Baltasar Garzón: "Hay determinados jueces y magistrados que favorecen el juego político a PP y Vox"

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Baltasar Garzón (Jaén, 1955) asegura que el fascismo tiene muchos disfraces y ese es, precisamente, el nombre que ha elegido para titular su nuevo libro, editado por Planeta. Un fascismo presente en el mundo judicial, del que él procede. "Se ven comportamientos fascistas y autoritarios que tendrían que superarse", explica en entrevista con infoLibre. Garzón lo atribuye a la herencia franquista que, a su juicio, no ha desaparecido de la cúpula judicial. "No hubo un antes y un después y todavía se nota en algunos aspectos", ahonda. Pero el juez también identifica estos disfraces en otros ámbitos como el crimen organizado, el narcotráfico o el terrorismo. "Se trata de grupos violentos que tratan de imponer su criterio a la fuerza y que para ello se valen de todas las armas, llegando a financiar campañas electorales para controlar un país", expone.

Garzón fue el primer condenado del caso Gürtel. Investigar la mayor trama de corrupción política conocida hasta la fecha le costó la toga. El 9 de febrero de 2012, el Tribunal Supremo le inhabilitó 11 años por prevaricación, un plazo que ya ha cumplido. "Me siento con ganas de volver a ejercer como juez y satisfecho por el reconocimiento que se me ha hecho desde Naciones Unidas", asegura. Sin embargo, el Gobierno todavía no ha respondido a su requerimiento. "Las cosas de palacio no es que vayan despacio, es que son inescrutables. No sé cuándo, cómo ni de qué manera tomarán la decisión", lamenta.

La portada del libro es muy gráfica. ¿Nos venden el fascismo como si fuera un caramelo?

Yo creo que sí. El espíritu del libro trata de los disfraces del fascismo, de lo que ocultan, tratando de aparentar algo diferente a lo que son. La portada del caramelo con ese símbolo nazi que todo el mundo relaciona con una forma de fascismo extremo, envuelto en algo dulce y atractivo, es muy gráfica. Hay personas, sobre todo jóvenes, que se quedan prendidas y fascinadas con ese culto al líder, que ven belleza en la violencia que desgraciadamente está tan de moda en las redes sociales. Y lo que quiero transmitir es: 'ojo con los caramelos envenenados como este, son una trampa'.

¿Cree que se puede luchar contra este fenómeno? ¿Es usted optimista?

Si no fuera optimista no escribiría este libro, que me va a traer más complicaciones que beneficios. A estas alturas de mi vida tengo que decir lo que pienso y ser coherente conmigo mismo. Siempre he dicho que no podemos permanecer indiferentes y quiero aportar algunas ideas para que ese compromiso se produzca. No sé si llegará a muchos o no, pero desde luego lo voy a intentar. Cuando te propones hacer algún movimiento siempre acabas consiguiendo algo, cuando no lo consigues es sin hacer nada. 

¿Se siente más libre ahora que cuando ejercía como juez?

Sí, por razones obvias, porque al ejercer como juez tienes unos límites que no puedes traspasar y tocar. Aun hoy, cuando me preguntan sobre hechos concretos, no me puedo pronunciar más allá de lo que es conocido. Le puedo dar un sesgo, una impresión, pero no puedo desvelar hechos internos de la instrucción. Yo siempre lo he entendido así, siempre he sido muy respetuoso, por eso tampoco entiendo las dinámicas de hoy día cuando veo que los procesos judiciales se debaten en los medios de comunicación y no de una forma sosegada y profunda. Eso me ha preocupado siempre.

Y, aun así, tiene ganas de volver a ejercer tras la condena a once años de inhabilitación....

El año pasado, el 25 de agosto, llegó la notificación del dictamen de Naciones Unidas, que dictó una resolución por unanimidad en la que se establece que mi procedimiento fue arbitrario, que no hubo todos los mecanismos de defensa, que se cercenaron derechos fundamentales y que se me debería de reparar. Se establecía también la falta de previsibilidad de la sentencia, en el sentido de que me condenaron por un delito que todavía no sé bien cuál fue. Sí, el cajón desastre es prevaricación, pero me gustarían explicaciones concretas más allá de palabras grandilocuentes, que son contrastadas por el comité. Me siento con ganas de volver a ejercer como juez y satisfecho por el reconocimiento que se me ha hecho desde Naciones Unidas. Estoy a la espera de que se cumpla ese dictamen, ya lo he solicitado, pero no ha sido atendido de momento. Ya han pasado nueve meses desde el dictamen y me temo que tendré que volver a andar el camino judicial correspondiente. El Estado es, a veces, renuente cuando se trata de cumplir con los derechos de los ciudadanos y atiende quizá más a las estructuras institucionales y, utilizando una expresión muy castiza, a nadar y guardar la ropa.

Me condenaron por un delito que todavía no sé bien cuál fue

En el libro hace alusión a su condena y expresa que el daño es irreparable, por el desprestigio que le han causado.

Son once años de inhabilitación, once años de imposibilidad de ejercer la profesión por la que luché, por la que estudié, a la que me dediqué con vocación, con ganas, con las mismas que puedo tener ahora, en defensa de la sociedad dándolo todo. Lo di todo, como doy por hecho que debería hacerse siempre. Ocurrió esto y no voy a quejarme ni a decir qué he hecho yo para merecer esto. Ocurre y punto. Hay que seguir hacia delante, tomar impulso y continuar. Al final se me da la razón y nadie me va a devolver esos once años. Ni a mí ni a los ciudadanos, que tenían derecho al juez predeterminado por la ley. Yo no manifesté mi voluntad de irme, otra cosa es que hubiera tomado la decisión de cambiar o marcharme. Es difícil la reparación, pero bienvenida aunque sea simplemente moral, aunque sea por la satisfacción de las personas que me rodean y me quieren y que, de alguna forma, se han visto resarcidas porque a nivel internacional se diga que no se actuó bien ante el juez que estaba investigando la corrupción.

¿Por qué cree que el Gobierno todavía no le ha contestado?

Las cosas de palacio no es que vayan despacio, es que son inescrutables. No sé cuándo, cómo ni de qué manera tomarán la decisión. Alguna deben de tomar. De momento la que han tomado no ha sido la mejor. El pasado 23 de abril contestaron a mi abogada diciendo que no podían darle una respuesta porque no acreditaba la representación en la que actuaba. Me parece un poco brutal, porque llevábamos tres años litigando esta abogada y yo contra el Gobierno y el Estado español. Por tanto, sí sabían quién era. Ahora le hemos vuelto a decir que sí, que es mi representante.... ¿qué más quieren?

En el libro pone de manifiesto la diferencia que existe entre una justicia que es conservadora y la mayoría progresista que hay en España. ¿Por qué diría que hay tanta distancia y cómo cree que se soluciona?

Es una de las grandes contradicciones que hay en nuestro país. En la España de hoy la justicia tiene un componente conservador o ultraconservador, lo que afecta a la confianza de las personas que ideológicamente se sitúan en el lado progresista de la sociedad. Aunque hay épocas en las que ha gobernado la derecha, el equilibrio entre ambas fuerzas en el Congreso siempre ha estado a la par en número de votos y participación. España es un país progresista, podemos decir, como mínimo, de centro izquierda. No de derechas, ni de ultramontana ni de ultraderecha como ahora. Así que creo que algo está funcionando mal en una justicia que sigue radicalizándose más. Los órganos de la justicia tienen que ser los que protejan a esa sociedad que va por unos derroteros distintos de los que siguen esos administradores de justicia. Esa interpretación de las leyes es fundamental que sea progresista, porque los problemas y los retos a los que nos enfrentamos son muy grandes, y una visión retrógrada frente a ellos solo nos va a dar inseguridad y espacios opacos.

También dice que la separación de poderes es un "mantra tan anodino como falso".

El poder judicial es un contrapoder, un contrapoder de los demás poderes. Por tanto no tiene que ir cada uno por su sitio, tiene que haber una sincronía. El titular del poder judicial es el pueblo, los jueces y juezas son administradores del mismo. No se pueden confundir los planos y decir: 'somos el poder judicial'. Los jueces ejercemos la jurisdicción, pero el poder judicial no es nuestro. Y respecto al Consejo General del Poder Judicial, la derecha aboga ahora por que los jueces se elijan a sí mismos. Y esto hay que hilvanarlo con lo que decíamos al principio del componente ultraconservador de la judicatura. Si fuera así, ya sabemos cuál seria la composición sistemática del consejo: una extensión corporativa de lo que es la carrera judicial. Si es un organismo que tiene competencias mas allá de las estrictamente corporativas, es decir, que te afecta a ti y me afecta a mí, porque diseña el mecanismo de política criminal, hace informes que exceden de lo que es la corporación judicial, no podemos prescindir de que en ese órgano estén representantes populares, no solo de los jueces. No creo que sea adecuado que los jueces se gobiernen a sí mismos a través de las asociaciones judiciales. Es más, creo que habría que profundizar en cómo se financian y quién las financia. Al final, esto también tiene mucho que ver con los disfraces del fascismo, es decir, con el ansia de controlar el poder hacia un segmento concreto de esa profesión y no en beneficio de la ciudadanía. Cuando se dice que así seria más independiente, hay que tener cuidado....

Creo que habría que profundizar en cómo se financian las asociaciones judiciales y quién las financia

¿Deberían haber dimitido los vocales y el presidente del CGPJ después de tantos años de mandato caducado?

Sí, no me valen las justificaciones. Por dignidad política, dignidad ciudadana y dignidad hacia la justicia. Si el poder político no ha sido capaz de establecer una renovación, tendría que haberse producido esa disolución de un organismo nacido de una mayoría absoluta del PP, con consejeros que ya se están jubilando. De ser un verdadero gobierno de los jueces ha pasado a ser un simulacro de la nada. 

¿Por qué cree que no lo han hecho?

El problema es considerar que los jueces son una especie de ente diferente de lo que realmente son: servidores públicos al servicio de la ciudadanía para generar confianza a través de la administración de justicia. Todo lo que difiera de esa dinámica no es verdaderamente justicia, es otra cosa diferente. Una acumulación de poder para después colocar por afectos y desafectos cada pieza donde interese, y en los que el mérito no es el principal motivo de ascenso. En el caso del PP, si ejerce algo de forma perfectamente diferenciada al resto, es que sabe recompensar a quienes considera que han sido favorables a determinadas posturas. No voy a decir nada más…

Me suena que uno está de consejero de la Comunidad de Madrid...

(risas)

En los últimos años también estamos viendo una ofensiva judicial (lawfare) por parte de Vox y el PP. ¿Cómo lo ve?

Es otro de los disfraces del fascismo. La guerra jurídica, aprovechar las instituciones judiciales para desviarlas de lo que tienen que hacer y utilizarlas en provecho propio en contra de un enemigo político. El acudir a los tribunales presentando querellas o denuncias se ha convertido en un elemento más del debate en contra de otros. Esto se dio en los años 80, pero lo superamos. Yo recibí muchas de estas denuncia y les pedía que resolvieran sus problemas y dejaran en paz a la justicia. Hay determinados jueces y magistrados que favorecen el juego político de PP y Vox. Son denuncias estrambóticas o con poca consistencia que no van a llegar a nada. Pero el daño lo van produciendo y, con ello, el desprestigio de las instituciones judiciales. Hay que tener más valentía para tomar decisiones y detectar esas maniobras, esa utilización, esa manipulación de las instituciones.

¿Cómo valora que el Tribunal Supremo haya admitido a trámite los recursos de PP, Vox y Cs que en su día desestimó?

Es una posibilidad que existe en la normativa española, pero últimamente se están produciendo determinadas invasiones de algunas salas del Tribunal Supremo más allá de lo que les corresponde. Me parece bien que se pueda valorar el uso que se ha hecho de algunos indultos, pero a ver qué argumentos se dan y por qué razones. Y también quiénes están interesados y cómo van a resolver esa cuestión. Últimamente algunas resoluciones dejan mucho que desear.

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En una democracia los servicios de inteligencia no pueden ocultar ningún muerto en el armario. Tiene que haber una narrativa específica que regule la transparencia y los límites de acción de esos servicios de inteligencia. Hay países en los que se desclasifica por ley, jurisdicciones especializadas, hay mecanismos de acceso a la información. Aquí no. En 2002 se estableció un control judicial, que es más formal que de otro tipo, que dice que no se puede utilizar a efectos judiciales. Eso no quiere decir que no se violenten los derechos de los ciudadanos que vean interceptadas sus comunicaciones con un virus o como sea. Tiene que haber un control pero tiene que haber una motivación. La única forma que tenemos para saber que es así es esa transparencia. La justicia se empodera cuando es un fin y genera confianza en los ciudadanos, si no es un nicho de poder para los que lo ejercen. Los servicios de inteligencia se justifican cuando sus acciones benefician a la sociedad y no beneficia nada el presunto espionaje a lideres contrarios, que en algunos casos estaban dentro de un proceso judicial determinado. Eso perjudica gravemente. Y si hay una penetración del CNI tendremos que analizar por qué se ha producido y si ha habido fallos de seguridad, no con una mera dimisión sino algo más profundo.

¿Podemos concluir que el mundo judicial también tiene tintes fascistas?

Es una visión elitista, aislada, que normalmente tiene quien ejerce un tipo de poder. Son cuestiones sutiles. La carrera es muy endogámica, está mas abierta en la actualidad que antes, pero hay dinámicas perversas que tienden hacia esa conceptuación. Es una relación vertical del juzgador al justiciable. No nos vamos a poner como colegas. Pero en mi despacho, por ejemplo, cuando entraban presuntos terroristas, narcotraficantes, etc. jamás entraban esposados y tampoco entraba la policía a mi despacho. Tuve enfrentamientos con la policía por esto y es verdad que alguno se me echó encima pero yo creía que lo tenia que aguantar, porque mi idea de la justicia no es represiva, sino igualitaria.

Baltasar Garzón (Jaén, 1955) asegura que el fascismo tiene muchos disfraces y ese es, precisamente, el nombre que ha elegido para titular su nuevo libro, editado por Planeta. Un fascismo presente en el mundo judicial, del que él procede. "Se ven comportamientos fascistas y autoritarios que tendrían que superarse", explica en entrevista con infoLibre. Garzón lo atribuye a la herencia franquista que, a su juicio, no ha desaparecido de la cúpula judicial. "No hubo un antes y un después y todavía se nota en algunos aspectos", ahonda. Pero el juez también identifica estos disfraces en otros ámbitos como el crimen organizado, el narcotráfico o el terrorismo. "Se trata de grupos violentos que tratan de imponer su criterio a la fuerza y que para ello se valen de todas las armas, llegando a financiar campañas electorales para controlar un país", expone.

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