El mercado editorial, ya se sabe, marca sus tiempos breves por la cautela del dinero. No del que pueda ganar, no, en absoluto, sino por el que pueda perder. Como si acaso no fueran los mismos libros los que reclaman su propia perdurabilidad, solo que se les silencia arrojándolos al fondo del almacén si sus quejidos no son más rentables que su contenido. No siempre es así, solo faltaba, pero hay cierta piadosa verdad en la excepción que confirma la norma.
Si vende es bueno. Solo interesa si vende. Lo que te ponen delante es lo único que ves, porque es lo único que te dicen que existe. Pasa en todos los ámbitos, no solo con los libros. Pero ocurre que hay quien huele a chamusquina donde otros disfrutan con el calorcito de la hoguera de papel quemado de la que no floreció el dinero deseado. Estos son los que comprenden profundamente la potencia del libro en llamas como arma arrojadiza contra la máquina.
"Entras en cualquier librería y generalmente lo que está expuesto son novedades y bestsellers. Pero, para nosotras, novedad es cualquier cosa que no hayas leído", apunta a infoLibre Carmen Alquegui, integrante de La Vorágine - Cultura Crítica, de Santander. "El libro es una herramienta para ponernos a pensar y poder imaginar otras formas de estar y de relacionarnos", apostilla Marta Arrizabalaga, de Katakrak, en Pamplona. "Lo que venimos llamando librerías asociativas, a veces también críticas y políticas, son librerías donde prima la transmisión del conocimiento sobre el fetiche de la mercancía del libro", remata Carolina León, del colectivo Traficantes de Sueños, de Madrid.
No hay una definición concreta como tal de librería asociativa, pero podríamos hablar de proyectos que transitan por veredas comarcales, alternativas a la principal autovía comercial. Con ideas políticas progresistas, una vocación transformadora y un desarrollo que va mucho más allá del mero hecho de la compra-venta de libros. "Maldigo la poesía concebida como un lujo cultural por los neutrales que, lavándose las manos, se desentienden y evaden. Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse", escribía Gabriel Celaya.
El objetivo último, la radicalidad democrática del mundo. Con al apoyo de una clientela que es mucho más, que es partícipe, que se asocia y que aporta con sus recursos más valiosos: el tiempo y el dinero, y no necesariamente en ese orden. Los libros que ofertan, en última instancia, son el reflejo de la transformación necesariamente deseada. "Intentamos que los libros que vendemos tengan un sentido y la capacidad de hacernos pensar más allá y de otras maneras", remarca Arrizabalaga.
León, por su parte, subraya que Traficantes de Sueños, con 25 años de historia, es mucho más que la cara más visible de su librería. "Somos editorial, distribuidora, taller de diseño y área de formación", enumera, recordando que todo empezó como un proyecto de autogestión que distribuía fanzines, material político o libros de izquierdas orientados a la transformación social.
En la misma línea, también es mucho más que una librería La Vorágine, igualmente con una editorial y multitud de actos en sus instalaciones. Igual que Katakrak, que más que una librería es un "proyecto político con forma de cooperativa una editorial, una cantina o un grupo de estudios". "A diferencia de la típica librería donde te compras el libro y te vas, aquí ocurren otras muchas cosas. Hay presentaciones de libros, conciertos, teatros, charlas, tenemos tres grupos de lectura que funcionan bastante bien... cualquier cosa que te puedas imaginar ha pasado ya en nuestra sala de actos. Entre unas cosas y otras se va creando un grupo alrededor del proyecto", añade Arrizabalaga.
En este punto, pone Alquegui el valor en su catálogo, minuciosamente escogido para tener un discurso propio: "Colocamos en las mesas por temáticas y cosas de las que queramos hablar en cada momento. Llevamos unas líneas bastante claras de lo que tenemos en la librería. Cuestiones relacionadas con pensamiento político, con marxismo y anarquismo, filosofía, sociología, antropología. Feminismo es la sección más grande y de la que más vendemos. También tenemos una apuesta muy fuerte por la Historia y la memoria colectiva, que se ve en los libros y en la programación. Nos gusta el ensayo cultural y de arte desde otras perspectivas más alternativas y, por supuesto, también narrativa, poesía y una parte infantil que recoge los temas de los que queremos conversar desde la infancia".
Espacios críticos, en esencia, Eso son los mencionados igual que, cada cual a su manera, La Revoltosa (Valencia), Suburbia (Málaga), La Otra (Valladolid), Synusia (Terrasa), Cambalache (Oviedo, que es más asociación y distribuidora y un poquito menos librería), La Ciutat Invisible (Barcelona) o La Libre de Barrio (Leganés). El combate de la palabra, inasequible al vil desaliento del dinero.
Lo intenta resumir en pocas palabras Alquegui: "Las librerías asociativas. en general. tienen un plus más de lo que quieren contar. Desde el minuto cero. Nosotras hemos puesto una serie de principios en una pegatina en la puerta: si eres una persona homófoba o racista o machista a lo mejor este no es tu lugar. Desde ahí hasta los primeros libros que te encuentras. Esta forma de actuar te lo permite el hecho de que no sea una empresa, sino que sea un proyecto conjunto de personas que deseamos esa transformación o hacer esa crítica de la realidad que estamos viviendo".
Esa es la premisa pivotal también de Traficantes de sueños, siempre intentando primar "los libros de distribución alternativa", esto es, todo aquello que se sale del circuito comercial de las grandes editoriales y distribuidoras. "Ese es el gran sello que no es en absoluto único de Traficantes, pero que sí que caracteriza a este tipo de proyectos", recalca León.
Y prosigue: "El modelo asociativo ha sido la manera de fundar un entorno de gente afín que se movía con esos textos, que quería crecer y aprender. Siempre ligados, en nuestro caso, y en el de otras librerías asociativas, tanto a los barrios en los que hemos estado asentados, principalmente Lavapiés en nuestro caso, como a una comunidad de gente afín que son los socios y socias que en distintos momentos del proyecto han ido sosteniéndolo adelantando compras, adelantando cuotas, con algunas ventajas, para poder mantenernos en un mercado que siempre se ha movido en la precariedad más absoluta, con márgenes estrechos".
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Tanto La Vorágine como Katakrak cumplen ya diez años en 2023. Con la horizontalidad por bandera y una concepción antagónica al negocio comercial. "No buscamos lucro económico, sino de otros tipos. Necesitamos lo que necesitamos para sostener el proyecto, pero buscamos otro tipo de lucros que sean, por ejemplo, aportar espacios a la ciudadanía, generar ciertos debates y que se comprendan determinadas cosas. Buscamos un lucro más social, cultural, como quieras entenderlo, pero no económico", señala Alquegui.
Una labor de "hormiguita", siempre con el libro como "herramienta", tal y como insiste León, quien explica que la "aventura" más reciente de Traficantes de sueños comenzó en 2019 cuando adquirieron un local en conjunto con Ecologistas en Acción, con el proyecto de crear un espacio social de encuentro y formación, orientado a los movimientos sociales y de transformación de la ciudad. El local se inauguró finalmente en este mes de febrero y, con el nombre de Ateneo la Maliciosa, acoge casi a diario reuniones, cursos, charlas y conferencias. Además, cuenta con la librería Traficantes de sueños en una porción del local, por lo que es donde actualmente están desarrollando Nociones comunes - Universidad experimental de Madrid.
"Aparte de los proyectos, tenemos un espacio donde hacemos actos y que crea comunidad", destaca igualmente Arrizabalaga sobre Katakrak, que cumple una década en 2023, igual que La Vorágine. Precisamente, Alquegui, de esta última, condensa así toda la actividad de este tipo de proyectos: "Somos asociación cultural, con sus ventajas y desventajas. Como ventajas, nos permite, aparte de tener la propia actividad comercial de la librería, gestionarnos como asociación y poder hacer de nuestro espacio lo que nosotras queremos que sea, esto es, aparte de la parte visible de la librería, poder diseñar programación, crear contenidos, tener una editorial asociada... dotarnos de más patas para que sea el proyecto transformador que queremos".
El mercado editorial, ya se sabe, marca sus tiempos breves por la cautela del dinero. No del que pueda ganar, no, en absoluto, sino por el que pueda perder. Como si acaso no fueran los mismos libros los que reclaman su propia perdurabilidad, solo que se les silencia arrojándolos al fondo del almacén si sus quejidos no son más rentables que su contenido. No siempre es así, solo faltaba, pero hay cierta piadosa verdad en la excepción que confirma la norma.