Los Divinos, de Laura Restrepo, publicada por Alfaguara el pasado otoño, ha sido sin duda una de las mejores novelas de la temporada literaria que ahora acaba. Con un extraordinario oficio, la autora combina de manera armónica distintos subgéneros en esta novela no demasiado extensa, apenas 250 páginas: ficción sobre un hecho real, un feminicidio ocurrido en Bogotá, thriller psicológico y experimentación lingüística con el habla popular bogotana y el discurso descoyuntado del psicótico… Y, sin embargo, la novela es apasionante, con un ritmo perfectamente medido para que la narración fluya y el lector no pueda soltarla hasta llegar al final, atrapado por personajes monstruosamente verosímiles y un argumento que pone los pelos de punta. Una prodigiosa combinación de investigación periodística, trama narrativa absorbente y denuncia social, sin caer en el panfletarismo barato ni en el efectismo facilón.
Los temas que trata Los Divinos no pueden ser más oportunos: violencia machista, clasismo criminal, patente de corso para los cachorros del poder que se creen eso, seres “divinos”, esos cuatro jóvenes “Tutti Frutti”, como se apodan ellos, que forma una hermandad de amigos de la clase privilegiada colombiana y que acabarán llegando al crimen por pura soberbia. Por lo demás, Laura Restrepo nos cuenta una historia que transcurre en Colombia, cierto, pero que, como ocurre con toda obra de arte, trasciende hacia lo universal, porque examina en el laboratorio novelesco algunas de las claves de la lógica de la dominación social contemporánea, de este nuevo horror político que amenaza con poner patas arriba la democracia, la justicia social y el estado de derecho nacidos de la Ilustración y la Revolución Francesa. No es fácil encontrar una novela así de buena y de ella conversamos con Laura Restrepo durante su visita a Sevilla.
Pregunta. Los Divinos es una novela fascinante, una parada de los monstruos realista. Porque los protagonistas no son otra cosa que seres abominables, pero inquietantes, porque pudieran ser cualquiera de nosotros, el vecino de al lado, ese compañero de universidad que no ves hace tanto tiempo… Cuando dices que cualquiera puede ser un monstruo… ¿Cuál es la diferencia entre un tipo corriente y uno de los personajes que retratas en tu novela? ¿Por qué se produce la transmutación y ese personaje que apodan El Muñeco acaba pasando al otro lado?Los Divinos
Respuesta. Ahí, claramente, hay un detonante que hace que El Muñeco, el personaje de la ficción acá, cometa el crimen atroz que comete y que los otros cuatro Tutti Frutti viniendo del mismo sustrato moral y social no lo hagan, evidentemente hay en él ese detonante que lo dispara, pero el caldo de cultivo, de pronto, viene siendo el mismo. Con la palabra monstruo, el asesino es un monstruo, lo que haces es romper el vínculo entre la vida cotidiana y el hecho excepcional. Y a mí me interesaba tratar de hacer el vínculo, como el desprecio por la mujer se cultiva también entre los cuatro que, digamos, son normales, para poner una palabra… Gente que cultiva ese tipo de desprecio de manera, digamos, tolerable o tolerada por la sociedad, sin que nadie se escandalice. En el fondo lo que hace El Muñeco es llevarla al extremo del extremo del extremo, pues lo que ahí subsiste es un pensar común, como que la mujer no es nadie, ese que tienen los demás cuando abusan de la criada del servicio o a la madre la tratan a las patadas o cuando cosifican a la mujer.
P. Ya la cita de Tournier con la que se abre el libro da las pistas para leer tu novela: “Para empezar, ¿qué es un monstruo? Ya la etimología nos reserva una sorpresa un tanto pavorosa: monstruo viene de mostrar”.
R. Es de Juana y Gilles, ahí Tournier estudia el personaje del monstruo; además, la leí por azar, yo estaba ya escribiendo el libro y había leído otras cosas de Tournier, pero esa novela no, y cuando me encuentro cómo Tournier pinta a Gilles de Rais, lo pinta a caballo entrando en sus aldeas medievales buscando a los muchachitos campesinos que andan solos y escogiendo este y este, resulta que actuaba de manera similar a como El Muñeco en mi novela iba al barrio popular como si fuera su coto de caza también, a ver a qué niñita se llevaba de ahí.
P. Por eso le decía que la diferencia parece ser que mientras el monstruo se muestra, los demás no. Pensé que en el caso de El Muñeco, esto tenía que ver con un sustrato ideológico: por un lado me pareció ver en la novela cierta monstruosidad en la masculinidad, en la manera de entender el mundo por parte de los hombres, siempre históricamente ligada a la violencia y al ejercicio del poder brutal; por otro, la proyección de un desprecio de clase hacia el pobre.
R. Doble. Cómo se junta, cómo se junta en esa estructura patriarcal, que incluye lo que tú dices, la monstruosidad en el trato a la mujer. Hay una monstruosidad en el trato social también, en mi país marcadísimo, aquí alguien me ha dicho que no hay tanta diferencia. Le dije, mira, eso es una cosa del sitio: yo llevo tres años viviendo aquí y no conozco un rico, y no conozco a un rico, no porque no crea que no los haya, sino porque yo no voy a sus restaurantes, no visito sus barrios, no sé dónde andan, no voy a sus playas… No he visto un rico, eso te lo juro, no lo he visto.
P. A mí me interesa mucho el planteamiento ideológico que subyace en la novela. Su trayectoria política de compromiso activo por el diálogo, no solamente en Colombia, su militancia trotskista en su juventud… Por eso me parecía que el crimen era la emergencia de un conflicto de sociedad, en la que unos consideran que tienen derecho a cualquier cosa, porque son lo que son, y el resto solo sirven para ser usados. También la mujer, porque todos los personajes usan a la mujer de una determinada manera, El Duque es un narcisista y usa como un jarrón decorativo a Alicia Malicia; El Muñeco, para sentirse poderoso destruyendo, e incluso El Píldora que las usa para retroalimentar su propio decadentismo esteticista y su pulsión de muerte…
R. El Muñeco ya va de caída… En su estrellato hay caída, pero vuelve a ser un dios masacrando a esa chiquita, así vuelve a ser una superestrella… Todo ese poderío… Yo me imaginaba ese momento… Este tipo que ya se está sintiendo panzoncito, calvo ya, el hombre ya no es lo que era y otra vez recupera brillo masacrando a una pequeña. Él es Zeus en ese momento.
P. Es la voluntad de poder, ¿no?
R. Es la voluntad de poder llevada al extremo. Ese crimen es una radiografía, volviendo a Tournier, hace visible lo que ya estaba ahí, pero no sabíamos ver. Es algo tan extremo que te muestra, pero no quiere decir que no haya sustrato de esa semilla sembrada por todos lados, ese doble desprecio, el desprecio de clase y el desprecio hacia la mujer y hacia los negros y hacia los niños y hacia los judíos… Una de las lecturas que yo siempre tengo presente es El chivo expiatorio de, ¿cómo se llama?, el francés… Ahora te lo digo… René Girard, donde estudia los mecanismos de cohesión del grupo en función del débil. El mismo mecanismo que hace que en el colegio se monten los niños frente al otro niño que tiene un defecto físico. El recurso al chivo expiatorio como mecanismo de autoafirmación.
P. Incluso El Hobbit es un personaje oscuro.
R. El Hobbit a mí también me da pánico, te digo.
P. A mí al principio me pareció un desclasado, pero luego entendí que no lo era, que era un desplazado.desplazado
R. Sí, está muy bien la diferencia.
P. Y no sé si esto será cierto o no, pero me pareció que el desplazamiento de El Hobbit, como no tiene nada que ver con un cambio de clase, porque él sigue justificando su identidad por su pertenencia a “la logia”, como dicen los Tutti Frutti, quizá fue por su afición a la literatura, por el ejercicio de la traducción literaria. La escritura desplaza al escritor, en este caso a El Hobbit, porque le genera una autoconciencia de la perversidad, él es consciente de su propia maldad también, ¿no?
R. No, no, no. En esta narración yo necesitaba… No lo puse directamente escritor, porque era demasiado…, pero lo puse traductor, que es una forma de estar leyendo y de estar traduciendo y era la mampara que yo necesitaba para no estar yo haciendo juicios de valor, sino para que fuese él. El Hobbit tenía que tener una visión crítica. Fíjate, hay como ciertos rasgos que para mí eran claves en la extrema corporalidad de El Muñeco, que se contrapone a que El Hobbit no deja que lo toquen y, sin embargo, se enamora de la única mujer a la que no puede tocar… ¡Es que El Hobbit también es más enredado…! Me daba pánico, no creas que no. Se da cuenta, sí, pero es una conciencia… Por eso es hasta peor, porque uno se imagina a ese Muñeco como una bestia suelta por ahí, como haciendo de director en una película, diciendo: “Rueden”. El Hobbit se da cuenta y al mismo tiempo, no lo sé, me da risa, porque yo a mi hermana por Whatsapp y por teléfono le andaba contando cómo iba la novela y, bueno, no vamos a revelarle la trama a los lectores, pero cuando el Hobbit tiene que entregar el computador, yo la tenía en vilo a ella. “¿Ya lo entregó?”, “No, se fue a comer una hamburguesa”, “¡Nooo, no puede ser! ¿Cómo que se va a comer una hamburguesa?”, “Bueno, es El Hobbit, qué le vamos a hacer, si tiene hambre, tiene que comer”.
P. Fue por otro personaje, Eugenia, que entregó el ordenador, si no él no lo hace. Las mujeres tienen un papel fundamental aquí. Me parece muy inteligente, porque, también por esa marca de clase, las mujeres que aparecen tampoco son totalmente inocentes, salvo la niña, que representa la pureza frente a la depravación. Las mujeres aceptan el rol subordinado, por acceder con ellos al poder o por simple comodidad, pero, a pesar de todo, tienen otra moralidad.
R. La niña es la víctima absoluta, sí. De todas maneras los personajes femeninos se presentan desde una visión crítica; no hubiera tenido sentido, Carlos, que las únicas mujeres que aparecen implicadas en el suceso hubieran sido buenas, eso hubiera sido de un facilísimo imperdonable. Pero de todas maneras, las mujeres son más conscientes: si El Hobbit se distancia un poco de la actuación de su amigo El Muñeco, Alicia Malicia, por ejemplo, se distancia un poco más, ¿no? Ahora bien, ella tiene su vuelta atrás también, no la podía perdonar, y la hermana de El Hobbit, Eugenia… Claro, ella sabe y lo presiona para que no lo encubra, pero lo hace cuando el crimen ya sucedió, o sea, ella no es que sea en su absoluta lucidez la que lo permite, pero a ella ya le llegan los Whatsapp diciendo lo que hizo el amiguito y entonces decide. Nadie se lo perdona. La propia mamá del Muñeco, ¡ay, se ha quedado tremendo!, es la que le organiza al Muñeco, la lonchera, que nosotros llamamos allá, ¿cómo le dicen acá?
P. Sí, la fiambrera.
R. Eso me parece terrible, organizándole la lonchera todos los días al monstruico ese que estaba criando.
P. Tremendo, sí. Parece que también hay una parte de responsabilidad en las madres por la crianza de estos cachorros del poder.
R. Es que las madres podemos ser terribles. Tradicionalmente se dice que la madrastra es terrible, pero es que todavía la literatura no se ha metido en lo que somos las madres, somos unos bichos feroces, sí, claro. Es un tema muy resbaloso, porque… Evidentemente yo no quiero caer en lo que cae muchas veces la propia justicia de culpabilizar a la víctima, las mujeres somos las víctimas en estos casos de acoso, pero también hay unos grados de tolerancia entre las mujeres… Mira, a mí me golpeó muy brutalmente esa certeza. Hace muchos años, visitando los barrios de Medellín, los barrios populares donde Pablo Escobar tenía su semillero de sicarios, me pasó algo terrible. Dice el lugar común que los hombres en la guerra y las mujeres con la paz, lo cual es en muchos casos cierto: las mujeres bregando buscando el lugar donde la vida sea posible para sus hijos, mientras los hombres andan metidos en la guerra. Pero, entrevistando a la madre de uno de los sicarios más terroríficos del barrio, veo que la señora, mientras hablaba conmigo, estaba lavándole a su hijo la camisa empapada de sangre, sabiendo perfectamente de dónde venía la sangre: de los que el muchacho mataba, ¿no?, pero el muchacho le traía el dinero… Familias con el padre ausente donde el hijo mayor adopta el papel de proveedor y la madre en silencio, lavando la camisa… Es que lo vi. A lo mejor si no lo hubiera visto, Carlos, no me estremece de esa manera, y, que me perdone Dios, pero ¡qué cristiano es eso de una madre que adora al hijo, sabiendo que va a la muerte! Es como la Virgen María y el Jesús crucificado, el más amado de los hijos… y la madre del sicario sabe que ese hijo va a morir, porque, claro, el sicario mata, pero el sicario muere muy rápido también, ¿no? Todo es cultural, es que es asomarse uno en estos abismos y ve uno cosas tremendas.
P. Y político, porque, hay un problema evidente de machismo brutal, lo que comentábamos, y de conversión de la mujer en un objeto de uso, cada cual a su manera, que se trata en la novela. Pero, por otra parte, como comentabas, el que la mujer no esté en el otro lado implica que además de eso hay una concepción política de vida que es nefasta, la impunidad absoluta que cree tener derecho a poseer esa clase que se dice a sí misma “somos los nacidos para gobernar”.
R. Sí, en mi novela es la madre de El Muñeco también la que va y matricula al muchacho en esa idea. Bueno, suponte que es extremo esto, pero viene de algo que es muy inglés y muy norteamericano: es de la universidad norteamericana de donde salen los Bush y esa clase de bichos, están educados en universidades hechas solo para los que van a gobernar y es allí a donde van, además, nuestros personajes latinoamericanos a formarse, para luego volver aquí a gobernarnos, ¿no? Pero claro, la madre también está en ese juego de los silencios, de amparar… A mí eso me produce estremecimiento y fíjate que, sin negar que es la mujer la que evidentemente tiene que estar ahí a la vanguardia, como está sucediendo hoy en día, de la denuncia, de la presión social por que la culpabilidad llegue a lo más alto del estado, cuando sea necesario, la lucha contra toda esa estructura machista que sigue dominando; tiene que ser así, pero, al mismo tiempo, sin la complicidad de los hombres, pues se hunde el mundo. Tantos hombres buenos, cómo los va a tirar una al campo del enemigo así como así, solo porque son hombres. Yo, personalmente, en mi familia vivo rodeada de hombres muy buenos, a los que les horroriza una violación o les horroriza que se maltrate a la mujer y que han sido educados de otra manera, que han crecido en otro tipo de… Uno de los privilegios de nuestro siglo es que existen muchos hombres así. ¿Qué sentido tiene desconocerlo?
P. En otro orden de cosas, me ha parecido interesantísimo el estilo. Por un lado hay un trabajo lingüístico impresionante de la escritura psicótica, que en un momento incluso lo comenta un personaje y, por otra parte, esa escritura psicótica que podría haber dado lugar a un texto muy descoyuntado, muy deshilachado, está controlada por la narración. Me pareció que la escritura psicótica reflejaba el caos en la cabeza de El Hobbit y el caos de lo que está ocurriendo alrededor, mientras la narración de la trama actúa como filtro, como el dispositivo que da un sentido al caos, un sentido explicativo que busca comprender el mal, lógicamente, para luchar contra él o al menos denunciarlo, ¿es así?
R. Yo creo que sí, Carlos, fíjate que la única guía que yo tenía, porque yo no estaba ahí afuera investigando, preguntándole a nadie, estaba sola en mi montaña, bueno, con mi hijo, los hijos son clave aquí en todo esto, pero la única guía que yo tenía era el lenguaje mismo, por eso el trabajo con el lenguaje tenía que ser tan meticuloso, y tenía que ser escrito en bogotano, porque yo me decía: en el lenguaje tiene que estar inscrito tanto el desorden como el orden, tienen que estar inscritos tanto el caos y el desmadre llevado hacia el extremo, como una cierta noción de contención. En lo que El Hobbit va diciendo y cómo lo va diciendo tiene que estar el vaivén entre el caos y el orden, para que la novela no sea un gran desparrame, que no interesaría, pero al mismo tiempo, el propio Hobbit a cada rato está como rompiendo la lógica. No quiere decir que me haga risa, porque ese no es el tema, pero había veces que me daba risa. Por ejemplo, cuando El Hobbit cuando está mirando el porno, de pronto lo mira con otros ojos, seguramente es un muchacho habituado al porno, como todo el mundo en esta sociedad, pero, al verlo a través de los ojos de El Muñeco, de pronto empieza a ver cómo este baile de pelotos, ahí, tanta teta, tanto pene y empieza a verlo como un jardín monstruoso, ¿no? Pero, de pronto, ve el Culi-Circus de los Petitones y se entusiasma. Yo podría ser uno de estos Petitones de este Culi-Circus, entonces… El Muñeco mismo se me escapaba a veces, ¿no? Como que su visión crítica se obnubilaba y era interesante por eso… Era un personaje al que yo tenía que llevarlo con las riendas bien tenidas, porque se me desbocaba, eso era lo bueno que tenía, y había que dejarlo, ¿no? Por unas páginas, El Hobbit se te va, y luego hay que volverlo a traer. Como cuando tenía que emplear en la novela el sentido del humor, el sentido del humor de los bogotanos: nadie sabe lo terrible que es el sentido del humor de los bogotanos, que es muy divertido, que es muy punzante, pero también es como el gran encubridor de toda clase de horrores. Un chistecito, bueno, ya lo decía Rilke…
P. Una última pregunta para terminar: quizá esta novela habla también de la maldad en un sentido casi metafísico, ¿existe El Mal, así con mayúsculas de absoluto?
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R. Yo creo que hace mucho que no lo nombramos, como no nombramos tampoco al Bien y tú y yo que conocemos la política radical… pienso que en el pasado, nosotros, los radicales, eliminamos ese aspecto ético durante muchos años, pero hoy en día sentimos que si nuestro análisis de la realidad se quedaba corto era porque no incluía el elemento ético, porque nos parecía religioso y, sin embargo, si uno remira con ojos fríos los diez mandamientos, tan locos no eran, bueno sí, salvo uno o dos que quizá había que eliminar: no matar es una buena cosa, honrar al padre y a la madre tampoco está tan mal y sin embargo nos parecía tanto horror lo religioso que eliminamos la ética de nuestros juicios analítico. Yo siento que la ética tiene que volver a tomar un papel predominante, que la política debe ser vista como parte de una opción ética y, si no, no entenderemos nada. ______
Los Divinos, de Laura Restrepo, publicada por Alfaguara el pasado otoño, ha sido sin duda una de las mejores novelas de la temporada literaria que ahora acaba. Con un extraordinario oficio, la autora combina de manera armónica distintos subgéneros en esta novela no demasiado extensa, apenas 250 páginas: ficción sobre un hecho real, un feminicidio ocurrido en Bogotá, thriller psicológico y experimentación lingüística con el habla popular bogotana y el discurso descoyuntado del psicótico… Y, sin embargo, la novela es apasionante, con un ritmo perfectamente medido para que la narración fluya y el lector no pueda soltarla hasta llegar al final, atrapado por personajes monstruosamente verosímiles y un argumento que pone los pelos de punta. Una prodigiosa combinación de investigación periodística, trama narrativa absorbente y denuncia social, sin caer en el panfletarismo barato ni en el efectismo facilón.