El jueves, Corpus y fiesta; el viernes... viernes; y el sábado y el domingo, primer fin de semana de junio con dinero en el bolsillo. Hace un tiempo espléndido y, para colmo de bienes, Nadal no ha llegado a semis en Roland Garros y el finalista de la Champions no es el Madrid, sino el Barça, con lo cual los deportistas catódicos no tienen excusa para abandonar el recinto.
"De momento, nos va mejor que el año pasado", se felicita una librera. "Lo cual no es mucho decir", precisa otra, temerosa quizá de quedarse sin razones para la lamentación. "Hay un muy buen ambiente, se nota más alegría", tercia (es lo suyo) un tercero.
Sábado por la mañana y en la Feria del Libro de Madrid no cabe un alfiler, lo que no empece para que dos patrullas de la Policía Nacional, en medio del tráfago de paseantes, procedan al cambio de turno a bordo de sus vehículos blanquiazules. Los peatones se detienen para permitir la maniobra y se miran como diciendo: "Podrían haber elegido otro momento". En efecto, podrían.
Los dos coches, empeñados en recordarnos que el que recorremos a pie es el paseo de Coches del Retiro, acaban su ballet y la gente vuelve a lo suyo: a recorrer las muchas ferias que hay en la feria.
La feria de los muy politizados
Por aquí han pasado, están pasando o pasarán políticos de distinto signo, aunque la resaca electoral y el activismo social dejan su impronta. Manuela Carmena ha sido la estrella inopinada y, encima, con un libro que tiene tres años, Por qué las cosas pueden ser diferentes. Reflexiones de una jueza (Clave Intelectual). También ha firmado y mucho Íñigo Errejón, coautor de Construir pueblo (Icaria) junto a la belga Chantal Mouffe, viuda de Ernesto Laclau, al que los podemitas tanto deben.
También periodistas, tertulianos y todólogos, como José Antonio Zarzalejos, que nos propone Mañana será tarde (Planeta), o Jesús Cintora, al que otro sello del conglomerado Lara, Espasa Calpe, le ha publicado La hora de la verdad. Dos nombres en una larga nómina.
El ambiente está relajado, atrás queda ya el ataque perpetrado por un grupo de neonazis contra la caseta de la librería de izquierdas La Malatesta al grito de "¡Qué mierda de libros son estos!". Atrás, pero no olvidado, como atestiguan los textos que algunos puestos exhiben defendiendo la Feria como lo que es: un "espacio de convivencia libre de intolerancia".
La feria de los muy reivindicativos
Fuera de los quioscos reservados para editores y libreros encuentran acomodo otros muchos activistas, los de ONG como Aldeas Infantiles, o ese grupo que reivindica la "Justicia Norte-Sur" y vende una revista solidaria ("Un euro, sólo cuesta un euro") en la que promete revelar todo lo que los medios de comunicación oficiales esconden.
Mención aparte merecen los esforzados chicos y chicas de oro de la Cruz Roja, cuyo desempeño hace palidecer el recuerdo de Concha Velasco, Mabel Karr y Katia Loritz. "Luego no diga que no le han tocado los 3 millones de euros", me espeta uno al tiempo que intenta colocarme un décimo del Sorteo del Oro. Apenas me deja ir cuando, entre bromas y veras, le prometo que no, que no le reprocharé nada. Por si acaso, me quedo con su cara.
La feria de los que firman, y de los que no
Si a cualquier habitual del evento le preguntan: "¿Cuál es la estampa más típica de la Feria?", es muy probable que el veterano responda: "La de las filas de lectores aguardando turno", y que lo haga con un gesto mutante que se desplaza de la estupefacción a la admiración.
Estupefacción porque, es cierto, a una le gustaría saber qué diablos hacen esos lectores adolescentes obstinadamente plantados frente a una caseta aún cerrada, abrazados a los libros de su autor favorito (ni muy bueno, ni muy conocido) como náufragos a un madero. O por qué esos adultos a los que imaginamos siempre atareados consideran conveniente perder una hora para que les autografíe la novela que ha escrito esa famosa televisiva conocida por ser famosa televisiva, no escritora.
Admiración porque, en Ferias secas y calurosas como la de este año, hacer cola es un ejercicio extenuante de resistencia física y mental al alcance sólo de los apasionados, ante el que dudaría el mismísimo Jesús Calleja. Y todo por una firma, que ni siquiera va al pie de un cheque.
Estupefacción, pues, también admiración y por supuesto envidia. La que experimentan los que, minoritarios o directamente desconocidos, ven cómo el de enfrente se lleva todos los lectores.
Y luego hay quien programa orgulloso su alergia a las rúbricas: "Hoy no firma nadie", leo en el cartel de una caseta. No acabo de decidir si es un acto heroico de resistencia literaria, un inútil ejercicio de esnobismo o, simplemente, una estupidez.
La feria de los que leen, pero quieren escribir
En principio, las casetas son el espacio de los autores publicados con mayor o menor fortuna. Ahí se trata de vender.
Pero en alguna intentan atraer a los que de momento son lectores, aunque aspiran a dar el salto al otro lado. "Si eres escritor queremos conocerte", leo en un cartel colgado en una editorial que es también de autoedición.
Un poco más allá, un señor ha decidido que su destino lo decide él y con la estética de un hombre anuncio se pasea presentándose como "Autor editor" e intentando colocar su obra a quienes tienen a bien detenerse junto a él y escuchar sus lecturas. Me faltan datos para emitir un juicio de valor, no conozco ni la calidad de sus textos ni su porcentaje de éxito, pero entusiasmo le sobra.
La feria de los que nada tienen que ver con la feria
Ah, los patrocinios escasean y el dinerito hace mucha falta. Es verdad que la Comunidad, el Ayuntamiento, y el Banco de Sabadell ponen lo suyo, pero nada que se aproxime al bienestar de los no tan viejos tiempos.
Así que la organización lleva tiempo cediendo, vale, en realidad alquilando, parte de su espacio a empresas e instituciones completamente ajenas al mundo del libro. Este año, un balneario cántabro ("El Balneario de la Selección, ahora más cerca") que ha estado en ediciones anteriores, y un valle alavés (Premio Unión Europea de Patrimonio Cultural / Premio Europa Nostra 2015) cuya publicidad creo que nunca vi por estos pagos.
Bueno, y también alguien que quiere beneficiarse de los efectos colaterales de las compras: una empresa que fabrica estanterías a medida ("sistema modular exclusivo"). Porque en algún sitio hay que colocar los libros adquiridos.
Para ellos, un anuncio que van a ver, sí o sí, miles de personas. Para la Feria, unos miles de euros que nunca vienen mal.
La feria de los fanáticos de los carteles
Unos a mano, otros a máquina; unos con foto, otros sin ella: carteles, carteles, carteles. Las casetas están perfiladas de carteles.
La inmensa mayoría sirven para anunciar las firmas: nombre del autor, horario y en su caso día de la rúbrica. Pero luego están los creativos, los concebidos como signo de distinción.
"No hay problemas, hay poemas", leo en la sede temporal de una editorial. Y me pregunto a cuantos satisfará esa afirmación tan voluntarista. En otra, conscientes tal vez de que un autor que acecha a un lector es lo mas parecido a un animal enjaulado, tienen "Prohibido tirar comida a los autores". Me queda la duda: ¿han preguntado a los autores antes de poner en práctica la prohibición?
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Estoy ya abandonando el recinto cuando oigo a una señora dudar ("Lorenzo Silva, el caso es que me suena mucho") y a un señor suspirar ("Pero, ¿cuánto tiempo le queda de cola?") mientras otros apuran sus opciones de compra y firma.
En fin, queda una semana, cientos de actos por realizar, miles de libros por vender. De momento, las sensaciones son buenas, y si el tiempo sigue acompañando, no tienen por qué dejar de serlo de aquí al final de la Feria.
O de las Ferias. A cada cual la suya.
El jueves, Corpus y fiesta; el viernes... viernes; y el sábado y el domingo, primer fin de semana de junio con dinero en el bolsillo. Hace un tiempo espléndido y, para colmo de bienes, Nadal no ha llegado a semis en Roland Garros y el finalista de la Champions no es el Madrid, sino el Barça, con lo cual los deportistas catódicos no tienen excusa para abandonar el recinto.