Una de las acepciones de la palabra intriga es “gran curiosidad o interés que despierta algo”. La interrogación que se nos abre en la primera página de un libro es como hilo de Ariadna que irá conduciendo la lectura hasta atraparnos en el centro del laberinto. Ya sea el libro un tratado filosófico, un ensayo científico, o una novela policíaca, es la intriga suscitada lo que le hará merecedor de ser leído con placer y provecho. Según eso, todo buen escrito debe tener los ingredientes de una novela de intriga. O mejor, de los relatos. Son impecables en su estructura. El cálculo de la acción, la aparición controlada de indicios, el equilibrio entre la demora de las expectativas o la aceleración de las resoluciones, la sorpresa sin evidenciar el truco, las pistas verdaderas o falsas sin trampear, el cierre perfecto de la trama… es lo que los hace consistentes y veraces. Un extraño viajero, la nueva novela de Manuel Rico (Algaida, 2016), reúne todo esto, lo que la convierte en una novela de suspense, pero es algo más.
En la primera novela que leí de Agatha Christie, había una frase que me impresionó bastante aunque en aquel entonces no pude comprenderla en toda su verdad. Hablaba de la cantidad de vida activa que hay en una gota de agua estancada comparándola con la pretendida tranquilidad de la vida en el campo. Cierto que en la obra de Agatha Christie se habla de odios enconados que se resuelven en el asesinato, como es de esperar en sus novelas, y no es el caso en la novela que nos ocupa; aquí no ocurren grandes dramas en el presente narrativo, aunque se desencadenan una serie de mini conflictos entre la convivencia obligada e insoslayable de un entorno endogámico, que ilustran muy bien la metáfora del agua. Pero sobre todo, hay dramas dormidos que en cualquier momento pueden despertarse.
Un extraño viajero, tiene como principal escenario una casa rural y su motivación se fundamenta en el revulsivo que supone la irrupción de un elemento ajeno en un medio compacto y previsible. Como cuando se perturba la superficie del estanque y afloran lo que se había sedimentado mediante años de quietud. Pero, ¿qué tiene de extraño este personaje y su conducta? El hecho de que un viajero llegue a un hotel no tiene nada de particular, puesto que ese sería su destino previsto. Sin embargo, a partir de ahí se desarrolla toda una trama de sospechas e indagaciones que van revelando un pasado que sigue pesando en la memoria colectiva. Esos secretos y medias verdades que conforman el ambiente enrarecido de las comunidades pequeñas no son sino el coste que hay que pagar para convivir. Mientras todo quede en casa, todo estará bien. No se pueden mantener unas relaciones medianamente pacíficas de vecindad si no se mantiene cerrada la caja de Pandora a base de fingir olvido y rumiar clandestinamente venganzas, a menudo irrealizables.
Lo que sucede en el pueblo imaginario de Brezo es común a cualquier pueblo del mundo más de lo que se admite, pero si ese pueblo está situado en el territorio español, las historias personales a menudo pasan a formar parte de la Historia con mayúsculas que se nos ha prohibido conocer. Esa doble vertiente la cumple Lucía, la protagonista, cuando inicia las investigaciones sobre su huésped misterioso. Sus razones al principio son estrictamente personales y están centradas en el fotógrafo extranjero que dice llamarse Salko Hamzic. Pero lo que va descubriendo es una historia que trasciende los límites individuales para configurar un amargo episodio histórico. Un episodio nuestro. De pronto, lo que le pasa a Lucía se convierte en lo que nos ha pasado a nosotros como país. Y ahí es, a mi modo de ver, donde radica el interés y la curiosidad que suscita la novela de Manuel Rico. Porque aunque es una obra de ficción, lo que subyace en ella no lo es. Y la novela pasa de ser un entretenimiento a ser un documento necesario. No hay que pensar en el entretenimiento como algo peyorativo: el entretenimiento, como la intriga, es indispensable. El aprendizaje va unido al entretenimiento. Un juguete, si no es entretenido, no puede ser educativo; y un libro, si no te entretiene, si no te divierte, como diría Teresa de Jesús y sus coetáneos, no tiene mucho futuro.
Aunque me he estado refiriendo a la investigación en singular, en realidad en la novela existen diferentes pesquisas. La investigación de un accidente que inicia la Guardia Civil, la de Lucía respecto al fotógrafo extranjero y la que se va desarrollando como consecuencia de la exposición de sus fotografías.
Me gustan los enigmas porque me atrae el misterio, siempre que el misterio obedezca a las leyes de un universo coherente. Por eso me gusta la investigación. Me tranquiliza encontrar una explicación a las cosas y a los hechos y saber que lo que parece más descabellado puede contener un relato interno más o menos razonable. En este libro, Manuel Rico nos propone su rompecabezas, su misterio, su investigación y su lógica; os animo a leerlo.
Así como los hechos que subyacen en la novela son ciertos, no todos los personajes que se mueven entre sus páginas son de ficción. Esta inserción de realidad en una novela le otorga un plus de credibilidad a lo que allí se narra. La biografía del escritor Humphrey Slater no es menos misteriosa que la de Un extraño viajero, y si hay misterios que suceden en la vida real, qué no puede suceder en la literatura. No pienso añadir nada más al respecto. Os dejo esta incógnita.
Es difícil hablar sobre una novela cuya característica principal es un misterio por resolver, pero a la vez supone un ejercicio poético donde lo que no dicho adquiere más valor que lo que se dice. Aquí pasa igual: hay que cuidar la información que se escatima y la que se ofrece porque no quisiera hablar en abstracto y sin embargo, cualquier palabra de más puede hacer peligrar la sorpresa lectora. Lo mejor de este tipo de obras es el participar de la ignorancia previa de los personajes para poder compartir sus descubrimientos con el mismo asombro.
He hablado antes de la mezcla de realidad y ficción por un lado y por otro de mi gusto por los rompecabezas. La vida diaria está lleno de ellos, lo que pasa es que no siempre le ponemos atención. Os pondré unos ejemplos para concluir. Justo antes de iniciar la lectura Un extraño viajero conocí el valiente y conmovedor testimonio de Francisca Adame, hija y hermana de presos políticos, o mejor, de esclavos que construyeron el Canal del Bajo Guadalquivir. Francisca, que a la edad de sesenta y pico años aprendió a leer y a escribir, dedicó sus letras recién estrenadas para dar voz a los presos que alzaron los muros del canal. Recorrió los foros de la Memoria Histórica, publicó libros con sus estremecedores romances y hasta su muerte divulgó loa atropellos que vivió en primera línea.
Por si esto no fuera suficiente coincidencia, el mismo día en que me reuní con José María Merino y Manuel Rico para hablar de la presentación de Un extraño viajero, leí la noticia sobre el pantano de Cenajo, en Murcia, y el empeño del Ayuntamiento de Moratalla para que se quite la vergonzosa placa conmemorativa de la inauguración. En el 2014, el pleno municipal de Moratalla acordó que se pidiera su retirada y así lo solicitó a la Confederación Hidrográfica del Segura, sin que hasta la fecha se haya acusado recibo.
Esta parte silenciada que está empezando a reconstruirse gracias a la Ley de la Memoria Histórica es uno de los mimbres que sostienen Un extraño viajero. Se trata del embalse de Riosequillo. Durante los años 45 y 58 del siglo XX, un destacamento de presos políticos fue obligado a levantar los muros del embalse con el pretexto de redimir condena. Las obras acometidas eran, en muchos casos, una compensación a los terratenientes que apoyaron la sublevación militar.
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Estas y otras piezas dispersas y a menudo ocultas, son las que debemos ir descubriendo, juntando y encajando hasta construir un nuevo mapa de nuestra historia. Todas las aportaciones a esta tarea de recuperación de la verdad son imprescindibles, y es por eso que le doy a Manuel Rico las gracias.
*Ana Rossetti es escritora. Su último libro es Ana RossettiDeudas contraídas (La Bella Varsovia, 2016).
Una de las acepciones de la palabra intriga es “gran curiosidad o interés que despierta algo”. La interrogación que se nos abre en la primera página de un libro es como hilo de Ariadna que irá conduciendo la lectura hasta atraparnos en el centro del laberinto. Ya sea el libro un tratado filosófico, un ensayo científico, o una novela policíaca, es la intriga suscitada lo que le hará merecedor de ser leído con placer y provecho. Según eso, todo buen escrito debe tener los ingredientes de una novela de intriga. O mejor, de los relatos. Son impecables en su estructura. El cálculo de la acción, la aparición controlada de indicios, el equilibrio entre la demora de las expectativas o la aceleración de las resoluciones, la sorpresa sin evidenciar el truco, las pistas verdaderas o falsas sin trampear, el cierre perfecto de la trama… es lo que los hace consistentes y veraces. Un extraño viajero, la nueva novela de Manuel Rico (Algaida, 2016), reúne todo esto, lo que la convierte en una novela de suspense, pero es algo más.