Durante más de treinta años, la ingenua sociedad española sinceramente creyó que Elena Francis era Elena Francis y que presentaba un consultorio sentimental radiofónico bienintencionado, además de tener tiempo para responder de su puño y letra decenas de miles de cartas enviadas por las oyentes con todo tipo de consultas. Sin embargo, detrás de Elena Francis estaba el Instituto de Belleza Francis, que había creado el personaje para publicitar sus productos en Radio Barcelona. Doña Elena era un ser ficticio y las cartas las contestaba un equipo de asesores, entre los que se encontraban un cura y un psicólogo.
El consultorio empezó a emitirse en 1947 y su influencia trascendió hasta convertirse en un fenómeno de masas que apuntalaba con concienzuda convicción y fervor la ideología nacionalcatólica. Durante sus lustros de mayor popularidad, durante las décadas de los cincuenta, sesenta y setenta, la propaganda franquista entraba a través de las ondas en todos los hogares del país de la forma más inocua: un supuesto consultorio de belleza radiofónico creado, en realidad y únicamente, para domesticar a las mujeres españolas, que eran sistemáticamente instruidas para perdonar golpes, humillaciones o infidelidades, pero nunca a sí mismas.
Un potente altavoz ideológico del sistema patriarcal que se escuchaba religiosamente en los cuartos de servicio, los talleres de costura, las fábricas y las cocinas repletas de mujeres en soledad con muchas preguntas que hacer a esa tal Elena Francis que hablaba como una segunda madre y que parecía tener todas las respuestas. Claro que, en realidad, el personaje fue interpretado a lo largo de los años por varias presentadoras —María Garriga, Rosario Caballé y Maruja Fernández— al frente de un variopinto equipo de guionistas perfectamente aleccionado y vigilado por la censura franquista. Es por ello que con la llegada de la democracia perdió su tirón popular, a pesar de lo cual duró hasta 1984, ya después de que se hubiera legalizado el divorcio y poco antes de que se despenalizara el aborto en un país en el que Elena Francis ya no tenía, por fortuna, ningún atroz consejo que regalar.
"Fue como el primer fake. Entonces tenías que ser más atrevido, pero también era más fácil hacer fakes, porque toda la sociedad en general era más ingenua ante los medios de comunicación al no haber televisión —hasta 1956— y contar solo con la voz de la radio", apunta a infoLibre la periodista y escritora Marga Durá (Barcelona, 1971), que acaba de publicar Una pregunta para Elena (Editorial Destino), su segunda novela, en la que utiliza esta gran mentira comunicativa de la dictadura para "explicar lo que vivieron las mujeres en la posguerra" al estar sometidas a esos valores que, "quieras o no, han llegado también a generaciones posteriores" porque son los que interiorizaron y siguen repitiendo aquellas mujeres a sus hijas y nietas.
"¿Cómo pudiste ejercer ese poder para persuadir a las mujeres de que lo mejor para ellas era soportar malos tratos, silenciar abusos o inmolarse por la familia hasta perder su identidad?", se pregunta la autora en una carta abierta a la mismísima Elena Francis en esta novela que es un ajuste de cuentas con nuestro pasado a través de un grupo de mujeres que se negaron a agachar la cabeza allá por 1952, en la Barcelona del XXXV Congreso Eucarístico. "Si tuviera algo de decencia, querida amiga, si realmente quisiera consolar a las mujeres españolas, acabaría con su programa. Ojalá llegue el día en que no volvamos a escuchar nunca más su voz, porque las palabras matan, y usted lo sabe", le dice una de estas mujeres también a Elena en otra carta en realidad nunca enviada pero que queda desde ahora negro sobre blanco.
"Ejercía el papel de influencer, pero el hábitat comunicativo era tan diferente... Ahora si alguien te dice algo que no te gusta dejas de seguirle y sigues a otro, a alguien que ratifique tus opiniones. Antes buscaban alguien que les dijera lo que tenían que hacer, lo que fuera", plantea Durá, quien recuerda que el modelo de Elena Francis era el de una "mujer que es doctora, que da consejos, que tiene cierta edad es como muy cabal". "¿Cómo no te la vas a creer?", reconoce poniéndose en el lugar de las oyentes de la época, tan diferente a las actuales, que buscan "modelos con los que te identificas, de lo que querrías ser". "Pero esta era una señora mayor que te decía lo que tenías que hacer, era como otra madre", apostilla.
Sobre la creación de este personaje que, como suele decirse, forma parte de la educación sentimental de varias generaciones, Durá habla del "primer contenido patrocinado, por decirlo de alguna manera", pues fue el mencionado centro de belleza el que pidió la creación del consultorio en su propia promoción. Desde ese punto de partido, luego los contenidos empezaron a ir por otro lado, convirtiendo a Elena Francis en "solo una pata más" de una maquinaria que "no sabemos ni siquiera si fue hecha por el Régimen, o un producto de la época que seguía los dictados del Régimen". "Ahí cada uno puede sacar sus propias conclusiones porque no hay nada escrito que nos lo pueda demostrar", apostilla, confirmando el halo de misterio que, a pesar de todo, sigue rodeando a este longevo episodio radiofónico y epistolar de nuestra historia todavía razonablemente reciente.
El problema terrible es cuando te dicen que lo están haciendo por tu bien y tú te lo tienes que creer porque todo el mundo te lo dice, y dejas de tener la capacidad de decisión porque te están tutelando todo el rato
"A nivel histórico he aprendido muchísimo y me asusté mucho, no solo por Elena Francis, pues yo no sabía la magnitud de la tragedia, sino por todas las instituciones súper represivas que había", confiesa la escritora y periodista, que menciona al Patronato de protección de la mujer que metía en conventos a las jóvenes o la Sección femenina de Falange. "Tela, telita, tela", remarca Durá, recordando que todo esto pasó hace no tantísimo tiempo: "El problema terrible es cuando te dicen que lo están haciendo por tu bien y tú te lo tienes que creer porque todo el mundo te lo dice, y dejas de tener la capacidad de decisión porque te están tutelando todo el rato, como si tú no pudieras tomar estas decisiones".
"Lo más terrible de Elena Francis es que se colaba en la intimidad —prosigue—. Porque una cosa es que tú digas 'sé que tengo que hacer esto porque es lo que manda la ley y lo que manda la Iglesia', pero que al menos puedas pensar que no te gusta o vaya tontería. Pero claro, es terrible cuando entran en la intimidad de lo que deberías pensar, y te dicen que lo que haces está mal porque en realidad deberías desear como una loca ser madre y tener hijos incontables cual coneja. Si tú lo interiorizas y tienes alguna duda en ese discurso y piensas que todo el mundo piensa así, es cuando aparecen los sentimientos de culpa, y por eso creo que aquella es una generación de mujeres con mucha culpa, que de alguna forma nos la han pasado, con la mejor de las intenciones".
Una España diferente no ya respecto a la actual, sino de la inmediatamente anterior a la Guerra Civil, tras la cual, con la victoria del bando nacional "se barrió el concepto de mujer republicana". "Eso me daba mucha pena porque era como si a nosotras de repente ahora nos quitaran la mitad o más de las libertades que tenemos", destaca la autora, recordando que "no es que las republicanas tuvieran las que tenemos ahora, porque a veces se mitifican pero, sin hacer revisionismo, fue un paso adelante muy grande". Ese momento de pérdida de un mundo obligado a retroceder en el tiempo es lo que precisamente quería retratar a través de unos personajes femeninos que básicamente lo que quieren es "decidir lo que quieren hacer con su vida sin muchas presiones". "Me parece que el conflicto es pequeño en ese sentido, pero a la vez muy grande por la oposición que encuentran para conseguirlo en la época de aquel momento", apostilla.
Aunque Elena Francis hubiera existido hubiera tenido que dar los mismos consejos que daba la falsa porque, si no, no habría pasado la censura
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"Es muy importante lo que siempre se dice, recordar la historia para no repetir los errores", avisa Marga Durá ante el retroceso de ciertos discursos de la ultraderecha, alertando asimismo de la "fragilidad" de los derechos conseguidos y que se dan por salvaguardados. "Las republicanas habían conseguido muchos derechos y se les fueron de un plumazo", insiste, proponiendo también "huir de las verdades únicas" para no caer en censuras o la cultura de la cancelación: "Todo lo que sea dogmático lleva a este tipo de situaciones. Que cada uno piense lo que quiera y se le respete. Hay que huir de las verdades únicas, porque las verdades únicas de los malos... ellos pensaban que eran los buenos, y nosotros podemos tener verdades únicas pensando que somos los buenos".
Para terminar, recuerda que el de Elena Francis no fue un caso único en un contexto de proliferación de consultorios femeninos después de la Segunda Guerra Mundial en toda Europa y en Estados Unidos. "Y son consultorios que sin ser, evidentemente, lo que era en España, también abogan por que la mujer vuelva al hogar y sea modosita. La razón de esto es sociológica, porque las mujeres, sin llegar a tener el cambio que sufrieron en España, salieron a trabajar durante la guerra, y cuando los hombres regresaron a casa con la gran crisis que había no podía haber puestos de trabajo para todos y ellas tenían que volver a casa. De ahí este tipo de programas de 'tú en tu casa con tu familia'", explica.
Y concluye: "Es curioso verlo en perspectiva, porque sí que el franquismo hizo mucho, pero la corriente entonces era esa. Eso sí, me sigue sorprendiendo que el consultorio durara hasta 1984, cuando en Madrid por ejemplo ya estaba La movida. Me parece increíble que desde los años cincuenta la gente crea que hay una señora mayor que ha vivido treinta años dando consejos. Si empezó el consultorio con cincuenta, ¿lo seguía haciendo la misma con ochenta? En cualquier caso, aunque Elena Francis hubiera existido hubiera tenido que dar los mismos consejos que daba la falsa porque, si no, no habría pasado la censura".
Durante más de treinta años, la ingenua sociedad española sinceramente creyó que Elena Francis era Elena Francis y que presentaba un consultorio sentimental radiofónico bienintencionado, además de tener tiempo para responder de su puño y letra decenas de miles de cartas enviadas por las oyentes con todo tipo de consultas. Sin embargo, detrás de Elena Francis estaba el Instituto de Belleza Francis, que había creado el personaje para publicitar sus productos en Radio Barcelona. Doña Elena era un ser ficticio y las cartas las contestaba un equipo de asesores, entre los que se encontraban un cura y un psicólogo.