Malagueña, filósofa, poeta. María Zambrano (1904-1991) fue la primera mujer en recibir el Premio Cervantes en 1988. Miembro de "la otra" generación del 27 junto a Rosa Chacel, María Teresa León, Concha Méndez, Ernestina de Champourcin o Maruja Mallo (la nómina es más extensa y se sigue ampliando a medida que la investigación rescata voces silenciadas), Zambrano supo convertir el exilio en la base de su pensamiento filosófico. En su obra la concepción errante del ser humano es una condición metafísica, no sólo territorial, y el destierro es entendido como patria, según Julia Manzano Arjona. A Zambrano le gustaba llamarse pensadora y no se definía como poeta lírica, pero la poesía –leerla y escribirla– era el instrumento revelador que le venía en auxilio ante sus problemas teóricos.
Durante casi medio siglo Zambrano fue parte de la diáspora intelectual española por su lealtad a la causa republicana. Vivió primero en Francia, después cruzó el Atlántico en dirección a México, más tarde se afincó en Cuba y en Puerto Rico. De su larga temporada latinoamericana escribió que "es difícil hablar de América porque se nos ha hecho difícil hacer una declaración de amor./ Amor = a lo otro./ Amor = rendir el corazón, desgajarse", leemos en un escrito autobiográfico fechado el 10 de enero de 1949. Entre 1953 y 1964 residió en Roma junto a su hermana Araceli y una colonia de gatos, cinco meses en Suiza, más tarde en Francia y regresó a España en 1984, donde murió. Está enterrada entre un naranjo y un limonero en el cementerio de Vélez-Málaga. En cada paraje de su peregrinación la escritura fue su punto fijo de referencia allí donde las geografías eran movibles.
Pensar en la trayectoria intelectual de María Zambrano es pensar, como ya señalé, en un doble exilio: condición del ser y destierro territorial. Pero también cruzó otras fronteras, simbólicas y genéricas: las de la poesía y la filosofía para reunirlas en una voz personalísima. Este sincretismo transdisciplinario viene capturando, afortunadamente, la atención editorial durante los últimos años: se han publicado sus Poemas a cargo de Javier Sánchez Menéndez (Sevilla, La isla de Siltolá, 2018), el hondo ensayo de José Luis Gómez Toré María Zambrano. El centro oscuro de la llama (Madrid, Ciudad Nueva, 2020), el monográfico Los pasos del exilio. Umbrales del pensamiento en María Zambrano de la revista española de filosofía Bajo palabra (2020), el homenaje de Exégesis, revista anual de la Universidad de Puerto Rico en Humacao (2022), entre otras recuperaciones que siguen la estela de la monumental e indispensable labor que viene realizando Galaxia Gutenberg desde 2011 bajo la dirección de Jesús Moreno Sanz. Hasta ahora, la editorial barcelonesa ha publicado seis volúmenes de las Obras Completas, mientras que el volumen VII, en preparación, recogerá inéditos, entre los que se cuentan Historia y revelación.
Esta autora denominó delirios líricos a sus poemas (delirio entendido como pasión vital) y los escribió en verso, en prosa, en español y francés. También sentencias, aforismos y definiciones donde se evidencia una heterodoxia en relación con lo sagrado: la religión sufí, la idea de desprendimiento del yo del budismo zen, la lectura de los místicos españoles y la perenne nostalgia de una unidad primordial perdida son recurrentes tematizaciones poéticas de esa búsqueda. Estilísticamente, hace uso de la pregunta filosófica en el poema, adoptando encadenamientos de interrogaciones que permanecen abiertas para interpelar al lector. Se trata de preguntas que no son dudas, no sigue el método cartesiano ni se cuestionan conocimientos evidentes y contrastables: la pregunta acentúa el sentido de lo abierto como única posibilidad del saber. En Zambrano, "si la filosofía es la que pregunta, la poesía es la que encuentra", afirma Sánchez Menéndez. Para comprender el uso tan personal de este recurso que hace Zambrano en sus poemas apelo a una afirmación de Gómez Toré incluida en su ensayo de 2020: si Heidegger había situado su indagación filosófica en la "pregunta por el Ser", en su opinión olvidada en la tradición occidental, Zambrano opta, por el contrario, por un "pensamiento no interrogativo". La distinción va mucho más allá de una actitud retórica, dice Gómez Toré. A contrapelo de la filosofía al uso (también de Heidegger), que traza su camino a través de las preguntas, la autora de El hombre y lo divino considera, por el contrario, que dicha actitud forma parte de esa violencia inherente al logos filosófico que asedia de preguntas a la realidad, la cual no puede responderle sino con las respuestas que ya iban implícitas en ese interrogar. "De ahí que Zambrano proponga aprender de la poesía, dispuesta a dejarse sorprender por el misterio", afirma Gómez Toré.
Se trata de un refugio en la vía negativa o "capacidad negativa" de la que hablaba John Keats en una carta de 1817 dirigida a sus hermanos George y Thomas. Allí el inglés se refería a la grandeza de aceptar las incertidumbres, misterios y dudas vitales sin querer consolarse siempre con los hechos y la razón. Estas "interrogaciones abiertas" están presentes en toda la poesía de Zambrano. Un buen ejemplo es "El agua ensimismada", que la malagueña escribió a principios de los años 50 en Roma y envió por carta al pintor y poeta panameño Edison Simons (Colón 1933- París 2001), traductor de René Char, Hopkins, Colleridge y Mallarmé. El poema parece ser una continuación de Delirio del incrédulo, de enero del mismo año:
El agua ensimismada,
¿piensa o sueña?
El árbol que se inclina buscando sus raíces,
el horizonte,
ese fuego intocado,
¿se piensan o se sueñan?
El mármol fue ave alguna vez;
el oro, llama;
el cristal, aire o lágrima.
¿Lloran su perdido aliento?
¿Acaso son memoria de sí mismos
y detenidos se contemplan ya para siempre?
Si tú te miras, ¿qué queda?
El uso del pronombre tú es frecuente en esta poesía. Así, Zambrano busca incluir al otro pero sin referirse a un interlocutor específico: esta segunda persona del singular representa un colectivo que engloba a la condición humana, a objetos inanimados (una piedra, el agua) y conceptos personificados (la muerte, la piedad) pero con la textura del poema dialogante y la intimidad cómplice que ofrece la apelación a un tú. Esta particularidad enunciativa está presente en Ni brisa ni sombra, de 1933:
Ni brisa ni sombra.
¿Por qué, muerte, así te escondes?
Sal, salte, sácate de tu abismo,
Escápate tú, ¿qué te retiene?
¿Por qué no borras con tu mirada el universo?
¿Por qué no deshaces las piedras
con tu sombra, muerte, sólo con tu sombra,
con tu mano desnuda,
con tu rostro de estatua
desnuda presencia a quien nada resiste?
Enseña, muestra tu cara a los mundos,
que ya no haya espacio,
ni cielos, ni viento, ni palabras.
Quiero hundirme en el silencio.
Zambrano reformula poéticamente el concepto de cosmos de los presocráticos, su teoría de la naturaleza y el materialismo, poniendo en conexión los elementos con la dimensión individual, subjetiva y trascendente del ser humano. Como afirma Gómez Toré, Zambrano se esfuerza por superar la concepción de la materia y del tiempo como enemigas del despliegue espiritual, y en cambio, propone la visión material y de la temporalidad como elementos mediadores imprescindibles en esa búsqueda. En la poesía zambrariana, tierra, agua, aire y fuego se convierten en elementos "entrañables", resignificando así el aforismo del presocrático Empédocles "hay que repartir bien el logos por las entrañas". Este será el lema de la razón poética y de su "lógica del sentir", en palabras de Moreno Sanz, lejos de la razón técnica, pragmática y positivista. El materialismo trascendente de la poesía de Zambrano es palpable en Habla una piedra, de 1946:
Porque he sido mirada,
porque fui tomada, poseída
cesé de vivir.
Hechizada, sólo soy un soporte,
mas nada me sostiene.
aquí, siempre
súbdita del espacio.
¿Adónde estás, ¡ah!,
Mirada que me fascinaste?
¿Me necesitabas para ser tu sombra?
Poseedora, tan frágil
que necesitas hechizar
para erigirte.
Tú, la que naciste asustada,
la inválida,
me amaste para caerte en mí.
El amor que nombras,
dime, ¿es eso?
Era yo luz, reflejo,
¿y tú? Di,
¿no podías
revelarme tu ser?
(...)
Me nombras: materia.
Nada más.
Pero vuelves, enajenada,
cómplice, vencida.
ignorante tú, la sabia.
María Zambrano revisó y se distanció de la razón trágica de Unamuno y de la razón vital de Ortega para acuñar la razón poética, que aboga por una teoría del conocimiento en la que la poesía ofrezca respuestas filosóficas provisionales, no unívocas, restaurando así la unidad entre metafísica y poesía anterior a la separación platónica. Su defensa de la necesidad de la mirada poética en la indagación filosófica se materializa en una escritura fronteriza que "une conceptos y metáforas, [y que] combina lucidez y belleza […] de manera que la máxima fusión de la filosofía con la literatura se da en la sustancia misma de la escritura" (Alexandrescu, I. 2013). Esta indisolubilidad se refleja en sus escritos autobiográficos: "Estoy demasiado rendida para escribir, demasiado poseída. Sólo podría hacer poesía, pues la poesía es todo y en ella uno no tiene que escindirse. El pensar escinde a la persona; mientras el poeta es siempre uno. De ahí la angustia indecible, y de ahí la fuerza y la legitimidad de la poesía". Aquí resume la tesis de Filosofía y poesía (1939) y de Pensamiento y poesía en la vida española (1939), pero la búsqueda de una síntesis de filosofía y poesía atraviesa toda su obra, llegando hasta Los bienaventurados (1990). Porque a la poesía se accede no para comprender sino para salir de la comprensión. Se trata de "dejar ser" al poema en su lector evitando interpretaciones cerradas. Hay una cierta frecuencia de imágenes relacionadas con la aurora, la beatitud, la piedad, la noche, las entrañas, la materia, muchas de ellas elaboraciones poéticas de diálogos platónicos como el de Eutifrón o sobre la piedad. Un ejemplo perfecto de la intergenericidad zambraniana es el magnífico poema en prosa Nace el pájaro, incluido en el artículo Prosecución de la aurora en la obra de Juan Soriano donde la pensadora hace referencia a distintos cuadros de carácter figurativo del pintor mexicano Juan Soriano. Suerte de "poema-artículo", o de écfrasis libre, se trata de un texto tardío fechado en 1982:
Nace el pájaro.
Nace el torito en su inocencia, que será luego pensamiento.
Nace la frente del toro y, al fin, nos mira. Y los pegasos en soledad sin servidumbre, respetados en su distancia y color.
Nace la rana verde y las palomas volando. Y el cocodrilo en su viaje enigmático.
Nace el color mismo, el amarillo, y el hombre viajero que llega hasta el pie del árbol amarillo.
Nace el incendio solar, el sol mismo que no es ya espejo. Y en él los dos pájaros, allí en el sol, ese sol prometido por la Aurora. La Aurora misma –hermana y madre nuestra, siempre rescatada.
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Nacie la hortensia en la ventana y nace el pájaro que entra, la ventana y la puerta nacen también, la Aurora está en ellas.
Y así, el gatito blanco abraza y abraza sin temblar, en cruz de amor las humanas manos sin pena. Cruz de amor no mancillado.
Marisa Martínez Pérsico es escritora e investigadora argentina radicada en Italia. Su último poemario es 'Las cosas que compramos en los viajes' (Granada, Esdrújula, 2022).
Malagueña, filósofa, poeta. María Zambrano (1904-1991) fue la primera mujer en recibir el Premio Cervantes en 1988. Miembro de "la otra" generación del 27 junto a Rosa Chacel, María Teresa León, Concha Méndez, Ernestina de Champourcin o Maruja Mallo (la nómina es más extensa y se sigue ampliando a medida que la investigación rescata voces silenciadas), Zambrano supo convertir el exilio en la base de su pensamiento filosófico. En su obra la concepción errante del ser humano es una condición metafísica, no sólo territorial, y el destierro es entendido como patria, según Julia Manzano Arjona. A Zambrano le gustaba llamarse pensadora y no se definía como poeta lírica, pero la poesía –leerla y escribirla– era el instrumento revelador que le venía en auxilio ante sus problemas teóricos.