Por fin firma Lejárraga

En las librerías, María de la O Lejárraga García (San Millán de la Cogolla, 1874-Buenos Aires, 1974) aparece con tres nombres: el de soltera, con el que publicó sus primeros relatos y que ahora recuperan quienes la reivindican como autora; el de casada, María Martínez Sierra, con el que firmó (cuando firmó) toda la vida; y el de su marido Gregorio, productor teatral, tras el que ha estado oculta más de un siglo. Ahora la obra teatral Firmado Lejárraga, en el Centro Dramático Nacional desde el 23 de abril, pone los puntos sobre las íes. La dramaturga Vanessa Montfort no se muerde la lengua: "Es la autora total de toda la obra de Martínez Sierra, excepto quizás de sus dos primeros libros". Esto haría de Lejárraga, además de maestra, diputada socialista durante la Segunda República e intelectual comprometida con el antifascismo y el feminismo, autora de más de 90 obras, incluidos los libretos de El amor brujo y El sombrero de tres picos o la Canción de cunaEl amor brujoEl sombrero de tres picosCanción de cuna que Garci adaptó a la gran pantalla. Para Montfort, y para no pocos investigadores, no cabe duda: el de Lejárraga es un caso flagrante de "fraude literario". 

Sobre el escenario, se juega con el misterio. Tres investigadores, acompañados de un fiel archivero, hurgan en el estudio de la escritora para tratar de resolver la incógnita: ¿era o no era Lejárraga, como se rumoreaba, la verdadera autora de las obras de su marido? Uno de ellos defiende la teoría de que ella había elaborado los personajes femeninos de él. Otro apuesta por que ambos colaboraron por igual. Otro, por que fue ella la que produjo el grueso de la obra que figuraba a nombre de él. Son, básicamente, las tres vías de investigación que se han explorado hasta hoy, cuando aún se trabaja por dilucidar la autoría de las obras de Martínez Sierra, aunque se acepte de manera general que Lejárraga estuvo tras la mayoría. "No queremos poner en escena una sola verdad", defiende Montfort. Y es cierto que ni el fantasma de la autora, que vaga por la escena encarnado por Cristina Gallego, aclara el asunto. Aunque tanto la autora como la obra, finalmente, apuesten por la última teoría. 

¿La razón? Poco después de la muerte de la autora, fallecida en el exilio, llegó a la casa familiar en Madrid un baúl con algunos efectos personales. Entre la ropa, se encontraron un valioso archivo: allí estaba el manuscrito de Sortilegio, última obra firmada por Gregorio Martínez Sierra, y allí estaban 144 cartas enviadas por él a su mujer gracias a las que quedaba demostrado que aquello de la colaboración era solo un eufemismo. "Niña mía: En París nos dedicaremos a las conferencias para dejarlas bien planeadas, y así te costarán mucho menos trabajo", escribía él. "Sortilegio te ha quedado una obra estupenda, original, atrevida", alababa. Le pide conferencias, obras, artículos. Incluso un obituario de Torcuato Luca de Tena, porque "todos los colaboradores de ABC y Blanco y Negro" iban a escribir uno. Y luego estampaba su firma en ellos. Ese fue el primer ladrillo del olvido de Lejárraga. Luego llegó el exilio político, y luego la censura. 

"Te das cuenta de que ella fue anulada, ensombrecida, primero quizás involuntariamente, pero luego el marido se aprovechaba de esa situación...", se queja el actor Eduardo Noriega, que interpreta a Gregorio y a uno de los investigadores. Junto a él Alfredo Noval, Jorge Usón y Gerald B. Fillmore, que dan vida a Juan Ramón Jiménez, Manuel de Falla y Federico García Lorca, además de a los demás estudiosos, capitaneados por el director de escena Miguel Ángel Lamata. Lejárraga nunca fue titular exclusiva de sus derechos de autor. Los cobró su marido, y ella tuvo solo acceso a una parte de los derechos internacionales, menos sustanciosos. Pero hay más: a principios de los años veinte, los Martínez Sierra se separan debido a la infidelidad de él con la actriz Catalina Bárcena, estrella de la compañía de ambos, con quien viviría a partir de entonces y con quien tendría una hija. A su muerte, en 1947, es a ellas a quien lega los derechos de autor de sus obras. A María Lejárraga ni siquiera la nombra en su testamento. 

Entonces, desde el exilio en Niza, la dramaturga escribe a su hermano Alejandro, visiblemente enfadada. "De que soy colaboradora en todas las obras no cabe la menor duda, primero porque es así, y después porque lo acredita el documento voluntariamente redactado y firmado por Gregorio en presencia de testigos", cuenta. Efectivamente, el productor teatral había firmado un documento privado en 1930, aunque no compartió con ella tampoco entonces los ingresos por derechos de autor. "Además", continuaba, "aunque, después de esto, todo es superfluo, tengo numerosas cartas y telegramas que prueban no sólo mi colaboración sino que varias obras están escritas sólo por mí y que mi marido no tuvo otra participación en ellas que el deseo de que se escribiesen y el irme acusando recibo de ellas, acto por acto". Nunca las sacaría a la luz, ni en un proceso legal ni en uno público. "Las obras son de Gregorio y mías, todas, hasta las que he escrito yo sola, porque así es mi voluntad", zanjaría aquella airada carta. Es la misma idea que defendería en sus memorias Gregorio y yo: medio siglo de colaboración, editada en 1953. 

No es que aquello no se conociera. En el periódico El Sol se extrañan, en 1931, de que Canción de cuna se estrene en Francia bajo la autoría de ambos autores, cuando en España solo la firma él. "La colaboración, para nuestro mundo teatral, no es un secreto; pero aún no tenía en esa ni en otras comedias el estado público que ha venido a adquirir en el extranjero", se lee. La obra incluye dos entrevistas de la época: en 1915, él confiesa el "poyo" de su mujer, aunque inmediatamente se atribuye la autoría de Álbum de viaje, resultado una travesía con Joaquín Turina... que realizó ella, no él. En otra entrevista, esta vez en 1922, admite finalmente que Lejárraga es su "colaborador" (sic) y que "tiene más talento" que él. Entonces el periodista inquiere: "¿Y cómo es que en ls obras no figura el nombre de su esposa si toma alguna colaboración, sea pequeña o grande?". Él contesta: "Porque le disgusta que se hable de ella. Esta confesión mía, sin duda, le desagradará". 

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Ese es, en realidad, uno de los grandes misterios del asunto: ¿por qué Lejárraga aceptó que su marido se llevar el mérito y el beneficio de su obra, aun cuando ya no eran pareja, y por qué nunca quiso batallar por su consideración como autora, ni siquiera tras morir él? "No es tan sencillo", dice Montfort, que se rebela contra quienes ven por ello en Lejárraga a una feminista incoherente. La dramaturga apunta a las enormes restricciones que se les imponía a las maestras entonces: si no podían ni ir a la heladería del centro ni teñirse el pelo, ¿cómo se les permitiría publicar? Aventura que su estudiada fue una especie de Pigmaliona que hizo de la figura de su marido una creación personal, hasta el punto de regalarle parte de su creación. Que no quería romper la feliz idea de la colaboración a la que tanta energía vital había dedicado. Que le interesaba más la obra misma que la autoría. Que no tenía inconveniente en dejarle a él las labores de relaciones públicas. Que destruyendo la reputación de él habría destruido la suya propia. Que quería proteger su dignidad. 

Quizás todo eso sea verdad, y quizás lo sea también algo que escribió la propia Lejárraga —bajo la firma, eso sí, de su marido—: "Las mujeres callan porque, aleccionadas por la religión, creen firmemente que la resignación es virtud; callan por miedo a la violencia del hombre, callan por costumbre de sumisión; callan, en una palabra, porque en fuerza de siglos de esclavitud, han llegado a tener el alma de esclavas". Pero no callaron luego investigadoras como Alda Blanco, Antonina Rodrigo o Patricia O'Connor. Tampoco ha callado Montfort. Y no calló, en cierto modo, la propia Lejárraga, que pudiendo haber destruido las cartas, los manuscritos, el contrato, no lo hizo. Y dejó que hablaran. 

 

En las librerías, María de la O Lejárraga García (San Millán de la Cogolla, 1874-Buenos Aires, 1974) aparece con tres nombres: el de soltera, con el que publicó sus primeros relatos y que ahora recuperan quienes la reivindican como autora; el de casada, María Martínez Sierra, con el que firmó (cuando firmó) toda la vida; y el de su marido Gregorio, productor teatral, tras el que ha estado oculta más de un siglo. Ahora la obra teatral Firmado Lejárraga, en el Centro Dramático Nacional desde el 23 de abril, pone los puntos sobre las íes. La dramaturga Vanessa Montfort no se muerde la lengua: "Es la autora total de toda la obra de Martínez Sierra, excepto quizás de sus dos primeros libros". Esto haría de Lejárraga, además de maestra, diputada socialista durante la Segunda República e intelectual comprometida con el antifascismo y el feminismo, autora de más de 90 obras, incluidos los libretos de El amor brujo y El sombrero de tres picos o la Canción de cunaEl amor brujoEl sombrero de tres picosCanción de cuna que Garci adaptó a la gran pantalla. Para Montfort, y para no pocos investigadores, no cabe duda: el de Lejárraga es un caso flagrante de "fraude literario". 

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