De lolitas y fariseos

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"¿Cómo admitir que han abusado de ti cuando no puedes negar haber dado tu consentimiento, cuando has sentido deseo por ese adulto que se apresuraba para aprovecharse?"

El escándalo llegó con Le Consentement (El consentimiento), donde Vanessa Springora revela la relación que mantuvo con Gabriel Matzneff, una vaca sagrada del mundo literario francés. Ella tenía 13 años; él rondaba los 50. Pero la sorpresa es hipócrita, lo de Matzneff era un secreto a voces. Dadas por él mismo, en sus obras de ficción y en las autobiográficas. Véanle en esta emisión de Apostrophes, donde Bernard Pivot, pope de las letras galas, relativiza los apetitos sexuales de su invitado.

De entre todos los asistentes, sólo la escritora Denise Bombardier muestra su indignación. Han pasado 30 años, y Pivot se justifica:

 

Eran otros tiempos, dice, la literatura primaba sobre la moral. Y debía ser cierto. Años antes de esa aparición televisiva, en 1977, Matzneff había enviado a Le Monde una carta abierta pidiendo la absolución de tres hombres encarcelados por haber tenido relaciones sexuales con chicas y chicos de 13 y 14 años (la edad de consentimiento legal era de 15), petición que fue firmada, entre otros, por Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Gilles Deleuze, Louis Aragon o Roland Barthes.

Es un asunto que resurge con frecuencia aquí y allá, incluso ahora. Ejemplo: en 2018, un periodista chileno acusó a una diputada de defender "el derecho a la pedofilia" y la relacionó con De Beauvoir, "partidaria de la pedofilia". De desmentir las acusaciones contra la parlamentaria se encargó la realidad; de la alusión a Beauvoir se hizo cargo María José Cumplido: "En un contexto donde intelectuales como Beauvoir abogaban por el individuo y por la libertad, se entiende que lo que defendían era el consentimiento y negaban que el Estado podía estar por sobre la libertad de los individuos. Hoy tenemos otras nociones sobre infancia y sabemos que el consentimiento no siempre es libre, por lo que me parece que hemos avanzado al respecto". Beauvoir, sostiene, jamás defendió la pedofilia, defendía la libertad absoluta sobre los cuerpos.

Et pourtant… "Existen dos libros escritos por dos mujeres diferentes que cuentan su relación con la pareja —dice Lucía Etxebarria—. Coinciden en contar algo que ahora se da por hecho: que tenían un grupo de estudiantes alrededor al que identificaban como 'su familia', chicas de 17 años fascinadas por sus profesores". Etxebarria, que habla de esto en Mujeres extraordinarias, explica que Simone y Jean Paul se acostaban con ellas, las compartían. "No hablamos solo de abuso sexual también de abuso emocional. Por ejemplo, Bianca Lamblin consiguió que tanto Simone como Jean Paul le prometieran que nunca mencionarían el tema, y sin embargo Simone reveló todo lo que había sucedido, con serias consecuencias para Bianca, que estaba casada con alguien que había sido alumno de Sartre y que no tenía ni idea de lo que había pasado".

Cuando Lamblin publicó Memorias de una joven perturbada, el mundo intelectual francés defendió a los suyos, pese a que sus datos coincidían con otros testimonios. "En Francia siempre se ha considerado la pederastia una cosa muy chic y muy moderna, son incontables las películas en las que un señor mayor tiene una relación con una jovencita, y de eso se habla como de algo romántico".

Las cosas han cambiado. En 2002, causó tremendo revuelo la publicación de Il Entrerait dans la Legende (Se convertirá en leyenda, Premio Sade 2003), de Louis Skorecki, historia de un asesino en serie motivado por su amor a las mujeres y niñas, y Rose Bonbon, de Nicolas Jones-Gorlinel, relato detalladísimo de las aventuras pedófilas de un viajante. Pero… "Houllebecq también ha escrito escenas pedófilas en sus libros que parecen sospechosamente reales", apunta Etxebarria.

Lolita, tú tienes una forma de bailar que me fascina

Con permiso del Dúo Dinámico, para el mundo y la posteridad, Lolita es la obra de Vladimir Nabokov, polémica desde su origen: se vio obligado a publicarla en París y en un sello de literatura erótica y vanguardista, Olympia Press. Desde entonces, enciende pasiones.

"¿Qué hacemos con Lolita?", se preguntó recientemente Laura Freixas. "Leerla, sí, porque es una gran novela. Pero también analizarla. Criticarla. Usarla para entender cómo el patriarcado manipula en su beneficio, y para nuestra desgracia, la cultura. Buscarle alternativas: leer y dar a leer otros textos, que en vez de reproducir ad nauseam la visión patriarcal del mundo, nos ofrezcan un nuevo punto de vista (…). Cualquier cosa, en fin, menos sacralizarla."

"Lolita es mucho más que una grandísima novela —respondió Sergio del Molino—: es un mito occidental cuyo influjo seguirá proyectándose mucho tiempo porque narra, como pocos libros han narrado, el asco y el envés de la belleza. Y, como tal, está estudiada hasta en su última coma". Lo que obra y autor necesitan "son lectores desprejuiciados y libres, no decodificaciones ideológicas que impongan lecturas políticamente correctas".

Tanto fue el alboroto que, en un gesto inhabitual en nuestro panorama letraherido, los discrepantes aceptaron mantener un debate público.

El epílogo inesperado lo puso Mónica Zgustova. Nabokov sufrió de niño los abusos de su tío Vasili, y esa experiencia le marcó. Lolita, sostiene Zgustova, es Nabokov.

Dios los cría...

Cuando el asunto se aborda desde España, las conversaciones suelen recuperar dos nombres: Antonio Machado (treintañero cuando comenzó su romance con Leonor Izquierdo, de 13, y esperó dos años para casarse, hasta que ella alcanzó la edad legal) y Jaime Gil de Biedma (pormenorizó sus encuentros con menores en Retrato del artista en 1956, que es alta literatura pero no ficción). Lo más probable, no obstante, es que el "caso Matzneff" haya traído recuerdos del "caso Sánchez Dragó".

En 2010, Fernando Sánchez Dragó publicó Dios los cría... y ellos hablan de sexo, drogas, España, corrupción, una conversación con Albert Boadella. "En Tokio, un día, me topé con unas lolitas. Pero no eran unas lolitas cualquiera, sino de esas que se visten como zorritas, con los labios pintados, carmín, rímel, tacones, minifalda... tendrán unos trece años. Subí con ellas y las muy putas se pusieron a turnarse, mientras una iba al váter, la otra se me trajinaba", leemos. "El crimen ya ha prescrito, así que puedo contarlo, aparte de que las delincuentes eran ellas y yo no. Si hubo allí delito, ¿quién era el delincuente? ¿Quién abusó de quién? Yo fui raptado, zarandeado, cosificado..."

"Los 13 años era una forma de hablar", se defendió el señalado. En vano, el escándalo estaba servido. Y no ha dejado de perseguirle, aunque muchos piensen que no ha pagado sus culpas. Hace un año, tras leer un artículo en el que Dragó arremetía contra "el supremacismo feminista", un tuitero decidió refrescarle la memoria:

 

Al poco, su anunciada presencia en la Festa da Arribada de Baiona provocó una polvareda, siempre a cuenta de aquel libro.

Sin salir de la literatura en español, también vienen al caso las Memorias de mis putas tristes, de García Márquez. "El año de mis noventa años quise regalarme una noche de amor loco con una adolescente virgen", empieza Gabo, que siempre negó que el protagonista fuera su álter ego. "El problema no es que García Márquez haya escrito una obra sobre un pederasta, sino el tratamiento condescendiente y cómplice de un anciano que hace comprar a una niña que es drogada para prostituta", escribió Lydia Cacho, para quien el embellecimiento de la pederastia manejada como una historia de amor entre un anciano y una niña "no solo es inmoral, sino también inverosímil".

Porque eso es lo que muchos reclaman a los autores, un posicionamiento moral, incluso en los textos de ficción: que la experiencia que recrean se cuente desde el punto de vista no del agresor, sino de las víctimas. Y que para colocarnos en esa posición no sea necesario que ellas, las víctimas, se signifiquen y tomen la palabra (como James Rhodes en Instrumental).

La intelectualización de la pedofilia

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En este texto faltan nombres (tampoco se trataba de citarlos a todos: Sócrates y Platón, Lord Byron, Edgar Allan Poe, Henry Miller, Thomas Mann…) y contexto legal (en nuestro país, la edad del consentimiento sexual está fijada en 16 años mientras que en la Unión Europea oscila entre los 14 y los 18; no siempre ha sido así).

Pero el debate es otro. "Entre algunos, pensadores, escritores, directores de cine, fotógrafos, artistas y columnistas de prensa puede darse, en opinión del autor, una intelectualización de la pedofilia con argumentos como el derecho a la libertad, la no intromisión del estado en la intimidad y la vida privada junto con la visión de una infancia polimórfica que debe ser libre de expresar su naturaleza sensual y sexual", escribe Amparo Gámez Guardiola en su reseña de Pedofilia, pedofilias. El psicoanálisis y el mundo del pedófilo, de Cosimo Schinaia.

Ahí estamos.

"¿Cómo admitir que han abusado de ti cuando no puedes negar haber dado tu consentimiento, cuando has sentido deseo por ese adulto que se apresuraba para aprovecharse?"

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