Cambiar tigre por chimpancé

​​​​​​Las altas montañas de Portugal​Yann MartelMalpasoBarcelona2017​​​​​​Las altas montañas de Portugal

 

En esta nueva novela de Yann Martel muchas cosas no son lo que parecen, comenzando por el título: las altas montañas de Portugal en realidad no existen y se refiere a una región un poco más alta que la costa, algo agreste, pero fundamentalmente plana, sembrada de algunas rocas enormes dejadas en el lugar por alguna glaciación. En su novela La vida de Pi, un resonante éxito internacional, el autor menciona que había abandonado un proyecto novelístico ubicado en Portugal y optado por contar la historia que le habían contado del naufragio de Pi y su aventura en un bote salvavidas acompañado por un tigre, historia que fue llevada al cine con éxito similar al de la novela. Al parecer, el autor, que es un personaje de la novela mencionada, decide retomar este proyecto y el resultado es esta bizarra novela, que son en realidad tres historias ocurridas en tiempos distintos del siglo XX y conectadas de algún modo por detalles y coincidencias, y sobre todo por un animal, el chimpancé. Ya es sabido que Martel tiene afinidad por el reino animal, como lo prueban sus anteriores obras.

En alguna ocasión el famoso crítico literario Harold Bloom comentó que la narrativa de Yann Martel probaba que todavía se podía ser original en narrativa, sin infringir las leyes de la lectura. Pero también es posible ser original evadiendo algunas claves narrativas básicas, como demuestra esta obra de Martel. En ella el autor asume un tono narrativo que oscila entre el surrealismo mágico realista y el realismo más prosaico, sin que, a la larga, logre convencer en ninguno de ellos. No solo transgrede normas básicas de verosimilitud, sino de credibilidad literaria. Toda obra es ficción, claro está, incluso el realismo más crudo, pero las premisas que guían la creación deben plantearse dentro de un marco coherente, y Martel no logra en este caso algo que ejecutó a la perfección en La vida de Pi. Esto se entenderá mejor al describir en breve las historias que constituyen esta novela.

En la primera, situada en 1904, Tomás, un asistente de curador en un museo, sufre por la muerte de su mujer y de su hijo pequeño, ocurrida en el transcurso de una semana por efecto de una difteria. Tomás tiene una historia de pérdida, pues ha perdido a su madre cuando era muy joven y luego a su padre, poco tiempo después de su amada y su hijo. La mujer en cuestión era una sirvienta de un tío suyo millonario, por lo que se plantea como un problema de clase y de posición social en la Lisboa de comienzos de siglo. A consecuencia de esta pérdida, Tomás decide objetar del mundo y la divinidad caminando para atrás, siempre en reverso. Esta es la primera tensión narrativa que el lector encontrará, me imagino, pues de una lado la historia es conmovedora y relevante para la época, pero de otro cuesta imaginar a alguien caminando para atrás todo el tiempo. Al mismo tiempo, Tomás ha descubierto el manuscrito de un sacerdote portugués del siglo XVII residente en Sao Tomé, el Padre Ulisses, quien deplora la vida en la colonia, el esclavismo, las exigencias de una existencia en el trópico. Este padre, quien ha llevado un diario, el cual descubre Tomás, decide en cierto momento hacer un crucifijo de tal naturaleza que llegaría a conmocionar al mundo cristiano. Pero no se sabe dónde ha ido a parar dicho crucifijo, por lo qué Tomás, intrigado, decide ir en su búsqueda. Tras algunas pesquisas en archivos, concluye que el objeto ha de estar en Portugal, en la región de las altas montañas de Portugal, a la que se dirige Tomás en el coche de su tío, uno de los primeros de su género. He aquí otra incoherencia, ya que Tomás, quien no tiene idea de coches, aprende a conducir el de su tío en tan solo un par de horas y emprende su aventura con torpeza, pero con habilidad propia de quien ha practicado ya algún tiempo. Después de varias peripecias, entre las que se incluye atropellar a un niño y matarlo, hecho del cual huye, recala en el pueblo de Tuizelo, después de haber visitado varias otras iglesias sin haber podido encontrar el tesoro que busca, con el cual ganaría prestigio en su trabajo. Por pura inercia examina la iglesia de este pueblito, a la cual le da acceso una mujer del pueblo, María, y halla lo que busca, pero el hallazgo le perturba hasta la agonía. El crucifijo que busca muestra a un Cristo con aspecto de chimpancé, con lo que concluye que el padre… quiso decirle a la humanidad que los seres humanos no éramos ángeles caídos, sino simios evolucionados, animales en fin que desconocen su condición. Este es el primer chimpancé de la novela. El crucifijo no es lo que parece y esperaba Tomás, sino un alegato en contra de la humanidad, expresado al desvelar sus raíces animales.

La segunda historia tiene lugar unas décadas más tarde, en el último día de 1938, y tiene como protagonista a Eusebio, un patólogo, a quien encontramos en su trabajo en nochevieja, redactando reportes sobre sus exámenes de cadáveres. De pronto, llega su esposa en medio de la noche, mujer hermosa y de imparable conversación, dada a las especulaciones teológicas. Su presencia en el lugar de trabajo de Eusebio la dedica sobre todo a disertar sobre las conexiones que ha hallado entre la Biblia y la obra de Agatha Christie, autora de la que ambos son aficionados. Después de una larga perorata sobre esta peculiar relación se marcha. Pero Eusebio escucha al poco rato golpes en la puerta y piensa que es su esposa que ha vuelto. Al abrir se encuentra con una mujer vestida con tenidas rurales y acarreando una maleta. Esta mujer resulta ser María Dores Passos Castro, la misma que le abrió la puerta de la iglesia a Tomás y a la vez, nos enteramos más tarde, la madre del niño atropellado por Tomás. La mujer aparece en la oficina del patólogo, en dicho día y a esa hora, con una petición propia del tono general de la novela: quiere que le haga una autopsia a su marido, recientemente fallecido, para que le diga no de qué ha muerto, sino cómo ha vivido. Según María, su marido jamás fue el mismo después de la muerte de su hijo, espacio que jamás pudo ser llenado y que instituyó un vacío existencial irremediable en sus vidas. El doctor duda al inicio, indicándole que lo haría con todo gusto una vez se le presente el cuerpo, a lo cual la mujer replica que el cuerpo lo tiene allí mismo, metido en la maleta. Intrigado, Eusebio accede a ver el cadáver, al que deposita en la mesa de disección. La mujer asiste a la autopsia, la que observa sin desfallecer. Es más, guía las acciones de Eusebio. Le pide que comience por los pies, hecho inusual en la práctica patológica, con lo que comienzan las sorpresas que exceden las leyes naturales. Lo que emerge del pie no son músculos o grasa subcutánea, sino vómito. Eusebio no sabe qué pensar de aquello, pero la autopsia sigue y revela más incongruencias con el orden natural, al encontrar en el cuerpo del marido objetos de varios tipos, como una flauta, un libro, y al final, cuando abre el espacio abdominal, incluso a un chimpancé abrazado a una cría de oso. Este es el segundo chimpancé de la novela. María entonces se quita toda la ropa y se mete en la cavidad abdominal junto a los animales, y Eusebio sabe lo que tiene que hacer: la cose y la deja metida en el cuerpo de su marido. Pero luego Martel deja en suspenso toda esta escena algo grotesca al darnos a entender que la mujer de Eusebio ha muerto y que tal vez todo aquello ha sido un sueño o que la aparición de su mujer lo fue. Eusebio se ha quedado dormido encima del reporte de la autopsia del marido, hecho que descubre su asistenta al final de esta parte de la novela.

Luego, la novela se traslada a los ochenta y a otro personaje, Peter, quien es senador en el parlamento canadiense, ya en edad de pensionarse y viudo. Desde la muerte de su mujer la vida ha tomado otro cariz y sigue sus actividades por sentido del deber más que por placer laboral. Para disipar su dolor otro compañero político le recomienda ir con una delegación de visita a América. La visita incluye un centro de investigación en el que se usan chimpancés y uno de ellos le llama la atención por su aparente tranquilidad, en contraste con los otros que hacen bulla y se agitan con su presencia. En un impulso del cual la novela no da claves para comprender, como no fueran su cansancio con la vida y su deseo de cambio, el senador propone a los científicos comprarle el chimpancé, de nombre Odo. Este es el tercer chimpancé de la novela. A pesar de inicial reluctancia, aceptan venderlo y Peter se hace con Odo. Además, decide abandonar la vida que ha llevado hasta ahora y emigra, junto con el chimpancé, al pueblo de donde proceden sus ancestros. Sus padres habían emigrado de Portugal cuando él tenía dos años a Canadá en busca de una mejor vida, pero jamás les habían inculcado la cultura o lengua portuguesa a sus hijos. Por lo que la decisión de instalarse en el pueblo de sus padres no viene sin dificultades, a lo que se añade la compañía animal que trae, un chimpancé que al comienzo engendra miedo y desconfianza en los lugareños. Pero muy pronto se adaptan a su presencia e incluso ayudan a Peter a hacer habitable la casa que han encontrado para él. El hijo de Peter, así como su hermana, no entienden su decisión, pero él persiste. Su relación con Odo es el núcleo de esta parte de la novela, relación en la cual Peter se maravilla ante las que podrían ser las características budistas del simio, por su total atención al presente y su manera de adaptarse a las circunstancias sin pensamientos que obstruyan su acción. Renuncia a su cargo de senador y descubre, por una maleta llena de objetos varios que Odo encuentra en la parte inferior de la casa, que ha servido antes como establo, y por simple deducción, que está habitando la que fuera el hogar de sus padres, antes de que emigraran a Canadá. La coincidencia le parece lógica, dado que no habría muchas familias en aquellas partes desoladas de Portugal que hubieran tomado la decisión de emigrar.

El conocimiento de la vida animal de Martel es notable, sin duda, hecho que demuestra una vez más en sus detalladas descripciones de los hábitos de Odo y en la relación que entabla con una jauría de perros de la localidad. Su hijo viene a visitarlo y le encuentra viviendo una existencia elemental, en una casa rústica y un lugar lejano de las urbes más habitadas de Portugal. El simio le produce suspicacia al principio, pero se acostumbra a su presencia. Se entera de que en dicha casa han vivido sus abuelos y bisabuelos, y pasa unos días explorando las tierras de quienes le precedieron. Peter da largos paseos por los alrededores en compañía de Odo, hasta que en cierta ocasión se encaminan a la región de las rocas enormes, que atraen la atención de Odo, quien las explora y se encarama en ellas siempre que las ve. Todo este tiempo Peter ha observado a Odo con ojo clínico, pero a la vez con aprensión, pues sabe que el chimpancé puede matarle, si quisiera. En el último paseo de ambos, Odo escoge una roca a la que subirse y Peter le sigue. Odo se inquieta y mira algo que le instiga curiosidad al pie de la roca. Resulta ser un rinoceronte de pelo largo, de los que solían ser abundantes en Europa antes de su extinción. Tras contemplar al animal, Peter muere en brazos de Odo, quien sale corriendo en dirección al rinoceronte extinto. Nada más se nos explica en la novela, que termina con esta escena.

A pesar de sus incoherencias de tono narrativo, la novela puede interpretarse como una reflexión sobre temas como los de la pérdida y el duelo, y como una meditación sobre la condición humana, escindida entre su naturaleza animal y su naturaleza racional y espiritual. Martel también se embarca en digresiones de carácter teológico-místico sobre el misterio de la existencia, análogo al del misterio propio de las novelas de detectives, como las de Agatha Christie, y la sujeción del ser humano a los vaivenes del destino, que nos hace sufrir pérdidas y buscar consuelo, a veces de modo algo absurdo, como en esta novela, caminando en reverso, o leyendo novelas de misterio o decidiendo vivir con un simio, quien entiende mejor los sentimientos propios que los congéneres humanos. Hacia el final, esta obra nos muestra a personas del pueblo Tuizelo caminando en reverso a raíz de un funeral, costumbre que nadie sabe de dónde procede, pero que el lector sabe proviene de haber observado a Tomás haciendo lo propio decenios atrás, lo que implica una reflexión también sobre buena parte de los quehaceres humanos, costumbres, rituales o modismos sobre los cuales no tenemos idea y que seguimos de manera mecánica, sin noción de su funcionalidad u origen. La novela está surcada por un temple darwiniano que causa desespero o serenidad, dependiendo de la interpretación de los personajes. En este sentido, no deja de ser inquietante y provocadora, como las otras obras de Martel, pero hubiera ayudado más a la complicidad del lector el que los episodios mostraran más credibilidad, dentro de los cánones algo difusos de lo que podría llamarse un mágico realismo algo diluido. Como fuera, para quien guste de fantasías algo surrealistas con un tinte filosófico y en el que figuran simios, esta novela no le defraudará. Pero no deja de hacernos sentir nostalgia por el extraordinario tigre de su afamada novela La vida de Pi.

*Frans van den Broek es escritor.Frans van den Broek

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