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Hoy Cleopatra no existiría

¿Qué pasaría si miles de años después de la muerte nos encontrásemos con un viejo amigo, con nuestro amante o con nuestro yo más joven e inexperto? ¿Qué nos diríamos, a sabiendas de que no podemos cambiar nada de nuestro pasado? O mejor aún: ¿qué nos preguntaríamos si apareciera ante nosotros un yo con dos mil años más?

Ángela Molina y Lucía Jiménez. Emilio Gutierrez Caba y Marcial Álvarez. Ellas fueron Cleopatra; ellos, César. Los cuatro se encontraron en la noche de este miércoles en un Teatro de Mérida con más de 1.800 espectadores (de 3.000 localidades) para dar vida y muerte a César y Cleopatra, una revisión del clásico de Bernard Shaw dirigida por Magüi Mira.

Esta 61º edición del Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida (al que esté periódico viajó invitado por la organización) estrenó a unos carismáticos, etéreos y eternos César y Cleopatra, con tablet y vaso de whisky en mano, para rememorar sus mejores y peores momentos, maldecir lo luchado y brindar por su amor.

Celos. Diversión. Poligamia. Actualidad. Ironía y humor. Dignidad. Libertad. Cultura. Justicia. Amor. Arrepentimiento. Civilización. Política. Pena de muerte. Patriarcado. Soledad. Olvido. Demasiados temas de conversación para tan corto encuentro, aunque fuera desde el limbo de la eternidad.

Para qué sirve el poder

El texto, de Emilio Hernández, desdobló a cada personaje en su pasado y su presente para aunar los recuerdos con la crítica social a la actualidad, para fundir la voz de la experiencia con la presuntuosidad de la juventud; pero, sobre todo, para revisar y analizar la triple cara del poder.

Poseerlo, defenderlo y saber para qué lo quieres. Esa es la clave para dominar el poder, según la Cleopatra desinhibida, sensual, divertida y experta que se vislumbró bajo la piel de Ángela Molina. La actriz fue la gran ovacionada en la noche de estreno de César y Cleopatra.

“El día después de mi muerte ya era dios y tenía mi lugar en la eternidad”. Así comenzó César a desplegar su halo de poder. Un poder que no consiguió, tal vez, como pretendía, pero que dura hasta este 2015 y que se palpó la noche del estreno en las columnas del Teatro Romano de Mérida.

La erótica del poder o el poder de la erótica: una ecuación lingüística repetida durante la hora y media de representación que sirvió de cable para el funambulismo temático del texto de Hernández. Las reflexiones sobre el poder salpicaron hasta a la canciller alemana Angela Merkel: “Hoy el mundo lo controlan los germanos”, evidenció César; “y a su frente, una mujer”, reivindicó Cleopatra.

Hoy Cleopatra no existiría

El aderezo feminista no pudo faltar al estreno de la obra dirigida por Mira. Un aliño bien dispuesto con las tablas de Molina y el estreno de una Lucía Jiménez que levantó los aplausos del público en varias ocasiones.

Ambas se complementaron, más allá de sus edades y experiencia, en las dos caras de una misma Cleopatra: la madura y la niña, la que conoce y lamenta partes de su historia y la que la representa para ubicar al espectador en los recuerdos de la primera.

En la vida “hay que sumar como ellas hacen”, destacó Magüi Mira al final del estreno, “sumar como ellas hacen con ellas mismas y con sus Julios”. Sumar, aunque tras la muerte los historiadores resten.

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“Sin mí nunca hubieras entrado en la historia”, chuleó César a su amada. “¿En qué historia, en una historia escrita por hombres?”, interrogó ella. Pero qué más da ya si Cleopatra transcendió o no. Lo importante es que “hoy Cleopatra no existiría”, porque el actual Egipto queda muy lejos de aquel que conoció César y que amó y vivió la última heredera de Alejandro Magno.

Solo se puede sumar cuando hay más de un elemento en escena. ¿Fue esta la razón que llevó a Cleopatra a una muerte de causas desconocidas todavía? "Sin ti, mi amor, yo moriré": este fue el canto, desdoblado en las voces de Jiménez y Molina, que comenzó y cerró la representación, otorgándole el placer de una estructura circular.

César y Cleopatra, con su minimalista apuesta escenográfica, se representará en la antigua Emérita Augusta hasta el próximo 26 de julio, fecha en la que, como bien enseña la obra, pasado y presente de estos dos personajes volverán a extinguirse, a diluirse en el limbo de la eternidad hasta su próximo encuentro.

¿Qué pasaría si miles de años después de la muerte nos encontrásemos con un viejo amigo, con nuestro amante o con nuestro yo más joven e inexperto? ¿Qué nos diríamos, a sabiendas de que no podemos cambiar nada de nuestro pasado? O mejor aún: ¿qué nos preguntaríamos si apareciera ante nosotros un yo con dos mil años más?

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