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Los libros

Al filo de la memoria

El deseo sexual de las estatuas, Alexis Díaz-Pimienta.

Trinidad Gan

El deseo sexual de las estatuasAlexis Díaz-PimientaHuerga & FierroMadrid2018El deseo sexual de las estatuas

 

¿Nos mira la historia pasada desde los ojos vacíos de las estatuas que se alzan en nuestras ciudades? ¿O es nuestra mirada la que se petrifica al volverse hacia lo pasado, la que se endurece frente al clamor del mundo que nos rodea? ¿Cuánto tenemos de estatuas, hasta qué punto hemos llegado a acomodarnos a la hechura de nuestra máscara? Para responder a estas preguntas debemos contar con el fino estilete del recuerdo, de una memoria que no debe detenerse complacida en el reluciente couché de las fotografías de prensa, en el tornasolado reflejo de las postales de esas ciudades que visitamos en tour turístico, ni siquiera en el brillo sentimental de los retratos de familia (ese que podría estafarnos nuestro verdadero pasado a cambio del regalo agridulce de unas lágrimas), tampoco en las destellantes metáforas de ese cuento que en duermevela llegamos a repetirnos sobre nosotros mismos, nuestro origen o nuestros pasos en la vida.

Esto, resistir a la petrificación y los espejismos, usando la memoria como punzante arma, es lo que trata de hacer el poeta cuando escribe. Estas son algunas de las preguntas lanzadas en este libro donde, ya desde su sorprendente título (El deseo sexual de las estatuas), un poeta nos interpela y nos coloca al filo de nuestra identidad, de nuestra memoria, de nuestra conciencia ciudadana.

Alexis Díaz-Pimienta (La Habana, 1966) es un escritor polifacético, narrador, poeta y repentista, que ha publicado hasta la fecha 39 libros en varios géneros: novela, cuento o literatura infantil y juvenil, con muchas de sus obras premiadas, ensayo o poesía. De su anterior producción poética destacan los libros Cuarto de mala música (Premio Antonio Oliver Belmás, 1995), En Almería casi nunca llueve (Premio Surcos, 1996), Pasajero de tránsito (Premio Ciudad de las Palmas de Gran Canaria, 1996), Yo también pude ser Jacques Daguerre (Premio Emilio Prados, 2002), Fiesta de disfraces (Premio Los Odres, 2008), Un día cualquiera del vendedor de gafas (Accésit del Premio Tomás Morales, 2010), Diario erótico de Robinson Crusoe (2016) y Haikus del trópico y Traficantes de oxígeno, ambos de 2017. Una extensa trayectoria literaria, que unida a su trabajo como estudioso y maestro del repentismo (es autor del libro Teoría de la improvisación poética de 1998), nos muestra a un hombre orquesta de las letras en cuyos dedos se abren laberintos ficcionales y poéticos que nos hace fáciles de transitar, pues esa lava desbordada de su creatividad ajusta sus surcos siempre al nosotros, cumple lo que decía Baudelaire: “El fuego del cielo se vuelve barro y lodo al tocar lo humano”. Es entonces una palabra compartida que fertiliza las laderas de la página, hábilmente trabajada desde la renovación de la tradición literaria cubana y, como ella y sus sabrosas márgenes barrocas, veteada de destellos brillantes (cual esas pequeñas motas de la pimienta que luce en su apellido), especiada así de ritmo y de metáforas muy originales.

Con todo ello traza en El deseo sexual de las estatuas, un poemario caleidoscópico, visceral y lleno de fina ironía (sobre todo contra sí mismo, que es la ironía más afilada), una sensual partitura, en clave de poesía, de recuerdos, ciudades y músicas vividas y a la vez, desde el aliento de su tiempo y su experiencia, un espejo que el poeta usa para mirarse valientemente, desnudo de consignas impostadas, con manos abiertas al abrigo de esos sueños o quimeras de libertad y compañía de los otros, de ese dolor cercano que siente como irremediablemente propio.

En la cincuentena de poemas que componen este libro Alexis Díaz-Pimienta muestra la riqueza de sus registros formales, desde el uso actualizado de metros clásicos como el soneto (excelentes ejemplos son “Hombre mirando al pasado inmediato”, “Soneto monótono” o las series “La plaza de Janos y Crono” y “Borges ante el tiempo”) y la décima (como en la serie titulada “La modelo y el pintor”), los poemas largos trazados con la rítmica respiración del versículo (así los estupendos “El negro del Stradivarius”, “El caballero de París”, “Ese negrito de la boca grande”, “Las estatuas bailonas de La Habana” y “Zapatos de Veracruz”, uno de los más claramente reivindicativos) hasta llegar a textos en prosa poética de los que señalaría “Adriana con arpa” y el cálido pero estremecedor “7 de agosto”, donde podemos leer: “¿Y qué hace un hombre con las migajas de su madre entre las manos?”.

Sin acotar partes al conjunto, el poeta va desgranando, no obstante, una progresión en el desvelamiento de su mirada (la que incide sobre sí mismo y la que alza hacia lo externo y ajeno) y lo hace tomando como punto de apoyo sus referentes literarios (Quevedo, Carpentier, Gonzalo Rojas, Hemingway, Graham Greene, Borges, Fina García Marruz o los pasquinati), cinematográficos (Chaplin, Bergman, Bacall y Bogart, Mae West) y musicales (Silvio Rodríguez, Charlie Parker, Louis Amstrong, Lennon, Ellington), como escenario aquellas ciudades de su travesía vital, las calles de La Habana (“Hoy recorren La Habana lenguas descamisadas/ ojos descamisados/ la memoria de todos al desnudo”), Roma, Veracruz, Granada o Nueva York, y por compañía en ese viaje la evocación de esculturas o cuadros que le han marcado. Compone así un trayecto reflexivo que se extiende poliédrico sobre las páginas, volcando, entre la gran variedad temática que aborda, las claves de su voz poética: su acercamiento a una poesía social y política renovada (presente en muchos de los poemas de este libro, ya que Alexis afirma que el poeta siempre debe mirar al mundo aunque sepa que su palabra a veces es inútil), esa misma conciencia de qué frágil instrumento es el lenguaje para defendernos de olvido e injusticias (mostrada en los metapoéticos “Hermenéutica” y” Las verdades eternas”). También son esenciales la indagación constante en la propia identidad y en la teatralidad de sus manifestaciones (lo que vemos en “Poca música”, “La mirada de un bebé” o “Los maniquíes”) o en el asedio del tiempo sobre el que medita (“Entre la música de los relojes/y la del corazón/el hombre vive en síncopa”) en la hermosa serie “Doce (nuevas) maneras de entender el tiempo”, y que le llevará a hacer con extrañeza el simultáneamente descabalado, cruel y feliz recuento de lo vivido que alzan los poemas “Pertenencias para repatriar en caso de supervivencia”, “23 años y un minuto” o el estupendo “Cuaresma” con que cierra el libro. Muy importante es la presencia tutelar de la madre y de los años de infancia (como esa plaza, con estatuas  y pájaros quizá, en la que aún podemos dar la mano al niño que fuimos) que tan brillantemente recogen “Sobre estatuas y pájaros” o “Malecón 1905” y los poemas ya citados “El caballero de París” y “7 de agosto”.

Inestable sentir

Inestable sentir

Parafraseando lo que nos confiesa Alexis en su poema breve “Escapatoria” (“Quería salir/ y abrí tantas puertas/ que me quedé/ dentro”), las páginas de “El deseo sexual de las estatuas” nos abren muchas ventanas a la memoria de su infancia cubana, también a la situación actual de ese país, a sus viajes por mundo, música y literatura y sobre todo a una mirada personal e incisiva hacia el propio poeta y hacia los otros pasajeros en tránsito cuya compañía busca con sus versos y que, a partir de esta lectura, seremos nosotros, los que descubramos cómo muchos de estos poemas se nos han quedado dentro.

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Trinidad Gan es poeta. Su último libro es El tiempo es un león de montaña (Visor, 2018).

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