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La banda sonora de la revolución imposible: el año que Mónica Naranjo desató a chonis, maricas y marujas

Mónica Naranjo, en una imagen de 2012.

Érase una mujer rubia y a la vez morena con una larga melena a dos colores. Dual y contradictoria. Coplera y maquinera, diva y poligonera. El equilibrio inesperado que surge de la tensión de la contradicción. Alta costura de extrarradio. Masculina y femenina, glamurosa y hortera. Un producto comercial que es todo entraña, pop de plástico y ópera de cámara. Felina pero nada minina, más bien pantera nebulosa. 

"Una de mis conclusiones peregrinas, porque sigo sin saber quién es esta mujer, lo cual es parte del misterio para la mitificación de nuestros artistas, es que ella es heroína y también villana de su propia historia desde el punto de vista narrativo y literario", apunta a infoLibre el periodista Juan Sanguino, autor de Apriétame más fuerte. El año que Mónica Naranjo desató a un millón de chonis, maricas y marujas (Lengua de Trapo, 2023), un ensayo sociocultural que, a partir del disco superventas Palabra de mujer (1997), relata la transformación de la industria musical española y la sociedad de finales del siglo XX al ritmo de Desátame.

Pero volvamos al principio. A mitad de los noventa, Mónica Naranjo Carrasco emigra a México ante el desprecio de los ejecutivos musicales españoles. Allí triunfa a lo grande y regresa a casa con una pregunta clara, directa y también dolorosa para los gerifaltes de Sony Music en España: ¿Qué hay de lo mío ahora? Poco después, su segundo álbum, Palabra de mujer, despachaba un millón de copias, a las que hay que sumar todas las grabaciones en casetes domésticos de la época. Surge entonces otra pregunta pertinente: ¿Qué pasó entre el rechazo y semejante triunfo?

Ocurrió que Mónica Naranjo dio forma a un público nuevo que ningún ejecutivo de las grandes discográficas supo atisbar. Fue toda una "revolución cultural que ocurrió en los márgenes" que quedaban fuera del buen gusto canónico impuesto por discográficas, radios y televisiones, con las bandas masculinas de pop rock como epicentro de todo movimiento junto a los solistas con público femenino. Ajena a las tendencias, apareció ella para ampliar las estrecheces de la España de entonces y desatar a gays, amas de caso y aspirantes a princesas de extrarradio.

"Para mí, era muy importante centrarme en el aspecto más marginal de su público, en la repercusión que tuvo este disco en segmentos de la población tradicionalmente denostados, no solamente por el sistema sino por la industria musical", explica Sanguino, quien nos lleva hasta aquel momento en el que Camela vende millones de discos pero el sistema mainstream "no se toma en serio lo que está ocurriendo" un año antes de que "Estopa ponga en valor la importancia que tienen los barrios y los polígonos, no solo desde un punto de vista comercial, sino también cultural". "Era un momento en el que nadie se sentía orgulloso de ser de extrarradio como ahora vemos a Rosalía, C Tangana, La Zowi o Bad Gyal", apostilla.

Y aún continúa: "Todo lo que pasó con Palabra de mujer explica por qué estamos como estamos hoy; por qué ahora la cultura española, incluso la alta cultura española, está actualmente tan relacionada con la cultura del poligoneo y el extrarradio. Esto no se entiende sin Camela, Estopa y Palabra de mujer, un disco con el que Mónica impactó en la forma en la que la sociedad y la cultura veía a los chonis, los maricas y las marujas. No tiene nada que ver con que te guste el disco o no, pero su relevancia cultural se nota en todo lo que está pasando ahora con la cultura del poligoneo, que está en todas partes y se ha sublimado con el caso de Rosalía incluso a nivel internacional".

Porque con Palabra de mujer, la catalana "rompió los moldes de la época pero no creó un molde nuevo", aunque su influencia se aprecie en el pop de nuestros días. "Ella fue una cosa única que ocurrió y que todos recordamos como una especie de sueño o pesadilla colectiva que vivió España durante dos años y ahí se quedó", lanza con sorna el autor, quien insiste en la idea de que un caso como el suyo "no tiene precedente en la historia musical española y tampoco tiene réplicas posteriores, porque en seguida llegó Operación Triunfo y lo cambió todo". "Ha quedado todo como una rareza, una tragicomedia esperpéntica en la que se mezcla arte, comercio, despachos, creatividad...", destaca.

No es baladí la mención a los despachos pues, en ellos, tan lejanos de las afueras desde donde el gran público terminaría encumbrando a Mónica Naranjo, se vivieron incontables e inconfesables escenas de luchas de poder y de egos en una industria musical que estaba "podrida" y era "disfuncional, misógina, machista, muy clasista, impersonal y deshumanizada". Contra todo pronóstico y por pura determinación, ella entró por la puerta de atrás más pequeñita de esa industria, sufrió lo indecible y aprendió con voracidad de animal herido, esperando su momento hasta el zarpazo final. En palabras de Sanguino, la cantante aprendió con "la intuición de una superviviente, porque ella es una superviviente desde que nació", y así llegó a ser la "ganadora total" de esta historia al renegociar su contrato en el momento adecuado, justo antes de la irrupción de la piratería a gran escala: "Es la única artista que renegoció su contrato suficientemente tarde como para que Sony Music desembolsase un pastizal, y también suficientemente pronto como para que Sony Music desembolsase un pastizal".

Un momento clave en toda esta epopeya pop fue la aparición de Mónica en su primera portada en España, en la revista Shangay, surgida en Chueca hace ahora treinta años y dirigida al público gay. En los años noventa, la comunidad gay empezaba a sacudirse el estigma del VIH y se afianzaba como un grupo con poderío económico, capaz de vertebrarse por sus propios canales y con fuerza para encumbrar a un nuevo tipo de artistas. Las divas, de capa caída desde los tiempos de las folclóricas, resurgían de nuevo y, en ese contexto, la garganta huracanadamente rota de Mónica Naranjo resonaba como el trueno.

Tanto es así que Sanguino habla incluso de 'la banda sonora de la revolución marica' en uno de los capítulos del libro. Y reflexiona: "Me preguntaron en la presentación si la eclosión del colectivo gay hubiera sido igual sin Mónica Naranjo. Pues no, habría sido distinta. Habría ocurrido igualmente, porque estaba ocurriendo en todos los países del mundo a mayor o menor ritmo y España en ese sentido siempre ha sido bastante abierta de mente, pero Palabra de mujer le dio una fuerza al impacto del movimiento. Le dio un artefacto mediático que el sistema, que la sociedad, las televisiones, las revistas, las radios... pudieron coger con las manos. Que Mónica defendiese públicamente al colectivo gay, cuando no lo hacía nadie, hizo que la gente de repente se diera cuenta de que los gays llevaban muchos años creando una comunidad, un tejido social y una cultura para sí mismos". 

Llegados a este punto de inflexión y no retorno, los gays se revelaron como unos "consumidores voraces de cultura", por lo que Palabra de mujer incluso les presentaba como "prescriptores culturales con buen gusto". "La sociedad no aceptó al hombre gay como ciudadano digno por ser un ser humano, lo toleró como ciudadano digno porque era un consumidor. Y entonces, de repente, ya estamos hablando de otra cosa y aparece el gay simpático y divertido que toda mujer necesita como mejor amigo. Se construyeron una serie de arquetipos para que la sociedad entendiese y perdiese el miedo al gay. Eso se tradujo en cierto respeto, en el que seguimos avanzando poco a poco", explica.

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Y prosigue: "La conexión del colectivo gay con Mónica, que por supuesto viene por el tema de la folclórica, la diva, la noche, la discoteca, sacar la pluma y gritar, las pasiones desaforadas que ella transmitía, se traduce en una nueva fuerza para el consumidor gay, que se da cuenta de que puede tener un peso en la sociedad y la cultura a través de lo que consume, de sus fetiches. Por eso al colectivo gay se le ha tachado a veces de ser tan materialista, porque la conexión que puede tener con los objetos y fetiches es mucho más profunda que la que puede tener un heterosexual que simplemente consume cosas. Para el gay es muy importante lo que consume porque fue su gran caballo de Troya para integrarse en la sociedad. Palabra de mujer es el mayor ejemplo y el más explosivo".

Reconoce en este punto el autor que "lo de chonis y marujas" se lo encontró un poco sobre la marcha mientras escribía el libro, en el sentido de que "siempre se ha hablado mucho de los mariquitas y Mónica" pero, llegado a un punto, se hizo otra pregunta crucial: "¿Qué pasa con las chicas y las niñas y el discurso feminista que tenía Mónica Naranjo en aquel momento, que era súper rompedor y súper subversivo? ¿Por qué Mónica no es un emblema feminista, por qué solamente es una diva gay? Parece que los gays la hemos fagocitado un poco, cuando en realidad hay que compartirla como cuando escuchábamos el disco con nuestras madres o primas".

Y llega así, por último, a establecer un puente hasta el momento presente para argumentar que establecer una comparación entre Mónica Naranjo y Rosalía "nos sirve para representar un poco cómo ha cambiado también la figura de la choni, que en los noventa era una persona marginada y ridiculizada que tenía que abrirse camino con una actitud muy a la defensiva, y en 2023 es una mujer absolutamente segura de sí misma, que no pide perdón y que no tiene en cuenta a la gente que a día de hoy todavía puede sentir prejuicios hacia ella". "Mónica era David contra Goliath y Rosalía es Goliath. Rosalía no es una mujer indefensa, es una súper heroína, no está intentando abrirse camino en un mundo hostil, Rosalía se ha plantado ahí y te ha obligado a que la mires. Musicalmente no tienen nada que ver. Las comparo simbólicamente por lo que significan dentro de las sociedades y la cultura. Las dos sirven para comprobar cómo ha cambiado la percepción del público hacia la cultura del poligoneo", termina.

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