Los diablos azules
El franquismo fue una novela negra
En 2016, en una entrevista, le dijeron a Luis Roso: "Me sorprende que un chico tan joven se decida por el género de novela negra en su primer trabajo y que lo ambiente en la España franquista". Él admite que sí, podía resultar chocante. "Mi primera novela la publiqué con 27 años, y no es habitual que un autor de esa edad se adentre en el período franquista. Lo primero, porque no lo ha vivido de primera mano, y lo segundo, porque es un campo de minas por su componente ideológico". Pero él lo hizo, y con éxito, "quizá porque me adentré en esa época con más objetividad que otros autores de más edad, con menos prejuicios, ya que no podía servirme de mis recuerdos sino de la documentación".
Cinco años después, Roso sigue siendo muy joven y no ha dejado de volver a la dictadura de la mano de su inspector Trevejo; la última visita se titula Todos los demonios. "Salvando la infinita distancia, Philip Kerr hizo lo mismo al escribir su saga de Bernhard Gunther, un detective alemán en la época nazi", señala.
La referencia a Kerr, un escritor inglés que escribe sobre un país y una época que no son las suyas, me viene al pelo porque es precisamente la referencia que algunos evocan cuando leen a Guillermo Galván, a cuyo Carlos Lombardi (del que acaba de publicar Morir en noviembre) no pocos emparentan con Gunther. "Para mí es un honor que los comparen", dice, consciente de los parecidos, pero también de las diferencias.
Sea como fuere, ambos dan testimonio de la vitalidad de un género literario que se consolida: el totalitarismo noir.
Criminal y negra
En su tesis Estudio crítico. La novela policiaca española de la posguerra (1940-1953), Francesc Xavier Cristòfol Allué escribe que no es fácil utilizar la novela policiaca española como fuente para reconstruir la realidad histórica de la sociedad del primer franquismo. "Esto es así, en primer lugar, porque son rarísimas las obras redactadas con una intención crítico-social. La novela policial de los años cuarenta es, casi sin excepciones, un modus vivendi." Y las obras, una manera de ganarse las habichuelas. Lo cual, sobra decirlo, sirve perfectamente a los intereses del régimen.
"A pesar de los inconvenientes de signo político y de carácter mercantil por crear una novela policiaca autóctona, la producción de este género es cuantiosa durante la época de la posguerra", concluye Cristòfol Allué. "La imposibilidad de una representación veraz de la delincuencia y de la actividad de la policía, deriva en la mayoría de las novelas policiacas españolas en un tratamiento maniqueista y simple de las actividades y actitudes de ambos; los policías son siempre buenos y honestos; los delincuentes malos de una pieza".
Nótese que habla de "novela policiaca", no de novela negra, que tiene un componente social imposible de manejar en aquellos tiempos. Incluso Salvador Vázquez de Parga (autor de La novela policiaca en España) llega a afirmar que "las novelas policiacas que se escribían en España o eran policiacas o eran españolas, pero difícilmente ambas cosas a la vez".
Sí, Rafael de Tarsis lo había intentado, Mario Lacruz publicó El inocente y García Pavón nos presentó a su Plinio, por citar sólo a algunos, pero no fue sino después de la muerte de Franco (el aniversario de la cual conmemoramos en unos días) cuando los novelistas españoles con vocación negra se liberaron del corsé.
"En un contexto como el de la transición española de la dictadura a la democracia, que se prolonga en su afianzamiento durante toda la década de los ochenta, y que está presidido por el olvido y el pacto de silencio sobre el pasado de los que detentan el poder y sobre los mecanismos que utilizan para mantenerlo, hay mucho espacio para una utilización crítica e inconformista de la estructura indagatoria de la novela detectivesca", escribió la profesora María Paz Balibrea. Lo más importante de la narrativa negra de esos años "aprovecha ese espacio, en sintonía con un público que, además de entretenerse, busca claves críticas para navegar una sociedad conducida del desencanto al paro y a la euforia consumista, sin detenerse nunca para efectuar una reflexión crítica". Es esa encrucijada la que explica el empuje de la novela negra española a partir de 1975 y la que marca su cambio de signo a medida que se afianza como definitivo el Estado democrático, su posición en Europa, su lugar dentro del capitalismo tardío y la posmodernidad.
Black is black
Quizá eso explica por qué ahora hay autores empeñados en visitar aquellos escenarios que en su día les fueron vedados. "La novela negra está protagonizada por individuos críticos, rebeldes e independientes", explicó Javier Valenzuela en la Semana Negra de Gijón de 2019 cuando le preguntaron por qué había ambientado Pólvora, tabaco y cuero en la Guerra Civil. "No hay momento más noir en la historia de Madrid que el cerco de la ciudad de 1936 a 1939".
Galván también lo cree así: cualquier dictadura ofrece escenarios perfectos para el género negro "sin necesidad de fabular para inventarlos". Si esa dictadura, además, es consecuencia de una guerra civil, a los elementos propios de un régimen como ese —léase corrupción, ausencia de libertades, persecución política...— se suman el hambre, la enfermedad, la miseria, la injusticia y la muerte. "Es un mundo negro en sí mismo."
Porque sí, el lector conoce los rudimentos del género, en palabras de Roso, sabe que habrá un crimen y un investigador, que normalmente es un policía, "pero más allá de eso es un género dúctil y permite la entrada de todo: la historia, la crítica social, la poesía... Una época compleja como lo eran los años 40, 50 o 60 son especialmente interesantes para la novela negra, porque son décadas en las que no es fácil saber quién es el bueno y quién el malo". Los policías, que supuestamente han de resolver crímenes, pueden ser a la vez criminales y verdugos. Y esa ambigüedad se extiende a los jueces, los periodistas, los escritores, etc. "Había muchos malvados en puestos de poder conviviendo con gente que solo quería salir adelante con cierta honradez y dignidad".
La ficción es, además, una herramienta de divulgación. Ahora mismo, dice Galván, se están publicando magníficos ensayos históricos sobre la época, de modo que quien esté interesado en aquellos años puede informarse adecuadamente, a pesar de las restricciones impuestas a determinada documentación; y el periodismo, o al menos cierto periodismo, se hace eco de ello. "La ventaja de la ficción es que puedes hacer protagonista al lector de la historia que cuentas, llevarlo de la mano a pasear por esos entresijos y, en cierto modo, hacerle vivir lo que vivieron nuestros padres o abuelos. En definitiva, transformar en escenarios o en acción lo que de otra manera quedaría en mera exposición de datos académicos."
La visión de Luis Roso viene indeleblemente marcada por su condición de profesor de secundaria. Lamenta que sus alumnos "ni entienden lo que fue el franquismo, ni tienen interés alguno en saberlo, esa es la triste realidad. Y lo peor es que el franquismo y el fascismo están comenzando a verse con mejores ojos que hace algunos años. Me refiero a que hay alumnos que no tienen inconveniente en gritarte ‘arriba España’" o ‘viva Franco’ en mitad de clase. Lo hacen sin saber lo que dicen, por supuesto. Lo hacen solo por hacer la broma, porque son expresiones que escuchan por ahí, en las redes y en la calle. Pero eso indica que algo se está haciendo muy mal en el plano educativo." Es su convicción que las novelas que hablen del período franquista pueden ayudar a paliar esa situación, "pero no son más que un parche". La situación es muy compleja y preocupante.
Vamos terminando. En el libro citado, Vázquez de Parga sostuvo que para "los intelectuales españoles, en un primer momento la novela negra no solo fue la variante realista de la novela criminal sino también la variante progresista y de izquierdas y la única novela policiaca valida por razones éticas y no estéticas". Pregunto a mis interlocutores si, en los tiempos que corren, hay que ser de izquierdas para escribir novela negra ambientada en tiempos de Franco…
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"No. Se puede tener cualquier ideología y escribir buenas novelas ambientadas en cualquier época, siempre y cuando no se sea ningún fanático. Porque ningún fanático de ninguna ideología podrá jamás escribir una buena novela, ni ambientada en el franquismo ni en ninguna época, porque el fanatismo lo impregnaría todo", responde Roso, y convoca a Miguel Delibes, para él, el gran novelista español del siglo XX, autor de una obra maestra contra el caciquismo de la dictadura: Los santos inocentes.
"La novela negra tiene, por definición, un enorme contenido de denuncia social. Y es evidente que si denuncias los primeros años de la posguerra española es que no te sientes precisamente a gusto con ese régimen político", responde Galván. Hubo escritores ―recuerda― que se identificaron con la dictadura hasta hacerse casi uña y carne con ella, pero jamás escribieron novela negra, "porque ese es un territorio obstinado en revelar las vergüenzas del poder y, además, en el dudoso caso de haberlo intentado, su obra jamás habría pasado la censura".
Dicho eso, no cree que haya que ser forzosamente de izquierdas para hacerlo: "basta con sentirse demócrata, creyente en las libertades y los derechos humanos e independiente de las redes que el sacrosanto mercado tiende a diario sobre los ciudadanos".