Misterio y consecuencias de la guerra en una novela inédita de Ramiro Pinilla

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El hombre de la guerra

Ramiro Pinilla

Tusquets (Barcelona, 2023)

 

Regresa una vez más a la actualidad literaria Ramiro Pinilla (1923-2014). Cualquier lector atento lo recordará por su trilogía Verdes valles, colinas rojas (1986 y 2004-2005), o por sus excelentes cuentos sobre la contienda civil española (Primeras historias de la guerra interminable, 1977), pero solo los lectores más veteranos tendrán presente Las ciegas hormigas (1960), que obtuvo el Premio Nadal, en una época en que este reconocimiento tenía mucho prestigio, pues acababan de ganarlo nada menos que Rafael Sánchez Ferlosio (1955), Carmen Martín Gaite (1957) y Ana María Matute (1959). En suma, la trayectoria de Ramiro Pinilla, uno de los llamados niños de la guerra, fue siempre guadianesca, pero al fin y a la postre, cuando han transcurrido diez años de su muerte y se han cumplido cien de su nacimiento, sigue interesándonos su impresionante obra, con la que además del Nadal, consiguió el Premio de la Crítica en dos ocasiones, y el Nacional de Narrativa. 

Con El hombre de la guerra, se rescata una novela que había permanecido inédita. Y deberíamos preguntarnos por qué. En los últimos años, parece haberse convertido en habitual la recuperación de libros, no siempre se trata de novelas, que por distintas razones no se publicaron en vida de sus autores. Recuerden los casos recientes de Luis Martín Santos (Narrativa breve, 2024), Manuel Vázquez Montalbán (Los papeles de Admunsen, 2023) o Juan Marsé (Viaje al sur, 2020; y Notas para unas memorias que nunca escribiré, 2021), por solo citar unos pocos ejemplos.    

En la obra que ahora nos ocupa, Urko Pínaga regresa con 45 años a Guecho (Getxo en la novela), su pueblo, en 1973, treinta y seis años después de haber partido a Inglaterra, con solo 9 años, en una de las expediciones de niños vascos que tuvo lugar durante la guerra, quedándose huérfano en 1940. Y allí permanece, de hecho, hasta convertirse en traductor y escritor de novelas policíacas. El caso es que Urko vuelve de Londres porque su tía Flora le pide ayuda ("soy una mujer aterrorizada", le confiesa en una carta, página 18), aunque sin explicarle para qué lo necesita. Cuando llega al pueblo, a Mallatu, la vieja casa familiar, la tía acaba de fallecer, tal y como como le anuncia su prima Regina, una mujer de unos 32 años de cuya existencia no tenía noticia. Así, Urku, Regina y la fallecida Flora, son los protagonistas de la acción, aunque se trate de una novela –en cierta forma- coral, que transcurre durante cuatro días, el tiempo que le lleva a Urko desentrañar los misterios, en un espacio reducido, por los muchos personajes –unos, vivos y otros, rememorados- que tienen un papel significativo para la resolución de la trama, como es el caso de don Pedro, el cura de Barkardo, de las criadas Alejandra y Basilia (en la novela, se utiliza el eufemismo interina, quizá de uso habitual en las Vascongadas), o de los enamorados Justo y Florencio, llamado Gavilán, cuya historia, por ser la propia de un buscavidas y ser significativa en sí misma, podría desgajarse perfectamente bajo la forma de un microrrelato, si yo fuera aficionado a realizar tales operaciones, que no es el caso. En suma, pasado y presente, su recíproca influencia, comparten protagonismo en estas páginas.

La acción se centra en unas pocas fechas: 1973, en la que transcurre el presente narrativo; 1964 (cuando ocurre "el episodio del hombre de la ventana, la cólera de la tía y la huida de Regina", página 203, por graves desavenencias con su madre adoptiva; y el momento en que Alejandra empieza a servir en Mallatu) y 1936-1939, pero sobre todo en 1937, fecha en la que el niño es enviado a Inglaterra.

Así las cosas, Urko se encuentra en Guecho ante una cruda realidad: la orden de desahucio de la casa y unos misterios que se empeñará en desentrañar. La vieja casa parece tener alma, pero Urko no entiende por qué se ha clausurado una habitación, ni tampoco qué secretos se esconden en el pasado de su tía y de su prima. Sea como fuere, pronto sabremos que todos estos avatares están vinculados con la guerra civil y sus trágicas consecuencias durante los años posteriores. Una guerra que –según se nos repite como un leitmotiv— no acaba nunca (páginas 163, 205, 207, 220, 283 y 286), pero también con con complejas y algo folletinescas historias de amor y celos, sin que falte un crimen pasional de por medio.  

Al protagonismo de la casa, debemos añadir el papel que desempeña una de sus habitaciones, la "carta angustiosa" de la tía Flora (página 65), el retrato de un hombre de unos 20 años, con cara de niño (se le alude en numerosas ocasiones), la talla que alguien realizó, ¿quién?, parece ser que del cuerpo de Regina, e incluso el rastro de sangre que Urko halla en un hule.

Con estos mimbres, podría componerse una novela policiaca, y así ha sido definida en alguna reseña, aunque no haya policías, ni tampoco detectives, pero sí contemos con un escritor de novelas policiacas que lleva a cabo toda una serie de pesquisas, de conversaciones en busca de desentrañar el misterio, con la ayuda de Regina y del cura don Pedro, quien posee el privilegio del secreto de confesión; de las criadas Alejandra y Basilia, entre otros, barajando al cabo numerosas conjeturas que van variando conforme avanza la acción.

Quizá sería más útil, para su mejor comprensión, situar esta novela en el contexto de la literatura sobre los efectos de la Guerra Civil, y sobre el papel y la importancia de la memoria, de la reconstrucción de unos hechos del pasado que acaban siendo desentrañados, hasta donde ello es conveniente para el desarrollo de la trama, solo en el desenlace. Y cómo a través de una historia privada, de una –digamos- microhistoria, puede vislumbrarse la tragedia que supuso la guerra para mucha gente, y lo mucho que perduraron sus consecuencias. Así, en un momento dado, comenta Urko con lucidez: "Siempre la guerra truncando todos los destinos". Debe verse, al respecto, por cómo afecta al autor, los dos capítulos (Guerra y Perdedores) que le dedica María Bengoa en su libro El mar de Arrigunaga (Tusquets, 2023), o recordar el título de su recopilación de cuentos de 1977.

Urko persigue, en esencia, don objetivos: salvar el caserón y reconstruir y desentrañar un misterio del pasado, lo que consigue con las indagaciones que lleva a cabo, las entrevistas que mantiene con los testigos de los hechos y la ayuda de Regina. Y aunque pudiera parecer que, entre ambos, acabará surgiendo una historia de amor, el autor tiene el buen gusto de no confirmar lo que parecía que iba a ocurrir, y en el desenlace, cada uno sigue su propio camino.   

El título de la novela, que repite el de uno de los capítulos, el noveno (páginas 113-123 —se alude también a él en las páginas 199, 251, 259, 262, 266 y 269—), resulta enigmático y nos obliga a preguntarnos quién es ese hombre. Se trata, más bien, de "un hombre del tiempo de la guerra", llamado Justo, un joven gudari que, durante la retirada de las tropas, lo llevaron herido a Mallatu, y allí se quedó durante dos semanas, y luego dos décadas más, convertido en un topo. Pero lo importante del relato de Basilia es que en él empieza a desentrañarse la historia de los padres de Urko, muertos pronto, como se cuenta, sobre todo, en el capítulo dieciséis, y se completa en las páginas 206, 220 y 221.

No puedo dejar de hacerle algunos reproches a esta novela, a la que el tiempo transcurrido desde el momento en que fue escrita, hace cincuenta años, le pesa demasiado. Creo que hubiera necesitado una revisión mayor. Así, por ejemplo, tengo la impresión de que el comienzo se demora demasiado, insistiendo en lo mismo; el capítulo séptimo me resulta fallido, pues aparecen ideas ya manidas, como el concepto de chica rara (está en Carmen Laforet, Carmen Martín Gaite, quien teorizó sobre este arquetipo, y en Ana María Matute), "la fuerza de la sangre", o "la mujer nueva" (de nuevo la autora de Nada) (páginas 90, 92, 93 y 97). En el título del capítulo décimo se califica a Regina de "recalcitrante", algo que resulta poco adecuado en una novela de este tipo. El interrogatorio de Urko a Regina, en el capítulo número 13, resulta poco creíble, además de prolijo. Y recuérdese que en el texto se relaciona la historia con las películas de Hitchcock (página 53), pero habría que añadir los ecos de la citada novela de Carmen Laforet, que tanto apreciaba Pinilla. Repárese también en los componentes folletinescos que contiene, como puede observarse en el cuarto capítulo. Se trata de un concepto, el de folletín, que se repite (páginas 28, 29 y 110), y cuyo ejemplo más evidente es el hecho de que se cuente que, con solo tres días, dejaron a Regina en la puerta de la casa de Flora, quien la adoptaría, o el de las relaciones entre Flora y Justo, y el nacimiento de Regina, tal y como se refiere en el capítulo número 18. La condición de novelista de Urko hace que las pesquisas y deducciones que lleva a cabo aparezcan condicionadas, por ello en diversos momentos se alude al contraste entre la vida y la ficción (páginas 55, 65, 153, 192, 204, 248).

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El hombre de la guerra hay que situarla en el momento que se escribió, según nos dice María Bengoa en el epílogo, entre 1972 y 1974, fechas en las que la narrativa española nos dio grandes títulos, y debe valorarse como una pieza más del conjunto de la obra de Pinilla, no como una de las principales, pero tampoco por ello como menos significativa para comprender la trayectoria que siguió, con todos sus matices y aportaciones sobre el territorio de Guecho y su vinculación con las consecuencias que la guerra civil les trajo a los vencidos.

En un artículo reciente de Manuel Vicent ("Desde el puente. El escritor como animal territorial", El País, 13 de abril del 2024), comenta que "hay escritores muy territoriales cuya literatura forma parte sustancial del paisaje de su vida", y cita como ejemplos a Hemingway, Josep Pla, Proust y Juan Marsé, entre otros; y continúa el autor valenciano: "un escritor pasa a la inmortalidad cuando no hay forma de separar su vida y su obra, del territorio que las sustenta". Todo ello podría aplicarse al propio Vicent, y, con semejantes razones, a nuestro Ramiro Pinilla, algunas de cuyas obras ya forman parte de la más exigente historia de la literatura en lengua española.

* Fernando Valls es profesor de Literatura española Contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona y crítico literario.

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