El desafío territorial del Estado, la insumisión al ejército, la denuncia de las tropelías de la casta empresarial, eclesial, política, monárquica y mediática, la vivienda y la okupación, el feminismo, el medio ambiente, el 15M, las relaciones laborales, el uso de las drogas... Contra la crisis de Felipe González, contra la de Aznar, contra la ultraderecha, contra la crisis inmobiliaria del 2008… Más que un género musical, el rock es un ente en evolución constante y permanentemente en lucha. Un camaleón que se va transformando en función del entorno político y social y que, en no pocas ocasiones, incluso anticipa los cambios que están por venir.
"En nuestro país, el rock ha contado sin duda con un lenguaje claramente contestatario", asegura a infoLibre Rubén González (Madrid, 1979), periodista cultural de larga trayectoria que hace en Piedra contra tijera (La oveja roja, 2023) un detallado recorrido por la evolución del rock español de los últimos treinta años. Desde 1991 hasta 2021, concretamente, un período en el que nuestro país vivió un momento dulce para una música hecha de abajo a arriba, antisistema y contestataria, al margen de los canales masivos. Empezando por la eclosión del rock urbano de Extremoduro o Platero y Tú como respuesta descontenta de toda una nueva generación hacia todo lo que oliera a años ochenta por la gran crisis de 1993, llegando al parón pandémico que lo puso todo en stand by y del que todavía, aunque no lo parezca tanto, aún estamos todos saliendo, atrapados por una burbuja festivalera que está transformando la cultura con contenido crítico en un ocio desprovisto de todo juicio.
Pero retrocedamos. La "primera gran crisis de la democracia" viene después de 1992, con los Juegos Olímpicos de Barcelona, la Expo de Sevilla, el quinto centenario del descubrimiento de América. "Los jóvenes no se sienten en ese momento interpelados por ese pop rock español del momento y que venía de los ochenta, por lo que rompen con todo lo anterior", remarca el autor, trazando así el punto de inflexión que diferencia a los noventa de la década anterior, de la que tanto se ha hablado con la Movida como ejemplo de aperturismo y libertad en un relato que deliberadamente aparta a los pioneros de ese rock urbano y ese heavy metal que en realidad era el que llenaba los conciertos y palpitaba al ritmo de las calles.
Rosendo, el "artista más influyente de la música contemporánea", primero con Leño y después en solitario, sería el único nexo en una "ruptura absoluta" a partir de la cual se construye el relato de las últimas tres décadas de rock en España. Entendiendo rock en toda la amplitud del término, pues en el recorrido encontramos también punk, hip-hop, indie, mestizaje, cantautores, soul y, por qué no, más pop. Una fusión de estilos y de artistas que es el signo del sincretismo de los tiempos y que se manifiesta en los "gustos mucho más abiertos" de la generación más joven que desde la pandemia está imponiendo sus gustos como mayoritarios.
El rock pasa de ser diferenciador generacional a ser integrado como parte de un todo mientras, al mismo tiempo, manda culturalmente una nueva generación que por primera vez no tiene absolutamente nada que ver con el rock. "Cuando explota el hip-hop en España, viene de una cultura relativamente rock. Los Chikos del Maíz canta a Kortatu, Violadores del Verso colaboran con Soziedad Alkoholika. En Barcelona tienes a 7 Notas 7 Colores y Solo Los Solo trabajando con Amparanoia y Ojos de Brujo. Desde diferentes sitios, todos miraban al mismo lugar. Pero, ahora el trap no hace eso en absoluto, porque ni lo entienden ni lo conocen y además les da igual", expone González, argumentando a su vez que "el trap no es el nuevo punk". "Es otra cosa -continúa-. Hay que dejarle su recorrido, pero no está enfrentado al rock. En los noventa sí hubo un conflicto entre el rock y el bakalao, sobre todo a nivel ideológico, pues entraron importantes núcleos de ultraderecha en la música electrónica".
Desde esa comparativa que concede al trap y lo urbano el papel preponderante del momento, lamenta González, quien ha estado enfrascado cerca de diez años en la elaboración de este generoso ensayo de más de 500 páginas (y varias veces recortado) , que el algoritmo de Spotify esté actualmente "dirigiendo y homogeneizando lo que escucha todo el mundo en todas partes". Es por eso, en su opinión, que el rock "está cada vez más desplazado a los márgenes", una posición bien diferente a la "nuclear" que tuvo en la contracultura del siglo XX, un siglo que terminó igualmente siendo esencial desde una actitud alternativa (desde Estados Unidos hacia el resto del planeta) pero al mismo tiempo fértil en lo creativo y lucrativa en lo comercial. "Comparativamente, son tiempos duros", apostilla.
En líneas generales, el rock está dentro de la cultura porque te ayuda a crear un juicio crítico, en la medida que es cauce o explica los acontecimientos sociales que vivimos. El ocio sirve para tu asueto entre tu jornada laboral y el descanso
Con la perspectiva del tiempo y la distancia, establece el periodista en este punto una diferenciación entre la música como ocio y la música como cultura. Entre este presente de oferta ilimitada en streaming al alcance de un click y aquel pasado en el que la búsqueda y el descubrimiento (y compartir en cintas de casete) eran parte del crecimiento personal de cada cual. "En líneas generales, el rock está dentro de la cultura porque te ayuda a crear un juicio crítico, en la medida que es cauce o explica los acontecimientos sociales que vivimos", defiende, para acto seguido ahondar: "El ocio sirve para tu asueto entre tu jornada laboral y el descanso. Puede ser música, videojuegos, una excursión o salir al monte. Pero claro, si quieres innovar, escuchar, aprender... vas evidentemente generando un juicio crítico no solo a nivel cultural, sino también como persona política que vive en una sociedad".
"Todo ha perdido variedad", afirma, prosiguiendo: "La sociedad es cada vez más homogénea, con las mismas tiendas franquiciadas en el mundo occidental en todas las ciudades, que pierden así su personalidad. Y pasa exactamente igual en la música con los algoritmos de Spotify y YouTube. Se está cargando la espontaneidad y la diversidad, también porque no son los mismos usos. Entre la II Guerra Mundial y la pandemia todos siendo jóvenes hemos escuchado música en nuestra habitación donde, a lo sumo, leíamos, pero no hacíamos nada más. Ahora con las redes sociales ha pasado a un plano bastante secundario de consumo". Y aún apostilla con un aviso que relacionada también con el auge de los festivales como forma dominante de consumo de música en vivo: "Por eso no ya el rock, sino la música en general, al mismo tiempo, está dejando de ser cultura para ser ocio, porque evidentemente está perdiendo en gran parte la capacidad de hacer un juicio crítico. Ese juicio crítico que deberían hacer ahora las redes y no lo están haciendo es muy complicado con tanto ruido saber qué es cierto y qué no, también lo está sufriendo la música, que no está acompañando para desarrollarlo como podría ser en los noventa".
Cuando hablamos de rock en España enseguida aparecen Calamaro o Bunbury o Loquillo, y se obvia al movimiento más masivo, denominado rock estatal, que sigue y seguirá siendo mucho más político que el resto
El listado de artistas que se suceden en Piedra contra tijera es inabarcable e interminable. Estirando el arco temporal se entremezclan Reincidentes, Buenas Noches Rose, M Clan, La Polla Records, Ska-P, Negu Gorriak, Dover, Barricada, Los Suaves, Manu Chao, Amparanoia, Berri Txarrak, La Fuga, Marea, Rulo, La Pegatina, Los Zigarros o Santero y Los Muchachos. Un aluvión de nombres que tienen sentido por separado pero que cobran un nuevo significado contextualizándolos como colectivo. Y es que, aunque el rock haya "dejado de un tiempo a esta parte de ser la banda sonora de los cambios políticos y sociales", su compromiso siempre ha estado y sigue estando. "Cuando hablamos de rock en España enseguida aparecen Calamaro o Bunbury o Loquillo, y se obvia al movimiento más masivo, denominado rock estatal, que sigue y seguirá siendo mucho más político que el resto" con propuestas tan incisivas como No Konforme, La Desbandada, Konsumo Respeto, Insolenzia o Dakidarría, entre muchas otras.
Incluso el indie más reciente mantiene la deriva respondona, pues aunque "siempre se ha dicho que no estaba politizado", deja claro su compromiso con su tiempo con ejemplos claros como Golpe Maestro de Vetusta Morla o Puta de Zahara. También Los Planetas, que "en los noventa renegaban de esa canción protesta pero ahora meten mucho más el dedo en la llaga". Además, señala el autor que el indie ha sabido aportar cosas nuevas al rock (como concepto amplio siempre), por ejemplo a nivel de género: "En 2008 hay un gran corte generacional porque llegan las nuevas cantantes indies como Russian Red o Anni B. Sweet, que toman el protagonismo junto a bandas como El Columpio Asesino. Y hoy es difícil encontrar contrapartidas masculinas a torrentes de creatividad como los de Maika Makovski o Zahara. También explota entonces una interesante afrofeminidad con The Sweet Vandals, Freedonia, The Excitements... Antes podía haber más dificultades, como la de Tahúres Zurdos con Aurora Beltrán en los noventa, encajonada entre grupos duros como Soziedad Alkoholika y la radiofórmula latina".
Estamos asistiendo, afortunadamente, a un asalto masivo de grupos de mujeres y mixtos que están refrescando muchísimo la escena, aprovechando la ola feminista de 2018
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Niega en este punto González que el rock haya dejado con el paso de los lustros de ser conflictivo o reivindicativo. Concede que se ha aminorado, eso sí, o, más bien, adaptado a los tiempos. Así las cosas, apunta que quizás sí ha perdido esa fuerza en asuntos como la redefinición del mapa territorial, un asunto en el que "ya lo había quemado todo en los ochenta y los noventa", pero remarca que "a lo mejor a nivel de género sí que está aportando otras muchas cosas que si son profundamente reivindicativas". "Aunque estamos lejos de la igualdad, el papel de la mujer en el rock español de los últimos treinta años está en una línea ilusionante y claramente ascendente. El rock, en líneas generales, ha asistido a un cambio brutal en la cuestión de género y creo que tiende a ir a muchísimo mejor desde los noventa", asegura.
Y todavía continúa: "Estamos asistiendo, afortunadamente, a un asalto masivo de grupos de mujeres y mixtos que están refrescando muchísimo la escena, aprovechando la ola feminista de 2018. Hablo de Hinds que tienen éxito a nivel internacional, y otras que han cogido ese camino como Ginebras, Bones of Minerva o Bala, que antes tenían muchísimo más complicado imponer ese marco de debate, aunque hubieran unas Luz Casal, Amaral, Nosoträsh, Belén Arjona o Ebony Ark. Un caso paradigmático es el de Christina Rosenvinge, que se tuvo que ir a Nueva York cuando estaba con su sonido más americano porque estaba harta de que todo el mundo le recordara por Chas y aparezco a tu lado, y es solo cuando regresa desde un lado más indie cuando se convierte en una matriarca".
El feminismo ha encontrado en el rock un espacio vindicación no por la vía de la queja, sino por la de subir el volumen a la máxima potencia. "Claro que el rock siempre ha sido reivindicativo, y hoy aún lo sigue siendo gracias al feminismo. El único pero que hay que ponerle a todas ellas es que han aparecido en un momento en el que el rock está más de capa caída y descafeinado, pero están asumiendo un liderazgo que nunca habían tenido a nivel colectivo y con contenido feminista. Y como feminismo político entiendo el que busca resolver los problemas de manera colectiva, no el que dice que como soy mujer y he llegado a tal soy feminista, no, porque el éxito siendo mujer no te garantiza el feminismo. Este un movimiento colectivo que intenta mejorar la vida colectiva de las mujeres".
El desafío territorial del Estado, la insumisión al ejército, la denuncia de las tropelías de la casta empresarial, eclesial, política, monárquica y mediática, la vivienda y la okupación, el feminismo, el medio ambiente, el 15M, las relaciones laborales, el uso de las drogas... Contra la crisis de Felipe González, contra la de Aznar, contra la ultraderecha, contra la crisis inmobiliaria del 2008… Más que un género musical, el rock es un ente en evolución constante y permanentemente en lucha. Un camaleón que se va transformando en función del entorno político y social y que, en no pocas ocasiones, incluso anticipa los cambios que están por venir.