Iratxe Etxebarria: "Ansiedad es estar en el futuro, somos incapaces de estar aquí y ahora"

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Puede que unas vacaciones en Cádiz no sean precisamente el momento y el lugar para vislumbrar que uno padece una enfermedad mental, pero precisamente esa toma de distancia en el tiempo y el espacio es lo que puede ayudarnos a convertir las sospechas en certezas. "Yo nunca tuve la sensación de que estaba enfermando", asegura la periodista Iratxe Etxebarria, recordando con infoLibre los síntomas que encendieron todas sus alertas: "Leía por las noches pero no desconectaba, tenía muchos pensamientos chungos y preocupaciones. Compré un cuaderno y escribía, pero ni por esas. A la vuelta me di cuenta de que mi cabeza no estaba bien después de quince días durmiendo un día sí y dos no, con un nerviosismo que no paraba. Llamé al médico, que me dijo que tenía que dormir y me dio la baja. Ahí empiezo a preguntarme qué he hecho con mi vida, cómo he llegado hasta este punto".

Es así como, en el verano de 2022, le dan de baja por ansiedad debido al estrés laboral y comienza a su vez el tratamiento con el psiquiatra y la psicoterapia. Un cambio drástico difícil de asimilar: "Cuando voy al psiquiatra la primera vez y me hace el diagnóstico me derrumbo, no soy capaz de entender cómo yo misma he podido enfermarme. ¿Cómo me he podido hacer eso a mí misma? Yo tenía unas condiciones de trabajo muy buenas y conozco, como todos, a compañeros periodistas con condiciones de mierda, con lo que me decía 'pero cómo me voy a quejar'. Al mismo tiempo, estaba en puestos de responsabilidad, por lo que veía normal las preocupaciones por tener mucha gente a mi cargo. Pensaba que tenía que responder, estar 24/7 disponible, incluyendo vacaciones, un autoengaño mío. Todo eso jugó en mi contra porque me convencí a mí misma de que era normal que yo estuviera todo el tiempo preocupada, que a las tres y las cinco de la mañana me despertara como preparada para correr una maratón. ¿De qué me iba a quejar? Tenía buenas condiciones, era como que iba en el sueldo". 

"Me ha pasado a mí, yo lo he contado, pero no sabes la de gente que ha contactado conmigo desde que cogí la baja, y ahora que he publicado el libro mucha gente se me acerca para decirme que está igual y menos mal que alguien habla el mismo idioma. Es que somos muchos", añade, refiriéndose a 7.300 miligramos de escitalopram, título de un libro personalísimo, publicado primero en euskera y después en castellano, ilustrado por June Baonza, elaborado con mimo y por eso autoeditado, en el que la periodista vasca —ahora convertida en coach— cuenta su experiencia y da algunas claves para ayudar a que los demás prioricemos (o al menos lo intentemos) los aspectos más importantes de esta vida loca y frenética en la que parecemos empeñados en hipotecar el presente para vivir constantemente en un futuro que tal vez nunca llegue.

Un "manual", como a ella le gusta llamarlo, escrito en Bilbao hace ahora un año, en otoño de 2023, como resultado de un proceso largo y profundo para entender la crisis que ella misma sufrió. El relato de un renacer repleto de confesiones, de reflexiones, de citas a textos de otros autores —una 'caja de herramientas' a la que acudir para solucionar averías variopintas—, de humildes consejos, de cables a tierra. "Me volví loca pero ya me he curado y os cuento lo que he aprendido y lo que a mí me sirve para no llegar a ese punto, que es al que nos derivan un poco nuestras exigencias. Porque todos trabajamos, pero no todos enferman como yo", plantea.

Ansiedad es estar en el futuro. Tenemos cierta incapacidad para estar en el aquí y el ahora. El mal que tenemos hoy en día es que estamos enfocados en el futuro

Una presión con la que convivimos y que en absoluto está reducida a la profesión periodística, aunque en su caso fuera la chispa que inició el fuego. "Es algo generalizado", destaca, antes de lanzar una advertencia: "Creo que los que somos hijos de la clase trabajadora nos hemos convencido de que el trabajo nos dignifica, y que el trabajo crea nuestra identidad. Por ahí llega el '¿de qué nos vamos a quejar?' Yo periodista, otro médico, pero estoy más quemado que la moto del hippy. Profesiones con mucho nombre pero, para qué". Y lanza otro aviso sobre la manera en la que damos por buena nuestra relación nociva con el trabajo, relacionándolo con esa lucha sindicalista colectiva del siglo XX que ahora cada vez más se olvida y difumina en este XXI del extraño individualismo de estar siempre obligatoriamente conectados: "Hemos tirado a la basura toda la lucha de nuestros padres, porque ya no hay límites entre vida y trabajo, hay muchísima competitividad, ya no hay compañeros...".

Aboga en este punto por acostumbrarnos a leer y escuchar palabras como 'ansiedad', 'depresión' o 'estrés'. "Ansiedad es estar en el futuro. Tenemos cierta incapacidad para estar en el aquí y el ahora. Eso me pasó a mí. Mi cabeza no era capaz de estar en Cádiz, estaba en otros 1.500 sitios. Por eso creo que el mal que tenemos hoy en día es que estamos enfocados en el futuro. Estamos trabajando para comprarnos una casa, un coche o lo que sea, o también porque no llegas a fin de mes y estás preocupado por producir para conseguirlo", argumenta, lamentando asimismo esa cierta adicción social a la dopamina por la que "todo tiene que ser rápido, inmediato, ya, en todos los sentidos, en emociones, consumo, felicidad o placer". Todo lo queremos para ayer: "En vez de aportar una felicidad serena, todo tiene que ser placentero y rápido, necesitamos mucho azúcar, en vez de la fructosa de una manzana asada ahora en otoño. Necesitamos el azúcar rápido de la bollería industrial".

Para mantenernos funcionales, productivos y no perder el ritmo, aparece la medicación, te recetan las pastillas. Ansiolíticos, antidepresivos. "Cuando enfermas, el psiquiatra te da la medicación, que puedes tomar o no", cuenta. "Yo decidí tomarla, y al final del tratamiento la psiquiatra me dice que puedo seguir medicándome secula seculorum si me va bien una dosis baja, que puedo seguir toda la vida tomando una dosis pequeña, pero yo digo que me quiero curar, que quiero ser una persona sana. Porque una persona que se rompe la rodilla va coja un tiempo y le llamamos coja, pero una persona que ha pasado una enfermedad mental es loca para siempre. Y no, perdona, yo estuve loca pero yo ya no estoy, yo ya me he curado", destaca.

Y continúa: "¡Cuánta gente sabe lo que es el título de mi libro! Pero me encanta cuando no lo saben, porque eso significa que nunca han tomado antidepresivos. Los antidepresivos o ansiolíticos son de los fármacos que más se consumen en España. Yo decidí tomar esa medicación y digo que entré en un invierno frío, oscuro y largo. La medicación es como un abrigo que te dan para que aguantes ese invierno. Luego, con la psicoterapia, con la psicóloga o el psicólogo, vas trazando el mapa para salir del invierno y llegar a la primavera, pero tú mismo tienes que caminar para salir".

Después de la primera parte del libro, en la que la autora trata de comprender lo que le está pasando con los textos que fue escribiendo en su momento en pleno proceso, se abre el horizonte lleno de posibilidades. Caminar, dedicarnos tiempo a nosotros mismos, descansar, dormir, escuchar música, meditar, respirar. "No sé si interesan estos hábitos que yo ahora promulgo, o si somos conscientes", reflexiona, para luego lamentar: "Es mucho más fácil tomarte una pastilla que salir a caminar todos los días una hora. En mi caso en Bilbao, que llueve, que hace frío y viento. O salir a nadar o leer, tomarte un tiempo para ti, hacer una pequeña meditación... todo eso cuesta más que tomarte la pastilla con el desayuno".

Si salta la máscara de oxígeno en un avión lo primero que tienes que hacer es ponértela tú, aunque vayas con tu hijo de un año. Si tú no estás bien, no puedes ayudar

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"¿Estamos dispuestos a hacer eso? Para salir de la enfermedad, de cualquier enfermedad, y vuelvo a la rodilla, haces rehabilitación, pero en casa tienes que hacer tus ejercicios también. Aquí es lo mismo. ¿Nos interesa? ¿Nos apetece? Tampoco me apetece a mí salir a caminar, hacer meditación... nunca me apetece. Gestionar nuestra propia salud empieza con el autocuidado, con las elecciones que hacemos", explica, poniendo un ejemplo de lo más gráfico: "Si salta la máscara de oxígeno cuando estás en un avión, lo primero que tienes que hacer es ponértela tú, aunque vayas con tu hijo de un año. ¿Cuándo nosotros primero? Si tú no estás bien, no puedes ayudar, ni amar, ni ser amiga, ni ser madre".

"Los ejercicios de respiración son el mejor ansiolítico, ¿pero cuántas veces nos han dicho eso? Respirar. Yo sigo en el entrenamiento, me cuesta, pero respirar es muy importante", insiste. Escuchar música, caminar. "Todo gratis y todo en nuestras manos y, aun así, enfermamos. Y algunos, como yo, llegamos al límite", recalca, antes de lanzar un consejo que aglutina de alguna manera todos los demás: "Que no nos castiguemos por descansar, por mirar por la ventana o irnos a dar un paseo un rato. No nos vamos a castigar por no hacer, vamos a ser nosotros mismos".

Para terminar, remata: "Yo he sido una afortunada porque he tenido la opción de estar de baja, la oportunidad de costearme un psiquiatra y la psicoterapia, que es ir al psicólogo una o dos veces por semana con el coste que eso supone, y eso yo lo he podido hacer yo misma. En la sanidad pública no sé si hubiera habido opción, pero habría tenido que esperar muchísimo, y yo sabía que no quería esperar, porque me sentía muy mal, y tuve la oportunidad de tomar cartas en el asunto y acelerar ese tratamiento, ese cuidado".

Puede que unas vacaciones en Cádiz no sean precisamente el momento y el lugar para vislumbrar que uno padece una enfermedad mental, pero precisamente esa toma de distancia en el tiempo y el espacio es lo que puede ayudarnos a convertir las sospechas en certezas. "Yo nunca tuve la sensación de que estaba enfermando", asegura la periodista Iratxe Etxebarria, recordando con infoLibre los síntomas que encendieron todas sus alertas: "Leía por las noches pero no desconectaba, tenía muchos pensamientos chungos y preocupaciones. Compré un cuaderno y escribía, pero ni por esas. A la vuelta me di cuenta de que mi cabeza no estaba bien después de quince días durmiendo un día sí y dos no, con un nerviosismo que no paraba. Llamé al médico, que me dijo que tenía que dormir y me dio la baja. Ahí empiezo a preguntarme qué he hecho con mi vida, cómo he llegado hasta este punto".

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