Camino de la levedad

Perdidas en el bosque

Margaret Atwood

Editorial Salamandra (2024)

El fluir quedo de los días. Guijarros que aguijonean, garras que rasgan. Un escozor. Las etapas de Tig y Nell. Es Nell quien rebaña las cortezas de sus recuerdos: "Tig ya no está en la orilla". Y, sin embargo, revive los momentos vividos a la par. Imposible darles la espalda, "al cabo del tiempo, de mucho tiempo, lo de rememorar se hace inevitable". Melancolía y desconsuelo, encauzados en un laberinto.                                         

Los recodos de Perdidas en el bosque. El ciclo de una pareja, codo a codo, su alianza en siete periodos. Entreverados por ocho relatos, la rienda sin ramal de las invenciones de Margaret Atwood. Descubre, desde el principio, quién sobrevive para transitar sus tiempos viudos. Con nostalgia, relata el aprendizaje común de unos primeros auxilios. Necesitan acreditar su capacidad de socorrer si sobreviene un imprevisto. "Es imposible escapar a la gente". El matrimonio habla de fauna en una embarcación de recreo. Situados en los ochenta: ordenadores inamovibles y móviles no ideados. Nell narra desde el anteayer, compara: "estamos en la primera década del siglo XXI y el espacio-tiempo es más denso, está abarrotado". Y ahora: "estar al día ha perdido su encanto". Los excesos del qué.

Una casa en la Provenza. Alquilada a un irlandés misántropo, que apenas suma un amigo, un francés. Los dos, hombres muy quemados.  Combatieron en la Segunda Guerra Mundial. Uno, en el bélico Pacífico. Otro, en la Resistencia contra los nazis y su régimen umbilical de Vichy. Huyó y, sobrepasados los Pirineos, lo apresaron y recluyeron en España. Callaron las armas, supervivientes ambos. "Vuelta a empezar como si no hubiera pasado nada: eso era lo que todo el mundo deseaba". Panoramas de posguerra, cuando "los anuncios que mejor funcionaban en aquel entonces eran los de tabaco y alcohol, así como los que tuvieran que ver con el jabón". Diluir lo sufrido, limpiar los resabios de la pólvora.                                                         

La última generación que vivió o creció con el conflicto más inhumano de la humanidad. Ella: Margaret Atwood nació en 1939, dos meses después de la entrada de los tanques de Hitler en Polonia. Habita, confusa, en lo que se acuerda. "Antes pensaba que tener buena memoria era una virtud, pero ya no estoy tan segura. Tal vez la virtud sea olvidar". Los suegros de Atwood y de Nell lucharon en algunos de los frentes que asolaron el mundo: Italia, Alemania, Holanda, los mares de Asia y Oceanía. Realidad y ficción, las batallas del relato, el relato de las batallas. "Una historia no es genial porque sea veraz, es genial porque es buena". Al caso: Un almuerzo entre el polvo. Vivir en el instante por llegar. Respirar al día siguiente. Durar hasta el armisticio declarado acumula tanto empeño que descuida la oxidación paulatina de la persona. A casa regresan un vivo y un muerto, dos en uno. "Pocos matrimonios interrumpidos por la guerra se mantuvieron unidos después de que los soldados regresaran a casa". Quienes contendieron se sienten irrelevantes, desprendidos de la causa emanada de un enemigo al que derrotar. Espíritus tullidos. La solidez del desarme sedimenta el desencanto en sus parejas. "En tiempos de paz los soldados resultan superfluos… Se les evita en el presente por aquello en lo que se han convertido". Las trincheras íntimas, la ruptura de la tregua. La larva del ataque: "por las noches recibías visitas que se sentaban en tus butacas y no te dirigían la palabra. Algunas de esas visitas eran muertos". Si esto es un hombre, propuso Levi. La muerte en el alma, remató Sartre.

El límite, en la punta de los dedos. "Es algo que viene sucediendo cada vez más a menudo: la gente se muere". En 2019, falleció su marido, el también escritor Graeme Gibson, a quien Margaret Atwood —los ochenta y cinco, a punto— dedica este libro, "como siempre". Como Nell y Tig, no controlaban "esa despedida gradual". El ocaso ocasionado por una demencia vascular. "Los finales son arbitrarios". La viudez en Viudas, una carta que nunca enviará, escrita como una parca radiografía emocional. "Es un sentimiento, o una experiencia, o una reordenación de lo más peculiar". Sentir no resentido. Menos lacónica sobre la propensión a no quedar en nadie. "Todos nos resistimos a la perspectiva de acabar en meros puñados de polvo por lo que anhelamos al menos convertirnos en palabras. En aliento en boca de otros". Plasmado por quien vive de las palabras aunque las apellide "mentirosas". Dicho por quien se arroga preocupaciones sin mañana cuando ha imaginado universos y desvaríos del mañana: La metempsicosis o el viaje del alma, un caracol perplejo que transmigra en una mujer y se percibe mermado. O La impaciente Griselda, una distópica humana-pulpo en una cuarentena por pandemia. Futuros imposibles o no.                                                             

Hoy es 1984. En una entrevista post mortem, Atwood convoca a Orwell, su referente en los vaticinios, fallecido en 1950. Conversan intermediados por una médium. No para vislumbrar lo por venir, sí para diseccionar el ahora desde lo pasado. Anatomía de una cancelación. "¿Quién decide qué es el bien?". Y cuándo. Porque lo correcto se moldea, se modula. La pureza ideológica y la mirada flagelante enjaularon al autor de Rebelión en la granja. "La rigidez es propia de mentes limitadas, y era muy característica de la intelectualidad de mi época: confundían las ideas fijas con el pensamiento". Acusado desde el puritanismo de izquierdas, confiesa Orwell, "socialdemócrata". Contra la canadiense, se ha agregado el fanatismo de derechas en colegios y bibliotecas de Estados Unidos. "Apenas puedes dar un paso de lo cargado que va el aire entre unas cosas y otras… Se sigue condenando al ostracismo social". El despertar de extremos categóricos.

A la orilla

Ver más

Olas que enmudecen. En su diálogo, Atwood recrimina a Orwell que asociara "novelas femeninas" a "literatura basura producida en masa". Él se justifica: "yo era un hombre de mi tiempo". Las tendencias. Mujer y víctima del fanatismo, Hipatia de Alejandría, matemática y maestra. Muerte a golpe de concha, desollada y desmembrada por "motivos políticos". El estertor del mundo clásico. En el actual, muchas desconocidas "han sido descuartizadas por el mero hecho de existir". La sinrazón sin un porqué. Esta escritora propugna el feminismo atenuado, crítico y autocrítico. Lo expresa en Mi maléfica madre, una "anomalía… sin un hombre en casa", que prefería "ser respetada que caer bien". El relato Pandemonium reabre un sistema asfixiante, parecido al de El cuento de la criada y Los testamentos. Mujeres que dominan a otras mujeres, y a hombres, cuando una enfermedad de transmisión sexual afecta a casi todos. Internan a jóvenes "no contaminados" en Casas, dirigidas por una matriarca que "selecciona futuras novias". Sólo para que procreen y "la raza humana pueda llegar a la generación siguiente". El yugo y los fines.

Perdidas en el bosque recala en una casa de campo sin acabar, al lado de un lago. Allí, Nell encuentra el último vestigio de Tig, una caja de madera. Solo contiene "proyectos intrascendentes", el eje de la vida de este nuevo "amigo imaginario". Ella ha arraigado en la levedad. Apenas la sobresalta la piedra filosa que, bajo el agua, corta piel de su pie desnudo. Persiste el suave dolor por la marcha. No termina de irse.  

* Prudencio Medel es periodista.

Perdidas en el bosque

Más sobre este tema
>