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Portada de Un gramo menos, de Vicente Gallego.

Antonio Lafarque

Un gramo menos

Vicente Gallego

Milenio

Lleida

2020

Un gramo menos, puerta de entrada a una nueva colección de poesía codirigida por Josep M. Rodríguez —sinónimo de buen hacer—, es el resultado de la propuesta que este lanzó a Vicente Gallego de colaborar en el volumen ¿Y si escribes un haiku? (2019), original idea que reunió a más de 70 poetas que no se habían estrenado con la popular estrofa. Y como un encargo puede dar lugar al nacimiento de una pasión, aunque sea coyuntural como en el caso que nos ocupa, Vicente Gallego, por lo general entusiasta de todo lo que toca y le gusta, aceptó la invitación como si de un reto se tratase y llegó a escribir cerca de 500 piezas. A esa marejada creativa pertenecen las 322 olas que conforman Un gramo menos. Ya metido en harinas orientales, diría que cualquiera de estas composiciones hace buena pareja con uno de los iconos del país nipón: Bajo la ola de Kanagawa o La gran ola (ca. 1830-1832), del maestro Hokusai, un grabado dramático en el que el mar embravecido amenaza con engullir a unas barcazas de pescadores y al mismísimo monte Fuji, discretamente situado al fondo de la escena. Pero los haikus de Gallego no corren peligro de naufragar entre los vaivenes del Mar del Japón porque su clásica aerodinámica, léase estructura, los ponen a salvo de los embates. Ni los elementos naturales pueden exhibir semejante solidez:

Papiroflexia:el mar dobla la lunaen dos mitades.

 

En la fuente tradicional del haiku Vicente Gallego encuentra una veta que reviste de modo novedoso añadiendo escenarios de diseño fantástico, donde animales y vegetales conviven en bonanza con prosaicas creaciones humanas:

Tras una cuesta,llena el mar la peceradel parabrisas.

 

El placer de componer en torno al medio natural estaba presente en Mundo dentro del claro (2012), Cuaderno de brotes (2014), Saber de grillos (2015) o A pájaros y migas (2019), por citar sólo las últimas entregas del valenciano, en las que se muestra tan feraz y feliz como la vida que describe. Parece empeñado Vicente Gallego en dibujar el Edén. Mira sin malicia y sin prejuicios el mundo que le rodea, y cada parpadeo de sus ojos boquiabiertos es un descubrimiento al modo de un Lucrecio contemporáneo que no deja de trenzar su rerum natura de celebraciones ante los dones naturales. Mencionar a Lucrecio es hablar de Epicuro, y evocar a este es recordar el hedonismo, doctrina por la que siente devoción Vicente Gallego. Creo que el poema “Los asombros a miles”, de Mundo dentro del claro, es un ejemplo de lo que digo: la blancura del pan, la transparencia de los ríos, el concierto de los pájaros. Migajas de alegría para endulzar la vida. Del hermanamiento con el cosmos da cuenta un sencillo texto de Un gramo menos: "Ya se entretejen / el pino, la cigarra, / el caminante". El ser humano en último término, porque de la humildad nace la conciencia del papel que el hombre juega en el medio:

Mira moriral pájaro, ¿qué temestú que eres menos?

 

La Naturaleza —obligada mayúscula— es un escaparate abierto que exhibe pautas de comportamiento y modelos de convivencia:

Nadando a solas,entre el cielo y la mar,soy universo.

 

También capacidades de adaptación basadas en la supremacía de la inteligencia sobre la fuerza bruta:

Flexibles, dóciles,todo es sabiduríaen estos juncos.

 

De estas enseñanzas el poeta extrae fundamentos para su poética: observar, asimilar y compartir. Tres etapas, los tres versos de un haiku. Leer a Vicente Gallego es lo más parecido a contemplar los trabajos fotográficos de Michael Kenna, estilizados como el filo de una katana. Tras varias horas de exposición los paisajes naturales del artista inglés adquieren un tono irreal, casi fantástico —otra vez la fantasía—, que recuerda los espacios al otro lado del espejo por los que transita el poeta:

Entre dos sueños                           Voy a tu lado,silba el afilador                              y sueño que en un sueñodesde otro sueño.                           vas a mi lado.

 

Fotografías, imágenes… Estamos en los dominios del haiku clásico: concisión, comunión con el entorno, fascinación por el instante. Sumando factores: fluir brevemente en la descripción de un momento para generar una imagen. Puro oficio del haijin. Para mejor explicar y entender la construcción de la imagen me permito el juego de reescribir un poema de Un gramo menos: "De rama en rama, / la ardilla pone al ojo / en entredicho", y digo: "De verso en verso, / el haiku pone al ojo / en entredicho". Y acierto pleno si, además, el lector queda noqueado por la belleza:

Tres amapolas,y heridos van de muertelos maizales.

 

El autor había experimentado con las formas breves en varios textos de Saber de grillos y A pájaros y migas con intención de depurar y concentrar su escritura. Con este repertorio de haikus consigue un mayor grado de depuración:

Los vidrios rotosy la tierra sedientajunto a las vías.

 

Imposible describir con menos elementos referenciales el desamparo de una estación ferroviaria olvidada en medio de un páramo. Por tanto, el gramo menos es un gramo más de calidad, como si el alma poética de Vicente Gallego pesara ahora 22 gramos en lugar de los 21 que dicen que pesa un alma.

Brines y la certidumbre de la poesía

Brines y la certidumbre de la poesía

Para Ezra Pound —estudioso de las japonerías, como sabemos—, el artista debe estar comprometido con la verdad. Los versos de Vicente Gallego suenan auténticos, libres de imposturas y de brillos de bisutería. En la aparente estrechez del haiku cabe un mundo, sólo hay que saber encajarlo. Si se fuerza el acople suena falso, por eso la moda de esta estrofa indigestó a los lectores. Superada la inútil sobreabundancia quedan los maestros, esos poetas capaces de forjar diabluras con las formas más desgastadas. Y Vicente Gallego es uno de ellos. Indiscutiblemente.

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Antonio Lafarque es crítico literario. Junto a José Andújar Almansa, ha editado Detrás de las palabras. 50 poemas comentados de Joan Margarit (Visor, 2020). 

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