Lucía Mbomío da voz a las jornaleras migrantes de los mares de plástico: "No se las considera personas"

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Tierra de la Luz no es un lugar en particular, pero existe como la suma de muchos lugares. No es un sitio real como tal, pero existe y está lleno de verdad. Bajo un mar de plástico, miles de migrantes sobreviven como jornaleros y temporeros en un asentamiento chabolista que podría estar en Huelva o en Almería pero que, esté donde esté, muy pocos ven, porque no lo miran. Explotación laboral, esclavitud, machismo, violencia sexual... los invernaderos de las grandes huertas convertidos en zonas de exclusión inhumanas, donde los capataces y los terratenientes no ven personas, sino mano de obra no ya barata, sino prácticamente regalada. Una situación ya de por sí complicada, que multiplica exponencialmente su atroz impacto en las mujeres.

Ese es el caso de Ngolo, hija de un sastre y una pintora aficionada, que llegó a España soñando con convertirse en una gran diseñadora de moda y traer a Europa los cortes y colores de su Guinea natal. Pero nada va según lo previsto y la joven se ve abocada a trabajar de sol a sol en los invernaderos de Tierra de la Luz. Bajo ese océano de plástico conoce a dos mujeres que se convertirán en su gran apoyo: Mariam y Sade, una pareja que hace que su vida sea un poco más amable en ese entorno hostil de abusos y calor asfixiante. La reaparición de un antiguo amor nos recuerda que incluso en semejantes entornos siempre hay esperanza y anidan los sentimientos que a todos nos igualan.

"Este libro responde a una gran pregunta: ¿qué pasaría si las personas migrantes, a las que tanto se critica, verdaderamente se fueran y desaparecieran de una tierra que por mucho que digan les necesita?", plantea a infoLibre la periodista Lucía Asué Mbomío Rubio (Madrid, 1981), autora de Tierra de la Luz (Ediciones B, 2024), una novela que pone el foco en esas temporeras y temporeros que malviven en los invernaderos y las injusticias que se viven en el campo en pleno siglo XXI. A partir de ese interrogante inicial, "con un punto de thriller", esta es "una historia sobre todo de mujeres que viven en un entorno de exclusión como son las huertas de Europa". "Y que a pesar de todo lo que padecen por la dureza de ese contexto se apoyan entre ellas y se sostienen y sobreviven. Se permiten tener esos espacios de vulnerabilidad que el propio lugar en el que habitan no les permite tener porque no se les considera personas", apostilla la autora, insistiendo en que su intención era recordarnos que en estos sitios hay seres humanos: "Hay una vida detrás, y no solo unos padecimientos diarios terribles, sino también y a pesar de todo también unos sueños por cumplir, que son los que provocan muchas veces que la gente se sienta encadenada a esos lugares. Piensan 'después de lo que he sufrido, cómo no me voy a quedar aquí intentándolo? ¿Qué pasa con todo lo que he invertido en términos de sufrimiento?'"

Con mucho simbolismo, emoción, crítica y un lenguaje narrativo que bebe del realismo mágico y la cultura fang, los cuidados entre las tres amigas son el vehículo para contar una historia en la que, por imposible que parezca, resplandece la vida aun en las peores circunstancias. "Su relación les recuerda que son personas y con ella recuperan esa humanidad que les quitan cada vez que van a trabajar. Ellas son el sostén de la humanidad", destaca Mbomío, añadiendo: "Esta es su gran fortaleza, porque en demasiadas ocasiones las personas que padecen situaciones muy duras parece que no pueden presentarse como vulnerables, porque tienen que estar todo el rato con ese caparazón para no acabar deshechas cada noche después de estar sufriendo todo el día. Poder ser vulnerables, poder contarse e incluso hablar de sus alegrías, amores y pequeñas ilusiones entre tanto dolor es un ejercicio liberador. Quizás el único que les permite ese lugar tan duro".

Tierra de la Luz no es ni Huelva ni Almería, pero por supuesto que bebe de ahí

"Porque no debería vivir nadie ahí, pero cuánta gente vive ahí y qué poco nos interesa que estén ahí porque qué bien nos viene que estén ahí", plantea la autora, que explica que esta novela surge de experiencias previas que ha ido acumulando en estancias en campos de refugiados en Líbano, de desplazados en Haití y en asentamientos de jornaleros en Huelva o Almería: "Tierra de la Luz no es ni Huelva ni Almería, pero por supuesto que bebe de ahí. Era fundamental que se entendiera que son zonas de exclusión que podrían darse en cualquier parte del planeta, donde la actividad económica es feraz, pero feroz para quienes la trabajan. Ngolo es la suma de mucha gente, pero es verdad también que cuando estuve en el asentamiento de Atocharos en Almería me impresionó muchísimo encontrarme a una guineana, porque yo pensaba que la gente de Guinea Ecuatorial, como originaria que soy de allí, tenemos una red que sostiene porque hay gente que lleva aquí mucho tiempo. Esto lo asociaba más a comunidades que llevan menos tiempo aquí y sus redes por eso son más frágiles".

Condenar el racismo no basta para que desaparezca

De esta manera, Mbomío da voz a una joven migrante que acaba como jornalera al caducar su visado de estudios y no tener posibilidad de seguir persiguiendo sus aspiraciones y anhelos. Una forma de empatizar con las personas, de darnos cuenta que no son cifras ni gente sin nombre. "Cuando se trata de migración hay un relato único, se habla de que llegan en grupo en patera. Pero no son una masa, son personas con historias y sueños distintos, con sus propios motivos que han provocado su marcha desde contextos diferentes. No todo el mundo viene aquí porque se estuviera muriendo de hambre o escapando de una guerra, porque más allá de lo bélico hay muchas guerras que pueden provocar que salgamos de nuestros lugares. Yo conozco a muchas personas originarias de muchos sitios y cada cual tiene una historia, ninguna es igual aunque haya cuestiones estructurales que provocan que la gente migre como pueden ser el neocolonialismo o la desigualdad. Parece que solo se puede migrar si te estás muriendo o hay una guerra terrorífica. ¿No tienes derecho a soñarte en otros sitios? Cuando los europeos migramos tenemos más opciones para entender esas otras motivaciones, ya sea crecer profesionalmente, curiosidad... Pues eso también les pasa a estas otras personas, solo que no se les abre las puertas de la misma forma. Parece que la gente quiere estar en situación irregular porque le gusta vivir al límite. Pues no".

Las condiciones ya de por sí adversas en el asentamiento de Tierra de la Luz se ponen aún más crueles y perversas cuando aparecen por todas partes unos carteles firmados por El Klan con amenazas contra los inmigrantes. Aseguran que van a quemar todas sus chabolas si no se largan. La Policía no parece estar por la labor de hacer demasiado, pero aparecen algunas ONGs para defenderles y estar a su lado. Un discurso de odio neonazi que se cuela por cualquier recoveco, pero que aprovecha con toda la intención el hueco que dejan los más vulnerables, esos que nunca se van a atrever a denunciar por estar en situación irregular, para desde ahí expandirse a otros ámbitos de nuestra sociedad. Es ficción pero de nuevo es real, lo estamos viendo. "Yo soy bastante crítica con los discursos de odio porque no son recientes. Ahora cuentan con más visibilidad, pero si han entrado con mucha tranquilidad en los medios, si han permeado, es porque ya había un camino hecho, y de ese camino tenemos cierta responsabilidad unos medios que llevamos contando lo mismo de la misma manera demasiado tiempo", destaca Mbomío.

Y todavía continúa: "Es lo de masa vs individuo, gente que siempre llega pero nunca está, que jamás contamos sus motivos, entrevistamos a gente muy experta sobre inmigración pero jamás a personas migrantes, no utilizamos la palabra persona para referirnos a personas que migran una vez más deshumanizándolos, nos hemos pasado veranos enteros hablando de 'menas' asociados a infancia criminal... Cuando tú tienes este retrato tan simple de una realidad tan compleja, si te quieren avasallar con otro tipo de datos, bulos o medias verdades, van a entrar tranquilamente porque tú no sabes a quien tienes en frente. Cuando solo muestras una narrativa acerca de una comunidad, es normal que la gente construya en base a eso, y así pueden entrar todos los prejuicios y estereotipos del mundo a mansalva".

Era cuestión de tiempo y los neonazis ya están fuera otra vez. La cosa es que nunca desaparecieron

Recuerda la autora, asimismo, que ella misma padeció al movimiento neonazi en las calles de Madrid allá por los años noventa. "Parecía que nunca más iba a volver a pasar, pero creo que no se le ha prestado la atención suficiente, porque las cosas no desaparecen sin más", alerta, remarcando que luego entraron en otros lugares y ahora mismo están en ayuntamientos, parlamentos y partidos políticos, y "les vemos entrevistados en los medios de comunicación porque dan audiencia, aunque luego cuando nos damos cuenta de que nos hemos pasado de la raya ya es tarde". "Se les ha dado voz, tienen poder y tienen el poder en las redes sociales y en la creación y refuerzo de discursos. Era cuestión de tiempo y ya están fuera otra vez. La cosa es que nunca desaparecieron. Quienes manejan esos discursos de odio son personas que a lo mejor estaban antes en las calles y han entendido que esto había que reavivarlo", señala.

Además, "como el racismo se niega de manera pertinaz, no se evita que siga creciendo", lamenta. "Condenar el racismo no basta para que desaparezca. No es como 'si cierro los ojos ya no estás aquí'. Hay que implementar medidas que lo combatan y que protejan a quienes lo padecen, pero no se ha hecho, así que ya están en la calle otra vez", subraya, explicando que El Klan está basado en un grupo neonazi real que estaba por la zona de la Huerta de Europa: "Más allá de los hechos puntuales, tendríamos que entender qué es lo que subyace a todos esos hechos puntuales, que es una estructura, sostenida por ejemplo por un sistema educativo en el que a las personas no blancas se nos lee siempre como recién llegadas, lo cual está eliminando toda la historia colonial".

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La ultraderecha cargando contra los migrantes desamparados para convertirles en chivos expiatorios de todos los malos habidos y por haber, a pesar de estar padeciendo en realidad, en suelo español y a los ojos de cualquiera que se fije un instante, una situación de esclavitud en pleno siglo XXI. "Así habría que llamarlo y así habría que combatirlo", afirma la periodista y escritora. "Este es un relato muy híbrido, pero lo que más llama la atención es cómo la realidad supera todo el rato a la ficción. La dureza es extrema, y en el caso de las mujeres se suman a esa dureza las cuestiones que tienen que ver con género, una vulnerabilidad aún mayor y los abusos sexuales. Es muy chungo lo que pasa ahí", agrega, poniendo en valor también la parte positiva gracias a gente que está "luchando contra eso, una sociedad civil organizada contra los abusos", así como también "contratadores que están haciendo las cosas de una manera diferente". "No es algo tan sencillo de buenos contra malos y blancos contra negros. Hay grises y hay gente muy consciente que lleva mucho tiempo luchando con las instituciones para conseguir derechos", apunta.

Imagínate que no te puedas olvidar el DNI en casa porque te paran por la calle para pedirte la documentación día sí y día también

Eso sí, a su juicio, con el concepto de "esclavitud moderna pasa lo mismo que con racismo, porque nos repugna la palabra, pero lo que sucede no tanto". "Lo de menos es que griten 'negro de mierda' a un señor rico como Vinicius en un campo de fútbol, creedme. Estamos haciendo una lectura un poquito reduccionista si no entendemos que se trata de un problema estructural, con columnas sólidas vinculadas a un sistema educativo que expulsa a la gente y donde los libros de texto son sobre todo masculinos y blancos", argumenta, reclamando a su vez y de una vez una legislación contra el racismo que "siempre se queda pendiente". "Imagínate que no te puedas olvidar el DNI en casa porque te paran por la calle para pedirte la documentación día sí y día también. Si no tenemos en cuenta el poder de la representación en medios de comunicación, ficción, publicidad o los cuadros de las pinacotecas... si no hablamos desde esos lugares estamos en un bucle infinito. Le tenemos mucho miedo a los significantes, empecemos a abordar los significados", señala.

Un poco de esperanza y de vida para terminar, pues Mbomío nos cuenta también en Tierra de la Luz la historia de amor romántico: la de la protagonista con un viejo amigo que reaparece de repente. Una manera de mostrar a una Ngolo que, después de todo, acababa de terminar un módulo cuando no pudo continuar estudiando. "Es una chica joven de veintipico años que lleva demasiado tiempo sin emocionarse, pero ahí está esa dimensión humana que provoca que esté todo el rato atusándose el pelo cuando coincide en el campo con el chico que le gusta, porque tiene todavía esa cosita de emocionarse, recordar los buenos momentos y querer a pecho descubierto después de todo el dolor que ha experimentado", resalta, hablando más de "necesidad" que de "inocencia". "Al final, no sabes si es algo que imagina para sobrevivir o una manera de narrar. Para mí, tanto el amor como los comentos de cuidado entre las mujeres y la manera de contarlo es una manera de escapar de un sitio tan duro", concluye.

Tierra de la Luz no es un lugar en particular, pero existe como la suma de muchos lugares. No es un sitio real como tal, pero existe y está lleno de verdad. Bajo un mar de plástico, miles de migrantes sobreviven como jornaleros y temporeros en un asentamiento chabolista que podría estar en Huelva o en Almería pero que, esté donde esté, muy pocos ven, porque no lo miran. Explotación laboral, esclavitud, machismo, violencia sexual... los invernaderos de las grandes huertas convertidos en zonas de exclusión inhumanas, donde los capataces y los terratenientes no ven personas, sino mano de obra no ya barata, sino prácticamente regalada. Una situación ya de por sí complicada, que multiplica exponencialmente su atroz impacto en las mujeres.

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