"No sabes el valor que tiene una carta y la alegría que da", escribió Miguel Hernández a Josefina Manresa. "Casualmente los dos días peores que he tenido hasta me aconteció la fatalidad de no recibir carta tuya", espetó, por supuesto por escrito, Rosalía de Castro a Miguel Murguía. "Has quemado mis cartas, pero, al hacerlo, no has podido destruir mi amor", reprochó epistolarmente Víctor Hugo a Juliette Drouet.
Puede que las cartas de amor prácticamente se hayan extinguido (¿quedará alguien que las siga escribiendo?) en estos tiempos de mensajería instantánea, poliamor y Tinder, pero durante miles de años fueron la única manera de mantener relaciones a flote. Ya fuera por la distancia, el obligado secreto o el motivo peregrino que fuera, dejar por escrito en una misiva lo que no se podía decir de palabra era cuestión de necesidad y, en no pocas ocasiones, vida o muerte del corazón indomable.
"Las cartas de amor dejan constancia de la realidad de lo que fue algo para una persona. Por eso, para saber lo que es el amor, en lugar de leer libros de psicólogos, psiquiátras o de cualquier otro tipo, recomiendo leer cartas de amor, porque ahí se ve de verdad lo que fue el amor para una persona en un momento determinado. Si eso lo multiplicamos, tenemos una memoria, una huella de lo que fue el amor para muchas personas en una época que se está acabando", plantea a infoLibre el escritor parisino Nicolas Bersihand, autor de una antología titulada Cartas al amor (Ediciones B, 2024).
Un nuevo paso en una trilogía que empezó con Cartas a la madre (Ediciones B, 2022), siguió con Cartas eróticas (Ediciones B, 2023) y abre ahora un nuevo volumen con el que seguir indagando en estas epístolas dedicadas a "los mayores sentimientos de la vida, como son precisamente el amor materno, el deseo erótico y el amor absoluto". "No hay nada tan emocionante y sublime como las cartas al amor, porque pienso que el amor es el mayor de los sentimientos y la mayor fuente de energía humana", defiende el autor, que aclara que decidió titular a esta entrega Cartas al amor y no Cartas de amor porque, más allá del romántico, también se ha escrito mucho al amor familiar, de la amistad o incluso místico, además de a otros sentimientos igualmente relacionados con las fases del amor como los celos, los tormentos, el rechazo o los fracasos.
"Ahora tengo una enorme gana de verte, un deseo de hablar contigo, de viajar contigo, de llevarte a mundos que no conoces donde tu alma se ensancharía sobre los cuatro vientos", escribió Federico García Lorca a Eduardo Rodríguez Valdivieso. "Estoy atada y no me puedo soltar", expuso Emilia Pardo Bazán a Benito Pérez Galdós. "Pintar y amarte, eso es todo", lanzó Joaquín Sorolla a su esposa Clotilde. "Solo por una razón me entristece la muerte: porque ya no voy a volver a verte", resumió Ángel González a su esposa Susi. "Estoy empezando a amar en ti lo que es eterno e incluso precioso: tu corazón, tu alma", confesó Tolstói a su esposa Sofía.
Hay personas que han esperado meses o años antes de volver a verse gracias a las cartas de amor que se escribían, que eran algo esencial. No se ha podido concebir el amor durante miles de años sin las cartas de amor
Grandes sentimientos que convierten al epistolar en el género literario más íntimo y auténtico de la historia. "En breve Correos solo va a repartir avisos de Hacienda, porque necesitan un sello oficial. Se acaban las cartas y se acaba el amor tradicional y romántico como lo hemos vivido durante siglos", plantea Bersihand, para quien la cartamor –así escrita, como concepto total– en realidad es "la mejor Celestina que existió nunca". En una época, además, en la que se vivían las pasiones al ritmo de la escritura, cuando el destino y la esperanza quedaban en manos del cartero y el buzón era amigo o enemigo en función de su contenido o su vacío: "Hay personas que han esperado meses o años antes de volver a verse gracias a las cartas de amor que se escribían, que eran algo esencial. No se ha podido concebir el amor durante miles de años sin las cartas de amor. No se inventó nada mejor que la carta de amor durante 4.000 años, que es la duración aproximada de las cartas".
Grandes nombres aparte de los mencionados encontramos en esta antología, cada cual con sus variopintas vicisitudes y con amplia representación femenina. Marie Curie, Carmen Laforet, Gabriela Mistral, Gala, Eugenia de Montijo, Mary Shelley, Marcel Proust, Napoleón, Antonio Machado, Emily Dickinson, Carlos Gardel, Fernando Pessoa, Virginia Woolf, Honoré de Balzac, Beethoven o Franz Liszt. "Lo que se escribió es asombroso, tanto en términos de estilo como de realidades humanas sentimentales. Las cartas de amor tienen una riqueza extraordinaria. Hay una frase del filósofo de la deconstrucción, Jacques Derrida, que dice que 'lo que no se puede decir hay que escribirlo'. Y es verdad. Las cartas han sido la expresión más íntima de las personas, y no ya del amor, sino en general. Si existe una especie fuera del planeta que algún día nos visita, para saber lo que es la humanidad yo recomiendo leer las cartas, pues ahí es donde está la verdad, para bien y para mal. Es un género de un valor extraordinario", destaca el autor.
Vamos hacia otra época en la que el amor tampoco es el mismo con las aplicaciones de citas. El amor a primera vista de encontrarse con alguien en el Metro o por la calle yo creo que ha desaparecido del todo, igual que las cartas de amor
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Y aún prosigue: "Y sí, han desaparecido no solo las cartas, sino también la escritura a mano, la correspondencia... hemos pasado a la pantalla, al ordenador, al Whatsapp. También es verdad que esto no es malo, porque antaño las cartas eran para la élite que sabía escribir, que hasta el siglo XIX eran muy pocos y las mujeres ni entraban en esa categoría. La correspondencia digital lo ha democratizado todo y puedes enviar y recibir mensajes de manera inmediata, lo cual es una revolución. Lo que esto dice de nosotros es que vamos hacia otra época en la que el amor tampoco es el mismo con las aplicaciones de citas, lo cual es un cambio absoluto. El amor a primera vista de encontrarse con alguien en el Metro o por la calle yo creo que ha desaparecido del todo, igual que las cartas de amor. Deberíamos volver a escribir cartas de amor. Como ya no se escriben cartas, cobraría un sentido aún mayor escribirlas, sería como un fetiche más".
"Nos retiramos a vivir nuestra vida, que yo trataré de hacerlo lo más feliz que pueda, pues tus alegrías son las mías", dijo Evita a Juan Domingo Perón. "Estaría muy bien conquistar la libertad de poder vernos", escribió de su puño y letra Marie Curie a Paul Langevin. "Qué sentimiento mío", clamó Lope de Vega a Marta de Nevares. "No firmaré con mi nombre porque es el nombre con el que me llamabas cuando me amabas", caligrafió James Joyce a Nora Barnacle. "Era un amor que dependía totalmente del buzón, de lo que venía o lo que no venía. Y a veces no daba tiempo a que llegara una carta y ya habías recibido la respuesta a la carta anterior, estaba todo ese juego", rememora Bersihand, no sin cierta nostalgia.
Morriña de un tiempo que fue y ya no es, en el que la escritura a mano estaba en la esencia misma del ser humano. Algo que progresivamente se ha ido descuidando y transformando en algo seguramente aún por definir, siempre en permanente cambio. "Las cartas más excepcionales merecen forma parte de la mejor antología de cualquier literatura. Hay casos de escritores en los que la correspondencia privada forma parte de la obra como en Kafka, Balzac, Flauvert, Galdós... No es menos literatura y, desde luego, es más realidad antropológica humana que la ficción, ahí la carta sí que gana", termina el autor, no sin antes dejar un mensaje a los navegantes más jóvenes en las turbulentas aguas de las pasiones románticas: "Viva el amor y ojalá la nueva generación se las arregle para encontrar otra manera de entenderlo".
"No sabes el valor que tiene una carta y la alegría que da", escribió Miguel Hernández a Josefina Manresa. "Casualmente los dos días peores que he tenido hasta me aconteció la fatalidad de no recibir carta tuya", espetó, por supuesto por escrito, Rosalía de Castro a Miguel Murguía. "Has quemado mis cartas, pero, al hacerlo, no has podido destruir mi amor", reprochó epistolarmente Víctor Hugo a Juliette Drouet.