hay en muchos casos un conflicto entre la patria y las convicciones. Otra cosa es que en muchas ocasiones violen las reglas para hacer su trabajo. El espía siempre opera al margen de la ley".
Aunque no siempre al margen de la humanidad. "Rodéate de seres humanos, mi querido James. Es más fácil batirse por ellos que por unos principios", aconseja Mathis, agente él mismo, a Bond en Casino Royale. "Pero... no me defraudes volviéndote tú mismo humano. ¡Perderíamos una magnífica máquina!".
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