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Nayi al-Ali: la mirada del artista

Teresa Aranguren

La figura de un niño con la cabeza gacha, las manos entrelazadas a la espalda y cuatro pelos tiesos en lo alto de su cocorota asoma entre los escombros de las casas demolidas, atraviesa las alambradas, trepa por el muro de cemento que rodea barrios, pueblos, vidas. Es, como la kufiya de cuadros blancos y negros, el símbolo más internacional de Palestina. O más exactamente de la resistencia palestina.

Se llama Handala, que es el nombre de una planta dura y resistente que crece en lucha contra las inclemencias del tiempo. Tiene diez años, la edad que tenía su creador cuando, junto a su familia, los vecinos de su pueblo y tantos de sus paisanos, fue expulsado de su tierra, perdió su mundo, los paisajes de su infancia y se convirtió en refugiado. Nayi al-Ali nació en el norte de Palestina, en la región de Galilea, en una aldea de nombre Asshayara, que en árabe significa el árbol, porque dice la leyenda que Jesús, el galileo, en una de sus caminatas de predicador por esas tierras, buscó cobijo a la sombra del frondoso árbol que dio nombre a la aldea. Pero ya no hay aldea con ese nombre. Asshayara ya no figura en los mapas israelíes.

Nayi al-Ali creció en el campamento de refugiados de Ain el-Helwe, en el sur de Líbano. Allí se hizo hombre y se definió como artista. Sus primeros dibujos los hizo en los muros del campamento. "Handala siempre tendrá diez años, no crecerá hasta que no pueda volver a Palestina", dijo en una entrevista a finales de los setenta, cuando ya era un dibujante famoso en todo el mundo árabe y su viñeta de Handala empezaba a convertirse en símbolo.

Un niño cabizbajo y con los pies descalzos nos da la espalda, casi como un reproche, quizá porque no miramos lo que él mira, porque no vemos lo que él ve. Y lo que el niño Handala ve, es lo que el artista Nayi al-Ali dibuja: el paisaje de una Palestina despojada y resistente. Campos erizados de espinas, ciudades bombardeadas, padres que cargan en sus brazos el cuerpo inerte del hijo, una maceta que crece entre los barrotes de la cárcel, una mujer que acoge en su regazo al fedai herido… Como la imagen de una pietà.

Hay muchos símbolos cristianos en la obra de Nayi al-Ali: Cristo con la kufiya o con la llave del retorno al cuello, el crucificado que desclava una pierna para asestar una patada al soldado israelí, dos mujeres abrazadas, una con una cruz, la otra con un pequeño Corán, como colgantes. Casi siempre, allí donde aparece una cruz asoma también la media luna islámica. Son símbolos religiosos, pero su sentido, aunque parezca contradictorio, es laico, lo cristiano forma parte de la identidad pluriconfesional de la sociedad palestina y hacerlo visible recalca el carácter nacional, no confesional, no islamista, de su lucha.

Lo propio de un artista no es inventar sino mirar más hondo y más largo. Y ver. Ver aquello que estaba ahí esperando ser visto, ser expresado, dicho, cantado, tallado, dibujado. Y nombrado al fin. El artista pone nombre a lo innombrado y nos lo muestra, nos obliga a mirar. Como las viñetas de Nayi al-Ali nos obligan a mirar lo que ocurre en Palestina. Sin excusas, directamente, a pecho descubierto.

Nayi al-Ali, uno de los grandes artistas árabes del siglo pasado, murió de un disparo en la nuca en un atentado nunca reivindicado, nunca esclarecido, en Londres. Lejos de Palestina. Era el año 1987. Desde entonces el influjo de su obra ha ido creciendo hasta convertirse en referente fundamental de la lucha por la justicia en todo el mundo árabe. Y creo que no hay familia palestina que no tenga en algún rincón de su casa un llavero, un cartel, un colgante, una camiseta, un muñeco con la imagen de Handala.

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Aun así, la ingente obra de Nayi al-Ali, más allá de su viñeta del niño Handala, apenas es conocida en Europa y particularmente en España. Por eso es muy de agradecer que los responsables de Ediciones de Oriente y el Mediterráneo, siempre atentos a lo que ocurre al otro lado del mar que llamamos nuestro, haya sacado a la luz una amplia selección de las más de 12.000 viñetas que el artista dibujó a lo largo de su vida. El Libro Palestina. Arte y resistencia en Nayi al-Ali es una bellísima y estremecedora muestra de la obra de un artista comprometido hasta la médula con su pueblo. Sus dibujos nos obligan a mirar la atroz realidad que sufrió y sufre Palestina. Nos obligan a mirar. Y a ver.

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Teresa Aranguren es periodista y miembro de Izquierda Abierta. 

La figura de un niño con la cabeza gacha, las manos entrelazadas a la espalda y cuatro pelos tiesos en lo alto de su cocorota asoma entre los escombros de las casas demolidas, atraviesa las alambradas, trepa por el muro de cemento que rodea barrios, pueblos, vidas. Es, como la kufiya de cuadros blancos y negros, el símbolo más internacional de Palestina. O más exactamente de la resistencia palestina.

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