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Una alfombra llena de escombros

Thais Gamaza

Publicamos uno de los relatos de la colección Inventario de siembra, de la escritora Thais Gamaza. La obra rescata la historia de quince mujeres que, en localizaciones y momentos históricos diferentes, comparten una motivación común: romper con las normas establecidas, con lo que la sociedad demandaba de ellas. De forma poliédrica, esta colección de cuentos revisita y dignifica trayectorias tan importantes y necesarias como las de Nancy Cunard, Emma Goldman, Camille Claudel, Unica Zürn, Clarice Lispector o Theresa Cha, entre otras.

Una alfombra llena de escombros

Localización: 16 de Prinzregentenplaz, Múnich Año: 1945 (30 de abril)

Oficio: Fotógrafa, alumna de Man Ray. Fotoperiodista de guerra.

Logros: Documentó la II Guerra mundial. Protagoniza una icónica fotografía en la bañera de hitler. Seis obras de Picasso están inspiradas en ella.

Agua caliente. Juego a tapar mi piel desnuda con la espuma. Unos pies cansados se asoman desde el fondo de la bañera. Les regalo un merecido masaje por el camino que me han ayudado a recorrer. Guardé la dirección de esta residencia en el bolsillo durante años y hoy el anfitrión no está para recibirme. Estoy muy lejos de casa, llevo semanas sin poder asearme y voy a hacerlo despacio. Mientras, mi compañero David Sherman se pasea por la vivienda que acabamos de asaltar. Los espacios son amplios, decorados con muebles de diseño. Dice que hay obras de arte allí adonde mires. Las fotos de adolf están repartidas por todas las estancias, también hay una o dos de su mujer.

He dejado mis botas llenas de barro encima la alfombra. Ahora está sucia y no me preocupa. Nadie va a conseguir blanquearla para que vuelva a ser la de antes, igual que las llagas que ha dejado el pisoteo de los tanques del reich a su paso. Una alfombra llena de escombros. Miro a mi alrededor. Una icónica escultura femenina, de mármol, permanece inalterable a mi lado, sobre una mesa baja. Ahí, quieta. Justo en el borde esperando a que, en cualquier momento, quien se cree su dueño decrete lanzarla al vacío. El arte también corre peligro frente a un asesino. Cojo aire, lo retengo en mis pulmones y me deslizo bajo el agua todavía cálida.

Hace un mes.

Son las cuatro y media de la mañana y un gran estruendo se oye al otro lado del hotel en el que me alojo. Pego la carta de despedida que redacté el día que aceptaron mi incorporación, debajo de mi máquina de escribir. En ella doy las razones que tengo para pensar que este es mi sitio y que no he malgastado ni un minuto de mi vida. Un bidón de gasolina relleno de cognac, armas y cubetas de revelado, decoran mi habitación. Dejo un par de fotos veladas sobre la mesa. Me enfundo el uniforme mientras guardo en mis retinas la imagen, quizá sea la última vez que esté aquí. Respiro el miedo y salgo acelerada con la cámara en la mano. Un hombre joven flota, como dormido, dudando entre la superficie y la profundidad del río. Mantiene su nariz bajo el agua y una oreja fuera. Apenas mueve un músculo. Capturo su transformación y deseo con todas mis fuerzas que le salgan branquias y viva tranquillo allí abajo. Por el camino, encuentro a un niño lleno de polvo. Está sentado sobre una pila de sacos. Lleva puestos un gorro de lana, una mirada adulta y calcetines altos que no terminan de cubrir sus piernas. La cartera vieja le pesa en la espalda. Espera a ser salvado del bando enemigo. Ando lo más deprisa que puedo. He encontrado kilos de hogares destruidos al doblar la esquina. Piso una mano que alguien ha perdido por el camino mientras me resguardo del bombardeo. Noto cómo crujen las falanges bajo la goma de la bota. Se los han llevado a todos a los campos y yo voy con ellos. Soy la única fotógrafa en kilómetros. Tengo una guerra para mí sola.

Salgo del agua, quito el tapón y abro el grifo para calentarla un poco más y alargar mi baño. Los azulejos turbios por el vaho me avisarán cuando esté lista. ¿Cuántas vidas se habrán decidido en esta pila? En la calle, miles de personas celebran la retirada de las tropas. El ruido atraviesa las paredes y las heridas de bala. Hoy estamos todos, los vivos, con una conciencia mutilada, y los muertos.

Cojo una toalla perfectamente mullida y la anudo bajo mis axilas. Me dirijo a la habitación y encuentro el perfume de eva braun. Decido probarlo, pero nada me libra del nauseabundo olor de Dachau. Me tumbo en su cama y coloco mis dedos simulando el encuadre de la cámara de fotos. Un camión cargado de cadáveres, inocentes y esqueléticos, queda capturado para siempre en el techo. Se amontonan como sacos de grano recién cosechados en el campo. El reguero de sangre va quedando impreso en el camino que recorre. Enséñaselo al mundo, me dijo uno de los refugiados moribundos mientras retrataba la definición del desamparo en sus ojos. Ese día volví al Hotel Scrib y me pasé toda la noche a oscuras entre químicos de revelado para asegurarme de que su rostro no se perdiera entre las fotos veladas.

Aún me queda algo por hacer, pienso después de un sueño reparador. Dejo caer la toalla al suelo y vuelvo desnuda al aseo. La bañera de nuevo humeante me recibe sumisa. Entro en el agua ya renovada. Mis órganos laten de forma arrítmica y no importa cuán fuerte me restriegue la piel. A flote queda un manto de polvo negro que huele a cenizas. Trato de despegarme las salpicaduras que arrastran los prisioneros y se me quedan bajo las uñas. La siguiente envoltura es viscosa, de violación prematura. Intento desvincularme de la imagen indefensa, esa que proyectaba en las fotos sin ropa que me hacía mi padre con su peculiar forma de ayudarme a superar el trauma. Me pregunto cuánto sufrimiento cabe dentro de un solo organismo, cuántas cajas se necesitan para guardar en el desván todo el que te rebosa del cuerpo. Recoloco mi pelo, me abrazo el cuerpo y le pido a Dave que inmortalice este momento. Poso ante la cámara.

Dejo correr el agua y me mezclo con ella por el desagüe. Son las tres y media de la tarde. Treinta de abril de mil novecientos cuarenta y cinco. Si tuviera que volver a vivir sería aún más libre con mis ideas, con mi cuerpo y con mis afectos.

Mientras, me visto.

Una boda se celebra en el búnker de la cancillería de Berlín. Suena la Séptima de Anton Bruckner que trae cianuro para eva y una bala en la sien para él.

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Elizabeth Lee Miller

(Poughkeepsie, estado de Nueva York, 23 de abril de 1907 - 21 de julio de 1977)

* Thais Gamaza (Cádiz, España, 1986) es diplomada en Magisterio, alumna colaboradora del Departamento de Lengua y Literatura. Su relato 'Luz de gas' aparece en la antología 'Destejiendo heridas' (2021), publicada en México y prologada por la escritora Liliana Blum. Su cuento 'No va más', publicado en la antología 'En cuentos con Rosa' (Literálika, 2020), fue uno de los ganadores del concurso internacional 'Las hojas de Rosa' y publicado en la antología 'Labios rojos, chocolate y una rosa' (Ediciones de Educación y Cultura, 2020), obra prologada y amadrinada por la escritora y periodista española Rosa Montero. Ha sido una de las doce escritoras seleccionadas para participar en la antología 'Mujeres Perversas', prologada por las escritoras Agustina Bazterrica y Agustina Caride, editada en México y que se publicará a finales del presente año 2022.

Publicamos uno de los relatos de la colección Inventario de siembra, de la escritora Thais Gamaza. La obra rescata la historia de quince mujeres que, en localizaciones y momentos históricos diferentes, comparten una motivación común: romper con las normas establecidas, con lo que la sociedad demandaba de ellas. De forma poliédrica, esta colección de cuentos revisita y dignifica trayectorias tan importantes y necesarias como las de Nancy Cunard, Emma Goldman, Camille Claudel, Unica Zürn, Clarice Lispector o Theresa Cha, entre otras.

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