Juan y Javier Gallego alertan de 'La plaga': "La diversión continua que vivimos en las pantallas es una ficción"

Pedro es un tipo cualquiera. Una víctima del sistema y de sus propios miedos. Un hombre en plena crisis de la mediana edad que repite día tras día la misma rutina, que coge el tren a la misma hora y que llega al estudio de arquitectura donde trabaja siempre a la hora en punto. Un solitario que se fue cansando de tejer las redes sociales (reales) de sus amistades, herido tras haber perdido por su propia culpa al amor fallido de su vida, y que tiró la toalla cuando el camino profesional que había imaginado para sí mismo se salió de la línea recta.
No ha cumplido ni una sola de las expectativas propias y ajenas, por lo que ni siente ni padece como única forma de sentirse seguro al margen de una sociedad que te obliga a ser feliz aunque no lo seas, sencillamente porque todos fingen serlo. Por supuesto, toma pastillas para dormir, convirtiendo así sus sueños potenciales en pesadillas demasiado veraces, apartado del mundo confundiendo la vigilia con el sueño. Un mal día encuentra una plaga de gusanos en su despensa y emergen desde ese rincón más oscuro todos sus miedos más profundos.
"Es imposible controlar todo lo que te pasa en la vida, tienes que subirte a la ola y aprender a surfearla, ese es el aprendizaje en el que uno se empeña desde que nace hasta que muere", destaca a infoLibre el periodista Javier Gallego, autor del guion de La plaga (Reservoir Books, 2025), la novela gráfica en la que su hermano, el pintor y dibujante Juan Gallego, se encarga de toda la parte visual. Entre ambos nos cuentan la historia de Pedro, este personaje de ficción que tiene algo de cada uno de nosotros y que protagoniza un relato sobre salud mental y adicción al trabajo en una sociedad repleta de banderas rojas para quien quede fuera por los motivos que sean.
Es, en palabras de los autores, una historia de terror psicológico sobre la soledad y el miedo a vivir de alguien que tiene una plaga de gusanos en casa, que es el símbolo de la plaga interior que te impide llevar a cabo tus sueños o atreverte a tomar las oportunidades que se te ofrecen en la vida. Por eso, "acaba encerrándose en sí mismo y dentro de su casa con esta plaga que le devora", resume Javier sobre esta novela gráfica que reflexiona también sobre el paso del tiempo y el pánico a mirar atrás por el espejo retrovisor para comprobar si hemos dejado atrás algún cadáver sobre el asfalto a nuestro paso. El pavor a constatar que, de hecho, el que está tirado en la carretera es tu propio cuerpo, que de alguna manera ya te es ajeno.
De hecho, la obra empieza cuando el protagonista cumple cuarenta años y de repente mira a su alrededor y solo le llama su hermano, con quien prácticamente no tiene contacto, y su madre. "Este personaje ha tenido un descuido de las redes afectivas y se encuentra muy solo, también quizás porque ha ido desaprovechando las oportunidades, porque no se ha atrevido a cogerlas y no se ha atrevido a vivir en profundidad", apunta Javier, para quien "si tú no te arriesgas al dolor que a veces tiene vivir, para conseguir también a cambio mucha satisfacción y alegría, te conviertes en un ser que no siente nada".
Si tú no te arriesgas al dolor que a veces tiene vivir, para conseguir también a cambio mucha satisfacción y alegría, te conviertes en un ser que no siente nada
Eso es precisamente lo que le pasa al protagonista de esta historia, que vive en una especie de "anomia emocional, como en sordina, aletargado, casi anestesiado, y por eso intenta que su vida exterior sea muy ordenada, muy metódica y meticulosa, muy aburrida y muy gris, porque al mismo tiempo eso hace que no piense lo que le está ocurriendo". apunta Javier, antes de que Juan apostille: "Gente más joven que ha leído La plaga no está haciendo esa lectura de la crisis de la mediana edad, sino que nos habla un poco más de la salud mental y temas así. A cada uno el cómic le apela en sus situaciones y problemáticas propias".
Y continúa Javier: "Es que mirar lo que estás haciendo con tu vida y plantearte si lo estás consiguiendo o no es algo de cualquier edad, solo que según va pasando el tiempo te vas dando cuenta de si lo estás consiguiendo o no. Cuanto más avanza ese tiempo más miedo te da haber perdido más trenes, pero en realidad en cualquier momento de tu vida te preguntas si estás haciendo lo que querías hacer y si tu vida es como imaginabas. Por eso, una persona de veinte años puede sentirse apelada, porque habla de relaciones rotas, si quieres o no tener hijos y fundar una familia, de viajar fuera a desarrollar tu trabajo... la vida tiene riesgos que en todo momento tienes que decidir si quieres o no tomar".
Todos esos riesgos y esos miedos se acrecientan en una sociedad de escaparate en la que las redes sociales que nos aplastan a notificaciones en nuestros teléfonos móviles de manera constante, fomentando una dañina disociación entre realidad y ficción, entre fracaso y éxito, hasta el punto de quien no alcanza lo que se establece como media de lo normal termina optando por la incomunicación del apagón tecnológico. "A pesar de tener más hiperconectividad que nunca, los jóvenes de repente se sienten aislados. Hay una desconexión porque la gente vive al otro lado de la pantalla. Pero, a veces, lo que ocurre al otro lado es mucho más oscuro que esa luz que reflejan las pantallas", avisa Javier.
Porque, de hecho, hablamos con (demasiada) aceptada normalidad de la soledad no deseada de los mayores en la vejez cuando, según el periodista, "en realidad hay mucha gente joven que se siente muy sola precisamente porque no siente que esté al nivel de exigencia de este escaparate global en el que vivimos". "Piensas que tu tienda no es suficiente atractiva o que tú no eres capaz de alcanzar los baremos que se piden. De repente sientes que no estás a la altura, te repliegas sobre ti mismo y desapareces un poco del mapa", alerta, para acto seguido sentenciar: "La diversión continua en la que parece que vivimos todos en las pantallas es una ficción".
"Parece que tenemos las mejores vacaciones, el mejor trabajo, los mejores amigos, vemos los mejores conciertos y leemos los mejores libros, porque hay una obsesión por decir 'yo me lo estoy pasando fenomenal, estoy siempre bien, estoy a la altura y soy el mejor'. Pero luego mucha gente siente, sobre todo los adolescentes y los jóvenes, que tiene una presión demoledora por ser los mejores y estar bien. Pedro significa eso, porque fracasa en el intento de conseguir una beca estudiar fuera, que era su dirección artística, pero cuando fracasa se viene abajo y ya no sigue intentándolo. Te vas desmoronando y dejas de intentarlo", argumenta.
La tiranía del éxito nos puede llevar, en definitiva, a encerrarnos en nosotros mismos y renegar de un mundo hostil empeñado en castigarnos. Es la consecuencia directa el individualismo promovido por el capitalismo feroz. "Un problema que tenemos en las ciudades modernas es que no conocemos a los vecinos y las vecinas. Con el apagón, de hecho, mucha gente puso en valor que había conocido a sus vecinos, porque como no podía ver la tele ni hacer nada a través de las pantallas, tuvo que atravesar esas pantallas como si fueran un espejo y encontrarse con la vida real", destaca Javier, todavía agregando: "La vida real es que tienes vecinos y vecinas, y de repente compartías espacio y tiempo con gente con la que vive puerta con puerta pero con la que no había hablado ni se había relacionado".
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Toda esta deformación es la que, en última instancia, nos convierte en una sociedad empastillada, "donde la gente tiene unos niveles de ansiedad y estrés que no le dejan dormir". Y, como no puedes dormir, el mismo sistema que te provoca esa ansiedad y ese estrés "te vende una pastilla para que duermas, creando una especie de círculo vicioso en el que al final te enganchas y ya no puedes dormir sin ellas". "Además, las pastillas, por supuesto que pueden tener efectos secundarios, por eso los sueños de Pedro son cada vez más trastornados, delirantes y tenebrosos", avisa Javier, para luego lanzar otra reflexión: "Si en vez de solucionar todos los problemas estructurales que tenemos intentamos arreglar nuestros problemas con placebos, que es lo que son, el problema no solo persiste sino que se acentúa".
Herramientas como la IA evolucionan a una velocidad tan descontrolada y son tan potentes que empieza a haber un riesgo real de que apoyarnos demasiado en ellas nos vuelva perezosos, torpes e inservibles
Con referentes como Frank Miller, Daniel Clowes, Charles Burns, Chris Ware o el animador español Alberto Mielgo, Juan refleja los diferentes estados de ánimo y situaciones través de estilos variados y mucha versatilidad. Así, cada momento, ya sea un sueño, un recuerdo, una realidad o su propio trastorno mental, acaba reflejado en el estilo gráfico. "Para los sueños usé el hilo conductor de que todos fueran en blanco y negro, cada cual con su estilo, y la vida del estado de vigilia en color", explica, antes de comentar el alegato que hace Pedro en la novela a favor de dibujar con lápiz y no usar ordenadores que te hacen "torpe y perezoso". "El otro día alguien me dijo 'piensas con las manos'. Me pareció muy bonito porque yo trabajo mucho por prueba y error", comparte divertido.
Asimismo, desde su punto de vista como dibujante e ilustrador, señala que hasta hace muy poco todo lo que hemos ido inventando han sido herramientas que nos "ayudaban de manera más o menos eficaz y hacían evolucionar nuestras capacidades", pero el "problema" es que ahora han surgido "herramientas nuevas como la IA que ya nos puede empezar a volver perezosos". "Son herramientas tan sofisticadas y poderosas que empieza a haber un riesgo de que nos vuelvan perezosos y torpes", advierte. "Nos enfrentamos a una época donde las herramientas evolucionan a una velocidad tan descontrolada y son tan potentes que empieza a haber un riesgo real de que apoyarnos demasiado en ellas nos vuelva perezosos, torpes e inservibles", termina Juan.