¿Qué harías si pudieras saltar hacia atrás en el tiempo? César G. Antón responde en '83 segundos'
Víctor Piñol, un tipo solitario marcado por un trauma adolescente, verá cómo su anodina vida de redactor en los informativos de un canal de televisión se convierte en una odisea el día de su treinta y cinco cumpleaños. Será entonces cuando descubra que tiene el don de saltar hacia atrás en el tiempo, por el que tiene que pagar a cambio, eso sí, 83 segundos de dolor. Esa es la esencia de la trama de 83 segundos (ediciones Minotauro), la primera novela de César G. Antón (Madrid, 1976), que se sumerge en el género de los saltos en el tiempo en busca de una segunda oportunidad para la generación perdida entre boomers y millennials, los últimos que crecieron internet.
Una novela de amor, nostalgia y redención que te enseña que puedes conocer mejor tu pasado, entenderlo y aprender de él, pero que no es tan fácil cambiarlo. Además, 83 segundos es sobre todo una historia sobre la amistad, en la que los lazos que se anudan en el colegio no son comparables con los que puedas atar después. La aventura de un héroe por accidente en las calles, los bares y los centenarios restaurantes de Madrid en el año 2000. Un viaje que recuerda la adolescencia en los barrios del sur de la capital en los ochenta (concretamente Usera en 1985), entre quinquis, yonquis y partidos de fútbol en campos de tierra.
"Es una novela para esa generación perdida entre boomers y millennials, la gente que tuvo una infancia y una adolescencia sin internet y sin móvil", resume a infoLibre el autor, quien plantea que es una novela aparentemente de ciencia ficción con la "excusa de los saltos en el tiempo", y al mismo tiempo es una novela "nostálgica, de redención con el pasado, de cómo sería viajar atrás en el tiempo sabiendo lo que sabemos ahora".
Y aún desvela algo más: "La premisa juega un poco con la idea de ir a dos momentos de nuestro pasado, el año 2000 y 1985. En el año 2000 todavía teníamos esa inocencia, no se habían caído las Torres Gemelas, había una ilusión de un nuevo siglo, jugábamos al snake con el Nokia y no perdíamos más tiempo con el teléfono y caminábamos con la cabeza levantada. El otro año es 1985 por el punto de esa adolescencia en ese Madrid del sur, obrero, que tenía mucha heroína pero estaba saliendo de una dictadura. Esa infancia con los partidos de fútbol en campos de tierra en los que a veces había que saltar entre jeringuillas, pero que tenía unos códigos muy importantes de amistad. Se trata, en definitiva, de jugar a revivir todo eso con los ojos de lo que sabemos ahora, poder revivir tu pasado con la experiencia acumulada".
83 segundos lanza también la pregunta del millón: ¿Qué harías si pudieras saltar hacia atrás en el tiempo? "Una de las cosas que funcionan en la novela es que, efectivamente, estás todo el rato preguntándote qué harías. Te identificas muy fácil con el personaje y todo el rato te estás preguntando qué harías en su lugar", apunta este "enfermo desde siempre de las novelas de viajes en el tiempo", tal y como él se define a sí mismo.
Y aunque la trama es "puro entretenimiento", sí que guarda una pequeña moraleja: "Puedes conocer tu pasado mejor, puedes aprender de él o descubrir cosas nuevas, pero cambiarlo es complicado". Una novela que nos puede ayudar a conocer cosas de nosotros mismos y que es, en esencia, un viaje durante el que "aprender cositas" disfrutando de unas de las fantasías más recurrentes que siempre ha tenido, tiene y tendrá el ser humano.
"Las tres fantasías más típicas en el mundo infantil son volar, ser invisible o saltar en el tiempo. Yo creo que ahí hay una competición", concede divertido el autor. "Si vas ahora a preguntar a un patio de colegio con niños que tengan doce o trece años, que es cuando uno de verdad es una persona coherente y sensata, te van a decir eso. Cuando somos coherentes y sensatos lo que queremos hacer es volar, ser invisibles o saltar en el tiempo. Desde luego, esto último era mi obsesión infantil", destaca.
83 segundos es, además, la primera novela de César G. Antón, director de los servicios informativos de La Sexta, quien confiesa que le ha "costado muchísimo porque es muy difícil" escribir una buena novela. "Los expertos y los manuales dicen que hay dos tipos de escritores: el brújula y el mapa. Los mapa, que es lo ideal, es ir con un plan establecido y todo pensado. Los brújula empiezan sin tener una idea clara y a raíz de ahí van construyendo. Yo empecé solo con una idea y tirándome a escribir, tuve que leer un montón de manuales para aprender", relata.
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La principal dificultad es, según explica, que todo "tiene que ser coherente y todo tiene que tener una lógica y un sentido para que el lector vaya viajando y todo cuadre". "Me ha costado mucho darle esa coherencia para que tenga sentido y el lector no se sienta defraudado, pero creo que la novela es muy sólida en eso. Porque, además, los lectores enfermos de este tipo de novelas siempre buscan la fisura en la teoría de lo que cuenta la trama", añade.
Y establece en este punto una comparación de lo más gráfica: "Todos pensamos que sabríamos montar un bar, pero cuando alguien lo monta se da cuenta de que no tiene ni idea porque hay que gestionar a los borrachos, pagar a proveedores y tantas otras cosas. Todos pensamos que podemos escribir una novela porque leemos novelas, pero cuando te pones a ello te das cuenta de que hay muchísima ciencia que tienes que aprender. Yo empecé simplemente con una idea y me di cuenta de que era complicadísimo".
Los bares, por cierto, son muy importantes en esta historia que es también, a su vez, una fotografía de Madrid en dos momentos muy concretos. Por sus páginas desfilan, de hecho, lugares tan emblemáticos como la sala Moby Dick, el bar Iberia, Casa Labra, Joy Eslava o Pasapoga. Sería, de este modo, algo así como una "novela histórica de ciencia ficción", pues se entrelazan sitios reales con situaciones de ficción para confeccionar una trama "de nuestra historia reciente y muy centrada en Madrid". "Se nos ha olvidado, pero ha cambiado muchísimo nuestro mundo y ese es el punto de la novela", afirma, antes de lanzar una última pregunta que de alguna manera lo resume todo: ¿Seremos capaces de evitar a lo que estamos predestinados si viajamos al pasado?