LA PORTADA DE MAÑANA
Ver
El fiasco de Bruselas y el desafío permanente de Mazón desnudan el liderazgo de Feijóo en el PP

'La línea invisible' que ETA cruzó con Pardines

6

El ​​​​​​7 junio de 1968, mientras Francia se encuentra paralizada por la huelga general y Checoslovaquía vivía una primavera tardía, España decidía también parte de su futuro político. Ese día, a las cinco y media de la tarde de un viernes, era asesinado un guardia civil de 25 años en la carretera N-I Madrid-Irún, a la altura del kilómetro 446,5. Era José Antonio Pardines Arcay, nacido en Malpica de Bergantiños (A Coruña), y quien le disparaba era Txabi Etxebarrieta, de 23 años, nacido en Bilbao, que moría también horas después es un enfrentamiento con la Guardia Civil. Era la primera vez que ETA mataba, la primera víctima de las 853 que reconoce el Ministerio del Interior. Y este es el episodio que Mariano Barroso, el cineasta tras la ficción televisiva El día de mañana, retratará en su próxima serie, también para Movistar+, bajo el título de La línea invisible.

En El día de mañana, estrenada en junio en el canal de pago, Barroso —también presidente de la Academia de Cine— y su coguionista Alejandro Hernández se proponían adaptar la novela homónima de Ignacio Martínez de Pisón, una mirada nada halagadora al tardofranquismo. Pero el ya arriesgado empeño de retratar la ponzoña moral de la dictadura parece quedarse en nada frente a la empresa de abordar el primer asesinato de ETA, perpetrado aún bajo el régimen y que resultó en la muerte también de uno de sus autores, hoy un símbolo para parte de la izquierda abertzale. Aunque la producción, a cargo de Movistar+ y Sentido Films, está aún en sus primeros estadios, la cadena ha anunciado que los responsables del guion serán el propio Hernández y Michel Gaztambide (No habrá paz para los malvados).

El pasado junio se celebró el 50º aniversario del suceso, al que acompañó la publicación del libro Pardines. Cuando ETA empezó a matar (Tecnos). En el estudio, coordinado por Florencio Domínguez Iribarren y Gaizka fernñandez Soldevilla, trece investigadores recorren el contexto histórico del asesinato, el desarrollo de los dos tiroteos del 7 de junio, la memoria construida en torno al crimen y el proceso de conversión de los dos implicados, el agente y el "activista", en símbolos de sus respectivos roles en la historia. El volumen resulta particularmente interesante en su análisis de la evolución de las posturas ideológicas en la primera década de ETA, desde la inicial voluntad de constituir una alternativa al PNV, considerado demasiado tibio con la dictadura, a sus posiciones revolucionarias y, finalmente, su apuesta por la lucha armada y los atentados mortales. 

"No estamos acostumbrados a tiros"

Fernando Aramburu, autor de Patria, la novela que ha marcado el debate sobre el relato vasco en literatura, mide en el prólogo el peso de Pardines: es, defiende, "el suceso desencadenante de una larga cadena de crímenes que se alargará durante más de cuatro décadas, dejando un largo y ominoso reguero de muertos y heridos, y causando una fractura de graves consecuencias en la sociedad vasca". Pero Domínguez, director del Centro para la Memoria de las Víctimas del Terrorismo —responsable de la publicación junto a la Xunta de Galicia, la Diputación de Gipuzkoa y la UNED—, denuncia en la introducción el escaso conocimiento que existe, en la memoria colectiva, sobre el suceso. Una encuesta realizada por esta fundación del sector público demostraba que, ante la pregunta de quién fue la primera víctima mortal de ETA, solo el 1,2% de los entrevistados conocía la respuesta. El 19,8% dio soluciones erróneas, y el resto reconoció no saberlo. "El olvido sobre lo ocurrido hace medio siglo pudiera parecer lógico", dice el periodista, "si no se estuviera produciendo también una amnesia extendida sobre hechos del terrorismo mucho más recientes que muestra un alto componente de voluntariedad en el deseo de olvidar".

 

El suceso, en su día, levantó un relativo revuelo. Resultaba, claro, llamativa una muerte violenta en un entorno que —la dictadura tenía otros métodos— no solía encontrarse con estas estampas. Una vecina dijo entonces a la revista El Caso: "Por aquí no se habla de otra cosa. No estamos acostumbrados a tiros ni a crímenes y esto nos ha impresionado mucho". Su sorpresa resulta, a ojos de los 3.500 atentados que seguirían a aquel, especialmente sombría. Pero todos los autores coinciden en que la importancia de aquel 7 de junio solo fue entendida a posteriori. El propio Aramburu dice que el niño de nueve años que fue no tuvo conciencia del asesinato: la presencia de ETA en las calles era todavía residual, y la tensión apenas comenzaba a aumentar. "Todo el mundo recuerda qué hacía el 23-F, el día que Tejero entró en el Congreso de los Diputados, pese a que la influencia efectiva de ese acontecimiento en la vida cotidiana de los españoles fue pasajera y de limitado calado", apunta Domínguez. "Casi nadie recuerda, en cambio, quién fue José Antonio Pardines, pese a que su asesinato, el primero cometido por miembros de ETA, Euskadi ta Askatasuna (Euskadi y Libertad), ha tenido profundos efectos en la vida diaria de una gran parte de los ciudadanos durante décadas, porque significó el inicio de una larga historia de dolor y muerte".  

El asesinato de Pardines no fue un atentado premeditado, sino un encontronazo entre Etxebarrieta, su compañero Iñaki Sarasketa y el guardia civil, que les detuvo en un control de carreteras. Al verse arrinconados, Etxebarrieta —no se ha podido concluir si Sarasketa también disparó— abrió fuego contra el agente, que cayó sin haber siquiera desenfundado su arma. Horas más tarde, en otro control, esta vez en Benta-Haundi, se producía otro tiroteo en el que Etxebarrieta moría y Sarasketa se daba a la fuga. "Fue un día aciago", diría este último años más tarde. "Un error. Era un guardia civil anónimo, un pobre chaval. No había ninguna necesidad de que aquel hombre muriera". Pero aquel suceso fortuito se enmarcaba dentro de un viraje en la estrategia de ETA, que se orientaba inequívocamente hacia la violencia.

"Guerra revolucionaria"

Los inicios de ETA fueron muy distintos de lo que acabaría ocurriendo una década más tarde. El primer manifiesto de la banda, emitido en 1959, aclaraba los propósitos del grupo, nacido del colectivo Ekin y que se integraría después en las juventudes del PNV: "la salvación de las esencias vascas a través de un cauce estrictamente patriótico, y por ende apolítico y aconfesional, (...) en un marco de libertad nacional". Entre esto y la autodenominación en la V Asamblea de la organización, celebrada entre 19966 y 1967, como un "Movimiento Socialista Vasco de Liberación Nacional" media un trecho. Pardines. Cuando ETA empezó a matarrecoge la influencia de Vasconia. Estudio dialéctico de una nacionalidad, el libro de Federico Krutwig que se convirtió en "la biblia de ETA", según el historiador Santiago de Pablo, y que introducía en el debate el concepto de "guerra revolucionaria", que Euskadi tenía que adoptar siguiendo a "los pueblos asiáticos y africanos que han arrojado el yugo del colonialismo, y que siempre va acompañada del empleo de la fuerza". 

PP reprocha al Gobierno vasco que presente la historia de Euskadi como "un mar de violencias en el que nadie es culpable"

Ver más

Comenzaba entonces en Europa lo que más tarde se llamaría "tercera oleada del terrorismo". Con la referencia de las luchas del Tercer Mundo contra la colonización, la concepción de la Guerra Civil como un proceso de invasión por un ejército extranjero y el ejemplo de los gudaris, soldados de los batallones nacionalistas en la contienda, ETA llegó a la conclusión, como otras organizaciones terroristas de la época, que la forma de evitar la desaparición de Euskadi era la "lucha armada". Pero si esta postura estuvo clara desde principios de los sesenta, cuando ya se colocan explosivos, tuvieron que pasar años para que ETA se decidiera a matar. Se seguía entonces la estrategia acción-reacción, en la que los ataques del grupo provocarían una represión por parte del Estado que haría temblar los cimientos de la que veían como una sociedad acomodada. Con los atentados, se planteaba la banda a mediados de los sesenta, lograba uno de sus "mayores objetivos": "Obligarle [al enemigo] a cometer mil torpezas y barbaries. La mayoría de sus víctimas son inocentes. Entonces el pueblo hasta entonces más o menos pasivo, y a la expectativa, se vuelve hacia nosotros". 

Poco a poco, el discurso se agria: se dan las primeras agresiones contra los considerados españolistas, las primeras recaudaciones que darían lugar al "impuesto revolucionario", se planean sabotajes y atentados aún sin víctimas mortales. Se afila el discurso: "Ya se acabaron los certificados de patriotismo. Patriota es aquel que está luchando en la Resistencia o colaborando con ella (...). Todos los demás están del lado del opresor". En 1968, el propio Etxebarrieta redactaba un manifiesto de la banda con motivo del Aberri Eguna, el Día de la Patria: "Para nadie es un secreto que difícilmente saldremos de 1968 sin algún muerto". No se equivocaba.

 

El ​​​​​​7 junio de 1968, mientras Francia se encuentra paralizada por la huelga general y Checoslovaquía vivía una primavera tardía, España decidía también parte de su futuro político. Ese día, a las cinco y media de la tarde de un viernes, era asesinado un guardia civil de 25 años en la carretera N-I Madrid-Irún, a la altura del kilómetro 446,5. Era José Antonio Pardines Arcay, nacido en Malpica de Bergantiños (A Coruña), y quien le disparaba era Txabi Etxebarrieta, de 23 años, nacido en Bilbao, que moría también horas después es un enfrentamiento con la Guardia Civil. Era la primera vez que ETA mataba, la primera víctima de las 853 que reconoce el Ministerio del Interior. Y este es el episodio que Mariano Barroso, el cineasta tras la ficción televisiva El día de mañana, retratará en su próxima serie, también para Movistar+, bajo el título de La línea invisible.

Más sobre este tema
>