Arrepentimiento de un criminal

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Santos Sanz Villanueva

La confesión de Joaquín GrauGabriel Pérez GómezEspuela de PlataSevilla2019La confesión de Joaquín Grau

 

Todo el mundo sabe que la guerra civil del 36 ha generado una masa impresionante de relatos, dicho con el vago término de moda. Si, aunque hayan pasado muchos años de aquella lucha fratricida, su recuerdo sigue ocupando a nuestros autores será porque no están cerradas las heridas y continúa siendo motivo de interés nacional. El fondo de corrupción moral instaurado por los vencedores, esa ciénaga que reconstruyó Isaac Montero en la tan valiosa como ninguneada Ladrón de lunas, no se solventó ni siquiera restablecida la democracia. Por eso 80 años después de la derrota republicana la contienda vuelve a las librerías. Y no porque no haya sido abordada con amplitud documental, solvencia artística y perspectivas muy distintas que en cierto modo la convierten en caso artísticamente sentenciado. Así invitan a apreciarlo las obras señeras de ese inmenso corpus narrativo. La monumental serie "Los campos", de Max Aub, con ese relato cimero tan para recordar en estas fechas, Campo de los almendros, la crónica vivaz a más no poder de la desesperación republicana en el puerto de Alicante. Las Historias de una historia del también exilado Manuel Andújar, rescate panorámico de la complejidad de un momento histórico crucial. O la Trilogía de la guerra civil, en la que Juan Eduardo Zúñiga recrea con un realismo estilizado y simbólico la vida común, la desesperanza y las ilusiones, las ganas de vivir, en suma, en medio del dolor, el miedo y el torbellino bélico o sus consecuencias.

No tiene Gabriel Pérez Gómez la ambición de estos grandes frescos, quizás porque ha medido sus fuerzas en una primera novela, escrita, además, a una edad no joven. Sin embargo, La confesión de Joaquín Grau sí posee el impulso básico de recuperar la guerra con el ánimo de mostrar una situación política extrema, de grandes pasiones, de opciones ideológicas irreconciliables. Para ello pone en danza a dos tipos políticamente en las antípodas, a un espía franquista, Joaquín Grau, carlista con muchos crímenes a sus espaldas, y a un cura nacionalista, don Elipio Aranburu, amenazado por la hueste sublevada. El espía y el cura coinciden en Biarritz en 1938. Joaquín tiene remordimientos de conciencia y acude al confesionario de don Elipio para obtener el perdón de sus fechorías. La confesión, muy larga, de varios días, como la de san Ignacio al renunciar a los placeres mundanos, y los meandros del confesante dan lugar a recuperar un tiempo anterior que se asoma a la República y a extenderse por una amplia geografía nacional y extranjera relacionada con la guerra (el País Vasco-Navarro, Cataluña, Madrid y Sevilla; Francia y Alemania).

La lista de dramatis personae que cierra el libro certifica la base verídica que sostiene a los personajes imaginarios. La información es fundamental a los propósitos de Pérez Gómez. En su ánimo está una ideación documental de la novela a cuyo fin hace desfilar por la ficción a seres reales que aportan un interesante plus noticioso. Tienen gancho las andanzas de Josep Pla y su pareja Adi Enberg, entregados a la conspiración franquista en Marsella. Y al igual ocurre, aquí y allá, con noticias relacionadas con el servicio de información sublevado (el SIFNE) o con el quintacolumnismo que actuaba en el Madrid sitiado. En la trama novelesca ocupa un papel decisivo un personaje real que ya ha aparecido en narraciones de otros autores, cuya historia cierta resulta todavía confusa, Agapito García Atadell, un desalmado chequista detenido por los franquistas y ejecutado.

Con acopio de materia informativa y documental, Pérez Gómez aboceta una animada estampa de época llena de muchas vidas, dolores, engaños, fanatismos... Dada la dedicación del protagonista al servicio de inteligencia, que se complementa con muchos curiosos datos de su tenebroso oficio, la novela ofrece la firme traza de ser un relato de espías. Y teniendo en cuenta las cosas que ocurren —por ejemplo, la detención en alta mar de un grupo republicano o la voladura de un barco—, resulta una narración de aventuras.

Pérez Gómez se suma al tratamiento de la guerra con ánimo de distanciamiento partidista. La novela refiere sucesos deleznables de los republicanos y de los franquistas. Mala gente, sin piedad, hay en ambos bandos. Y, en cuanto a los comportamientos generales, evoca aquellos días llevado por la creencia de que, como dice en una "aclaración necesaria" preliminar, todos "tenían sus razones y sus circunstancias". Esto es decisivo para el libro: volver a esa época y mostrar su confusión, señalar los motivos que determinaban las actuaciones, que forjaban el idealismo y los rencores. Por eso el núcleo novelesco anida en un dilema moral de índole privada, el arrepentimiento de un ser, el espía y convencido requeté que da título al libro, con las manos manchadas de sangre.

No solo gusto por contar

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La confesión de Joaquín Grau termina por desplazar la problemática colectiva hacia un caso de conciencia. A ello se debe, seguramente, que la novela no diga con la rotundidad necesaria que la causa inmediata de la guerra fue un golpe de Estado contra la legalidad republicana. Pero lo individual se inserta en lo coral y se establece una relación dinámica entre lo uno y lo otro. El caso de conciencia sirve de gancho para radiografiar una época. La composición formal basada en ágiles saltos temporales y espaciales y en elementos de intriga recrean con amenidad narrativa las tensiones ideológicas y sociales de unos años dramáticos. _____

Santos Sanz Villanueva es crítico literario y catedrático de Literatura española de la Universidad Complutense de Madrid.

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