El hombre y la mujer conocen la vergüenza de los cuerpos desnudos cuando comen un extraño fruto prohibido. Un hermano mata a otro, envidioso de su relación con dios, y uno distinto engaña al suyo para cambiarle la herencia por un guiso. Un respetable patriarca finge que su mujer es su hermana, un hombre bueno trata de evitar que sus vecinos violen a sus invitados ofreciéndoles a sus propias hijas, y esas mismas hijas violan a su padre algo más tarde. Hombres y mujeres viven cientos de años, conciben tras décadas de esterilidad, tienen decenas de hijos, las esposas de sus maridos, los maridos de sus esclavas, los hermanos de sus cuñadas. Y sobre todos estos escándalos y prodigios se alza la voz de un dios misterioso, un dios protector y violento, etéreo y corpóreo, un dios que desprecia a los humanos y que al mismo tiempo los distingue sobre los demás seres de la creación. Este cuento perverso se llama Génesis. Es parte de los libros sagrados de las grandes religiones monoteistas, pero también es una de las obras clave de la literatura universal.
Eso defiende la editorial Blackie Books, que con su último gran proyecto se ha propuesto contradecir uno de los mandamientos y tomar el nombre de dios en vano. Una blasfemia de nada. Una blasfemia literaria: la de publicar por primera vez en España una edición del Génesis fuera del control eclesiástico. Y fuera de los propósitos religiosos: la nueva traducción (del hebreo, firmada por Javier Alonso López) está menos interesada en la doctrina y la tradición cristiana y más interesada en el potencial literario de esta obra anónima. Junto al texto, la edición de Pau Ferrandis y Ramón Solé ofrece notas sobre la simbología numérica de la Biblia, la interpretación de los sueños de José o el origen de la circuncisión. Las reproducciones de distintas obras de arte, del siglo XIX o del XIV, representan los distintos mitos del libro. A modo de anexo, se recogen varios textos posteriores que sirven como respuesta o apunte al original: Sara Mesa, Stephen Hawking, Vinicius de Moraes o Kierkegaard hablan de su Génesis.
El libro, uno de los 46 que forman el Antiguo Testamento para la religión católica, un quinto del Pentateuco, forma parte aquí de la colección Clásicos Liberados. El primer título, la Odisea, le mereció al sello un Premio Nacional al libro mejor editado. Y aquí ese adjetivo, liberado, tiene otra connotación: liberado del peso de la Iglesia, que ha impedido que estos textos, escritos en torno al siglo X a.C., se lean y se perciban no ya como parte de la cultura religiosa, sino como parte de la cultura en general. La lectora, el lector, tiene derecho a disfrutar de él como mito fundacional, como obra de ficción, como un vestigio de los albores del texto escrito tal y como lo entendemos, como un espejo de las obsesiones humanas cientos de años antes incluso de que se creara el canon llamado Antiguo Testamento. La edición de Blackie Books no rehúye, por ejemplo, hablar del autor o autores del Génesis. Según la tradición cristiana, el autor del texto es Moisés, pero parece claro que más allá de esa mentira históricoliteraria difundida por la Iglesia, este libro —y todo lo que llamamos Biblia— tiene una autoría múltiple. Las historias se repiten aquí y allá, contadas de formas distintas —como en los Evangelios—, y las distintas secciones tienen temas, intereses y estilos distintos. Ni siquiera se utiliza el mismo nombre para referirse al dios creador: Yahvé, Elohim o Yahvé Elohim. Al menos tres autores. Al menos. Algunos dicen que entre ellos habría una mujer.
Y Elohim vio que aquello estaba bien
¿Qué se ve en el Génesis cuando se aparta de él a la Iglesia? Se ve, primero, un texto con el misterio de los mitos. La repetición del relato de la creación, en el que dios hace aparecer, observa, aprueba su propio trabajo y al día siguiente comienza de nuevo la labor, una narración —y una forma de poesía popular— que tiene vigencia mucho más allá de los dominios eclesiásticos. ¿Cómo es el dios del Génesis, si se le puede analizar como personaje, como un antagonista que pone obstáculos en el camino de los protagonistas, que les hace ir contra sus propios principios, les desvía del camino, provoca muertes y enfrentamientos, les pone la vida más difícil y, ocasionalmente, les premia por ello? Es un dios caprichoso, que no parece tener planes predefinidos para su creación y que actúa movido por el enfado y por la decepción. Un dios al que le gusta hablar —aquí es un dios de palabras, no de signos—, al que le gusta que sus súbditos viajen de acá para allá y que acumulen riquezas, rebaños, mujeres e hijos. Un dios que castiga de manera masiva —aniquila la tierra, destruye ciudades— pero que está más interesado en la reverencia y la obediencia que en la expresión íntima de la moralidad. Este Yahvé no tiene aún un código claro de conducta. Este Elohim no habla de bondad.
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Interiores del Génesis en edición de Blackie Books.
Pero si se lee el Génesis como una obra literaria, hay un retrato más claro todavía: el de sus autores. Quizás, junto a ellos, el de sus lectores. Los autores de este libro están obsesionados con la fertilidad y con la herencia. Dios bendice siempre con muchos hijos, y muestra su poder desafiando los límites naturales de la vejez y de la vida: las ancianas paren, los humanos alcanzan los seiscientos años, sus hijos se esparcen por la tierra en un número inmenso. Los autores de este libro no temen hablar de sexo ni cuando este es tabú —homosexualidad, incesto, violación—, y hasta hacen que sus personajes pronuncien chascarrillos al respecto delante del mismísimo Yahvé. Los autores de este libro creen en el poder de la palabra: dios encarga al ser humano que nombre todos los animales y las plantas de la tierra; se pone nombre a todos los hijos y nietos de los héroes, aunque jamás vuelvan a aparecer en el relato; dios se presenta por su nombre y da órdenes verbales precisas, anuncios que se cumplen. Los autores de este libro cree que hay una diferencia entre los pueblos, entre el pueblo de Yahvé, al que este dios protege, y los demás, pero también creen que ese pueblo se construye mediante pactos y desplazamientos, mediante alianzas y desencuentros: aquí hay un concepto cambiante del extranjero.
Hay otra cosa que define a los autores del Génesis, una cosa que les hace excepcionales y comunes, locos hasta el extremo y cuerdos como el que más. Los autores del Génesis creen que hay un dios, sí, pero además creen que ese dios se comunica con el ser humano de igual a igual, le habla en su propia lengua, con sus propios códigos. Creen que el ser humano se comunica directamente con la divinidad, sin intermediarios, sin sacerdotes ni estatuillas ni conjuros. Dios les habla y ellos escuchan. Ellos hablan y dios les escucha. Dios les dice que vayan y ellos van, dios les promete y cumple su palabra. Qué gran retrato de la humanidad, ese conjunto de seres que se consideran a sí mismos último paso de la creación divina, guardianes de todo lo vivo y de todo lo muerto, cuerpos tocados por la mano de dios, interlocutores del creador. Qué ególatras, qué mentirosillos, qué fabuladores. Qué buenos escritores.
El hombre y la mujer conocen la vergüenza de los cuerpos desnudos cuando comen un extraño fruto prohibido. Un hermano mata a otro, envidioso de su relación con dios, y uno distinto engaña al suyo para cambiarle la herencia por un guiso. Un respetable patriarca finge que su mujer es su hermana, un hombre bueno trata de evitar que sus vecinos violen a sus invitados ofreciéndoles a sus propias hijas, y esas mismas hijas violan a su padre algo más tarde. Hombres y mujeres viven cientos de años, conciben tras décadas de esterilidad, tienen decenas de hijos, las esposas de sus maridos, los maridos de sus esclavas, los hermanos de sus cuñadas. Y sobre todos estos escándalos y prodigios se alza la voz de un dios misterioso, un dios protector y violento, etéreo y corpóreo, un dios que desprecia a los humanos y que al mismo tiempo los distingue sobre los demás seres de la creación. Este cuento perverso se llama Génesis. Es parte de los libros sagrados de las grandes religiones monoteistas, pero también es una de las obras clave de la literatura universal.