El exilio libertino de Victoria Kent

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Probablemente la parte más interesante de la Historia sea la que dejen escrita sus protagonistas en la correspondencia privada y en sus diarios: la intrahistoria del cariño, el respeto, pero también el odio y el resentimiento. La profesora de la Universidad Autónoma de Madrid Carmen de la Guardia ha dedicado los últimos años a investigar una red transnacional de afectos entre una serie de valientes y vanguardistas mujeres que compartieron amistad y preocupaciones a lo largo del siglo XX, y de la que ha quedado constancia en sus archivos personales, no siempre accesibles ni bien conservados.

Victoria Kent, Louise Crane, Rosa Chacel, Victoria Ocampo, Carmen Conde, Gabriela Mistral, Consuelo Berges, Elizabeth Bishop o Mary Meigs son sólo algunos ejemplos de este nutrido grupo de intelectuales que se apoyó, económica y emocionalmente, en sus etapas más sombrías. De la Guardia ha centrado su trabajo en dos ellas, que funcionaron como motor de la red, en el libro Victoria Kent y Louise Crane en Nueva York. Un exilio compartido (Sílex), una biografía de la vida en común entre la diputada del Partido Radical Socialista y la filántropa norteamericana, de la que Kent fue pareja durante 37 años y que le hizo más amable el agridulce exilio neoyorquino.

“Si el exilio fue difícil para todos, lo fue mucho más para las mujeres”, certificó la autora en la presentación del libro en Madrid, organizada en la Librería Alberti. Kent (1892-1987), al igual que otras mujeres que habían tenido algún cargo público, sufrió en carne propia el recelo que siempre les habían manifestado sus compañeros varones de generación, que se había acentuado con las difíciles condiciones del exilio. Así, durante los años que Kent y Crane volcaron sus esfuerzos editando la célebre Revista Ibérica –una publicación esencial sobre la cultura del exilio, tanto exterior como interior- no cesaron los comentarios displicentes.

De la Guardia recoge unas duras frases que, a mediados de los cincuenta, Ramón J. Sender escribía en una carta dirigida al político de la CNT Joaquín Maurín: “No comprendo la manía de esas dos mujeres a las que llamo las putrefactas [Victoria y Louise] desde algún tiempo con ALA [American Literary Agency, creada por Maurín], quieren hacer una política de gallinero (sin gallos, además) con todo lo que tocan”. 

Victoria Kent: la justicia

Kent y Crane se conocieron en 1950 cuando unos amigos en común les pusieron en contacto para que la diputada española diera clases de español a “Luisa”, interesadísima en la cultura hispanoamericana. Poco a poco se fue forjando entre ellas una intensa complicidad -a pesar de que Kent nunca llegó a dominar con fluidez la lengua inglesa- que derivó en relación sentimental. “Primero, vi Carol en Nueva York, una película muy glamurosa que sucede en la misma época, y en este libro ves cómo eran las historias de las mujeres reales”, bromeó la escritora Elvira Lindo, invitada al acto de presentación de Victoria Kent y Louise Crane en Nueva York.

Ambas gozaron de una situación privilegiada para vivir su vida a su antojo. Crane (1913–1997) provenía de una adinerada familia, propiedad de una importante empresa papelera, que dedicó su empeño y fortuna a ejercer como una de las mecenas más relevantes de la ciudad. Gracias a ella, muchos músicos negros, como Billie Holiday, pudieron tocar en centros culturales restringidos sólo a los blancos. Además de donar dinero para los refugiados españoles a través de la Spanish Refugee Aid, fundado y dirigido por su amiga Nancy Macdonald. “Inquieta y despierta, Louise asumió los ideales de la República y su amistad amorosa con Victoria dio un nuevo sentido a su vida, hasta convertirse, de hecho, en la mayor benefactora de los exiliados españoles en Estados Unidos”, recuerda Miguel Ángel Villena, editor de tintaLibre y autor de una de las biografías de referencia sobre la que fuera Directora General de Prisiones.

Una de las razones por las que Victoria Kent fijo su residencia en Nueva York (tras pasar por París y México) se debe a su hastío sobre los juicios acerca de su modo de vida. “Jamás ocultó nada”, explicó De la Guardia sobre la homosexualidad de Kent, “lo que no quería era el más mínimo comentario. En su correspondencia privada comentaba que los políticos en México se metían en sus asuntos políticos y no tan políticos”. Llegar a Estados Unidos para trabajar como consejera del Gobierno republicano en Nueva York fue para Kent una liberación. “Los grandes varones de la política del exilio no aprobaban la clase de vida que ella quería llevar”, asegura su biógrafa. No obstante, Victoria Kent nunca se sintió cómoda reconociéndose como lesbiana en la esfera pública, de hecho, la única del grupo de amigas que luchó abiertamente por los derechos LGTB fue la pintora y escritora Mary Meigs.

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Victoria Kent sólo regresó en dos ocasiones en España tras la muerte de Franco. La primera, en 1977; la segunda, un año más tarde para presentar la edición de su novela Cuatro años en París, 1940-1944 (reeditada como Cuatro años de mi vida por Bruguera), en los que narra a través de una voz masculina sus años de exilio en la capital gala, donde vivió de manera clandestina. El 26 de agosto de 1944, Kent fue una de los poquísimos políticos exiliados que salieron a la calle para recibir a los milicianos españoles que habían liberado la ciudad. En la novela, no puede evitar establecer paralelismos entre el júbilo de esos días con su voluntad de que la democracia retornara en algún momento a su tierra natal: “París aplaude a los españoles curtidos en una lucha de nueve años, que sonríen hoy al pueblo liberado. París aplaude a la España heroica de ayer, a la España libre, democrática y fuerte de mañana. Parece un sueño. Parece un sueño”. No iba desencaminada la diputada sobre el espejismo que supuso aquella victoria para los republicanos españoles.

La vuelta de Kent, cuya figura había sido ensombrecida por su oposición al voto femenino en 1931, le dejó una sensación bastante desapacible. Volvía a un país que había vivido cuatro décadas de dictadura, en el que se había legalizado el PCE, pero no así el Partido Republicano Radical Socialista en el que ella militó. Tampoco ayudó a fomentar simpatías su firme posición anticomunista. “Era muy republicana en un momento en el que el PCE se hizo monárquico”, señala Carmen de la Guardia. “Se va muy triste porque se da cuenta de que la Transición democrática ha borrado su empeño de crear redes entre el exilio interior y exterior”.

Su avanzada edad y las complicaciones de salud, además de la relación afectiva con Louise Crane (y el resto de mujeres de la red) hicieron que Kent no volviera a instalarse nunca en España. Murió a los 90 años y sus cenizas reposan en Redding, donde los Crane tenían una residencia de campo que Victoria disfrutó enormemente. Louise falleció 10 años más tarde, en 1997. Tanto en su vida conyugal, como en su determinación en el ámbito laboral, ambas demostraron una pasión incontestable por la libertad.

Probablemente la parte más interesante de la Historia sea la que dejen escrita sus protagonistas en la correspondencia privada y en sus diarios: la intrahistoria del cariño, el respeto, pero también el odio y el resentimiento. La profesora de la Universidad Autónoma de Madrid Carmen de la Guardia ha dedicado los últimos años a investigar una red transnacional de afectos entre una serie de valientes y vanguardistas mujeres que compartieron amistad y preocupaciones a lo largo del siglo XX, y de la que ha quedado constancia en sus archivos personales, no siempre accesibles ni bien conservados.

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