En menos de 500 palabras: 'Pólvora en el sueño'

José Manuel Benítez Ariza

Pólvora en el sueño (Antología)Miguel Ángel VelascoEdición de Alfredo RodríguezChamán EdicionesAlbacete2017Pólvora en el sueño (Antología)

 

Miguel Ángel Velasco (1963-2010) fue primero un brillante y premiado poeta precoz y luego un poeta único. En una época en la que predominaba la poesía de contenido experiencial y textura expositiva, apostó por una poética arrebatada y visionaria, que él mismo relacionó, en diversos escritos y declaraciones, con sus experimentos con el LSD y otras drogas, aunque sin dejar de ser nunca consciente de que éstas no eran sino “una herramienta de trabajo” en su exploración de un camino que ya habían desbrozado los románticos –William Blake, por ejemplo– o su admirado Juan Ramón.

Su vida fue breve, pero quizá bastó para cumplir el programa implícito en el ruego que, en un poema sin título incluido en El sermón del fresno (1995), el libro que abre la antología que comentamos, dirigía a la propia muerte: “dadme un poco de tiempo para decir mi vida, / la vida de mis muertos y el amor de mi amiga”.  Su vida, efectivamente, quedó cumplidamente reflejada en sus versos: no, decíamos, en el registro confidencial habitual en la poesía de sus coetáneos, sino en poemas en los que Velasco quiso poner voz a lo que llamó “la mirada sin dueño”, desligada del sujeto, por la que la realidad se eleva sobre la limitada percepción que tenemos de ella y se despliega en infinitas facetas que representan las posibilidades de la imaginación liberada: en el poema “Ammonites”, por ejemplo, dictado por el interés de Velasco por los fósiles, la contemplación de las circunvoluciones de la concha del molusco inducen en el poeta una gama de asociaciones que incluye “las escalas del álgebra, la música de esferas”, así como visiones que lo llevan desde el mundo de la épica griega al relato bíblico de Babel o a las iniciales miniadas de los códices medievales.

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No es siempre fácil seguir al poeta en estos vuelos; por eso, quizá, muchos lectores hallarán más cercanos los poemas de factura más convencional que el poeta incluyó en La vida desatada (2000), dedicados a la enfermedad y muerte de su padre y luego del abuelo nonagenario, a quien dedica el extraordinario poema “El superviviente”, en el que analiza su propio “recelo / ante el que ha sorteado / de modo tan resuelto, /de modo misterioso, los balazos, / a fuerza de enterrar / a su mujer, a su hijo –mi padre–, a sus hermanos…”. En la misma clave realista podría incluirse “La tregua”, un estremecedor poema sobre la cola de drogadictos que aguardan para comprar su dosis: “Esta noche / todos somos iguales en la plaza”. Pero el realismo, lo hemos dicho ya, no es sino un punto de partida hacia una poesía cada vez más desligada de la anécdota y comprometida con la expresión lírica de lo posiblemente inexpresable. A ese empeño dedicó su vida Miguel Ángel Velasco. La edición de una nueva antología de sus versos –hubo otra, a cargo de Vicente Gallego, en 2008– no puede ser más necesaria y oportuna.

*José Manuel Benítez Ariza es poeta. Sus últimos libros, José Manuel Benítez ArizaNosotros los de entonces (La Isla de Siltolá, 2015) y Efémera (Takara, 2016).

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