'La Gran Ola': La estupidez

En un libro cuya lectura debiera incorporarse a los currículums universitarios de todas aquellas carreras que tienen que ver con la gerencia o las organizaciones en general, llamado The stupidity paradox (La Paradoja de la Estupidez), Matt Alvesson y André Spicer postulan que, antes que una excepción, la estupidez es la norma en el funcionamiento de la mayoría de organizaciones y corporaciones. A esta característica la llaman estupidez funcional, pues asegura conformismo y acrítica rutina, a los que tienen que adaptarse los empleados que quieran conservar su puesto. Esta estupidez asume diversas formas, como afirmar una cosa y hacer lo contrario, cual es el caso al declararse una empresa innovadora y dinámica, para luego sepultar a los jóvenes reclutas en trabajos anodinos e insulsos; o como concebirse egregios participantes en lo que se llama Knowledge-economy, pero sofocar todo verdadero intento de creatividad y aumentar los trabajos de bajo nivel cognitivo. Sin embargo, lo que probablemente sea la peor forma de estupidez es caer presa del pensamiento positivo, con sus mantras motivacionales llenos de lugares comunes y clichés ultra masticados.

La nueva y excelente novela de Daniel Ruiz García, La Gran Ola, ganadora del premio Tusquets, añade a la estupidez, que patentiza con feroz sarcasmo, la crueldad y los tejemanejes de poder que estructuran la vida de toda organización empresarial en el capitalismo moderno. Y para hacerlo, se vale de una empresa familiar, Monsalves, especializada en productos de limpieza, como detergentes y jabones, y en el destino de unos cuantos personajes, todos ellos afectados por una u otra forma de neurosis y víctimas directas o indirectas de la crisis que asoló España en la primera década de este siglo. Julián Márquez, director comercial de una de las divisiones de Monsalves, tiene una vida familiar miserable, con una esposa recuperada de cáncer a la mama, y que le huele a remedios y a desolación, por la que ya no siente atracción alguna, y con un hijo medio raro al que molestan los otros niños. Para solazarse, visita una página porno que protagoniza un transexual con apariencia de mujer y pene intacto, y que le ayuda a masturbarse. Además, su división es la que peor cifras ha demostrado en los últimos ejercicios, por lo que sus superiores le recriminan su actuación y exigen que reduzca personal, cosa que hace con remordimientos de conciencia.

Otro personaje, Ribera, ha perdido su trabajo a raíz de la crisis del ladrillo,  odia a su exmujer, pues le mezquina las visitas a su hija, a quien adora, y en el momento de iniciar la novela se dedica a robar perros de gente bien para luego recabar la recompensa. Una de las personas a las que ha robado el perro y devuelto para gozo de la mujer de casa es, precisamente, Monsalves padre, con el que logra concertar una cita y del que obtiene un trabajo más bien clandestino, esto es, como supuesto comercial de Monsalves, en la división de Márquez, pero en realidad encargado de averiguar lo que fuera que desprestigie a Estabile, el especialista en motivación y coach de la empresa, una especie de gurú del pensamiento positivo al que Monsalves padre detesta. Estabiles encarna lo peor de la moda motivacional, venida en realidad de América y a la que se han entregado las empresas sin más razón que la de seguir los vaivenes de las últimas tendencias, por mera estupidez, en suma, y con la esperanza de aumentar las ganancias al crear un ambiente de trabajo más dinámico y armónico. Estabile hace alarde de todos los trucos de la psicología pop, entremezclados con retazos de sabiduría oriental (o la versión diluida que se ha apoderado de occidente) y de espíritu americano de frontera.

Cualquiera que haya sufrido algún workshop o training de este tipo reconocerá en Estabile a la peor de sus pesadillas: palabras llenas de superficialidades positivas, el pelo blanco como el de un profeta, el aire de un hippie hecho empresario de sí mismo. He tenido la mala suerte de ser participante de varias de estas sesiones de team building, y es por ello que doy fe de que lo contado por Ruiz García corresponde a una absurda realidad, si bien la novela maneja con soltura el sarcasmo y la ironía que hacen de los episodios algo más sustancioso que una mera relación de hechos, por supuesto. En cierta ocasión nos pidió el coach de turno que nos apiñáramos en grupos de a veinte o treinta, lo más juntos posible, sin mayor explicación. Cuando ya el perfume de mi vecina o el mal aliento del colega estaban a punto de hacerme romper filas, nos ordenó de nuevo el gurú de turno que nos separáramos y nos explicó que este era un ejercicio para demostrar lo unidos que podíamos estar y la confianza que teníamos el uno en el otro. Francamente, más fue sentir mi inteligencia humillada que confianza con nadie y me escapé a la primera oportunidad. El episodio es tan ridículo que constituye su propia caricatura. Ruiz Márquez nos brinda en su novela un cáustico ejemplo de esta forma de estupidez.

Estabile no tiene empacho en humillar a Márquez durante una reunión del consejo directivo, en el que tiene sitio permanente, reunión con el objetivo de dar cuentas de sus malas cifras, preguntándole si se sentía feliz, si estaba bien consigo mismo. Pues las empresas afectadas por este tipo de pensamiento no solo exigen del empleado esfuerzo y dedicación, sino una transmutación del alma, una especie de terapia que le incite a consubstanciarse con los objetivos de la organización. Y Estabile tiene a toda la capa gerencial comiendo de su mano. Ya que el tipo de conocimiento que divulga esta tendencia y el tipo de experto que la propala son mercadería de moda, mercadería útil, por más estúpida que sea.

En la novela no faltan los comerciales de a pie, que tienen que llevar a sus posibles clientes de tragos y de putas para conseguir contratos, ni la directora comercial, Martita, pariente de los Monsalves, que está al borde de un colapso nervioso y que se fue a follar con un comercial de mala manera en un coche, con resultados adversos, pues creyó que el tal comercial quería sodomizarla y se ofendió por ello, jurando que arreglaría su despido. No falta tampoco la secretaria que desea el holocausto de la empresa y en particular la muerte de Martita, cosa que quiere concertar con el comercial acusado del pecado de Sodoma. Ni falta el trepa de palabras y comportamiento melifluos, dispuesto a clavar el cuchillo en la espalda de quien necesite a la primera oportunidad.

Más tarde en la novela, Ribera, quien ha desarrollado habilidades de ratero en su peregrinaje por el desempleo, logra desenmascarar a Estabile, tras emborracharle, meterle Rohipnol en su whisky y examinar con cuidado sus pertenencias, fotos y laptop. Descubre que no se llama así y que tiene un pasado oscuro, que prefiero no develar ahora para no arruinar el gusto lector. La novela transcurre con agilidad narrativa en capítulos que alternan puntos de vista, y patentiza un universo tragicómico en el que hay poco resquicio para la cordura. En el microcosmos de Monsalves se reflejan, como en un espejo de feria, las taras de una sociedad y una época cultural que ha reducido el valor al precio y que estima al éxito como el propósito más elevado de una vida en la que la mayoría está acogotada por necesidades reales o virtuales, y que ha perdido todo horizonte espiritual, como no fueran las memeces de expertos en sabiduría barata y comerciable.

Reseña de 'La gran ola', de Daniel Ruiz García | Por Pablo Bonet

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La prosa de Ruiz García es efectiva y de buen ritmo, además de estar preñada de humor negro y de inmisericorde sarcasmo. La novela nos anima a plantearnos la pregunta de si un mundo abandonado a los preceptos del neoliberalismo más ácido puede ser habitable sin comprometer la dignidad, la vida o la esperanza. Quizá el personaje más razonable sea Monsalves padre, como no fuera más que por desconfiar de Estabile y desdeñar sus sosas enseñanzas. La novela, empero, nos hace comprender que ni siquiera el padre puede salvarse de las consecuencias de un universo transido de egoísmo, malas artes y estupidez generalizada. Por lo que no cabe pensar más que en los perros como los únicos que se salvan de la miseria moral que se ha convertido en la segunda naturaleza de los personajes. Perros que Ribera suelta cuando ya trabaja para Monsalves, pues no los necesita más, y que se lanzan al monte, para volver a casa o perderse para siempre entre los matorrales y las piedras, libres, por lo menos, del coaching de Estabile y la captividad de Ribera.

*Frans van den Broek es escritor. Frans van den Broek

En un libro cuya lectura debiera incorporarse a los currículums universitarios de todas aquellas carreras que tienen que ver con la gerencia o las organizaciones en general, llamado The stupidity paradox (La Paradoja de la Estupidez), Matt Alvesson y André Spicer postulan que, antes que una excepción, la estupidez es la norma en el funcionamiento de la mayoría de organizaciones y corporaciones. A esta característica la llaman estupidez funcional, pues asegura conformismo y acrítica rutina, a los que tienen que adaptarse los empleados que quieran conservar su puesto. Esta estupidez asume diversas formas, como afirmar una cosa y hacer lo contrario, cual es el caso al declararse una empresa innovadora y dinámica, para luego sepultar a los jóvenes reclutas en trabajos anodinos e insulsos; o como concebirse egregios participantes en lo que se llama Knowledge-economy, pero sofocar todo verdadero intento de creatividad y aumentar los trabajos de bajo nivel cognitivo. Sin embargo, lo que probablemente sea la peor forma de estupidez es caer presa del pensamiento positivo, con sus mantras motivacionales llenos de lugares comunes y clichés ultra masticados.

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