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El cuchillo del diablo, de Salman Rushdie

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Cuchillo. Meditaciones tras un intento de asesinato 

Salman Rushdie

Editorial Random House (2024)

"Me he convertido en un bicho raro, famoso no tanto por mis libros cuanto por los reveses de mi vida". La amargura del superviviente a una condena mortal sin caducidad. La imaginación literaria, vertida en miles de páginas y veintidós volúmenes, a expensas de la realidad extraliteraria nada mágica. Y sí muy fanática. La fetua dictada por el teócrata iraní Jomeini, en 1989: consideró una blasfemia contra el islam y Mahoma Los versos satánicos, novela de Salman Rushdie. Anatema. Treinta y tres años y medio después, un soleado 12 de agosto de 2022, a las once menos cuarto, un joven estadounidense de origen libanés, con menos edad que la sentencia, llegado desde la anacronía, apuñaló quince veces al escritor británico-estadounidense. "Pensé (el escritor): O sea que eres tú (el asesino fallido). Aquí estás… Fantasma criminal". El lugar: el anfiteatro de Chautauqua, en el estado de Nueva York, donde Rushdie iba a disertar sobre cómo "mantener a los escritores a salvo de todo riesgo". Aquel día no tuvieron en cuenta el suyo. Los guiños sin conjeturas del destino. El arma homicida: un cuchillo, "metáfora del odio", que otorga al atentado una sensación de "proximidad y… encuentros íntimos". Una cercanía de veintisiete segundos. Un fragmento de tiempo fértil para la "maldad inmotivada". La crónica consciente, recuerdos detallados porque, "por un milímetro tal vez", conservó sus facultades mentales. "Me hunde el cuchillo en la mano (izquierda)… Me asesta varias cuchilladas más en el cuello, en el pecho, en un ojo, en todas partes. Noto que me fallan las rodillas y me desplomo… La cuchillada en el ojo (derecho), esa fue la peor. Ese ojo no volvería a ver". Después de cuarenta y cinco días en vilo, tras múltiples operaciones en dos hospitales, Rushdie obtuvo el alta y "un segundo intento de vida". Asido a esta cara de la frontera.

Una nueva fase con una urgencia. "Mientras no me ocupara del atentado, no sería capaz de escribir nada más". Un exorcismo para él, descreído pero blanco de su endiablada desmesura. Acude a La fe de un racionalista, de Bertrand Russell, para captar el porqué y el quién. "Los hombres crueles creen en un Dios cruel y recurren a su fe para justificar su crueldad". El A. apenas había leído dos páginas de su víctima y había visto algunos vídeos, pocos, sobre Rushdie. Y dedujo: "No creo que sea muy buena persona. No me gusta. No me cae bien". Tres negaciones del delincuente en una entrevista del New York Post cinco días después del atentado.

El contexto. El escritor se instaló en Estados Unidos en el 2000 y le concedieron la nacionalidad a mediados de 2016. Su atacante la tuvo siempre: nació en Nueva Jersey veinticuatro años antes de su homicidio fracasado. El germen para la transformación lo encuentra en las plataformas virtuales que nutren a potenciales criminales solitarios. A., seguidor de un irónico "imán Yutubi" y de otras redes, "fabricantes de pensamiento colectivo". Y la sociedad, como propagadora de una endemia: "los estadounidenses se asesinan unos a otros a diario en grandes cantidades".

El novelista de Bombay ficciona cuatro encuentros con su agresor en la cárcel, refractario de la conciliación. Desciende de lo religioso a lo psicológico, quizá trivial, en busca de motivos. "Puede que intentaras matarme porque no sabías reír". Una simplificación. La magnitud del daño sufrido elude la magnanimidad: "No te perdono. Yo no te perdono… Me alegro de vivir mi vida, no la tuya".

Un gozo apesadumbrado, rastrojo que rasga hasta las vísceras. Una balanza contrapesada, con el fiel al filo del desequilibrio. "Mi victoria era vivir. Pero el significado que el cuchillo había dado a mi vida era mi derrota". El triunfo, la supervivencia "milagrosa", y la caída, la herida sin restañar. Seguir para contar, pero el sol no agostó la amenaza integrista a su integridad. Vitalicia casi dos años después del apuñalamiento, tres largas décadas más tarde de su decreto. Perdió lo sin vuelta atrás. "En la muerte todos somos personas del ayer atrapadas para siempre en el pretérito; esa era la jaula en la que el cuchillo quería encerrarme".

El dolor y el futuro en suspenso afirmaron su vínculo con Eliza Griffiths, su quinta esposa. Poeta, novelista y fotógrafa afroamericana. Se conocieron en mayo de 2017, se casaron en septiembre de 2021. Ella "se convirtió en mi –nuestra– irrompible roca". Sangre que amalgama y consolida. El 11 de septiembre de 2023, la pareja viajó al escenario de la agresión. Coincidencia no buscada de la raíz y la fecha, veintidós años antes, con el atentado dogmático más impactante y estremecedor de la historia. Un regreso necesario al sitio donde se quebró sin arreglo la inocencia de Rushdie. "Estaba haciendo lo que siempre había confiado hacer en aquel lugar: las paces con lo que sucedió aquel día, las paces con mi vida". Si cuando Hadi Matar lo apuñaló, Salman se sintió "humillado" y abrumado por una "profunda soledad", trece meses después "la mejor palabra que encontré para definir esa sensación fue levedad". La ingravidez, cuando la persona se escinde y es, a la vez, materia y cometa que vuela. Casi cuatrocientos días después, contempla aquellos veintisiete segundos y colige que sobrevivir precede a vivir. Imprescindible.

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"El cuchillo me define… El lenguaje es mi cuchillo". Su arma, la palabra filosa contra su reduccionista castigo a ser "objeto de odio". Salman Rushdie ha recibido premios por su talento literario. Ganó el Booker, el máximo del Reino Unido, con su Hijos de la medianoche. Ha logrado reconocimiento y amistad de Paul Auster, Martin Amis, Joyce Carol Oates… El respaldo del Nobel egipcio Naguib Mahfuz, que sufrió un ataque similar por apoyarle tras la fetua y por su novela Hijos de nuestro barrio. Y, sin embargo, le tortura que lo cataloguen como "una mera víctima". Y un temor: "siempre seré el tipo al que apuñalan", por lo que escribe y no por como lo escribe. La otra pena. Asume el papel de "paladín de la libertad de expresión" contra la violencia, su sino de escritor tergiversado en bastantes ocasiones. Tildado de "frívolo" y "buscador de fama". Lo dice él.

Tuerto sin remedio, el cuerpo cercenado, jamás yugulado. Rushdie ha publicado este testimonio, ayudado por un terapeuta, y hace un año la narración Ciudad Victoria, ultimada antes del intento de matarle. Continúa porque "el arte es un sueño de vigilia". La literatura le repara y sana. En la dedicatoria de su novela Promise, Eliza sugiere a Salman perseguir el prodigio de mostrar "a este mundo imposible que no hay nada imposible". Quizá ahí resida el péndulo que oscila entre la imperfección y la consistencia de una dicha amenazada por sombras periféricas de la historia. La infamia, cuchillos durmientes.

* Prudencio Medel es periodista.

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