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Discusiones cervantinas

Club de lectura de la Musa Diabólica

Los clubes de lectura forman un tejido muy importante en la vida cultural. Os dejamos esta sala para que comentéis vuestras lecturas y nos ayudéis a componer nuestra biblioteca. Si formas parte de un club de lectura, puedes escribirnos a losdiablosazules@infolibre.es para hacernos llegar vuestras sugerencias. losdiablosazules@infolibre.es

La Musa de Los Diablos Azules puso en marcha este club de lectura la noche de 21 de abril de 2016 para reunir opiniones sobre la obra maestra de Miguel de Cervantes y homenajear la figura del caballero más famoso de los siglos antiguos y de los por venir, el gran don Quijote de la Mancha. Pero está comprobado que es muy difícil poner de acuerdo a la gente en el valor de las cosas y, sobre todo, en la lectura de la historia. La historia pasada es algo que se lee, un club de lectura, por lo que hay tantas interpretaciones como lectores. El ayer es un argumento que no se cierra.

Llegó primero a nuestra reunión un ser muy extraño y muy hablador llamado Miguel de Unamuno. Venía a enterrar a don Quijote, afirmaba de manera rotunda que España no necesitaba quijotismo, sino cordura, buenos alimentos, escuelas, reformas políticas, obras hidráulicas y civismo. Alonso Quijano le resultaba mucho más simpático antes de convertirse en don Quijote.

Este don Miguel alargó tanto su parlamento que tuvo tiempo de sufrir una crisis espiritual y reconocer las virtudes de los locos, los soñadores, los hombres de fe, los seres que no se dedicaban a inventar, que no añoraban el desarrollo de la industria o de la ciencia, cosas propias de Europa, pero no de la austera España. Resultaba mejor pasar el tiempo en quijotadas, concluyo después de pensarse dos veces su conciencia trágica, y acabó sacando del sepulcro al caballero que el mismo había enterrado antes.

Entró de pronto un borracho, cráneo privilegiado, que dijo llamarse Rubén Darío, y que al oír que se hablaba de don Quijote se lanzó al recitado de versos de modo inoportuno. Esto nos dijo:

Rey de los hidalgos, señor de los tristes, que de fuerza alientas y de ensueños vistes, coronado de áureo yelmo de ilusión; que nadie ha podido vencer todavía, por la adarga al brazo, toda fantasía, y la lanza en ristre, toda corazón. Noble peregrino de los peregrinos, que santificaste todos los caminos con el paso augusto de tu heroicidad, contra las certezas, contra las conciencias y contra las leyes y contra las ciencias, contra la mentira, contra la verdad... ¡Caballero errante de los caballeros, varón de varones, príncipe de fieros, par entre los pares, maestro, salud! ¡Salud, porque juzgo que hoy muy poca tienes, entre los aplausos o entre los desdenes, y entre las coronas y los parabienes y las tonterías de la multitud! ¡Tú, para quien pocas fueron las victorias antiguas y para quien clásicas glorias serían apenas de ley y razón, soportas elogios, memorias, discursos, resistes certámenes, tarjetas, concursos, y, teniendo a Orfeo, tienes a orfeón! Escucha, divino Rolando del sueño, a un enamorado de tu Clavileño, y cuyo Pegaso relincha hacia ti; escucha los versos de estas letanías, hechas con las cosas de todos los días y con otras que en lo misterioso vi. ¡Ruega por nosotros, hambrientos de vida, con el alma a tientas, con la fe perdida, llenos de congojas y faltos de sol, por advenedizas almas de manga ancha, que ridiculizan el ser de la Mancha, el ser generoso y el ser español! ¡Ruega por nosotros, que necesitamos las mágicas rosas, los sublimes ramos de laurel Pro nobis ora, gran señor. ¡Tiembla la floresta de laurel del mundo, y antes que tu hermano vago, Segismundo, el pálido Hamlet te ofrece una flor! Ruega generoso, piadoso, orgulloso; ruega casto, puro, celeste, animoso; por nos intercede, suplica por nos, pues casi ya estamos sin savia, sin brote, sin alma, sin vida, sin luz, sin Quijote, sin piel y sin alas, sin Sancho y sin Dios. De tantas tristezas, de dolores tantos de los superhombres de Nietzsche, de cantos áfonos, recetas que firma un doctor, de las epidemias, de horribles blasfemias de las Academias, ¡líbranos, Señor!

De rudos malsines…

Muy molesto por la interrupción, Miguel de Unamuno increpó a quien le había quitado la palabra y se puso a gritar que sobraban en la cofradía de don Quijote los borrachos, los estetas, los danzarines, los entretenidos por el vicio y la belleza. Rubén contestó con brío y pluma de salvaje, y los dos participantes de nuestro club se enzarzaron en la intimidad de una gresca que dejó hueco para que otros cogiesen la vez y la palabra. “Yo soy yo y mis circuntancias, y si no se salva mi circunstancia no me salvo yo”, dijo un sabiondo llamado Ortega y Gasset, que mostró por lo bajo su preocupación por las locuras de don Miguel de Unamuno y se mostró muy partidario de que el otro don Miguel se hubiese reído mucho de las locuras de su personaje. Para vertebrar España hacía falta, nos dijo, tomarse en serio la realidad, hacer la crítica de la nación, ridiculizar el patriotismo hueco como Cervantes criticó el Túmulo de Felipe II o las aventuras de su caballero andante. Se puso a buscar una razón vital.

Unamuno quiso saltarle al cuello, pero entonce irrumpió otro personaje llamado Manuel Azaña e impuso silencio con su grito: “¡Todavía el 98! ¡Todavía la generación del 98! Ahora es el tiempo de la política”, y luego se sentó mientras murmuraba: “¡Hagan ustedes el favor de mantener el orden y la sensatez porque si no se calman es posible que nos echen a todos del club!”. Levantó entonces la mano un poeta muy serio llamado León Felipe. Con voz de oráculo, afirmó que daba igual, que sensatos o nerviosos daba igual, que los iban a echar de allí de todas maneras, que estaban vencidos de antemano, y volvió a caer en la debilidad de los versos:

Por la manchega llanurase vuelve a ver la figurade Don Quijote pasar…Y ahora ociosa y abolladava en el rucio la armadura,y va ocioso el caballero,sin peto y sin espaldar…va cargado de amargura…que allá encontró sepulturasu amoroso batallar…va cargado de amargura…que allá «quedó su ventura»en la playa de Barcino, frente al mar…Por la manchega llanurase vuelve a ver la figurade Don Quijote pasar…va cargado de amargura…va, vencido, el caballerode retorno a su lugar.Cuántas veces, Don Quijote,por esa misma llanuraen horas de desalientoasí te miro pasar…y cuántas veces te grito:Hazme un sitio en tu monturay llévame a tu lugar;hazme un sitio en tu monturacaballero derrotado,hazme un sitio en tu monturaque yo también voy cargadode amarguray no puedo batallar.Ponme a la grupa contigo,caballero del honor,ponme a la grupa contigoy llévamea ser contigo pastor.Por la manchega llanurase vuelve a ver la figurade Don Quijote pasar…

Se hizo el silencio. Entonces se sumó al grupo un tal Francisco Ayala y se sentó junto a Ortega y Gasset. “Si hay que irse nos vamos”, dijo, “pero con la dignidad de Cervantes, no con la locura de don Quijote”. Y estaba dispuesto a desarrollar una teoría sobre las desgracias de España y a meterse por medio en una vieja discusión entre Américo Castro y Sánchez Albornoz, cuando dos mujeres llamadas Galatea y Marcela entraron en la sala para decirnos que eso no, que Castro y Albornoz no, que había que cerrar la Biblioteca y que se acababa allí mismo la discusión. “Si queda algo pendiente, ya lo solucionará el profesor Francisco Rico”, afirmó Galatea para tranquilidad de los contertulios. Pero no consiguió la paz. “Tienes pinta de pescadera”, le respondió un joven airado de cuyo nombre no queremos acordarnos.

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