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La feminidad a través de cuentos

Nos queda lo mejor

Isabel González

Páginas de Espuma (2022)

Octubre anuncia libro de cuentos nuevo de Isabel González, una escritora aragonesa, nacida en una gasolinera, en Ejea de los Caballeros, que también sorprendió con su primer libro de cuentos (Algo tan salvaje, editorial Páginas de Espuma), así como con su novela (Mil mamíferos Ciegos, editorial Dos Bigotes). Ahora reaparece con doce cuentos, tres por cada estación del año, empezando por el verano y finalizando con la primavera, el resurgimiento, la vuelta, con un título que apuesta por el optimismo, aunque no es así, que habla de lo mejor, y también de lo peor, de lo que queda y de lo que se va, de la infancia recordada y de los posos que deja en una vida, de los cambios con la maternidad, los hijos, los trabajos, el techo de cristal. Y más, para que el lector lo descubra.

Al coger el libro, contemplo una portada impactante, una mujer que hace punto y se esconde a sí misma según se va tejiendo, una imagen con un punto surrealista que se adivina en bastantes de sus cuentos. Cuentos frescos, con humor, sobre la vida misma, sin muertes trágicas, ni fantasmas ni terror. Qué ganas de oír una voz joven que no escriba sobre todo eso, para mí ha sido un punto de enganche. ¿Cuentos realistas? Sí, pero no, son cuentos pegados a la tierra, a la vida, a hechos cotidianos, a recuerdos, pero con un punto surrealista, como suele darse en Aragón, donde hay una cierta inclinación, donde he encontrado especímenes de esa corriente, ya se sabe, la sombra de Buñuel es alargada. Y si nos remontamos, nos encontraremos con los dibujos de la serie negra de Goya. No es casual que Buñuel fuera aragonés. En Isabel González encuentro ese toque. No son cuentos surrealistas, en ellos el punto surrealista que la autora da está al servicio de la historia que cuenta, para enfatizar el punto de vista desde el que escribe. ¿Cómo describir si no, la tragedia de un accidente de coche por no atropellar a una oveja y ser salvada por un payaso? ¿O en División aerotransportada, con un gato cuántico, Hernán Cocortés, Cristóbal Cocolón, las tierras coconquistadas, Vascoco de Gama? ¿O la mujer que pone fin a una relación tirando la ropa del amante por el balcón y pedirle después que le devuelva las bragas? Sí, hay humor negro, ese humor negro que es más bien somarda, como dicen en Aragón, socarronería. Sus paisanos entenderán perfectamente lo que quiero decir.

He encontrado también una querencia especial por los animales, que aparecen y desaparecen en los paisajes de estos cuentos. Veamos: culebra, águila, vaca, perro, gatos, flamenco, pavos, cabra, cebra, jirafas, caniche (éste de punto, pero ahí está como funda de botella), bull dog, centollo… Ahí están, y no olvidemos tampoco que la jirafa ha sido usada por los surrealistas, Buñuel tiene un texto precisamente hablando de ella, donde las manchas se levantaban para dejarnos ver otra realidad. Y las ovejas en el Ángel exterminador, y la cabeza de caballo en Un perro andaluz...

Lo que más me ha gustado de estos cuentos, donde las mujeres abundan, con sus problemas, la crianza, los hijos, los accidentes de tráfico, es el punto de vista, esa mirada de la realidad de soslayo, sin enfrentarse a ella, por debajo o desde un ángulo, un lado, como pasando de puntillas por la historia. Si a eso añadimos esa pizca de somarda y surrealismo tendremos los ingredientes de su escritura. Y lo aprovecha para experimentar, para hablarnos de rebeliones en lo cotidiano, donde la mujer aprende a decir "no, basta, hasta aquí hemos llegado". Algunos tienen un punto autobiográfico, pero no es autobiografía como tal. A ciertas masculinidades a lo mejor no les gusta, porque experimenta con una visión más femenina y la mayoría de sus personajes son mujeres. Sí, es un universo femenino. Que existe, que está ahí, que es necesario escribir de él y no seguir ignorándolo o considerarlo secundario o de menor nivel. Yo me he encontrado un libro fresco, experimentador.

Sus descripciones están llenas de detalles nimios, los suficientes para que nos hagamos una idea: “Techo de uralita, pared de tablones y media columna de mármol a la entrada, con una maceta con flores. De plástico. Desteñidas. Al lado, un calendario roto, un barreño mellado y un trozo de espejo ejercían a medias su oficio y bastaba. Encajado en un listón, cuanto un hombre necesita: peine, cuchillo y tijeras”.

Nos habla de un chamizo, de una chabola, sí, pero los detalles que da marcan la diferencia: la maceta con flores, desteñidas y de plástico, media columna, un trozo de espejo, así como tres elementos para marcar un universo masculino: peine, cuchillo y tijeras.

De la temporada de verano, destacaría el cuento de Agosto, Hombres grandes, un relato que, aunque habla de los hombres grandes, de Asís, deriva la historia hacia el parto de una mujer, con unas imágenes muy potentes, comer una sandía, ver cómo se escurre el líquido por los brazos y ponerse ella de parto, ver cómo se escurre el líquido amniótico por las piernas. Lo que trastoca el ambiente apacible, en el huerto, con los pavos, esa forma pegada a la naturaleza de ver el mundo: “En mi familia, una peladura de manzana completa, helicoidal y transparente, encarna el modo correcto de pasar por este mundo”.

Es ese punto de vista que parece simple, pero que dice mucho.

Del otoño destacaré Juegos reunidos: “Se hartó de la impericia de su amante”. A partir de ahí va in crescendo con unos diálogos que absorben a los personajes femeninos, como esa frase: “No soy compasiva. Soy madre. No es lo mismo”. Y sí, la maternidad recorre varios cuentos, pero no siempre como quisiéramos.

Del invierno me quedo con el cuento de febrero, Tener cabeza, un ejercicio de memoria de la infancia y una relación madre/hija atípica, partiendo de un disfraz de carnaval. Quizá uno de los más cortos del libro, pero lleno de belleza:

“Las jirafas tienen las patas tan largas porque si no, no llegarían al suelo. Piensa, me repetía desde la infancia. Y yo pensaba en jirafas mientras grapaba y empaquetaba sus eternas reclamaciones de más de cien folios a compañías telefónicas. Reclamaciones inútiles, pues nos seguían cobrando de más, y este sobrecoste se deducía de mi ración mensual de chocolate”.

Y llega la primavera. Y con ella marzo, y Dientes. Una forma original y divertida para hablar de los celos en una relación de pareja. El último cuento se llama Esa clase de mujeres, enfocado esta vez desde el punto de vista del marido:

“La verdad: las mujeres de su época ya no le ponen. Ni su mujer, ni las amigas de su mujer. Ninguna. Las mira circular entre el comedor y la cocina. Llevan la risa y los escotes más amplios. Transportan vajilla, cubiertos, cierta coquetería aún de este cuarto a este cuarto. Los escotes bajan conforme los pechos bajan.”

Sólo he destacado pequeñas pinceladas para no destripar contenido. Últimamente leo mucho a escritoras, quizá para compensar los años en que solo he leído escritores, como un acto de militancia entre todas aquellas que experimentan, que nos plantean otra mirada para contar historias, donde lo que está presente ahora no aparecía antes, donde los personajes femeninos son ahora principales, potentes, rompedores y quizá los que ahora aparecen desdibujados, son ellos. ¿Por qué no? ¿Acaso no ocurre también en la vida real?

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Además de los libros antes mencionados, la vocación experimental de Isabel González le ha llevado a escribir dos libros ilustrados entre lo infantil y lo adulto: El caballo del malo, y El mismo. En estos días, también se inaugura una exposición de la autora como ensamblaje poético complementario al libro, que se podrá contemplar en la librería Cervantes y Cía (calle Pez, 27), entre los meses de octubre y noviembre.

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Carmen Peire es escritora. Su último libro es 'Cuestión de Tiempo' (Menoscuarto).

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