El rincón de los lectores
Desorden babilónico
Babel. Conversaciones con Ezio Mauro (Trotta, 2017) contiene la jugosa conversación entre Zygmunt Bauman y Ezio Mauro sobre el diagnóstico y las posibles alternativas a partir de la última gran crisis. Ezio Mauro fue director del periódico italiano La Repubblica durante más de dos décadas, y fue él quien, siguiendo la línea del fundador Scalfari, hizo de este periódico un instrumento para ayudar a aquella izquierda de los setenta —depositaria ante los más débiles de méritos, oportunidades e igualdad— a “salir de la coraza del comunismo y encontrarse con la cultura de la democracia liberal”. Mauro se retiró de la dirección de LaRepubblica en 2016, pero aún sigue activo. En diciembre de 2017 presentó su nuevo libro, aún no traducido, L'anno del ferro e del fuoco, un reportaje novelado sobre la Revolución de Octubre. Y el fallecido Zygmunt Bauman es, como todo el mundo sabe, quien nos propuso el sugerente y productivo concepto de “modernidad líquida”, cuya potencia ha dejado al descubierto la disolución de todas las expectativas de la izquierda clásica.
Un nuevo desorden babilónico, que la crisis ha destapado, se extiende y penetra como un ejército invasor. “Todo el entramado material, institucional e intelectual de la construcción democrática, que Occidente se había dado durante la tregua de la posguerra: gobiernos, parlamentos, cuerpos intermedios, sujetos sociales, antagonismos, welfare state, partidos y movimientos nacionales, internacionales, continentales cae para perderse en un pasado sin memoria”. Pues la memoria queda, como dice Mauro, solo “como vintage, para comprar y consumir y no como punto de referencia y confrontación”.
La crisis ha arrasado estos fundamentos sin proyecto alguno, sin cabeza visible, como una “fuerza autónoma”, afirma Mauro. Y reflexionando sobre el porvenir, añade: “Como si, una vez sepultadas felizmente las ideologías, no supiésemos mirarnos hacia dentro y hacia adelante todos juntos. Superado cuanto servía para organizar el 'conjunto' –las grandes culturas políticas, los partidos, los canales de discusión—, el espacio donde razonar y discutir con los demás se ha restringido y el discurso político se ha atrofiado”. Bauman ofrece entonces un análisis sobre la debacle de los estados soberanos y sus instituciones. Y Mauro incide en el abandono de las antiguas y clásicas funciones del Estado: “el desorden económico-financiero se ha propagado sin obstáculos al encontrar las puertas de la democracia abiertas y desquiciadas… Yo, ciudadano, sacrifico cuotas de mi libertad, y tú Estado, me das raciones crecientes de seguridad que para mí valen más; ese cambio, digo, se ha bloqueado. Al Estado ya no le interesan más cuotas en venta porque la Bolsa del poder hace fixing en otra parte, en los espacios impersonales de los flujos… tampoco el poder público tiene certezas ni tutelas que ofrecer e intercambiar, porque no puede garantizar lo que vende ya que el gobierno está agotado y fuera de control”. “Hasta hace algún decenio –afirma Bauman— la soberanía política de un estado territorial se consideraba que estaba sólidamente sustentada en su autonomía económica, militar y cultural, pero ninguna de ellas es hoy imaginable”. “Ya no usamos la política, desconfiamos de las instituciones que nos hemos dado, dudamos incluso de la democracia que parecía la única religión posible, y destinada según algunos a convertirse en universal tras la fuga de las falsas divinidades que habíamos creado en el siglo XX”, contesta Ezio Mauro.
¿Dónde encontrar indicios de aquello que pueda ofrecernos libertad y seguridad cuando el Estado agoniza? Los tiempos del capital fijo, “invertido en pesados, macizos, no transferibles edificios y maquinaria industrial”, son ya historia. Ahora estamos desarmados frente a “unos inversores sumamente móviles, fluctuantes, caprichosos, inquietos e imprevisibles, constantemente a la caza de mejores y más altos beneficios y dispuestos a volar donde la publicidad deje entrever fugaces oportunidades favorables…”. El capital financiero especulativo ha ganado la partida al capitalismo clásico territorial. Y las condiciones del proletariado que le sustentaba, así como las organizaciones que regulaban sus demandas frente a las exigencias del capital, también son ya historia. Y, ¿qué hay de aquello que daba continuidad a la lucha obrera?, se pregunta irónicamente Bauman. “¿Los sindicatos?, ¿las huelgas? Solo se conseguirían más fábricas (concepto ya casi anacrónico) cerradas y más talleres abandonados por los propietarios del capital, ofendidos por la falta de hospitalidad, por las arrogantes pretensiones de la militancia y de los incontrolables sujetos locales”. A esto, hay que añadir la estrategia del miedo: “Todo lo que se mueve, principalmente entre las fronteras (inmigrados, capitales finacieros, globalización, contaminaciones culturales, cosmopolitismo, instituciones supranacionales) atemoriza y asusta a quien está fijo y atado porque se le aparece como fuera de su alcance, de su control, sin gobierno, y determina un extrañamiento de lugar, de tiempo, de identidad”.
En este contexto, Mauro reivindica el periodismo como letra de referencia. “La revolución espacial provocada por la globalización, junto a la revolución tecnológica, han originado el desfondamiento de la moderna espacialidad –espacio nacional, social, político— desmaterializando la soberanía popular y la soberanía pública, haciendo casi imposible cualquier verificación de los vínculos de representación. El sistema fantasmagórico de los media anima el nuevo espacio común sin organizarlo, sin poderle dar una dimensión política. Es lo que tú [Bauman] llamas Pandemonio. Como en Babel, las lenguas se persiguen y apelotonan, las noticias se autosustituyen antes de producir una idea”. Frente a este desorden, que carece de auténtica opinión pública, y sustituye las ideas por las percepciones –casi siempre autocomplacientes—, Mauro ve el periódico (en papel o en web) como ese medio capaz de desmontar un hecho; así “muestra las piezas que lo componen, lo completa añadiendo voces, testimonios, fotografías, ideas y, al final, hasta incluye un comentario. No para convertir o ganarse al lector, porque un periódico ni es un predicador ni es un partido, sino para conducir al lector, mediante este recorrido organizado, a captar la dinámica de un hecho, a entender qué es lo que lo mueve y, sobre todo, a formarse su propia opinión”.
La salida no puede ser otra que la del diálogo capaz de afianzar el bien más preciado que hemos alcanzado y que, ahora, parece diluirse en un flujo de signos sin significados. Ese bien es la democracia. La revolución tecnológica ha conectado todos los puntos hasta convertir en unidad el mundo. Pero esa “unidad” sustituye los valores compartidos por el consumo en común, banalizando y simplificando conceptos claves. Además, existe el riesgo “que esta unidad del mundo implique un enorme incremento del odio recíproco y una especie de irritabilidad universal, como observa Pankaj Mishra”. Nuestro “multiculturalismo superficial” no previene de ese mal, pues es más bien “una débil fascinación por la diversidad, simples flirteos con todo aquello que aparece como exótico en un sistema que reconoce la legitimidad de culturas diversas a la nuestra, pero que ignora o rechaza cuanto de sagrado y no negociable existe en esas culturas”.
Así, esa globalidad, esa red de redes que une al mundo, es como la vieja hacha, lo mismo corta leños que cabezas dependiendo de quién maneje el mango. La responsabilidad no podemos ni debemos evitarla. Esa red no trae, por el mero flujo de información, la democracia, tal como se demostró en la primavera árabe. Facebook y Twitter no sirvieron tanto para organizar la rebelión cuanto para localizar, identificar y detener a los sublevados. Aunque hay que admitir que por la red circula cierta esperanza, de momento lábil y fugaz, reflejo de una “corriente de generosidad” que Bauman ve en el creciente alcance y peso de los “bienes comunes” (commons), “una expansión animada por el “espíritu comunitario” del dar y el compartir, una cooperación impulsada por la participación en causas comunes y no por el provecho personal y promocional de uno mismo”. Pero esa corriente es flujo ocasional y no alcanza a organizar una existencia estable, que cree lazo social. Las instituciones no saben escuchar lo que ahí circula, tampoco son capaces de articular la opinión pública, común y razonable, que seguramente existe en Europa sobre los grandes temas que nos acucian. Así, la red como el hacha puede cortar leños y ser germen del bien mayor que nos sostiene, ahora de manera muy precaria: la democracia.
Sostener la democracia pero en un horizonte distinto. Pues la sociedad que despunta con la globalización tiene rasgos comunes con las sociedades más primitivas, como afirmaba Joshua Meyrowitz: “La ausencia de confines, tanto en la caza como en la recolección, como en las sociedades electrónicas, nos llevan a muchos sorprendes paralelismos”. Por esta razón, ni el diálogo necesario ni la democracia resultante podrán ser los mismos que hasta ahora.
“Así pues, preguntémonos: ¿hasta dónde es abierto y disputable el espacio de nuestro horizonte? Las soluciones de la técnica, el pensamiento dominante, el déficit de la autonomía política, la simplificación inducida por la velocidad, son elementos de la modernidad que parecen llevarnos a un gran e invisible embudo, en dirección obligada, o al menos recomendada, y en cualquier caso con muy escasas alternativas… En tiempo, en algún régimen, había que defender la autonomía del individuo frente a la totalidad invasiva del sistema que lo anulaba. Hoy hay que dar un valor a la soledad del individuo particular, hacerla inteligente, consciente: también en este caso autónoma, si bien, mediante un proceso inverso. Conservar la capacidad de elegir significa mantener abiertas las diversas opciones, esto es, el espacio de acción, de acción política”.
“Sea como fuere –afirma Bauman— sigo repitiendo que entre los vehículos disponibles para recorrer este camino está el diálogo serio basado en la buena voluntad (informal, abierto, cooperativo, por citar de nuevo los calificativos de Richard Sennett), que busque la comprensión recíproca y el beneficio mutuo, que merezca la máxima confianza, aunque desde luego, ni absoluta ni incondicional. Un diálogo de este tipo no es una tarea fácil ni tampoco, preciso es decirlo, divertido; requiere una sólida y constante determinación, capaz de resistir los repetidos y también muy negativos resultados, un fuerte sentido del objetivo final, gran habilidad, y la disponibilidad a admitir los propios errores junto con el arduo y laborioso deber de repararlos; y sobre todo, mucha calma, equilibrio y paciencia”.
Así, en pocas y sustanciosas páginas, transcurre el diálogo, en el que se desgrana la realidad actual -ese desorden babélico generado— para intentar ofrecer un diagnóstico, a veces coincidente, otras con matices distintos, e intentar abordar posibles aunque no demasiado alentadoras salidas.
*Sergio Hinojosa es profesor de Filosofía.Sergio Hinojosa