Julián Casanova: "Los bolcheviques no dieron un golpe de Estado, porque no había Estado"

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Mariya Spiridónova, reflexiona Julián Casanova, encarnó en los últimos años de su vida la deriva de la Revolución rusa, de la que ahora se cumplen cien años. Partidaria de los socialrevolucionarios de izquierdas, se alió a los bolcheviques en contra de parte de sus compañeros y se acabó enfrentando a él por las requisiciones a los campesinos y el trasvase de poder de los sóviets al partido. Detenida por la Checa en 1918, en el umbral del terror, pasó más de veinte años de prisión en prisión —en el transcurso de los cuales se quedó sorda y enloqueció— y fue ajusticiada en 1941. "La revolución terminó siendo una pesadilla", resume Casanova. No en vano, Spiridónova es uno de los personajes que hilan La venganza de los siervos. Rusia, 1917(Crítica), su nuevo libro sobre la revuelta que pedía pan y acabaría transformando el orden europeo. 

El volumen, de 195 páginas, escritura narrativa y lectura sencilla, es "una síntesis de muchas obras interesantes que no se podían leer en español", explica el autor. El viaje intelectual al Este de quien hasta ahora ha centrado su obra en la II República, la Guerra Civil española y el franquismo, se debe en parte a un viaje físico: el que le lleva a pasar seis meses al año como profesor en la Central European University de Budapest. Lo que iba a ser una historia comparada de las revoluciones del entorno soviético se convirtió en una compilación sobre la rusa.

Pero se trataba también de hacer justicia histórica: "El único [otro trabajo traducido al español] que es una síntesis, y es mucho más difícil de leer, es la de Richard Pipes". Su libro está escrito, en cierta medida, en contestación a su La Revolución rusa, publicada en 1990 y traducida al español hace solo unos meses en Debate. Esta obra es clave en la historiografía liberal sobre 1917, "una visión triunfante frente al fracaso del comunismo, que sostiene que de revolución nada, que aquello fue un golpe de Estado dado por el partido bolchevique, y que en el marxismo estaba ya la semilla de la destrucción". Casanova no está de acuerdo: "Los bolcheviques no dieron un golpe de Estado, porque no había Estado. El poder estaba ahí, en los sóviets". Igual que no lo está con la visión oficial de los prosoviéticos, muy en descrédito. El historiador denuncia la "lectura política" de la revolución que la ha utilizado, a veces saltándose los hechos, para justificar una u otra ideología política. "Cuando se conmemora un hecho histórico, se celebra el presente, no el pasado", advierte. 

 

Él se sitúa en una nueva historiografía desarrollada desde los años setenta que pone el foco, no solo en un partido bolchevique "destinado a conquistar el poder" y a la clase obrera en la que se apoyó para ello, sino también en "los campesinos, las mujeres, los soldados, los marines, los distintos nacionalismos...". Un paradigma que no habla de una única Revolución rusa, sino de un "caleidoscopio" de revoluciones que va desde el estallido de la I Guerra Mundial al final de la guerra civil rusa y la instauración de la "dictadura del proletariado". Dentro de ese análisis, Casanova y otros autores no tienen empacho en reconocer que este fue un "momento de extraordinarias revoluciones sociales profundas", surgidas de un "movimiento popular desde abajo". Igual que no lo tienen en decir que este mismo proceso genera "una brutalización tal de la política y una politización tal de la guerra que lo que termina habiendo no es una revolución sino una jerarquía establecida a golpe de armas".

Entre los elementos que Casanova destaca en el ensayo está la distinción entre las revoluciones de febrero y de octubre. Aunque la segunda ganó más protagonismo, encumbrada por la historiografía oficial y demonizada por la liberal, es a la primera a la que el autor confiere mayor importancia, porque "es la que realmente sacude las estructuras y la que es verdaderamente popular". Son las mujeres, reivindica el autor, las que encienden la mecha que terminará con la caída del autoritarismo de los zares. El 23 de febrero, miles de campesinas, estudiantes y obreras marchan en Petrogrado para conmemorar el Día Internacional de la Mujer Trabajadora. Allí, junto a los empleados de la fábrica Putilov —cuyo comité tuvo gran peso en la Revolución—, comienzan a corear "Pan" en protesta contra el desabastecimiento. Las soldatki, mujeres de soldados, constituyeron igualmente un importante grueso de la protesta. Si hubo 15 millones de hombre movilizados, sus esposas y viudas sumaron 14 millones. Un miembro de la policía escribió entonces que "las madres de familia que estaban extenuadas de soportar de pie largas esperas en las colas de las tiendas" eran "un almacén de material combustible". "Esa es la que el partido quiere controlar luego", indica Casanova.

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Cuando el 2 de marzo el zar Nicolás II abdica en favor de su hermano, el Gran Duque Miguel, y este no acepta la corona, la mayor parte de los dirigentes izquierdistas estaba en el exilio y sus organizaciones estaban descompuestas. Las figuras de Lenin y Trotsky serán decisivas en la marcha de la revolución, aunque el historiador se resiste a hacer una historia centrada enlos grandes hombres. "Lenin es un outsider que se monta en un tren en marcha", explica. "Las ideas que ya se manejaban es que son los sóviets quienes deben tener el poder. Pero él solo tiene en el horizonte el pan, la tierra y, para que haya esto, el final de la guerra. Él es el único que lo ve claro". Se le debe también que "la fuerza de la revolución popular" vaya más allá de la Asamblea constituyente que iba a instaurar la democracia representativa. Y que se viera enemigos no solo en los Blancos, sino en todo aquel revolucionario que se opusiera al proyecto bolchevique. "Lenin es un personaje clave en este proceso, para la parte positiva pero también para la negativa, que la gente solo carga en Stalinen Stalin porque es más cómodo", critica.

Y por último está la I Guerra Mundial, desencadenante de las protestas y contexto que marcó duramente su desarrollo. Fue la causante de la hambruna y de los millones de muertos que provoca el levantamiento definitivo contra el zar. Pero también fue la que dio armas a la revolución. Entre febrero y octubre de 1917, un millón de soldados abandona el frente. Y lo hacen con su armamento, y van ocupando y colectivizando la tierra que encuentran. Los burgueses se disfrazan de obreros y aquellos cuyas manos delatan su ociosidad tratan de que nadie las vea. La subversión del orden no solo es política y social, sino que es militar y por lo tanto violenta. "El Ejército Rojo no es una armada popular", protesta el historiador, "como se ha dicho, sino que está formado por muchos de los mejores oficiales que servían al zar". Cuando Aleksandr Kerenski, primer ministro del Gobierno provisional, marcha en busca de soldados que lo defiendan, no encuentra a nadie. La importancia de la Gran Guerra en la Revolución rusa no convenía ni a los soviéticos, que defendían el levantamiento como un mandato del destino, ni a los liberales, que querían ver en Rusia un caso de crueldad excepcional. Ni lo uno ni lo otro, insiste Casanova. 

 

Mariya Spiridónova, reflexiona Julián Casanova, encarnó en los últimos años de su vida la deriva de la Revolución rusa, de la que ahora se cumplen cien años. Partidaria de los socialrevolucionarios de izquierdas, se alió a los bolcheviques en contra de parte de sus compañeros y se acabó enfrentando a él por las requisiciones a los campesinos y el trasvase de poder de los sóviets al partido. Detenida por la Checa en 1918, en el umbral del terror, pasó más de veinte años de prisión en prisión —en el transcurso de los cuales se quedó sorda y enloqueció— y fue ajusticiada en 1941. "La revolución terminó siendo una pesadilla", resume Casanova. No en vano, Spiridónova es uno de los personajes que hilan La venganza de los siervos. Rusia, 1917(Crítica), su nuevo libro sobre la revuelta que pedía pan y acabaría transformando el orden europeo. 

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