Margarita Leoz: "La literatura no tiene que explicar nada, tiene que mostrar"

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Hace ocho años que Margarita Leoz (Pamplona, 1980) publicó su anterior libros, el que fue su primer volumen de relatos, Segunda residencia (Tropo). Cuando se le pregunta por ese paréntesis algo más largo de lo habitual, teniendo en cuenta los plazos editoriales, parece casi extrañada: "No ha pasado nada raro, he seguido escribiendo, por supuesto, y sí que he empezado cosas que se quedaron por el camino, que no consideré que fueran publicables. No aspiro a publicar todo lo que escribo". Sin más. Porque "cada libro tiene que ser un reto" y "hasta que ese reto se establece a veces pasan años". De nuevo: sin más.

Lo que ha sobrevivido a esos descartes implacables está en Flores fuera de estación, publicado ahora de la mano de una gran editorial, Seix Barral. Hay otra diferencia con el anterior: si allí se reunían una docena de textos cortos, aquí habitan cinco relatos más extensos, de unas 40 o 50 páginas. No parece que vayan a pasar otros ocho años hasta volver a verla en los escaparates: cuenta que este tiempo ha dado también para una novela, la primera, que llegará en un futuro indeterminado a las librerías, con el mismo sello.

Pregunta. ¿Se siente cuentista, en tanto que escritora?

Respuesta. Las etiquetas me incomodan. Cuando creo que me definen, en seguida hago algo para contradecirlas. Mi primer libro, por ejemplo, es un poemario [El telar de Penélope, 2008], y cuando lo publiqué se me quedó la etiqueta de poeta. Es raro, porque yo ya no escribo poesía. No me desdigo del libro, porque sí veo en él el germen de los relatos posteriores, pero no he vuelto a escribir poesía. El género breve me gusta y me siento cómoda con él, pero no me cierro la puerta a la novela, por ejemplo. De hecho, ya la hay. Tampoco es que quiera seguir  el orden que se considera lógico: cuando eres joven escribes poesía, luego cuento y luego novela. No, es mi evolución personal.

P. Esa es la idea que se suele tener: que cuando alguien escribe cuentos, se está preparando para la inevitable novela, que en muchos círculos es lo que realmente se toma en serio.

R. Es así. Pero al mismo tiempo hay buenos escritores de novela que les piden un relato para un suplemento o algo así y piensas: qué horror de cuento. El cuento es un género complejo, y no todos pueden escribirlo. Dar con el tono, con la esfericidad de la que hablaba Cortázar, el iceberg del que hablaba Hemingway, eso que se muestra y todo lo demás que queda oculto… Hay muchos escritores de novela que son incapaces de no contar, de sugerir, o de dejar algo a la mano del lector. No veo como una culminación la llegada a la novela. Pero es cierto, como dice Marcos Ordóñez, parece que todos los géneros que se salen de la novela resultan incómodos, tanto para los lectores como para los libreros y editores. Por no hablar de los géneros híbridos.

 

P. Pero tiene entonces una novela terminada.

R. Sí. Cuando terminé este libro tenía ya una idea en la cabeza, y me di cuenta de que esa idea iba más allá de las 10 páginas de los cuentos cortos, y de las 50 de los cuentos más largos. Que sobrepasaba las 100, las 125… No me propuse escribir una novela, sino que me di cuenta de no entraba en el género breve. Está terminada, pero no sé cuándo saldrá. Cuando Seix Barral se interesó por el manuscrito de Flores fuera de estación fue una apuesta a largo plazo. A las editoriales les cuesta apostar por los libros de cuentos, incluso por los de sus propios autores, así que ese apoyo a mí como escritora me enorgullece todavía más.

P. Pese a la diferencia entre este libro de relatos y el anterior, en ambos pareciera que los personajes flotan dentro de sus propias vidas, como si no tuvieran capacidad de decisión. ¿Por qué cree que es?

R. Es cierto que hay cosas que cuando escribes las haces conscientemente, porque te interesan, te interpelan o te prueban como escritora. Pero luego hay motivos que son recurrentes y que no controlas, pero que acaban saliendo. Ese es uno de ellos. Sí, me atraen esos seres perdidos, que se dejan arrastrar, incapaces de tomar las riendas de sus vidas, que incluso a veces no se sienten protagonistas de sus vidas. La protagonista de "Una nueva luz" dice: "Entonces pensé en el resto, en mí, en nosotros, a los que no impulsaba una vocación clara, en cómo la tragedia nos pasaba de largo, demasiado anodinos, invisibles para la muerte". Posiblemente en todos los cuentos exista esta sensación de ir a contrapie o estar fuera de lugar. Y quizás se refleja en el hecho de que todos ellos viven en un no lugar, en un entorno que les es ajeno, que es transitorio, que no les imprime una marca de identidad. O no les representa ya, como en el caso de "Piedras al mar", donde se vuelve a una casa que había sido el hogar pero que ya no lo es.

P. En la medida en que son personajes que viven fuera de su propio espacio, son también personajes deslocalizados. Podrían vivir en España, pero podrían vivir en otros países occidentales. ¿Qué permiten esas fronteras difusas?

R. Es difícil nombrar a un personaje. El nombre es todo, nombrar a un personaje es marcarlo muchísimo, y nombrar un espacio también. Me gusta más esa indefinición y que el lector haga una parte del trabajo, que piense: esto me recuerda a esto, yo me identifico con este paisaje… La indeterminación me sirve también para crear un halo de misterio, de intriga, aunque no estemos ante unos cuentos fantásticos, claro.

P. En cualquier caso, son espacios con un clima de norte.

R. Claro, al final vivo en Pamplona, he vivido en el norte de Francia, con esos climas atlánticos, esos cambios de tiempo. Creo que en mis cuentos lo meteorológico siempre está en relación con la historia, y que la recreación atmosférica tiene su importancia. De ahí también la búsqueda de la palabra exacta para referirme a la flora o la fauna: son centauras y son brezos, no es un arbusto cualquiera. Y es cierto que un clima tormentoso, esa falta de apacibilidad, es muy inspiradora. El cielo azul es como lo que se decía de la felicidad en Ana Karenina: muy aburrido.

P. En el libro hay un interés por la mirada, por lo que se muestra y no lo que se explica, incluso cuando el relato está escrito en primera persona. ¿Son algunos personajes espectadores de sus propias vidas?

R. Sí, es que la mirada al final lo es todo. A veces me preguntan sobre qué hay de autobiográfico en todo esto, pero muchas veces la experiencia, sea personal o prestada, no es más que materia prima. La elección de la mirada es lo que verdaderamente hace al escritor. Y al final todo es personal, porque todo pasa por esa mirada. Como dice Vivian Gornick, todas las historias son las voces subrogadas del escritor. En "Una nueva luz" hay dos elipsis muy significativas, dos agujeros negros que la narradora ha decidido suprimir, y eso lo es todo. Lo que no se cuenta, para mí, es fundamental. Esto no es el manual de instrucciones de un microondas, la literatura no tiene que explicar nada, tiene que mostrar, y es el lector el que tiene que extraer sus propias conclusiones, aunque la conclusión sea la duda.

P. Aquí incluso las escenas descritas con minuciosidad parecen señalar algo que sin embargo no se cuenta.

R. Eso es precisamente lo que me gusta. Detrás de esa descripciones, no sabría si minuciosas pero sí precisas, hay una ambientación turbadora, un gesto contradictorio, una cierta sombra. Algo que no se cierra del todo. Y creo que es algo maravilloso que permite el cuento y no permite la novela. En un cuento te puedes permitir enterrar un oboe en un jardín, desenterrarlo y no decir por qué, qué pasa con eso, que es algo que se pregunta el lector y que yo también me pregunto. Creo que como escritora tengo que desconocer algunas de las causas que residen ahí, algunas de las motivaciones de los personajes, porque si no hay intriga para mí, es muy difícil que yo cree la duda en mi lector.

P. ¿Ha echado de menos esa libertad para lo no dicho en la escritura de la novela?

R. Pues sí y no. Pero creo que es fundamental escribir cada género con las herramientas propias del género. No hablo de evitar el mestizaje entre géneros, ¿eh? Pero no le puedes decir al lector: mira, he escrito una novela, pero en el fondo como a mí lo que me sale bien es el cuento, te voy a hacer un cuento largo. No. Más que pensar lo que me quita la novela, pienso en la libertad que me da. En la novela te puedes extender en aspectos que no sean tan nucleares, puedes recrearte, relajarte o dejarte llevar más a la hora de escribir… El cuento puede resultar encorsetado, no debes cambiar de tono, ni dispersarte, el ritmo tiene que ser muy preciso…

P. ¿Tiene claros los temas de sus propios relatos?

R. La parte buena del cuento es que muchas veces te requiere una segunda lectura. En esa segunda lectura te permite percibir más de lo que percibiste en un primer momento. Quizás por eso solo sea consciente de la idea que hay en un cuento a posteriori, a menudo cuando me preguntan. Hay temas que son inconscientes, que no sabes que estás tocando, pero ahí están. El otro día, hablando del cuento "Flores fuera de estación", llegué a la conclusión de que era un cuento sobre el amor, sobre los distintos tipos de amor a lo largo del tiempo, sobre el amor gozoso y el amor malogrado, y sobre la mirada que los hijos proyectamos sobre nuestros padres, el gran misterio que son nuestros padres. Lo comprendí de repente.

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P. A menudo se compara su escritura con una genealogía de autores de relatos estadounidenses. ¿Está de acuerdo?

R. Si tuviese que decir qué autores me han influido, serían quizás por un lado Chéjov y por otro Flaubert y Maupassant. Pero sí que es verdad que creo que estoy más en la tradición de la narrativa breve americana, o norteamericana. Sí que me identifico con autores como John Cheever, Tobias Wolff, Lorrie Moore, Alice Munro... Más que con Carver, por ejemplo. Llegó un momento en que los dejé de leer, no estoy tan loca como para imitar "El nadador", y tienes que distanciarte de lo que lees para encontrar tu propia voz. Y también hay autores españoles de relato que me gustan mucho y he leído mucho. Pienso en Sara Mesa, Gonzalo Calcedo, Jon Bilbao, Ismael Grasa, Ignacio Martínez de Pisón… Hay muy buenos autores de relato en nuestra tradición.

Hace ocho años que Margarita Leoz (Pamplona, 1980) publicó su anterior libros, el que fue su primer volumen de relatos, Segunda residencia (Tropo). Cuando se le pregunta por ese paréntesis algo más largo de lo habitual, teniendo en cuenta los plazos editoriales, parece casi extrañada: "No ha pasado nada raro, he seguido escribiendo, por supuesto, y sí que he empezado cosas que se quedaron por el camino, que no consideré que fueran publicables. No aspiro a publicar todo lo que escribo". Sin más. Porque "cada libro tiene que ser un reto" y "hasta que ese reto se establece a veces pasan años". De nuevo: sin más.

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