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Literatura

Felipe Benítez Reyes y Luis Landero, pícaros exguitarristas

"Decía Baudelaire que no hay sentimiento más incómodo que la admiración". Cita al poeta francés el escritor gaditano Felipe Benítez Reyes (Rota, Cádiz, 1960), y lo hace ante Luis Landero (Alburquerque, Badajoz, 1948). Luego añade: "No aclara si lo incómodo es ser quien admira o ser el admirado". Ambos pueden sentirse incómodos, entonces. Porque el pasado miércoles se reunían en la Biblioteca Nacional de España para inaugurar el ciclo Encadenados. Un ciclo que viene a ser una demostración de admiración razonada. Un escritor, en este caso Benítez Reyes, elige a un autor al que respeta y estima, en este caso Luis Landero, y con el que cree compartir un cierto universo. Y decenas de personas contemplan la charla. La cadena funciona porque Landero elegirá a su vez a Marta Sanz (7 de marzo), con quien conversará en la segunda sesión de las charlas, y ella a su vez a José Ovejero (4 de abril). 

Todo esto podría ser un ejercicio de vanidad —"Cómo te admiro", "No, yo te admiro más"—, pero la apuesta resulta más bien un intercambio de sorpresas. Porque los dos autores encuentran que comparten más de lo que imaginan, y que incluso sus diferencias se asemejan de alguna manera. Por ejemplo: ambos están aquí en calidad de novelistas, aunque sean más cosas. Benítez Reyes, por la reedición de El novio del mundo, 20 años después de su publicación, y hoy convertida en novela de culto. De Luis Landero recuerda su compañero Juegos de la edad tardía Juegos de la edad tardía(cumple 30 años en 2019) que, cuenta, fue su apertura a un tipo de escritura que "convertía la verdad de la vida en impostura".

Pero Landero señala que conoció a su interlocutor a través de su poesía (es autor el gaditano de títulos como Sombras particulares o Escaparate de venenos, recogidos en la antología Libros de poemas). Y, quizás para congraciarse con Benítez Reyes, dice: "Yo mismo empecé escribiendo poesía, como casi todo el mundo. De los 15 a los 21 años escribí cientos y cientos de poemas". Una decena o más al día. Casi nada. "Después acepté que no estaba llamado a eso y me pasé a la prosa", zanja, quizás esperando algún reflejo gemelo en su compañero. Más o menos. Porque Benítez Reyes objeta: "Yo no empecé escribiendo poemas, sino novelas. O intentándolo".

La cosa se frustró, cuenta ante una audiencia atónita en la que cabe incluir a Landero, por un suceso paranormal: a los 13 o 14 años, habiendo decidido hacerse escritor, se retira a una casa familiar deshabitada a redactar sus grandes obras. Por más que lo intenta, no consigue pasar de las dos páginas. Los personajes se montan en un autobús y no sabe adónde llevarlos. Escribe y reescribe. En medio de su sufrimiento, un reloj de pared del pasillo se desploma, con gran estruendo. El investigador del Más Allá que fue por un momento Felipe Benítez Reyes observa que la alcayata está intacta, y que aquello solo puede ser cosa de espíritus. El aprendiz de autor abandona la casa y la novela y se dedica a los poemas surrealistas. Risas. 

Más allá de sus comienzos frustrados, que resultan ser complementarios, comparten un cierto modo de construir sus obras. Ambos aceptan que se las califique de "novelas picarescas". Y ambos aseguran empezar a construirlas a partir del personaje principal. "Si tienes un buen personaje", explica Landero, "todo lo que le ocurra, aunque no sea nada especial, será interesante, porque le ocurre a él. Y un buen argumento, un argumento espléndido, si no tiene un buen personaje, se quedará sin sustancia". Su compañero coincide: "Yo es que no sé hacer otra cosa. Tampoco sé si sé hacerlo bien. Si una novela tiene un buen muñeco, tiene casi todo, porque se convierte en un buen recipiente en el que uno va colocando lo suyo". ¿Si se conocieran Walter, el muñeco de El novio del mundo, y Gregorio, el de Juegos de la edad tardía, se caerían bien?

Desde luego, sus padres comparten humor. En la literatura y en la charla. Dice Landero que la primera versión de Juegos de la edad tardía estaba escrita en primera persona. Aquello no funcionaba. Y luego, un día, le llegó la revelación de la tercera, "que te da distancia, y la distancia te da la ironía y el humor". Estos autores hablan de sí mismos en tercera persona, al menos en público, al menos juntos o al menos aquí. Landero se dibuja con sorna como escritor primerizo: "Escribiendo mi poema a la mosca o a la vecina que pasaba con el perro yo me sentía importante, alguien en el mundo, alguien que tenía algo que decir". "Echo de menos la petulancia del principiante", replica Benítez Reyes con sorna, "que se cree cuando escribe su poema sobre la vecina con el perro que está inventando la literatura y que cuando el mundo conozca su obra se postrará a sus pies".

Y luego: "A mí el humor me permite escribir novelas tristes". Y algo más tristes, o nostálgicos, se ponen al recordar sus comienzos, no como autores sino como lectores. El deslumbramiento ante un autor nuevo. La manera de diseccionar los mecanismos de tal escritor o su fascinación, hasta la copia, por las maneras de tal otro. "Cómo se enamoraba uno con 13, 14 o 15 años era una cosa parecida a cómo te enamorabas de Sinuhé el Egipcio o de algunos poetas", apunta Landero. Ni una cosa ni otra, hay que concluir, sucede como entonces. 

Hay una última similitud, o una primera, porque surge bien al principio. La guitarra. Aunque Landero toque flamenco y Benítez Reyes, blues. El primero se dedicó a ella profesionalmente durante un tiempo. "Yo tocaba bien la guitarra hasta que apareció Paco de Lucía", se queja. Él y Félix Grande, poeta y flamencólogo con el que compartía el abandono del instrumento, bromeaban con dar dos bofetadas al autor de Entre dos aguas. Un día se lo dijeron a la cara. "¿Pero qué os he hecho?', preguntó. Pues por los cadáveres que has ido dejando por el camino, como este y yo", cuenta el extremeño. 

Si compartían el tocar la guitarra, ahora comparten algo todavía más íntimo: no tocarla. "Las tengo allí, como una tentación, pero no me atrevo", dice Benítez Reyes. Su compañero: "Mira, no tengo ni uñas". Un miedo común. Como el miedo a acercarse el escritorio y que no salga nada. O que salga demasiado, que para Landero es una mala señal. Y la frustración. Este último confiesa: "Ayer estaba contentísimo con la novela que estaba haciendo, pero esta mañana se me han caído los palos del sombrajo". Para dedicarse a la novela, dicen ambos, hay que ser tozudo. Pero un poquito menos que para la guitarra. 

 

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