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'Entre el mundo y yo': Los que se creen blancos

Entre el mundo y yoTa-Nehisi CoatesTraducción de Javier CalvoSeix BarralBarcelona2016Entre el mundo y yo

La noche en que declararon libre de cargos al policía que había matado a Michael Brown, el escritor y periodista Ta-Nehisi Coates y su hijo Samori estaban juntos en casa, delante de la televisión. Brown era joven, era afroamericano e iba desarmado. El agente, Darren Wilson, era blanco e iba armado. El primero estaba muerto, y el segundo, libre. Samori, un adolescente de 15 años, musitó "tengo que irme" y se encerró en su habitación. El padre le escuchó llorar. Su hijo acababa de comprender —o, más bien, él se hacía consciente de la comprensión de su hijo— que él, como joven y negro, podía correr la misma suerte que Brown, y que además sus asesinos quedarían impunes. Y lo vivía con el mismo dolor con el que Coates llevaba batallando toda su vida. Decidió escribir una nueva versión de "The fire next time", de James Baldwin, en la que el autor reflexiona sobre el papel de la raza en la historia de Estados Unidos bajo la forma de una carta a su sobrino de 14 años. medio siglo después, Coates le escribe a su hijo en Entre el mundo y yo (Seix Barral), ganador del National Book Award de 2015. 

Esa es la principal fuerza del ensayo, mitad autobiografía de un autor criado en los suburbios de Baltimore que es hoy redactor de The Atlantic, mitad aullido sobre la injusticia de la opresión. Coates se dirige a su hijo, y eso le permite no solo ser cálido e íntimo, sino también honesto y brutal, tan justo como puede ser un padre tratando de ofrecer a su hijo las preguntas adecuadas que formular al mundo y la compañía necesaria para responderlas. Ese efecto libera al autor, además, de un peso con el que carga cualquier colectivo oprimido en razón de su raza: la mirada del hombre blanco. Este no es un libro escrito para blancos. No se hace en él pedagogía del dolor del otro ni se emplea el tiempo en señalar unas desigualdades que los que las sufren conocen de sobra. Este es un espacio de comprensión y seguridad en el que se dan por sentadas ciertas heridas, ciertos alivios y ciertos orgullos compartidos por el hecho de saberse negros en un mundo dominado por los blancos. Los que no comprendemos —ni comprenderemos nunca del todo— esos caminos dolorosamente frecuentados durante siglos tenemos ahora la suerte de que nos dejen escuchar. Callar y escuchar. 

Coates vive y escribe en Estados Unidos, donde el 13% de la población, 30 millones de personas, es afroamericana, y donde el 37% de los presos también lo son. Un país en el que un chico negro que deje abandone la secundaria tiene un 60% de posibilidades de acabar en la cárcel, como señala el propio autor. Él se crió en un barrio en el que todos estos miedos eran reales, en el que el miedo a recibir un disparo o a acabar entre rejas —el miedo a "perder el cuerpo" en palabras de Coates— era real. En los suburbios que ni siquiera conocía vivían personas que, simplemente, no tenían que temer por sus vidas ni tomar precauciones, evitar ciertas esquinas o alertarse ante ciertos tonos. De este lado, él tenía que encargarse de su cuerpo para que no se lo arrebataran. La literatura es un espacio de empatía que permite vivir dentro del cuerpo de los que no son como el lector. El relato de Entre el mundo y yo ejercita alimenta esa empatía tanto como la pone a prueba. 

Detrás de eso, algo que solo entendería años más tarde: "La raza no es la madre del racismo, sino su hija. Y el proceso de designar al 'pueblo' nunca ha dependido de la genealogía ni de la fisiognomía, sino de la jerarquía". El problema no es tener la piel oscura. El problema son "los que se creen blancos", los que vieron en ese rasgo físico una categorización, y por lo tanto una jerarquía. El problema son "los Soñadores", los que creen vivir el sueño americano —pero podríamos llamarlo el sueño del Estado del Bienestar— sin querer ver que lo hacen sobre las espaldas de otros muchos.

(Paréntesis. España quizás no haya tenido una Guerra Civil motivada por la esclavitud, y quizás la raza no esté en el debate público ni entre las prioridades de la mayoría. Quizás no tenga un largo historial de jóvenes negros asesinados a tiros por la policía. Pero tiene un pasado colonial, unas pateras, un Tarajal y unos agentes que hacen redadas ilegales basadas en el perfil racial.)

Ante esa injusticia evidente, cargada sobre generaciones de esclavos que pasaron a ser generaciones de trabajadores baratos y desechables, Coates no ofrece respuestas, sino su propia rabia, su propia desesperación, sus propias preguntas y la senda particular que él recorrió para tratar de resolverlas. Sus palabras llegan como golpes a este lado de los suburbios, de la placidez y la certeza de que nadie va a robarnos el cuerpo: "Una sociedad que protege a algunos por medio de paraguas de escuelas, préstamos para la vivienda respaldados por el gobierno y una riqueza ancestral, y, en cambio, a ti solamente te protege con el garrote de la justicia criminal, o bien ha fracasado  en su intento de hacer realidad sus buenas intenciones o bien ha conseguido poner en práctica algo mucho más siniestro".

Los lectores negros encontraran aquí un relato gemelo al suyo —la sensación de estar encarcelado en una sección del mundo mientras otros lo recorren a sus anchas pero también el descubrimiento de la propia estirpe, de una historia común— y unas preguntas como las que ellos se hacen. Cómo luchar, con el pacifismo de Luther King o con la respuesta de Malcolm X. Cómo vivir con la propia ira. Cómo preparar a los hijos para un mundo que les golpeará sin pensarlo dos veces. No es poco en un sector editorial apenas interesado en las vivencias de las minorías y en una industria cultural que no les enseña más que los roles a los que les quiere limitar. 

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Hay otro mensaje que no está destinado a los blancos, pero del que los blancos deberían tomar nota. Primero, en una cita del escritor ruso Aleksandr Solzhenitsyn: “Preferiríamos decir que no existe esa gente [los malvados], que no hay nadie así. Para hacer el mal, un ser humano tiene que creer en primer lugar que lo que está haciendo es bueno, o bien que es un acto aceptable y conforme a la ley natural”. Luego, en los últimos consejos de Coates para Samori: “Te animo a que luches. (…) Pero no luches por los Soñadores. Ten esperanza para ellos. Reza por ellos, si te apetece. Pero no apliques tu lucha a su conversión. Los Soñadores tendrán que aprender a luchar ellos, a entender que el terreno de su Sueño, el escenario en que se han pintado a sí mismos de blanco, es el lecho de muerte de todos”.

*Clara Morales es periodista de Clara MoralesinfoLibre

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